sábado, 28 de septiembre de 2013

El valor de toda vida aunque esté crucificada por el sufrimiento lo encontramos en Jesús

Zac. 2, 1-5.10-11; Sal.: Jer. 31, 10-13; Lc. 9, 44-45
A algunos les podría parecer que Jesús es un aguafiestas. Puede parecer vulgar la expresión pero sería la forma de ver algunos lo que nos narra hoy el evangelio en estos breves versículos que hemos escuchado. ‘Entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres’.
A nosotros que lo escuchamos hoy, cuando tantas veces hemos reflexionado sobre los anuncios que Jesús les iba haciendo de lo que había de sucederle en Jerusalén, nos pueden parecer palabras normales. Pero hemos de ponernos en la piel de los discípulos que seguían a Jesús en aquellos momentos y cuya fe iba madurando poco a poco y aún no lo tenían todo claro sobre lo que era y significaba Jesús en sus vidas.
Cuando están entusiasmados por la admiración que Jesús va suscitando entre las gentes, viene a hablarles de entrega y de muerte. Como se suele decir, les cayó como un jarro de agua fría. ‘No entendían este lenguaje’, dice el evangelista. Y aún más, ‘les daba miedo preguntarle sobre el asunto’. Su fe se ha de ir purificando al mismo tiempo que madurando más y más. Jesús los está preparando para que lo comprendan todo, pero aún ellos han de pasar por muchos momentos oscuros, como cuando llegue la hora de la pasión.
‘No entendían… les daba miedo preguntarle…’ Pero ¿no  nos sucede muchas veces algo así a nosotros? O quizá cuando surge la pregunta, aparece llena de rebeldía, de amargura y dolor en el alma. No es fácil meterse en el misterio de la cruz, de la pasión, del dolor, del sufrimiento, de la muerte. Cuando en la vida nos tenemos que ir enfrentando a esas realidades, bien nos cuesta aceptarlo.
Y no es cuestión de resignación porque no queda más remedio. Sería cuestión de encontrar un sentido y un valor. Pero no siempre es fácil. Cuando nos llega la enfermedad, cuando surge un accidente que nos deja marcados de por vida, cuando vemos el sufrimiento de seres inocentes a nuestro lado, cuando aparecen problemas que nos resultan irresolubles, cuando nuestra mente se va oscureciendo y nuestro cuerpo ya no nos responde, aparecen preguntas a las que no sabemos dar respuesta, nos vemos impotentes para enfrentarnos a esas situaciones o nos parece sentirnos abandonados de todo y de todos.
Para qué valemos se preguntan algunos desde sus sufrimientos o desde las discapacidades que nos aparecen en la vida; qué valor o utilidad puede tener la vida de una persona en esa situación, se preguntan muchos como si el valor de la persona lo tuviéramos que medir siempre desde las ganancias materiales. La vida de cada ser humano es mucho más valiosa en si mismo, y más cuando la miramos desde el valor del amor que Dios ha puesto en ella.
Tenemos miedo de llegar a situaciones así, pero hemos de saber encontrar un camino, una luz que nos oriente y nos haga encontrar un sentido y un valor. Es aquí donde debe aparecer con fuerza nuestra fe para ser capaces de mirar a Jesús, sí, el Hijo del hombre que fue entregado en manos de los hombres y pasó por el camino de la pasión y de la cruz, que gritaba al Padre en su soledad pero que al final sabía ponerse en sus manos. No fue una entrega inútil y sin sentido; allí estaba la entrega del amor, porque aunque parecía que eran los hombres los que lo entregaban era El mismo quien se entregaba por amor y todo tuvo un sentido redentor.
Por eso, tantas veces decimos que hemos de fortalecernos en nuestra fe. Y fortalecernos en nuestra fe es querer conocer más y más a Cristo y el sentido y el valor de su vida, porque es en El donde vamos a encontrar ese verdadero sentido y valor de nuestra vida en todo momento, pero también cuando nos lleguen esos momentos duros del sufrimiento sea cual sea. No hemos de tener miedo de mirar la cruz de Cristo, porque así aprenderemos a no tener miedo de mirar nuestra cruz, nuestro dolor y sufrimiento de cada día, nuestra muerte, incluso.

