sábado, 3 de mayo de 2014

Los apóstoles, unos hombres inquietos y movidos por la esperanza que siguen a Jesús



Los apóstoles, unos hombres inquietos y movidos por la esperanza que siguen a Jesús

1Cor. 15, 1-8; Sal. 18; Jn. 14, 6-14
Cuando celebramos la fiesta de alguno de los apóstoles, hoy celebramos a Santiago, llamado el Menor para diferenciarlo del Zebedeo hermano de Juan,  y que es llamado también el pariente del Señor, y a Felipe, normalmente nos quedamos en el hecho de que eran discípulos de Jesús y un día fueron especialmente escogidos por el Señor para formar parte del grupo de los Doce y con la misión de ser los especialmente enviados a anunciar el Evangelio, la Buena Nueva de Jesús por todo el mundo.
Está bien partir de ese pensamiento de que eran discípulos de Jesús, parte de ese gran grupo que seguía a Jesús por todas partes y se sentían llamados de manera especial en su seguimiento por el Reino de los cielos. Pero se me ocurre pensar en la inquietud que habría en sus corazones que un día despertaría en ellos el deseo de conocer más de cerca a Jesús y seguirle y estar con El. Tenían que ser personas inquietas y en búsqueda de una esperanza nueva que en Jesús podían ver realizada. Como decían los discípulos de Emaús nosotros esperábamos que el fuera el futuro liberador de Israel. Era la esperanza del Mesías que tenía que estar muy fuerte en sus corazones; era la esperanza de todo el pueblo de Israel, pero que seguramente en ellos se destacaba de manera especial como para seguir a aquel profeta que había surgido en medio de ellos proveniente de Nazaret.
Vamos a fijarnos más en  Felipe del que se nos habla ya casi al principio del evangelio de san Juan cuando la llamada de los primeros discípulos. Juan y Andrés se habían ido con Jesús tras las indicaciones del  Bautista que lo señalaba como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y ya pronto Andrés irá a buscar a su hermano Simón para traerlo a Jesús porque han encontrado al Mesías.
Luego nos dirá el evangelio que al pasar Jesús vio a Felipe y lo invitó a seguirle. Pero pronto será Felipe el que vaya a buscar a Natanael. ‘Felipe era de Betsaida, el pueblo de Andrés y Simón’ y por ahí andará en la cercanía de aquellos dos hermanos con inquietudes semejantes que cuando escucha la invitación de Jesús se va con El.
Le veremos luego en el episodio de la multiplicación de los panes, porque es a él a quien le plantea Jesús la necesidad de buscar pan para aquella multitud. Había buenos deseos en su corazón, pero desde el realismo del lugar en que estaban y la cantidad de gente que se había reunido, aunque habría buenos deseos se sentía impotente para la tarea que habría que realizar. Lo escuchábamos ayer, ‘¿dónde compraremos panes para que coma toda esta gente?’, se pregunta pero no quiere cruzarse de brazos.
Jesús les iba instruyendo, a ellos de manera especial les hablaba del sentido del Reino de los cielos; ellos habrían de ser los enviados. Pero es interesante ver los diálogos que se entablan entre Jesús y los apóstoles cuando les va descubriendo todo ese misterio de Dios, porque sienten deseos de algo grande con las palabras de Jesús pero en muchas ocasiones les cuesta comprender. Como hemos escuchado hoy en el evangelio, que forma parte del diálogo de Jesús con los apóstoles en la noche de la cena pascual, Jesús les habla del Padre del que quiere hacer siempre su voluntad, pero no terminan de entender. Jesús les dice que será a través de El como pueden llegar hasta Dios, pero aun les cuesta entender cómo ha de ser todo eso.
‘Nadie va al Padre sino por mí’, les dice Jesús después de manifestarles que El es el Camino y la Verdad y la Vida, y que conociéndole a El podrán conocer a Dios, como también nosotros hemos venido reflexionando últimamente, y desde ahí surge la pregunta de Felipe: ‘Señor, muéstranos al Padre y nos basta’. Tienen deseos de Dios, quieren conocer todo ese misterio de Dios que Jesús les va revelando, hay una inquietud honda en sus corazones, pero aún les cuesta. Es hermosa, sin embargo, esa búsqueda y cuánto nos enseña y estimula a nosotros. También tendríamos que tener esa inquietud en nuestro corazón desde una fe viva que queremos vivir con toda intensidad.
La respuesta de Jesús a la pregunta de Felipe bien nos impulsa a nosotros a querer conocer cada vez más a Jesús y permanecer unidos a El. Es nuestra Salvación y nuestra vida. Es el camino que nos conduce a la plenitud de Dios. Es la verdad que se nos revela y que nos hace grandes porque nos da la libertad de los hijos de Dios. Es la vida que tenemos que vivir. Porque no es solo hacer cosas, es vivir a Cristo, permanecer en su amor, caminar su camino, llenarnos de El. Sin El nada somos ni podremos alcanzar esa plenitud que deseamos. Busquemos a Jesús.

