sábado, 13 de diciembre de 2014

El profeta nos señala los caminos de reconciliación y comunión para que podamos sentir a Dios en medio de nosotros

El profeta nos señala los caminos de reconciliación y comunión para que podamos sentir a Dios en medio de nosotros

Ecles. 48, 1-4.9-11; Sal. 79; Mt. 17, 10-13
‘Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel’.
La primera lectura nos ha ofrecido un texto del eclesiástico que hace una alabanza del profeta Elías, por la referencia que luego se va a hacer de él en el evangelio ante las preguntas de los discípulos a Jesús. ‘¿Por qué dicen los letrados que primero tiene que venir Elías?’, le preguntan. Y Jesús les viene a explicar que si lo entendieran bien, ya hubieran visto la vuelta de Elías en la figura de Juan Bautista.
Precisamente cuando el ángel le anuncie a Zacarías el nacimiento de Juan en la descripción que hace del precursor del Mesías pone como misión eso mismo que en el Eclesiástico se ha dicho de Elías.
Creo que nos puede valer en nuestra reflexión en nuestro camino de Adviento como preparación para la Navidad. Ese preparar los caminos del Señor que nos ha anunciado el Bautista que tenemos que realizar creo que puede ir por ese camino, el camino de la reconciliación y de la paz, el camino de la unión y de la comunión.
Mucho tendríamos que reflexionar en este sentido en el mundo roto en que vivimos; seamos instrumentos de reconciliación y de paz, seamos instrumentos de unión y comunión allí donde estamos, allí con los que convivimos, en la familia, en nuestros lugares de trabajo y convivencia, en todo lo que es nuestra relación con los demás y nuestra convivencia social.
Unos corazones unidos expresan muy que Dios está con nosotros. Si queremos en verdad que Cristo nazca en nuestro corazón trabajemos por esa unión, por esa reconciliación y reencuentro entre todos. Será la señal de que escuchamos la llamada que el Señor nos hace por el profeta; será la señal que en verdad estamos preparando los caminos del Señor.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Atendamos bien a la Palabra del Señor que nos enseña y que nos guía para acoger a Dios que llega nuestra vida

Atendamos bien a la Palabra del Señor que nos enseña y que nos guía para acoger a Dios que llega nuestra vida

Is. 48, 17-19; Sal. 1; Mt. 11, 16-19
‘Yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues’, pero tú no has atendido a mis mandatos; así viene a decirle el profeta al pueblo de Israel de parte de Dios. Como hemos recitado más de una vez con los salmos ‘ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis el corazón’. Nos viene bien recordarlo.
Los profetas ayudaban al pueblo de Dios recordándoles la fidelidad a la Alianza que habían de vivir. Eran el pueblo de Dios y como tal habían de comportarse, lo que les exigía fidelidad, vigilancia para no dejarse confundir ni arrastrar por malos caminos, apertura de corazón a lo que es la voluntad de Dios escuchando con fe su palabra. Pero cuántas veces se dejaron confundir y se dejaron arrastrar por caminos que no eran los caminos de Dios.
Nosotros ahora en este camino de Adviento que vamos haciendo también escuchamos a los profetas que también nos ayudan a nosotros en esta preparación para la navidad que es el Adviento que queremos vivir. Eso mismo que le pedían los profetas al pueblo de Dios está llegando a nosotros también como Palabra de Dios que nos ayuda, que nos despierta de nuestras modorras y rutinas, que aviva en nosotros también esos deseos de Dios, de su salvación, de su vida, de su gracia.
Son esas actitudes importantes y fundamentales a las que nos invita también la Iglesia para mantenernos en la espera de la venida del Señor. Algo importante es la vigilancia tan necesaria al que espera algo. Esperamos pero lo grandioso de lo que vamos a recibir nos hace estar atentos, vigilantes para que no nos encuentre desprevenidos ni dormidos. Lo grande y maravilloso es la presencia del Señor que llega a nuestra vida. El Bautista con el mismo sentido de los profetas nos ha dicho que tenemos que preparar los caminos.
Atentos junto a ese camino por el que llega el Señor a nuestra vida no nos podemos distraer con otras cosas de manera que pueda pasar inadvertida esa presencia de Dios. Y en nuestro entorno hay muchas cosas que nos pueden distraer por la manera de concebir, por ejemplo, lo que es la navidad para gran parte de la gente que nos rodea. Y si les hacemos caso y ponemos toda nuestra atención en esas superficialidades puede pasar inadvertido para nosotros ese paso de Dios, esa llegada de Dios a nuestra vida. Pensemos en cuantas cosas superfluas ponen como centro de atención de su manera de entender la navidad muchos de los que nos rodean.
Que no sean solo unos días para pasarlo bien, para quedar con los amigos o incluso con la familia, pero de manera que nos olvidemos lo que tiene que estar en el verdadero origen de lo que son las fiestas de Navidad. Porque nos podemos olvidar de Jesús muy preocupados por nuestros regalos o nuestras comidas.  Atentos, vigilantes para recibir al Señor que llega a nosotros en el Sacramento; atentos y vigilantes para vivir con todo sentido y profundidad nuestras celebraciones religiosas, no simplemente porque hagamos celebraciones bonitas, sino porque hagamos celebraciones vivas en que haya verdadero encuentro sacramental con el Señor y su gracia.
Atentos y vigilantes también para descubrir la presencia del Señor en los demás, en cuantos pasan a nuestro lado a los que tenemos que regalar nuestro amor, sobre todo y de manera especial en los pobres y en los que sufren, en los que se sienten solos o en los que van desorientados por la vida, en los que nadie quiere o en los sufren tantas discriminaciones. Que la atención y apertura de nuestro corazón para descubrir al Señor que llega a nosotros en esta navidad nos enseñe a tener una mirada distinta hacia los que nos rodean, pero que aprendamos no a hacerlo solamente estos días porque quizá haya una especial sensibilidad porque es navidad, sino que esa mirada sepamos seguir teniéndola todos los días de nuestra vida. Entonces haremos que sea navidad de verdad cada día de nuestra vida.
Es la manera de preparar bien los caminos del Señor. Es la mejor manera de seguir al Señor para encontrar la luz de la vida, como hemos dicho en el salmo. Que atendamos bien a lo que son los mandatos del Señor, a la Palabra del Señor que nos enseña y que nos guía, como nos decía el profeta.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Adviento, tiempo de búsqueda, tiempo de despertar nuestra fe y esperanza en el encuentro con el Señor que transforma nuestra vida