Sigamos caminando tras Jesús, cargando con la cruz nuestra de cada día. Al lado de Cristo, con Cristo descubriremos su gran valor. 

viernes, 27 de septiembre de 2013

Una pregunta que nos hace Jesús pero cuya respuesta nos llevará a una vida nueva

Ageo, 23, 1-10; Sal. 42; Lc. 9, 18-22
Jesús pregunta: ‘¿Quién dice la gente que soy yo? Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?’ Es la pregunta de Jesús pero es la pregunta que todos se hacen ante Jesús. Que todos nos hacemos.
¿Quién es éste? Se preguntaban ante los milagros que realizaba, ante el mensaje que trasmitía, ante las obras que hacía. ‘¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?’, escuchábamos también ayer a Herodes que se preguntaba. Las respuestas como escuchamos ayer, como escuchamos hoy en la boca de los apóstoles, como escuchamos en labios de las gentes de los diversos lugares a través de las páginas del evangelio son diversas. Como diversas siguen siendo en el mundo de hoy, porque no siempre se tiene claro quién es Jesús.
Por las obras que realizaba las gentes de los tiempos de Jesús, como nos dice el evangelio, vislumbraban que algo de Dios estaba en El, porque de lo contrario no podría hacer las obras que El hacía, como decía Nicodemo. Otros hablarían de la visita de Dios a su pueblo y pensaban en un antiguo profeta que había vuelto con ellos, o en Juan Bautista más cercano y al que todos habían conocido que habría resucitado.
Algunos, por otra parte, no querrían aceptar de ninguna manera lo que se podía vislumbrar en Jesús y vendrían los rechazos, las preguntas maliciosas, los juicios retorcidos y hasta las condenas con lo que querrían acabar con Jesús. Como nos sigue sucediendo hoy ante el hecho religioso, ante la figura de Jesús o ante el servicio de la Iglesia; unos aceptan, reconocen, valoran a su manera o su forma de pensar, mientras otros hacen sus interpretaciones y sus juicios sin terminar reconocer lo sobrenatural que envuelve nuestra vida.
Era necesario algo más para descubrir quien era Jesús. Solo con los ojos de la fe pero abriendo mucho el corazón a Dios para dejarse conducir por su Espíritu es cómo podría reconocerse quien era. Será Pedro el que se adelantará como siempre para darnos una definición de Jesús. ‘Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías de Dios’.  Nos quedamos en la respuesta escueta que nos trae el evangelio de Lucas. Jesús no les permitió que divulgaran esa respuesta.
Se hacían interpretaciones también de lo que habría de ser el Mesías; algunos lo verían como un guerrero libertador de las opresiones del pueblo para realizar revoluciones que condujeran a la libertad. Movimientos en este sentido había ya en medio de ellos e incluso quizá hasta alguno de los apóstoles procediera de esas facciones. Y lo que Jesús venía a ofrecernos era algo mucho más hondo que no se podría quedar de ninguna manera en lo sociopolítico.
Sí, es el Mesías Salvador y liberador, pero querrá emplear mejor la expresión del profeta Daniel. Es el Hijo del Hombre, el que había anunciado el profeta que vendría entre las nubes del cielo, pero que sería también en imagen de otro profeta el Cordero llevado al matadero, el cordero inmolado en sacrificio y cuya sangre iba a ser redentora de toda la humanidad. ‘El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día’.
Les sería difícil entender y aceptar. Ya veremos en otros momentos las reacciones de los propios apóstoles ante palabras semejantes de Jesús. Pero ahí Jesús nos está dando la verdadera respuesta a la pregunta que El nos hacía o la pregunta que todos nos hacemos ante Jesús. ¿Quién es este que así se nos presenta? ¿Cuál es el verdadero sentido de su vida? ¿Qué significará entonces que nosotros le aceptemos por la fe para poder conocerle de verdad?
Porque conocer a Jesús será llegar a vivir a Jesús; vivir su vida, la misma que El vivió en su entrega y en su amor; vivir su vida, haciéndonos semejantes a El, para seguir sus mismos pasos, para configurarnos con El y para con El llegar a ser también hijos de Dios. Es importante la respuesta que demos desde la fe, que no solo son palabras, porque nuestra vida se transformará y porque ya desde entonces hemos de vivir una nueva vida, porque hemos de vivir para siempre como hijos de Dios.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Nuestros deseos de ver a Jesús que hemos de purificar