viernes, 2 de mayo de 2014

Al multiplicar los panes para la multitud Jesús nos enseña a mirar de forma nueva y a comprometernos

Al multiplicar los panes para la multitud Jesús nos enseña a mirar de forma nueva y a comprometernos

Hechos, 5, 34-42; Sal. 26; Jn. 6, 1-15
Importante y de gran significado ha de ser este episodio de la vida de Jesús cuando hasta seis veces se nos narra en los cuatro evangelios, pudiendo hacer referencia a dos ocasiones distintas en que Jesús realizase este milagro de la multiplicación de los panes.
Podemos pensar en cómo se manifiesta el amor y la misericordia del Señor cuando se va encontrando a lo largo del evangelio con personas que sufren o pasan necesidad. ‘Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos’ y ahora en ellos también se va a manifestar la misericordia del Señor. Acudía mucha gente con hambre de Jesús, hambre de su palabra en sus deseos de escucharle, hambre de su vida y de su gracia porque siempre querían encontrar algo en Jesús que saciase plenamente sus vidas. Y así se manifiesta el amor del Señor.
Pero hay muchos detalles en este pasaje del evangelio que nos enseñan muchas cosas. La gente busca a Jesús y Jesús siempre tendrá una respuesta que les llena de vida; Jesús siempre nos ofrece su vida y su salvación. Puede ser que en ocasiones nos podamos quedar en cosas superficiales o que tienen menor importancia, pero siempre Jesús nos irá conduciendo a que encontremos lo mejor.
Sentían admiración por Jesús, por los milagros que hacía, pero ahora con este milagro que va a realizar no solo les va a mostrar su poder, sino que nos querrá conducir  a la gracia verdadera, al alimento que nos llene en plenitud.  Este milagro que ahora vemos realizar a Jesús va a tener su continuación en lo que luego va a suceder en la sinagoga de Cafarnaún y lo que Jesús allí nos va a decir, que seguiremos escuchando en los próximos días. 
Nos puede ayudarnos a hacer una mirada a nuestra vida de hoy y lo que sucede en nuestra sociedad actualmente y en lo que nosotros nos podríamos comprometer. Allí hay una multitud hambrienta, como podemos ver a nuestro alrededor tantos sufrimientos, tantas personas que carecen de lo necesario para vivir con dignidad su vida. Jesús nos está enseñando a mirar a nuestro alrededor para detectar los problemas, para que tomemos conciencia de lo que es la realidad que nos rodea, para que al fin nos lleguemos a sentir comprometidos.
‘¿Con qué compraremos panes para que coman estos?’ le preguntaba Jesús a Felipe como  nos podrá estar preguntando a nosotros qué es lo que podríamos hacer cuando vemos tanto sufrimiento a nuestro alrededor, tantas carencias y tantas necesidades. No somos ajenos a cuanto sucede a nuestro lado, a cuanto sucede en el mundo en que vivimos; tenemos que sentirnos responsables. Felipe le respondió a Jesús que el problema era grande y grandes habían de ser las soluciones, pero no tenían medios para encontrar ese remedio y solución allí donde estaban.
¿Será algo así lo que nosotros respondamos porque pensemos que el problema escapa a nuestras manos o porque pensemos que son otros los que tienen que buscar la solución? No nos podemos quedar cruzados de brazos porque pensemos que los problemas nos excedan y de entrada no encontremos solución.
Pero Jesús quiere contar con nosotros pero quiere que nosotros siendo sus manos y sus brazos que los extendamos hacia los demás también seamos capaces de buscar colaboración. ‘Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces; pero, ¿qué es esto para tantos?’ Será pequeño el grano de arena que se nos pueda ofrecer pero hemos de saber aceptarlo porque ese grano puede crecer y puede multiplicarse. Es lo que ahora va a suceder. Porque partiendo de nuestra disponibilidad generosa el actuar cosas maravillosas queda en las manos de Dios. Y nosotros somos unos instrumentos.
¿Nos sobrepasa la cantidad de sufrimientos o carencias que vemos en nuestro mundo? La solución no está en volver la cara hacia otro lado sino en poner manos a la obra. Cuánto podemos hacer porque nuestros pequeños gestos pueden despertar un río grande de solidaridad para que entre todos podamos ir dándole luz de vida a nuestro mundo. Y no podemos desperdiciar ningún pequeño gesto ni el más sencillo impulso que sintamos en nuestro corazón. Jesús no quiere que nada se desperdicie porque mandará incluso que se recojan lo que parecen las sobras para que también otros puedan comer. ‘Recogieron y llenaron doce canastas de pan con lo que había sobrado de los que habían comido’.
Cuántos despilfarros en tantas cosas y momentos contemplamos en nuestro mundo y luego decimos que la humanidad es grande y el mundo no puede generar lo suficiente como para resolver todos los problemas; pero despilfarramos en lugar de aprovechar el más mínimo grano que podamos tener en nuestras manos.
Cuantas cosas nos puede decir este evangelio. Cuánto es lo que podemos hacer para que nuestro mundo sea mejor; cuánto está en nuestras manos para mitigar el sufrimiento que amarga el corazón de tantos a nuestro alrededor. Hoy Jesús nos enseña a mirar y nos está diciendo que no podemos cruzarnos de brazos.