Adviento, tiempo de búsqueda, tiempo de despertar nuestra fe y esperanza en el encuentro con el Señor que transforma nuestra vida

Is. 41, 13-20; Sal. 144; Mt. 11, 11-15
Hay ocasiones en que por la situación en la que vivimos, los conflictos con que nos podemos encontrar en nuestras relaciones con los demás, por los problemas que nos van apareciendo en nuestra vida, o porque nos sentimos débiles por los sufrimientos o las enfermedades que afectan a nuestro cuerpo o nuestro espíritu, parece que el pesimismo nos invade, nos sentimos pequeños y hasta quizá pensamos en lo poco que valemos. Momentos así nos van apareciendo muchas veces en la vida y es necesario saber encontrar fuerza para enfrentarnos a esas situaciones, saber salir adelante y ver cuáles son los verdaderos valores de nuestra vida. Quizá las crisis de este tipo por las que podemos pasar nos hacen salir mas fortalecidos porque hemos aprendido a buscar la fuerza en lo que verdaderamente tiene valor. Pueden ser un buen entrenamiento para la vida.
El camino de adviento que vamos haciendo es también un camino de búsqueda. Vivimos en la esperanza del Señor que viene a nuestra vida y quiere ser en verdad la luz que dé todo sentido a nuestro existir y a nuestro vivir. Porque no vamos a celebrar la navidad como un simple recuerdo sino que en verdad queremos hacer navidad en nosotros. Buscamos al Señor que viene a nuestra vida; y vamos buscándolo desde eso que es nuestra vida con sus problemas y con sus ilusiones, con sus momentos de decaimiento y los momentos en que se despierta nuestra esperanza. Y queremos dejarnos iluminar por la luz de la Palabra del Señor, la luz de nuestra fe que siempre hará referencia a Jesús como nuestro Señor, el único Señor de mi vida, y como nuestro Salvador.
La palabra del profeta que hemos escuchado en la primera lectura es lo que trata de despertar en el pueblo de Israel en aquella situación en la que se encontraban. Se sentía un pueblo oprimido y escachado, pequeño como un gusanito, con la expresión que emplea el profeta, y aunque en su historia habían tenido momentos de gloria ahora estaban pasando por momentos difíciles en que incluso les parecía sentirse abandonados de todos y de todo, abandonados incluso de Dios.
Pero es la fe y la esperanza que les quiere despertar el profeta. Dios no los abandona, Dios está con ellos. ‘Yo, el Señor, les responderé. Yo, el Dios de Israel, no les abandonaré’. Y el profeta que habla con imágenes hace una descripción preciosa de cómo van apareciendo manantiales y ríos por todas partes y surgirá una vegetación muy intensa, que son imagen de las bendiciones del Señor. ‘Para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado’. Unas expresiones que quieren indicar cómo el Señor viene a ellos con su salvación.
Así tenemos que ver la presencia del Señor con nosotros; así tenemos que prepararnos bien para que en esta navidad sintamos en nuestra vida esa presencia del Señor que nos llena con su gracia, que nos fortalece en nuestras luchas, que da sentido a nuestra vida y también a nuestros sufrimientos. La fortaleza y la gracia la tenemos en el Señor. Y el Señor nos ilumina para que nos enfrentemos a todas esas situaciones con que nos vamos encontrando en la vida dándole importancia a lo que son los verdaderos valores.
Y que tenemos que aprender entonces a hacer un mundo donde seamos más solidarios los unos con los otros; un mundo donde aprendamos a compartir, pero también a preocuparnos los unos de los otros para ayudarnos a caminar con verdadero sentido incluso en los momentos difíciles; un mundo donde no nos podemos cruzar de brazos, sino que ahí donde estamos tenemos que ir sembrando cada día semillas de bondad, de comprensión, de paz, de armonía y entendimiento, de aceptación mutua y de respeto a cada uno. Son los caminos del Señor que tenemos que ir preparando en nuestra vida.
Aunque ya el domingo pasado se nos presentó a Juan, el Bautista, como la voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor, ahora en estos días iremos escuchando en el evangelio la presentación que Jesús mismo nos hace del Bautista. En varios retazos en los que hace referencia a lo que había significado la presencia de Juan que había venido antes que El como precursor, nos irá definiendo la figura del Bautista. Hoy le escuchamos un hermoso elogio: ‘Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él’. Ya tendremos ocasión de ir reflexionando sobre estas palabras de Jesús. 
Pero además hoy nos dice que el Reino de los cielos padece violencia, pero que solo los esforzados podrán alcanzarlo. Con la gracia del Señor luchemos seriamente por plantar esos valores del Reino de Dios en nuestra vida.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Tengamos fe para reconocer las maravillas que hace el Señor con nosotros y cómo continuamente nos ofrece su paz y su perdón