Ageo, 1, 1-8; Sal. 149; Lc. 9, 7-9
‘Y Herodes tenía ganas de verlo’, termina diciéndonos hoy el evangelista. Estaba oyendo hablar de Jesús por todas partes. Como era normal para quienes detentaban el poder de todo se enteran y es normal que llegara a sus oídos las andanzas de aquel predicador, profeta o presunto Mesías que recorría los caminos de Galilea, su reino, predicando y anunciando un reino nuevo.
Pero las referencias que le llegan de Jesús son diversas, como diversas eran las opiniones que se habían haciendo entre las gentes al escuchar a Jesús y ver sus obras. ¿Era Juan bautista que había resucitado? ¿Era uno de los antiguos profetas, como Elías, que había vuelto otra vez a profetizar en Israel? Las opiniones que llegan a oídos de Herodes no distan mucho de las respuestas que los apóstoles le dieron a Jesús cuando preguntó qué es lo que la gente pensaba de El, como hemos escuchado ya muchas veces.
Pero Herodes andaba incrédulo y perplejo. ‘¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?’ A Juan el Bautista lo había mandado decapitar él. Y lo de la resurrección de Juan no le entraba en su cabeza. No era solo como los saduceos que negaban la resurrección de los muertos y la existencia de los ángeles, como alguna vez hemos reflexionado, sino que quizá en su cultura grecorromana que se suponía en un rey que habría sido preparado para serlo, ya sabemos que los griegos tampoco aceptaban lo de la resurrección. Recordemos cuando Pablo hable en el Areópago de Atenas y anuncie a Cristo resucitado, que le responderán burlonamente que de eso de la resurrección ya les hablará otro día.
Pero Herodes tenía curiosidad por conocer a Jesús. ¿Qué había tras esa curiosidad? ¿Los deseos del poderoso que quiere saberlo todo y manipularlo todo? El evangelista decía que escuchaba con gusto al Bautista, pero al final se dejó seducir por su posición poderosa y lo mandó matar.
Los encuentros o las relaciones de Jesús con Herodes no fueron muy brillantes sino más bien siempre relacionadas con la muerte y con la pascua; y no  nos referimos ya a Herodes el grande que mandó matar a todos los menores de dos años en Belén y sus alrededores para quitar de en medio al recién nacido rey de los judíos que venían anunciando los Magos de Oriente.
En varias ocasiones aparecerá esa relación, no solo ahora, cuando le vienen a decir a Jesús que Herodes anda buscándolo para matarlo, y finalmente en medio de la pasión cuando Pilatos al enterarse que Jesús procedía de Galilea en su predicación se lo envió a Herodes porque estaba en Jerusalén por aquellos días con motivo de la pascua judía. Si cuando le dijeron que Herodes lo andaba buscando, responde Jesús con frases un tanto fuertes para manifestar que no le tenía miedo porque no había llegado su hora, cuando lo llevan a su presencia en medio de la pasión Jesús no le hablará ni responderá a nada de lo que le pide en los deseos de manipulación que siempre tienen los poderosos, lo que provocará que lo trate como loco y lo devuelva vestido de blanco a Pilatos.
¿Cuál era la curiosidad o los deseos verdaderos de conocer a Jesús que tenía Herodes? Ya vamos viendo por donde andan las cosas. Pero esto tiene que hacernos pensar de cara a nuestra propia vida. ¿Tenemos nosotros deseos también de conocer a Jesús? ¿Por qué lo buscamos? Algunas veces pudiéramos parecernos en algo a las intenciones ocultas que podía haber en el corazón de Herodes en su búsqueda de Jesús.
Tendríamos que ir a Jesús con un corazón lleno de rectitud y buen deseo para buscar no lo que a nosotros nos apetece sino lo que en verdad el Señor quiere darnos con su gracia. Buscamos a Dios y buscamos su amor; buscamos lo que es su voluntad y lo que son sus caminos. Tendríamos que saber descubrir la maravilla de su amor y de su presencia junto a nosotros en el camino de nuestra vida.
Muchas cosas quizá tendríamos que purificar en nosotros, en nuestros deseos, en nuestra búsqueda para que fuera de lo más auténtica y verdadera. No podemos pensar que vamos buscando ventajas humanas, la suerte como decimos. Que me saque la lotería, que tenga suerte, que gane mi equipo… cuantas cosas decimos o pedimos en este sentido muchas veces
Una vez una persona me decía que desde que decidió regularizar su vida, ponerse en regla en el cumplimiento de la ley de Dios, ahora todo le iba mal, le parecía que Dios no le estaba correspondiendo a aquel esfuerzo que estaba realizando en tratar de comportarse bien, porque Dios no lo escuchaba. ¿Qué podemos pensar? ¿Voy a ser bueno para así tener más suerte o las cosas me salgan siempre bien? ¿Por qué no pensamos que detrás de esos problemas o contratiempos que nos puedan ir surgiendo hay una gracia del Señor que no nos abandona aunque nos parezca que estamos solos o que está quizá purificándonos para algo grande que El quiera realizar en nosotros?