jueves, 1 de mayo de 2014

El trabajo que nos dignifica es bien y desarrollo de toda la humanidad



El trabajo que nos dignifica es bien y desarrollo de toda la humanidad

Gen. 1, 26-2, 3; Sal. 89; Col. 3, 14-15.17.23-34; Mt. 13, 54-58
El misterio de la Encarnación y de la Redención, centro y eje de nuestra fe, nos vienen a manifestar cómo Dios se acerca de tal manera a su criatura, el hombre, que quiere asumir nuestra propia vida humana en todas sus realidades para ayudarnos a descubrir la dignidad y grandeza de que El nos ha dotado, pero además quiere restaurar lo que con nuestro pecado habíamos empañado esa dignidad y grandeza.
Todo lo humano es fruto del amor de Dios que nos ha creado, pues toda la creación es la obra del amor de Dios que, por así decirlo, se sale de si mismo y realiza toda la maravilla de la creación, pero      que como rey de esa creación ha puesto el ser humano con toda su dignidad.
La sagrada Escritura nos enseña cómo hemos sido creados a imagen y semejanza del Creador, lo que viene a significar nuestra dignidad y grandeza más profunda; pero toda esa obra de la creación Dios la ha puesto en las manos del hombre para que desde su inteligencia y voluntad, con su trabajo vaya prolongando esa creación en el desarrollo que para bien del mismo hombre y que desde esa fuerza y esa vida que Dios ha puesto en el ser humano podemos realizar.
El trabajo viene a expresar esa dignidad y esa grandeza; es la riqueza de la vida del hombre y no hablamos sólo desde un sentido económico, sino por cuanto ayuda al propio desarrollo del hombre. Nunca el trabajo o la manera de realizarlo tendría que mancillar esa dignidad humana, sino todo lo contrario por el trabajo lograr la mayor grandeza del hombre.
Todo lo que sea procurar ese bien de la persona humana y cuidar su propia dignidad es proclamar al mismo tiempo la gloria del Señor. ‘Todo lo que de palabra o de obra realicéis, nos dice el apóstol san Pablo, sea en nombre de Jesús, ofreciendo la acción de gracias a Dios Padre por medio de él’. Lo que algunos santos nos han traducido en una frase como un lema: ‘todo para la mayor gloria de Dios’. Es lo que tenemos que buscar siempre con el desarrollo de todo ser humano en la realización de su trabajo. Y esto siempre con todo trabajo, en cualquier trabajo realizado siempre con dignidad.
Hablábamos al principio del misterio de la Encarnación y de la Redención. Dios que se encarna y se hace hombre asume toda nuestra vida humana también con sus trabajos, sacrificios y alegrías. Lo que viene a expresar su sentido más profundo, como decíamos. Pero Dios se ha encarnado para redimirnos; y en ese sentido de redención El viene a purificar todo lo que hemos manchado nuestra vida cuando hemos dejado meter en ella el egoísmo y la maldad humana; el trabajo al que desde el egoísmo de los hombres hemos mancillado en su dignidad, en la dignidad de las personas que lo realizan, viene a ser redimido también con la presencia de Jesús, el Hijo de Dios en medio de nosotros.
Así lo contemplamos en el hogar y en el trabajo de Nazaret, como el hijo del carpintero como lo llamaban sus convecinos. Trabajando Cristo con sus manos nos viene a enseñar el valor de nuestros trabajos, pero viene también a redimirlos para darles también un valor y un sentido sobrenatural y de gracia, como todo lo que sale de las manos o del corazón de Cristo. 
Nos estamos haciendo esta reflexión, cuando la Iglesia en este día primero de mayo, en que en nuestra sociedad se celebra el día del trabajo muchas veces sólo desde el aspecto de las reivindicaciones aunque pienso que tendría que ser algo más, nos presenta a san José Obrero para nuestra celebración y para nuestra consideración. Tendría que ser algo más porque esta fiesta del trabajo podría ser el momento en el que valoráramos y destacáramos cuanto con nuestro trabajo en el desarrollo de nuestro ser más profundo vamos logrando cada día para el bien y el desarrollo de toda la humanidad. Es lo que en verdad tendríamos que celebrar, lo que tendría que llevarnos a la verdadera fiesta del trabajo.
Celebrar a san José como Obrero, es contemplarlo en aquellas labores y trabajos humanos que hubo de realizar para el sostenimiento de aquel hogar de Nazaret pero también como cauce y expresión de su propio desarrollo humano y personal. En aquel hogar, en aquel taller de Nazaret estaba Jesús, el Hijo de Dios que se había encarnado, y participaría también de esas labores y trabajos con sus propias manos y con el desarrollo también de sus cualidades y valores como persona. Esa presencia de Jesús nos santifica y santifica nuestro trabajo.
Decíamos que Cristo con su redención quiere dar a toda la actividad humana un valor y un sentido sobrenatural y de gracia; es que toda la actividad que el hombre ha de realizar puede convertirse en un camino para nuestra propia santificación personal. Es lo que contemplamos en San José, a quien hoy miramos bajo ese prisma de obrero. Es el ejemplo que contemplamos en Jesús trabajando junto a san José en aquel hogar y en aquel taller de Nazaret.
Todo siempre para la mayor gloria de Dios, para el bien y para la santificación del hombre, de todo hombre.