Tengamos fe para reconocer las maravillas que hace el Señor con nosotros y cómo continuamente nos ofrece su paz y su perdón

Is. 40, 25-31; Sal. 102; Mt. 11, 28-30
‘¿Por qué andas diciendo, Israel: «Mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa»? ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído?’ Así le reprocha el profeta la falta de confianza en el Señor, en su amor y en su providencia. El Señor que creó todas las cosas y las mantiene con vida, el Dios creador de los confines de la tierra, que no se cansa ni se fatiga, tampoco se olvida de su pueblo ni de ninguna de sus criaturas.
No nos puede faltar nunca la confianza en el Señor. También nosotros tenemos la misma tentación cuando  nos parece que el Señor no nos escucha o no nos atiende en aquello que le pedimos que a nosotros nos parece tan urgente. Pero grande es la sabiduría del Señor y grande es la paciencia también que tiene con nosotros.
¿En quien mejor podemos poner nosotros toda nuestra confianza, vaciar todas las penas y amarguras que llevamos en el corazón, o confiarle lo que son todos nuestros deseos y aspiraciones? El nos da muchos motivos para que confiemos en El. El es nuestra fuerza, nuestra vida, nuestra paz en cada momento, sea cual sea la situación en la que nosotros estemos. No se olvida nunca de nosotros; más bien somos nosotros los que con mucha facilidad nos olvidamos de Dios y queremos llevar la vida a nuestro aire.
En este camino de Adviento que vamos haciendo es bueno que recordemos todas estas cosas y renovemos una vez más nuestra fe y nuestra confianza en el Señor. Y para ello comencemos por recordar cuánto recibimos del Señor. Como hemos dicho en el salmo ‘bendice, alma mía al Señor, y no olvides sus beneficios’. Serían tantas cosas las que tendríamos que recordar si abriéramos bien los ojos de la fe para ser conscientes de su presencia permanente junto a nosotros.
¿En quien mejor encontramos la paz para nuestro corazón? Sabemos que ‘El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; El rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura’. Es el Señor que nos perdona, ‘el Señor compasivo y misericordioso… el Señor que no nos trata como merecen nuestros pecados’. ¿Qué sería de nosotros si tuviéramos que pagar en todo por nuestros pecados? Pero grande es la misericordia del Señor.
Pensemos bien cuantas veces nos hemos visto hundidos en la vida, porque las cosas no nos salían bien, o porque habíamos metido la pata hasta el fondo, como suele decirse, y habíamos hecho lo que no teníamos que hacer, porque quizá nos vimos solos y nos parecía abandonados en nuestras luchas, en nuestros problemas, en esas situaciones difíciles por las que todos alguna vez en la vida hemos pasado; pero allí estaba la gracia del Señor que nos tendía su mano amiga a través quizá de una persona que llegaba a nuestro lado, o porque sentimos un impulso en nuestro corazón que nos daba fuerza para luchar; de muchas maneras se nos hace presente el Señor en nuestra vida; basta que tengamos ojos de fe para descubrir su presencia.
Y sentimos su amor,  su perdón, su paz; y nos sentimos con fuerza para seguir adelante en nuestra lucha, y no nos sentimos solos. ¿Pensamos que todo eso se debió solo a nuestra fuerza de voluntad? No seamos orgullosos, seamos humildes y reconozcamos la mano del Señor.
Hoy nos ha dicho Jesús en el Evangelio ‘venid a mi los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré… y encontraréis vuestro descanso’. Qué gozo y qué consuelo saber que así podemos acudir al Señor que nos va a manifestar su amor y su ternura de esa manera. Pongamos humildad en nuestro corazón, para tratar de parecernos a El y nos encontraremos de verdad con el Señor, con su descanso y con su paz. ‘Venid y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón’, nos dice. Qué gozo y qué paz nos da nuestra fe en el Señor.