Nos daría para más extensas reflexiones, pero purifiquemos nuestro corazón para que busquemos en verdad a Dios. El nos dará respuesta. 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Nos ponemos en camino anunciando el Reino y manifestándolo en el amor

Esdras, 9, 5-9; Sal.: Tob. 13, 2-8; Lc. 9, 1-6
‘Se pusieron en camino… anunciando la Buena Noticia y curando por todas partes’. Lo hemos escuchado en el Evangelio; ahora mismo en el Evangelio que se nos ha proclamado y lo hemos escuchado muchas veces. Los discípulos se pusieron en camino; el que es discípulo ha de ponerse en camino; el que no es capaz de ponerse en camino no está siendo discípulo de verdad. Ser discípulo es caminar tras los pasos del maestro; discípulos de Jesús caminamos tras los pasos de Jesús y haciendo lo que hizo Jesús.
‘Reunió a los Doce y les dio poder y autoridad… luego los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos’. Lo que habían ‘recibido gratis, gratis habían de darlo’ a los demás, nos dirá en otra ocasión Jesús. Jesús nos llamó a ser sus discípulos y seguirle; nos invitó a participar del Reino de Dios que anunciaba y constituía y nos regaló su Palabra y su salvación.
De Jesús recibimos vida, luz, gracia porque recibimos el perdón, nos sentimos redimidos y perdonados de nuestros pecados, nos llena de vida para hacernos hijos de Dios; con Jesús entramos a formar parte del Reino de Dios viviendo ya algo nuevo y distinto porque reconocemos que Dios es el único Señor de nuestra vida y porque entramos en un nuevo estilo y sentido de relación con los demás; con la fuerza del Espíritu de Jesús que está en nosotros nos sentimos renovados totalmente, porque alejados del pecado para siempre queremos vivir la vida de la gracia y de la santidad. Todo esto ha sido una gran Buena Nueva para nosotros, ha sido Evangelio para nuestra vida.
Pero eso no nos lo podemos quedar para nosotros; seríamos egoístas lo que estaría muy lejos de ese estilo y sentido de vida nueva que Jesús nos ha ofrecido y nosotros queremos vivir. Por eso Jesús nos envía a hacer ese mismo anuncio, para que la esperanza de salvación llegue a todos los hombres; Jesús nos envía a ir realizando esa misma transformación en el corazón de todos los hombres, haciendo que el mal se aleje para siempre de nuestros corazones y de nuestro mundo.
Por eso nos envía, hemos de ponernos en camino. ‘Los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos… les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades… y ellos fueron anunciando la Buena Noticia y curando por todas partes’. Es la misión que nosotros hemos recibido. Es la tarea que tiene que realizar todo cristiano. La Buena Noticia de la Salvación no se la puede quedar para sí, ha de comunicarla, ha de hacer partícipes a todos de esa salvación. Tenemos el poder y la autoridad de Jesús de nuestra parte.
Lo que vamos a realizar no lo hacemos en nombre nuestro, o porque a nosotros nos guste, o solo allí donde nos sea fácil. Lo hacemos en el nombre de Jesús y en todas partes tenemos que hacer presente a Jesús aunque no siempre nos sea fácil. Tenemos su Espíritu que nos fortalece. No lo vamos a realizar con nuestros medios o a nuestra manera; no es la fuerza de los recursos humanos lo que hace el anuncio del Evangelio y lo que va a convencer a los demás. Es la fuerza de la gracia del Señor que se va a manifestar incluso en nuestra debilidad.
Por eso lo que se nos pide es disponibilidad para ponernos en las manos del Señor y con la fuerza del Señor cuando nos vayamos a poner en camino. Pueden resultar curiosas o extrañas las advertencias que Jesús les hace a sus enviados de no preocuparse ni por el bastón ni por la alforja, ni por el dinero o las cosas que podamos necesitar. Dios proveerá. Es el camino de Dios el que queremos hacer y Dios va con nosotros.
Es su gracia la que va a mover los corazones de los hombres a la conversión, a nosotros nos queda el anuncio de la Palabra y las obras del amor y la misericordia. Curar enfermos, nos dice. Cuántas cosas se encierran en esa palabra. Cuántas son las obras de la misericordia y del amor que podemos realizar. Serán los signos de la llegada del Reino de Dios; será un mostrar que el Reino de Dios se está realizando porque comienzan unas actitudes nuevas en nuestra vida, porque comienza a brillar con nuevo resplandor el amor, y la solidaridad, y la búsqueda del bien y de la justicia, la paz y la armonía entre todos porque ya habrán corazones siempre abiertos para acoger a los demás.