miércoles, 30 de abril de 2014

Jesús es la expresión suprema del amor de Dios y en El ponemos toda nuestra fe y nos iluminamos con su luz



Jesús es la expresión suprema del amor de Dios y en El ponemos toda nuestra fe y nos iluminamos con su luz

Hechos, 5, 17-26; Sal. 33; Jn. 3, 16-21
Jesús es la expresión suprema del amor de Dios Padre a los hombres. ¿Queremos saber cuanto nos ama Dios? Miremos a Jesús. ¿Queremos saber hasta donde llega el amor que Dios nos tiene? Detengámonos ante la cruz de Jesús y podemos comprender la medida del amor de Dios que así nos entregó a su Hijo hasta llegar a morir por nosotros en la cruz. ¿Queremos conocer a Dios y ver de forma palpable ese amor de Dios? Conozcamos a Jesús porque conociéndole a El conoceremos todo el misterio de Dios, viéndole a El estaremos mirando a Dios.
‘Quien me ve a mi, ve al Padre’, respondió Jesús cuando uno de los apóstoles al oírle hablar del Padre le pidió que le mostrara al Padre que eso les bastaba. Por eso ponemos toda nuestra fe en Jesús, que es poner toda nuestra fe y nuestro amor en Dios.
Es lo que nos viene a decir hoy el Evangelio y que tantas veces habremos repetido y meditado. ‘Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en El, sino que tengan vida eterna’.
Queremos creer en Jesús. Y si ponemos toda nuestra fe y nuestra confianza en El, estamos seguros de su salvación,  porque así de generosamente infinito es el amor que Dios nos tiene. ‘Para que no perezca ninguno de los que creen en El’. Es lo importante, nuestra fe en Jesús. El no vino a condenarnos sino a salvarnos; El lo que quiere es que tengamos vida eterna.
¿Cómo es nuestra fe? ¿Cómo y en qué ha de manifestarse? Creer en Jesús es dejarnos iluminar por su luz, de manera que cualquier otra luz nos sabe a oscuridad. Iluminados por Jesús nuestras obras tienen que ser las del amor. Lo contrario sería muerte, sería oscuridad. Iluminados por Jesús y reflejando las obras del amor estará lejos de nosotros el pecado, el mal. Son incompatibles las tinieblas del pecado con la vida de Jesús y su luz.
Pero aquí está nuestra gran tentación, preferir las tinieblas a la luz, no dejar que nos ilumine esa luz de Jesús. El evangelio de Juan nos lo viene diciendo desde el principio. ‘La Palabra era la luz verdadera que con su venida ilumina el mundo… en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres… la luz resplandece en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron’.
Esa es la tentación y ese es nuestro pecado que nos condena. ‘La luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas, pues el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz…’
Creo que todo esto que estamos reflexionando que es tan hermoso tendría que hacernos pensar mucho. Tendría que ser una llamada de atención muy fuerte para que estemos vigilantes. Hemos vivido momentos muy intensos espiritualmente en los pasados días de la Semana Santa y de la Pascua. Pero somos muy humanos y tenemos la tendencia a que cuando pasan esos momentos fuertes e intensos, luego fácilmente bajemos la guardia, nos aflojemos. Es en lo que tenemos que tener cuidado. Lo que hemos vivido y celebrado con tanta intensidad tiene que ser un verdadero motor para nuestra vida cristiana, para seguir viviendo con autenticidad nuestra fe y nuestra vida  cristiana.
Es la llamada que podemos sentir del Señor a través de lo que en su Palabra seguimos escuchando en estos días. Que no se afloje nuestra fe y nuestro amor para que vivamos siempre la salvación del Señor en nuestra vida, para que así por esa fe que ponemos en Jesús podamos alcanzar la vida eterna. ‘Para que no perezca ninguno de los que creen en El’, como nos decía hoy el Evangelio. No temamos acercarnos a la luz ‘para que se vea que nuestras obras están hechas según Dios’.