martes, 9 de diciembre de 2014

Como un pastor que apacienta su rebaño así nos llama el Señor para que enderecemos nuestros caminos y vayamos a su encuentro

Como un pastor que apacienta su rebaño así nos llama el Señor para que enderecemos nuestros caminos y vayamos a su encuentro

Is. 40, 1-11; Sal. 95; Mt. 18, 12-14
‘Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres’. Hermosa imagen que nos ofrece el profeta; consoladora imagen, tenemos que decir siguiendo el sentido de toda la profecía que hemos escuchado hoy - la escuchábamos también el pasado domingo -.
Dios no abandona a su pueblo aunque haya sido el pueblo el que había abandonado al Señor olvidando e incumpliendo la Alianza. Ya comentábamos, entonces,  que esta profecía de Isaías había sido pronunciada cuando estaban en el destierro, lejos de su tierra, cosa que sentían como un castigo merecido por su infidelidad a la Alianza del Señor. Pero las palabras que el profeta les trasmite en nombre del Señor son en verdad consoladoras, porque anuncian ya terminado ese tiempo y cancelada la deuda por la infinita misericordia del Señor podían volver de nuevo a su tierra como en un nuevo Éxodo.
El anuncio que se les hace de esos caminos que se van a abrir en el desierto para su vuelta tiene este sentido, pero como habíamos reflexionado ya sobre ello era anuncio mesiánico también porque tendría su cumplimiento con la presencia del precursor del Mesías que venía a preparar los caminos del Señor.
Pero terminaba la profecía ya escuchada con ese anuncio de la presencia y la salvación que Dios les ofrecía. ‘Súbete a lo alto de un monte… alza con fuerza la voz… álzala, no temas; di a las ciudades de Judá: Aquí está vuestro Dios… el Señor llega con fuerza… como un pastor apacienta el rebaño, su brazo lo reúne. Lleva en brazos los corderos, cuida las madres’.
Imagen que se ve complementada con lo escuchado en el Evangelio. Jesús es el  Buen Pastor que cuida y alimenta a sus ovejas, pero que van también tras la descarriada y cuando la encuentra la trae sobre los hombros, anunciando a todos su alegría por haberla encontrado. ‘No quiere que se pierda ninguna’. Es la alegría del Padre del cielo.
Consuelo para nuestro corazón que tantas veces con nuestro pecado descarriamos los caminos. El Señor siempre está pensando en nosotros y nos busca y nos llama, nos ofrece el alimento y la fuerza de su gracia y está ofreciéndonos siempre caminos para que vayamos a El. Nos hacemos sordos tantas veces, no le prestamos atención. Tendríamos que despertar más nuestra fe para saber descubrir esa palabra y esa llamada del Señor.
Cuantas veces caemos en la cuenta allá en nuestro interior, como si una voz nos estuviera hablando y haciéndonos reconsiderar las cosas, para que corrijamos algo que no está bien en nuestra vida, para que tengamos nuevas posturas o actitudes hacia aquella u otra persona, para que emprendamos una obra buena, para que seamos capaces de ser más comprensivos con los que están a nuestro lado. Unas veces le prestamos atención y otras tratamos quizá de acallar esa voz con el olvido; pero deberíamos reflexionar y darnos cuenta que son llamadas de gracia del Señor a las que tendríamos que responder.
Hoy hemos escuchado el grito del profeta que nos invitaba a preparar los caminos del Señor, allanando las calzadas, levantando los valles, aplanando las montañas y colinas, enderezando lo torcido, igualando los lugares escabrosos. Muchas veces hemos reflexionado y orado con estas palabras del profeta, pero no nos tenemos que hacer oídos a su grito, a la llamada del Señor. Orgullos que tenemos que quitar de nuestra vida, desconfianzas y recelos que tenemos que hacer desaparecer, humildad y amor que hemos de poner en nuestro corazón que son los mejores medios para que no chirríen nuestras relaciones, para que las aristas de nuestra vida no hagan daño a los demás, para que sepamos en verdad conjuntarnos como hermanos que nos queremos.
No nos hagamos oídos sordos a la llamada del Señor; contemplemos su amor que como un buen pastor nos acoge, nos busca, nos llama, nos alimenta con su gracia. Dejémonos conducir por El.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Contemplemos a María que camina a nuestro lado como uno de nosotros pero nos enseña a abrir nuestro corazón a Dios