¿Qué nos queda que hacer? Ponernos en camino. 

martes, 24 de septiembre de 2013

Queremos ser la familia de Jesús: plantemos su Palabra en nuestra vida

Esdras, 6, 7-8.12.14-20; Sal. 121; Lc. 8, 19-21
Son apenas tres versículos el texto del evangelio de hoy. Pero qué riqueza más grande es para nosotros la Palabra del Señor, alimento de nuestra vida. No es un hecho anecdótico más lo que nos narra el evangelio. Se nos está manifestando todo un mensaje de salvación. Con fe siempre tenemos que acudir a la Palabra de Dios, escuchar lo que el Señor nos dice.
María, la madre de Jesús, y sus parientes que quieren llegar hasta Jesús. Hay mucha gente en torno a Jesús escuchando sus palabras. Pongamos si queremos un poco de imaginación y tratemos de representarnos la escena con la gente aglomerada en su entorno sin querer perder ni una sola de sus palabras. ¿Que alguien quiere acercarse más? Imposible, allí llevan mucho tiempo y con mucho ardor en su corazón escuchando las palabras de Jesús.
Pero alguien se ha dado cuenta de quienes han llegado y tratan de avisarle. ‘Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’. Y surge el mensaje de Jesús. ‘Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra’.
Nos recuerda de alguna manera el prólogo del evangelio de san Juan. Llega la luz y llega la vida. ‘La luz que ilumina a todo hombre… La vida era la luz de los hombres… vino a los suyos pero los suyos no lo recibieron… pero a cuantos le recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les da poder para ser hijos de Dios. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios…’
¿Quiénes son la familia de Jesús?  Jesús nos está hablando de una nueva familia, que ‘no ha nacido ni de sangre ni de amor carnal, ni de amor humano’. ¿Cómo se constituye esa nueva familia de los hijos de Dios? ‘Aquellos que creen en su nombre’, que decía en el evangelio de san Juan. ‘Aquellos que escuchan la Palabra de Dios, y la ponen por obra’, nos dice hoy Jesús en este texto del evangelio de Lucas.
Como todos comprendemos no es un rechazo de Jesús a María y a su familia en lo humano. Quiere más bien Jesús destacarnos cómo vamos a ser nosotros esa familia de Dios. María es la primera creyente, podemos decir muy bien, porque ella fue la primera que dijo sí a Dios y plantó la Palabra de Dios, el Verbo de Dios en su corazón y en su vida. Prestó incluso su cuerpo, podemos decir, para que en ella se encarnase la Palabra de Dios y naciese el Emmanuel, el Dios con nosotros.
Somos nosotros hoy, los que a imagen de María que va en búsqueda de Jesús, vayamos también buscando a Jesús. Como un signo el evangelio habla de un gentío que impedía acercarse a Jesús; nosotros podemos pensar en tantas cosas que nos pueden impedir acercarnos a Jesús y es algo que tenemos que estar revisando siempre. ¿Qué hay en mi vida que me impide llegar hasta Jesús? ¿Qué ruidos tenemos en el alma que nos ensordecen de tal manera que no escuchamos a Jesús, que no escuchamos la Palabra de Dios? ¿Qué apegos tenemos en el corazón que nos impiden llegar a poner en práctica, poner por obra, la Palabra que escuchamos de Jesús?
En María siempre hubo disponibilidad, generosidad en su corazón, apertura a Dios. Se hizo pequeña y humilde esclava para que se realizara en ella siempre la Palabra de Dios. ‘Aquí está la esclava del Señor’, exclamó ante el ángel de la Anunciación; ‘hágase en mí según tu palabra’. Dispuesta siempre a lo que era la voluntad del Señor que la levantará para hacer en ella cosas grandes, para realizar a través de ella maravillas de gracia para todos los hombres. Se rebajó y se hizo pequeña pero Dios la levantó.
Que esa sea nuestra disponibilidad; que así tengamos nosotros generosidad en nuestro corazón; que así abramos nuestra vida a Dios, aunque sintiéndonos pequeños, pero reconociendo el amor que el Seños nos tiene que nos hace llegar su gracia y su salvación y también hará cosas maravillosas en nosotros.
Seremos la familia de Jesús, somos los hijos de Dios porque queremos poner toda nuestra fe en El, porque queremos escuchar su Palabra, porque queremos ponerla por obra en nuestra vida. Saltemos los obstáculos que podamos encontrar porque sabemos que la gracia del Señor nos fortalece; liberémonos de ataduras y escuchemos allá en lo más hondo de nosotros mismos esa Palabra que hoy y aquí el Señor quiere decirnos.