martes, 29 de abril de 2014

La contemplación del misterio de la pasión inflame nuestro corazón de deseos de Dios

La contemplación del misterio de la pasión inflame nuestro corazón de deseos de Dios

1Jn. 1, 5-2, 2; Sal. 148; Mt. 11, 25-30
¿Cómo podemos conocer a Dios? ¿Cómo podemos llegar a toda la hondura y profundidad de su misterio? Ciertamente el hombre en lo más intimo de sí mismo, aunque algunas veces no quiera reconocerlo, siente deseos de Dios, porque siente deseos de plenitud, de perfección, de algo grande, vamos a decirlo así, que sacie su sed más profunda. Pero Dios nos sobrepasa porque ¿quiénes somos nosotros ante la inmensidad de Dios? Pero hemos de reconocer, desde nuestra fe, que esa ansia de Dios, esa sed de Dios que sentimos en lo más hondo de nosotros mismos, es Dios mismo quien la ha puesto en nuestro corazón, quien la ha suscitado en nuestro espíritu.
Pero no podemos acudir a Dios de cualquier manera ni con cualquier actitud.  Primero porque nunca el conocimiento que podamos tener de Dios es cosa de nuestra sabiduría humana, sino que es revelación que Dios quiere hacernos de sí mismo. Es cierto que nos ha dado inteligencia y saber en la dignidad de la que nos ha dotado desde la creación, pero es Dios quien se nos revela para que podamos conocerle; pero conocerle no es como apoderarnos de Dios sino es más bien llenarnos de El, de su vida,  de su Espíritu que El quiere concedernos.
Y luego no podemos acercarnos a Dios desde nuestros orgullos y autosuficiencias, sino siempre con espíritu humilde, de apertura humilde de nuestro corazón para acoger ese misterio que se nos revela y se nos da, porque al revelársenos nos hace participes de su misma vida, de su Espíritu, de su Sabiduría eterna e infinita.
Es lo que hoy escuchamos en el evangelio. Jesús da gracias al Padre porque se ha revelado y se ha manifestado no a los grandes y poderosos, no a los que se creen sabios y se llenan de orgullo y autosuficiencia, sino a los que humildes y sencillos se acercan con amor a Dios. ‘Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla’.
¿Quiénes son los que acogieron y aceptaron a Jesús? Primero serían los pobres pastores de Belén los que van a recibir el anuncio del ángel, y luego a través de todo el evangelio veremos que son los pequeños, los pobres, los humildes los que serán capaces de descubrir las maravillas de Dios que se manifiestan en Jesús. Si alguien que pudiera estar en un estadio de mayores conocimientos se acercara a Jesús lo haría, como lo hizo Nicodemo, que era maestro en Israel, con espíritu humilde y siempre queriendo dejarse sorprender por las maravillas de Dios.
Cuánto nos enseña todo esto para nuestra vida y para nuestros deseos de acercarnos a Dios para conocerle más y para vivirle mejor. Pero nos estamos haciendo esta reflexión a la luz de la Palabra de Dios hoy proclamada en la fiesta de santa Catalina de Siena. ¿Quién fue Catalina de Siena? Alguien que con corazón de pobre y desde la humildad y sencillez, desde la pequeñez de su vida supo abrirse a Dios y así se pudo llenar de Dios. Era una mujer casi analfabeta - muchas de sus cartas y escritos simplemente los dictaba porque pocos eran sus conocimientos en escrituras y ciencias humanas - y sin embargo hoy la consideramos una doctora de la Iglesia. Abrió su corazón a Dios y Dios se le reveló con una altura mística que le hace meterse en el misterio de Dios; se dejó conducir por el amor del Señor y fueron muchas las cosas que hizo a favor de la Iglesia y de la reconciliación de los hombres de su tiempo.
‘Hiciste arde a Santa Catalina de amor divino en la contemplación de la pasión de tu Hijo’, hemos rezado en la oración. La contemplación de la pasión de Jesús le hizo, sí, arder con ardores místicos su corazón. Desde muy niña se unió a la Orden Tercera de Santo Domingo, y ahí creció en espiritualidad y en amor a Cristo y a la Iglesia.
Esa fue su otra gran pasión, el amor a la Iglesia. Vivió en momentos difíciles para la Iglesia, cuando el Papa no residía en Roma sino en Avignon en Francia, influenciado por poderes humanos y políticos. Luchó fuertemente para que el Papa volviese a Roma buscando la reconciliación y el encentro lleno de paz de los diversos grupos que había entonces en la Iglesia que la hacían andar dividida llegándose entonces al tristemente llamado Cisma de Occidente.
Por ello entregó su vida hasta enfermar, muriendo muy joven, a los treinta y tres años, viendo ciertamente al Papa establecido en Roma, aunque surgía al mismo tiempo el cisma y la división por otros lugares. En ese mismo sentido quiso ser puente de reconciliación entre los diversos pueblos de Italia que andaban también llenos de divisiones y enfrentamientos.