Contemplemos a María que camina a nuestro lado como uno de nosotros pero nos enseña a abrir nuestro corazón a Dios

Gn. 3, 9-15.20; Sal. 97; Ef. 1, 3-6.11-12; Lc. 1, 26-38
Es tan grande el amor que le tenemos a María y son tantas las gracias que Dios derramó sobre ella cuando quiso escogerla como su Madre, para que en ella se encarnase por obra del Espíritu Santo el Hijo de Dios que cuando nos ponemos a hablar de María queremos ser poetas para sacar las mejores palabras para cantar sus alabanzas, queremos ser artistas para representárnosla con las más grandiosas bellezas y es tanto lo que la elevamos al considerar las maravillas que en ella Dios derramó que tenemos el peligro de porque la levantemos tanto casi la alejemos de nosotros o nosotros nos alejemos de ella.
Pero habla y canta el corazón de los hijos que la aman que si Dios, porque era su Madre, la adornó con tantas gracias, de igual manera en la forma que nosotros sepamos y podemos hacerlo también así la queremos adornar y pintar con las más bellas hermosuras. ¿Qué no le dice un hijo a la madre? ¿qué no le dice un enamorado a su amada?
Hoy estamos celebrando una fiesta muy hermosa porque estamos considerando lo que fue el primer instante de su existencia terrena, aunque en la mente de Dios estaba elegida desde toda la eternidad. Es el instante de su concepción y porque Dios la había elegido desde toda la eternidad para que ocupase ese lugar tan importante en el misterio de nuestra redención, pudo y quiso hacerla toda santa e inmaculada preservándola incluso de aquel pecado heredado de Adán con el que todos nacemos. Empleamos la palabra Concepción para llamarla e invocarla, y por otra parte la llamamos también Inmaculada por su pureza y su santidad, pero realmente siempre tendríamos que utilizar las dos palabras unidas, porque el misterio de amor y de gracia de Dios en ella que hoy celebrar es ser Inmaculada desde el primer instante de su Concepción.
Pero me van a permitir que me atreva a bajarla de los tronos y de los altares, que la despoje de coronas y de joyas preciosas, que le quite los mantos de brocado y ricas telas y a contemplarla como contemplaría a mi madre en las faenas más normales de la casa, quizá con su delantal puesto para evitar la suciedad proveniente de los quehaceres normales del hogar o del campo, y quizá echando una mano allí donde sabe que puede prestar un servicio, con ojos atentos allí donde haya una necesidad.
Es que eso es lo que era María; ella es una de los nuestros, humana como nosotros y atendiendo las responsabilidades propia de un hogar como lo haría nuestra madre o como lo haríamos cualquiera de nosotros. Ella era muchachita entre otras de Nazaret a quien un día llegara un ángel con palabras de Dios para decirle que Dios había pensado en ella para algo grande como ser la Madre del Altísimo, pero no la sacó el ángel de Nazaret para llevarla a ningún palacio ni a ningún templo, sino que allí seguiría ella en las mismas tareas de cada día, también con sus dudas e interrogantes en su interior, con las mismas inquietudes de su alma y también con la turbación grande que comenzaba a sentir ante lo maravilloso que estaba descubriendo que Dios en ella iba a realizar. ‘Ella se turbó al oír estas palabras’, que nos detalla el evangelista.
Pero María siguió con sus tareas y servicios; la veremos preocuparse de su prima, que era mayor e iba a ser madre, y a la que ella podría prestar un servicio; por eso se puso en camino. Mas tarde la veremos en los ajetreos de una boda de algún pariente o vecino de la cercana aldea de Caná, porque no me la imagino simplemente sentada mientras otros le servían - no era lo normal que las mujeres en aquella época estuvieran sentadas a la mesa en un banquete - sino ayudando, colaborando en lo que fuera necesario, porque por algo se enteró de que el vino estaba escaseando y acudió a Jesús en búsqueda de ayuda y solución.
Sí, quiero contemplar a María así, cercana, caminando a nuestro lado en medio de los quehaceres de cada día y los problemas que cada día vayamos encontrando. Porque es ahí, viéndola así tan humana, tan cercana a nosotros podremos aprender que podemos parecernos a María; porque fue ahí en la vida de cada día con sus luchas y problemas donde ella, aunque se decía pequeña y se llamaba a si misma la esclava del Señor, era grande, manifestaba la grandeza de su espíritu, lo portentoso de su fe y de su amor que es lo que tenemos que de ella aprender.
Sí, a María la podemos ver envuelta en problemas y dificultades como cada uno de nosotros podemos tener; ¿no sería el primero un problema para ella que José no supiera el misterio que en ella se estaba realizando y estando desposada con el, sin haber cohabitado juntos, ella apareciera embarazada? A María le costaba entender el misterio de Dios que en ella se realizaba y por eso pregunta al ángel, ‘¿cómo será eso porque yo no conozco varón?’ Problema era el tener que hacer un viaje tan largo, porque surgieron los caprichos de un gobernante de hacer un censo, cuando ella estaba a punto de dar a luz sin saber ni siquiera si podrían encontrar alojamiento en Belén. No digamos su camino de huída a Egipto con el niño recién nacido y así tantas cosas que se iban acumulando en su vida hasta que llegara el momento de la pasión y de la cruz de su Hijo Jesús.
Pero es ahí en todas esas cosas, contemplándola en problemas semejantes a los que nosotros nos podemos encontrar en la vida, es donde aparece la grandeza del alma de María, su entereza, su fortaleza, su fe recia. Ella se fía de Dios; ella quiere siempre escuchar a Dios en su corazón para discernir bien cual es la voluntad de Dios; ella es la mujer que se abre a Dios y aunque se sienta turbada por los problemas o las cosas que no entiende no pierde la paz de su corazón. Es más, todo cuanto le sucedía lo guardaba en su corazón, lo rumiaba en su corazón para seguir dándole su sí a Dios en cada momento de su vida.
El sí de María cuando la visita el ángel con la embajada de Dios no fue una cosa puntual de aquel momento, sino era el sí a Dios que ella en cada momento sabía dar, por ese abrir su corazón a Dios. Abría su corazón a Dios y se llenaba de Dios. Es lo que le dice el ángel que la llama ‘la llena de gracia’ o ‘la que ha encontrado gracia ante Dios’, porque es la mujer en la que Dios habita de una manera especial; ‘el Señor está contigo’, le dice el ángel. Así podría terminar diciendo María, la que ya iba a ser la Madre de Dios tras aquel sí: ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’.
Así cercana a nosotros aprendemos nosotros tantas cosas de María. También tenemos nuestras inquietudes y turbaciones, nuestros problemas y luchas de cada día, interrogantes que se nos pueden plantear de lo que somos o de lo que podemos hacer, pero aprendemos de María a abrirnos humildemente a Dios, a querer escucharle, como lo hacía ella, allá en lo más hondo de nuestro corazón para descubrir en todo momento lo que es el querer de Dios. Como María queremos mostrarnos humildes y quizá pasar desapercibidos pero eso nos impide estar con los ojos abiertos y atentos para ver dónde podemos prestar un servicio, dónde quizá nuestra presencia sea necesaria, dónde podemos poner más amor y más paz para que todos se amen más y mejore nuestra convivencia de cada día.
Miremos así a María cercana a nosotros y caminando a nuestro lado, y aunque nuestros ojos no la vean, con los ojos del alma si sabemos que está ahí caminando a nuestro lado y escucharemos  allí en nuestro corazón que nos dice como a Jesús ‘mira que no tienen vino’, mira que allí hace falta que pongas una mano, mira que aquella persona está sola y sería bueno que le hicieras compañía, mira que hay allí una persona que está sufriendo y puedes estar a su lado y servirle de apoyo. Cuántas cosas podemos sentir que nos va diciendo María cada día allí en lo secreto de nuestro corazón para que nos parezcamos más a ella, para que vayamos poniendo cada día más amor. Y ella siempre nos estará diciendo allá en nuestro interior ‘haced lo que El os diga’, porque siempre nos estará poniendo en referencia a Jesús.
Nos gozamos hoy con María en esta fiesta tan entrañable de la Inmaculada Concepción, pero ya estamos viendo cómo ella quiere estar a nuestro lado y de nosotros más que piropos lo que quiere es que siempre hagamos lo que nos enseña Jesús. Es el mejor piropo que a la madre le podemos decir. Es lo que le dijo Jesús, dichosa María porque escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Una palabra de consuelo que es anuncio de esperanza para una nueva vida para nosotros y para el mundo