Que crezcan nuestros deseos de conocer más y más el misterio de Dios; pero que sepamos acudir a Dios siempre con corazón humilde y sencillo. Que se inflame más y más nuestro corazón en el amor de Dios contemplando el misterio de su pasión para que crezcamos más en nuestros deseos de santidad y en nuestro espíritu de servicio. Que aprendamos de santa Catalina de Siena a amar cada día más a la Iglesia y con su ejemplo siempre seamos instrumentos de reconciliación y de unidad entre nuestros hermanos.

lunes, 28 de abril de 2014

Una espiritualidad de humildad, pobreza y servicio en el estilo de Belén y de la Cruz

Una espiritualidad de humildad, pobreza y servicio en el estilo de Belén y de la Cruz

Is. 58, 6-11; Sal. 111; Ef. 3, 14-19; Mt. 25, 31-46
‘Venid, benditos de mi Padre, dice el Señor; tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del  mundo’. Lo hemos escuchado en el Evangelio. Lo hemos proclamado con el aleluya. Y fue lo que escuchó el Santo Hermano Pedro la hora de su muerte. Ojalá pudiéramos nosotros escucharlo un día; en esa esperanza vivimos; en esos afanes queremos caminar en el espíritu de humildad y servicio; es lo que queremos pedir a la intercesión del Hermano Pedro por nosotros.
Una vida dedicada al servicio de los más pobres viviendo en la más profunda pobreza evangélica queriendo en todo momento sentir y seguir la llamada del Señor. Eso fue la vida del Hermano Pedro. Ese fue el camino de santidad que recorrió. En la espiritualidad de la humildad y de la pobreza de Belén y de la Cruz fundamentó su vida. Ese fue su camino de santidad que tan luminoso brilla para nosotros.
Pobre nació el Hermano Pedro en nuestras tierras del sur de nuestra Isla, en las alturas de Vilaflor dedicando los primeros años de su vida al cuidado de sus rebaños en aquellas bandas del sur, como decimos en expresión canaria para referirnos a aquella parte de la isla. Pronto floreció en él una piedad sincera con una devoción grande a la Eucaristía y desde donde fue sintiendo que el Señor le llamaba a algo distinto. Un familiar suyo religioso hablaba de las tierras de América, en concreto de Honduras, y sintió en su corazón la llamada del Señor. Rezó, meditó en su corazón tratando de discernir lo que le pedía el Señor, escucha voces amigas que le van reflejando lo que es la voluntad del Señor para su vida y embarca para aquellas tierras americanas. 23 años tenía cuando llegó a Cuba.
Las travesías eran largas y fatigosas en aquellos tiempos, no llegando en ocasiones al lugar que se tenía como meta. Por eso recala en Cuba, donde permanece dos años siempre con el deseo de poder llegar un día a Honduras, que era su meta. Lo intenta, se enferma y al final puede llegar maltrecho y enfermo. Al llegar a tierra donde es atendido oye hablar de Guatemala y ahora será su meta, hasta que logra llegar a la ciudad de Santiago de los Caballeros (hoy Antigua Guatemala), donde pronto comenzará su labor, siempre escuchando en su corazón lo que el Señor le iba inspirando a través de los mismos acontecimientos.
Siempre dejándose guiar por su confesor y consejeros espirituales allí se afianza su voluntad de dedicarse a los  más pobres y necesitados. Intenta hacerse sacerdote, pero la dificultad de los latines, necesarios para sus estudios teológicos, le hace desistir. Viste el hábito de la Tercera Orden Franciscana Seglar, siendo sacristán del convento y teniendo oportunidad de dedicarse a la oración y penitencia y a la práctica de las obras de misericordia.
Pronto le veremos atendiendo a los más pobres, visitando a los enfermos en los hospitales y recogiendo a los enfermos convalecientes que ya nadie quería en ningún sitio. Pronto en el entorno de la Casita de la Virgen que ha levantado con los medios más pobres y ha dedicado a la Virgen de Belén da catequesis a los niños, crea una escuela de alfabetización y se crea el refugio de los convalecientes, siendo como el primer hospital de convalecientes que se construye en aquellas tierras.
Su confianza la tiene siempre puesta en la providencia de Dios y recurre a la generosidad de las familias más acomodadas para obtener, pidiendo limosna, los recursos necesarios para atender a los pobres. Se le unen otras personas que con ese mismo espíritu de pobreza y disponibilidad para Dios irán formando el embrión de lo que sería la Orden de Belén, que recibiría la aprobación de la Iglesia después de su muerte.
La espiritualidad del Hermano Pedro se centra en la pobreza y humildad del misterio de Belén y del Misterio de la Cruz, y en la Eucaristía desde toma toda la fuerza de la gracia para vivir su entrega y su amor. Como diremos en una de las oraciones de la liturgia de esta fiesta ‘hizo de la Eucaristía la fuente de un profundo espíritu de humildad, pobreza y servicio’. Vivió el hermano Pedro ‘el misterio de Cristo Redentor en la pobreza de Belén y de la Cruz’ y es para nosotros ejemplo de cómo hemos de impregnarnos del espíritu de la pasión de Jesús para poder llegar a vivir en ese espíritu de servicio con una auténtica caridad fraterna.