Una palabra de consuelo que es anuncio de esperanza para una nueva vida para nosotros y para el mundo

Is. 40, 1-5.9-11; Sal. 84; 2Pd. 3, 8-14; Mc. 1, 1-8
El que está triste, necesita consuelo; el que esta solo y se siente abandonado, necesita consuelo; el que vive agobiado en la vida y todo le parece negro y sin salida, necesita un consuelo; el no tiene libertad y quizá viva entre rejas, del tipo que sea porque hay muchas cosas que merman la libertad, necesita un consuelo; el que se ve atormentado por el sufrimiento, ya sean enfermedades de las que no termina de curarse, o sean otros sufrimientos del espíritu porque quizá le pese la conciencia por algo que haya hecho y se pueda sentir culpable, necesita consuelo; podríamos seguir fijándonos en más situaciones, pero sean las que sean, ¿cuál es el consuelo que se puede ofrecer, qué palabras se pueden decir, con qué luces podemos iluminar, qué razones podemos dar para la esperanza? Podría ser difícil en muchas ocasiones.
Mira por donde las primeras cosas que hemos escuchado hoy en la Palabra de Dios proclamada es una invitación a la consolación. ‘Consolad, consolad a mi pueblo… habladle al corazón…’ Sí, es en el corazón donde tenemos que sentir esas palabras de consuelo; no son razonamientos fríos los que se pueden ofrecer, sino que tienen que ser cosas que lleguen al corazón, cosas, palabras que nos lleguen a lo más hondo de nuestra vida.
¿Cuál es el consuelo que ofrece el profeta? Es bueno tener una idea del contexto histórico en que fueron pronunciadas las palabras del profeta de parte de Dios, porque era a la vida concreta que ellos estaban viviendo a donde se dirigían esas palabras. Esta parte de la profecía de Isaías se corresponde a los momentos en que el pueblo estaba cautivo en Babilonia, lejos de tu patria, donde ellos se sentían castigados por la infidelidad histórica que habían vivido con el Señor. Pesa en sus corazones la cautividad, la falta de libertad, la lejanía de su patria y de su templo que además había sido destruido, la conciencia de su pecado por su infidelidad.
Ahora se les anuncia la libertad, la liberación, como un nuevo éxodo de vuelta a su tierra y se les dice ‘está cumplido su servicio, pagado su crimen, pues la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados’. ¿No eran palabras que les daban el mayor consuelo, pues se sentían liberados de toda culpa y de todo tipo de esclavitud?
Se van a abrir caminos de libertad; si sus padre tuvieron que atravesar el mar rojo y el desierto para alcanzar la tierra prometida, ahora para ellos se van a abrir caminos en el desierto, que serán caminos de libertad, pero que ellos saben interpretar como caminos de Dios. Se va así a revelar la gloria del Señor; por eso han de gritar con jubilo y bien fuerte esa salvación que les viene de Dios. ‘En el desierto preparadle un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que los montes y las colinas se abajen; que lo torcido se enderece, y lo escabroso se iguale…’
Pero esa liberación de la que van ahora a disfrutar, el gran consuelo que Dios les da, va a tener un sentido profético y mesiánico. Todo aquello que sucede va a trascender el momento histórico que viven y será como una señal, un nuevo anuncio del cumplimiento de la promesa que había mantenido la esperanza del Mesías en toda la historia del pueblo de Israel. Por ello todos esos acontecimientos se han de leer en clave mesiánica.
Será precisamente por donde comience el relato del evangelio de Marcos, que hoy precisamente iniciamos en sus primeros versículos. Marcos nos dice que nos va a contar una buena noticia y esa buena noticia es Jesús. No olvidemos que la palabra evangelio en sí misma significa buena Noticia. Y así comienza su relato Marcos: ‘Comienza el evangelio de Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios’.