Murió joven, a los cuarenta y un años de edad; sólo 18 años vivió en América pero dejó una huella profunda y es para nosotros un hermoso ejemplo de santidad desde esa espiritualidad profunda que él vivió en el espíritu de pobreza y humildad que podemos contemplar en Belén y en la Cruz. Es el camino de la entrega, es el camino de la pascua, es el camino del amor donde aprendemos a morir a nosotros mismos para vivir siempre para Dios.

domingo, 27 de abril de 2014

Cristo resucitado en medio de nosotros despierta nuestra fe para que nosotros contagiemos de esa fe a nuestro mundo



Cristo resucitado en medio de nosotros despierta nuestra fe para que nosotros contagiemos de esa fe a nuestro mundo

Hechos, 2, 42-47; Sal. 117; 1Pd. 1.3-9; Jn. 20, 19-31
La pregunta podríamos hacérnosla de diversas formas aunque en el fondo viene a ser lo mismo. ¿Qué nos ofrece el Evangelio? ¿para qué leemos nosotros el Evangelio? ¿qué es lo que vamos a buscar cuando nos acercamos a las páginas de la Biblia? ¿unas bonitas y aleccionadoras historias?
Sin mermar en lo más mínimo incluso su belleza literaria, sin embargo no nos podemos quedar en esto cuando nosotros acudimos a las páginas de la Biblia. No son simplemente bonitas historias lo que nos quiere trasmitir. Tenemos que reconocer que para nosotros es la Gran Noticia, la más grandiosa noticia que podamos escuchar. Una Buena Nueva a la que no nos podemos acostumbrar, porque caeríamos en una absurda y maléfica rutina, y que entonces le haría perder su más valioso sentido.
Una grandiosa noticia, por supuesto, que sólo desde la fe podremos descubrir y una grandiosa noticia que a la fe siempre nos tiene que conducir. Una grandiosa noticia que para nosotros es vida y nos llena de vida. Una grandiosa noticia que siempre tiene que producir en nosotros un impacto grande que nos llene de admiración y provoque en nosotros siempre cantos de alabanza al Señor.
Fijémonos en cómo termina hoy el texto del Evangelio, que viene a ser también el final del Evangelio de san Juan. ‘Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de sus discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre’.
¿Dónde está el centro, el meollo de esa Buena Noticia? Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, Cristo resucitado es la gran noticia que nos convoca, que nos llama y nos invita, que transforma nuestra vida, que nos llena de esperanza, que nos pone en camino, que nos llena de salvación y que nos hará que siempre tengamos que ser mensajeros de esa salvación para los demás, para el mundo que nos rodea. Lo hemos venido repitiendo estos días. Cristo es nuestra salvación y la salvación de nuestro mundo. Es la buena noticia que recibimos y la Buena Nueva que hemos de saber trasmitir.
En esta octava de Pascua el Evangelio nos habla de resurrección. Cristo resucitado que se manifiesta a los discípulos encerrados en el Cenáculo. Y decimos encerrados, porque ya el evangelista se ha encargado de decirnos claramente que están con las puertas cerradas por miedo a los judíos. ‘El día primero de la semana… entró Jesús y se puso en medio, y les dijo: Paz a vosotros’. Es el saludo de Cristo resucitado. Que no son sólo sus palabras, que es su presencia la que los llena de paz y en consecuencia de alegría. ‘Se llenaron de alegría al ver al Señor’.
¿Lo esperaban? ¿habían creído las noticias que habían traído las mujeres en la mañana que habían ido al sepulcro y lo habían encontrado vacío hablando de apariciones de ángeles? Allí está Jesús. No se lo terminan de creer. Como nos sucede a nosotros en tantas ocasiones que la fe se ha puesto a prueba o se ha debilitado. ‘Les enseñó las manos y el costado’. Podrían palpar si querían. En el relato de los otros evangelistas decía que creían ver un fantasma. San Lucas nos dirá que comió con ellos.
Pero la presencia de Jesús es mucho más. ‘Exhaló su aliento sobre ellos’ y les dio su Espíritu.  Ya para siempre podrían seguir sintiendo y viviendo su presencia. Presencia que les llenaba de paz y de gracia; presencia del Espíritu que haría presente para siempre lo que era la misericordia del Señor; había derramado su sangre para el perdón de los pecados; ese perdón y esa misericordia de Dios a través de ellos tendría que seguir haciéndose presente en medio del mundo.
Esa había de ser la Buena Noticia que se ha de seguir llevando al mundo. Por eso Jesús los envía. ‘Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo’. Y enviados por Jesús todos han de tener noticia de la salvación, todos podrán acceder a ese perdón y a esa gracia que El nos ha ganado derramando su sangre, dando su vida por nosotros.  Es  la tarea de la Iglesia; es la tarea de cuantos creen en Jesús. Y la Iglesia ha de mostrarse como madre de misericordia, porque para siempre ha de hacer presente esa misericordia y ese perdón de Dios para todos los hombres. Y es de lo que todos nosotros tenemos que ser signos para los demás, para nuestro mundo, llenando nuestras entrañas de esa misericordia divina, para que aprendamos también a querernos y aceptarnos, a perdonarnos y ayudarnos, a caminar como hermanos que se quieren y actuar siempre con verdadera misericordia en el corazón hacia los demás. Así seremos signos de esa presencia misericordiosa de Dios en medio del mundo.
Siguiendo el relato del evangelio pudiera parecernos que aparece una sombra porque Tomás duda, no quiere creer y pide pruebas. ‘Tomás, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús’. Los discípulos le trasmiten la noticia, ‘hemos visto al Señor’, pero él pide pruebas: ‘si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no creo’.
Jesús, por así decirlo, acepta el reto de Tomás, porque ‘a los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos, y llegó Jesús, estando también cerradas las puertas, y se puso en medio’, saludándolos también con el saludo de paz. ‘Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente’. Pero Tomás terminó confesando su fe en Jesús: ‘¡Señor mío y Dios mío!’
Las dudas de Tomás nos sirvieron para disipar nuestras dudas; la confesión de fe de Tomás nos enseña a confesar nosotros también la fe reconociendo en verdad a Jesús como nuestro Señor y como nuestro Dios. Las reticencias de Tomás nos enseñan a nosotros a dejarnos conducir, a creer en los testigos de la fe, a descubrir también cuántos a nuestro lado confiesan valientemente su fe aunque les sea duro.
El entusiasmo con que el resto de los discípulos trataban de convencer a Tomás animan nuestros entusiasmos, nos hace también a nosotros valientes y decididos para mostrarnos en verdad como testigos del amor y de la misericordia frente al mundo que nos rodea. Siendo verdaderos testigos será cómo podemos convencer al mundo. No podemos conformarnos con los que somos sino que tenemos que tenemos que tener el arrojo y la valentía de ir a mostrar al mundo esa Buena Noticia de la misericordia, de la paz, del amor a través de nuestras obras, de nuestras actitudes, de nuestros comportamientos, también de nuestras palabras.
Así crecerá en nosotros la fe, pero así despertaremos la fe en cuantos nos rodean. Hoy tenemos que ser nosotros evangelio de misericordia y de amor a través de nuestra vida para que el mundo llegue a conocer a Jesús y el mundo crea y el  mundo pueda alcanzar la salvación. Recordemos el testimonio que se nos ofrece de las primeras comunidades cristianas. Las obras de la misericordia y del amor con que nos manifestamos han de ser sacramento de Dios para cuantos nos rodean. Los signos de amor y de comunión que nosotros demos en nuestras comunidades serán señales para nuestro mundo de la salvación de Dios.
Quienes nos hemos visto inundados de esa misericordia de Dios cuando el Señor nos ha visitado y nos ha regalado su perdón a nuestros muchos pecados no podemos menos que trasmitir ese evangelio, esa buena noticia del amor de Dios a los demás para que lleguen también a alcanzar esa salvación de Dios. No nos vale que nos quedemos con las puertas cerradas y llenos de miedo en el corazón cuando Cristo ha llegado a nuestra vida con su paz. Esas puertas y esas barreras tienen que saltar para que todos puedan conocer la salvación de Dios. Jesús tiene que ponerse también en medio del mundo para llenarlo de paz, pero eso va a depender de nosotros, que con nuestra vida lo hagamos presente.