E inmediatamente nos recuerda lo anunciado por el profeta y que ve su cumplimiento en una primera parte en el Bautista. ‘Está escrito en el profeta Isaías: Yo envío mi mensajera delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos’. Aquel camino que había anunciado Isaías a los que estaban desterrados en Babilonia y que se iba a abrir por el desierto para la vuelta a su tierra llenos de libertad como decíamos antes tenia un sentido profético que trascendía el momento histórico para convertirse en ese camino que el precursor del Mesías había de preparar para la venida del Señor. Eran caminos de Dios, ‘una calzada para nuestro Dios… el Señor que llega con fuerza…’ trayéndonos su salvación. Es la misión que ahora tiene el Bautista.
Se anuncia la llegada inminente del Mesías; son palabras también de consuelo y de esperanza. Venía el que anunciaba la liberación a los oprimidos con un año de gracia del Señor, haciendo referencia a otro texto de Isaías, que fue el que se leyó en la sinagoga de Nazaret. ¿No es consuelo y consuelo eterno, podríamos decir, que se nos anuncie una amnistía, un año de gracia del Señor donde todo va a ser perdonado, donde podemos recomenzar de nuevo con una vida nueva?
¿No es eso lo que los pecadores sienten en su corazón cuando se les anuncia el perdón, cuando saben que pueden recomenzar de nuevo con una vida nueva? ¿No será eso lo que Jesús ofrecía a los pecadores, lo que ofreció a Zaqueo, lo que ofreció a la mujer pecadora o a la mujer adultera, lo que ofreció al paralítico que comenzaba una vida nueva porque también se le habían perdonado los pecados, lo que ofrecía a los leprosos que curados podían volver a su casa, y así podemos pensar en todos los milagros y todos los encuentros que Jesús iba teniendo con todos? 
A todos ofrecía Jesús la paz para que recomenzasen una vida nueva. Es lo que la Iglesia de la misericordia quiere seguir ofreciendo, tiene que seguir ofreciendo a todos los que convierten su corazón a Dios. La Iglesia que es madre de consuelo, madre de misericordia y madre de esperanza. El pecador nunca puede perder la esperanza de la misericordia y el consuelo del perdón. Así tiene que manifestarse siempre la Iglesia, aunque demasiadas veces se muestra excesivamente justiciera.
Hoy contemplamos la figura de Juan en el desierto preparando los caminos del Señor. ‘Predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados’ y nos anunciaba al que venía detrás de él y que bautizaría no con agua, sino con Espíritu Santo.  Contemplamos su austeridad y su invitación a la penitencia y a la conversión. El solo podía ofrecer ahora, y ya era un consuelo, el que pudiesen purificar sus corazones, que era como un enderezar los caminos para que llegase Dios a sus vidas. Humildad, conversión del corazón, ya muchas veces hemos comentado que son los humildes los que saben abrir su corazón a Dios. Esos eran los caminos que había que preparar.
Pero nosotros no nos quedamos mirando lo que hacían o no hacían los contemporáneos del Bautista, sino que también hemos de escuchar su palabra para tener esas mismas actitudes que abran nuestro corazón a Dios. Reconocemos la pobreza de nuestra vida; reconocemos que somos pecadores, pero queremos buscar a Dios y ya sabemos el camino por donde hemos de ir.
Pero si hemos recibido nosotros esa palabra de consuelo porque se nos anuncia la misericordia y el perdón, ¿no tendríamos nosotros que convertirnos en anunciadores también de esa buena noticia para los demás? El mundo sigue necesitando esas buenas noticias que llenen de consuelo, de esperanza, de ilusión por caminos nuevos de vida. Son muchas las angustias y los sufrimientos que seguimos encontrando en nuestro mundo; son muchos los que se sienten desalentados por el momento actual que podamos estar pasando; son muchos, aunque en ocasiones traten de disimularlo diciendo que todo marcha bien y buscando sucedáneos de alegría y de dicha, los que sin embargo están necesitando esa palabra de animo y de consuelo.
¿No tenemos nada que ofrecerles? Seamos conscientes de todo lo que significa la riqueza de nuestra fe, y como hemos de compartirla con los demás; trasmitiendo esperanza a los demás, nuestra propia esperanza se crece; tratando de alentar a los demás con buenas nuevas de consuelo también nosotros nos podremos sentir más fuertes en nuestra propia fe y así nos podamos convertir en signos de nueva vida para el mundo que tanto necesita de esperanza. Es el hermoso mensaje que nos ofrece la Palabra de Dios en este segundo domingo de Adviento.