Y como María digamos: ‘hágase en mi según tu palabra’.

lunes, 23 de septiembre de 2013

La alegría de la luz de la fe que llevamos con nosotros

Esdras, 1, 1-6; Sal. 125; Lc. 8, 16-18
¿Para qué queremos una lámpara si no queremos que ilumine? La luz no es un adorno sino una necesidad vital. No tiene sentido que tengamos una luz y la ocultemos, porque quizá no queremos que otros se aprovechen de esa luz; es como si tuviéramos conocimiento de cosas importantes y no queremos compartirlos porque los queremos para nosotros mismos de forma egoísta. La lámpara de luz no es para tenerla apagada y oculta sino para hacer que esa luz ilumine a todos, nos ilumine a nosotros pero también nos valga para iluminar a los demás.
Pero, me pregunto, ¿no nos puede estar pasando algo así a los cristianos? Tenemos la luz pero no vamos con ella a iluminar a los demás. Estaríamos ocultando esa luz cuando no manifestamos la alegría de tener la luz de la fe en nuestra vida y no la compartimos gozosos con los que nos rodean. Sería algo bien triste una actitud y una postura así. Efectivamente muchas veces no  nos manifestamos gozosos de nuestra fe, orgullosos de nuestra fe, con ganas de trasmitirla a los demás.
Creo que sería algo en lo que deberíamos trabajar más en nuestra propia vida fortaleciendo nuestra fe. Claro, tenemos que sentirnos nosotros iluminados, haber descubierto en esa fe el sentido y el valor de lo que vivimos y de lo que hacemos. Siento lástima cuando veo a personas que se dicen creyentes y hasta religiosos pero que no saben tener alegría en su vida y en su cara siempre están reflejando que no llevaran sino amarguras en su corazón. Algo está fallando en esas personas.
No podemos dar la sensación de amargura ni de tristeza por muchos que sean los problemas que podamos tener en la vida. La fe nos hace confiar en el Señor, poner en El toda nuestra esperanza, y sabemos que siempre hay una luz que nos ilumina, y no solo nos ilumina sino que caldea nuestro corazón sintiendo la fortaleza de la gracia del Señor. Tenemos que crecer en nuestra fe, alimentar esa fe. Recordemos que a las doncellas que esperaban con las lámparas encendidas se les apagaron porque no tuvieron aceite suficiente. Que no nos pase a nosotros que se nos apague esa luz de nuestra fe. Tenemos que cuidarla, alimentarla. Ahí tenemos la oración, los sacramentos, la palabra del Señor donde alimentar cada día nuestra fe. Así tenemos que crecer espiritualmente para que no nos falte la valentía de mostrar esa luz a los demás.
Algunas veces pareciera que los cristianos vamos por la vida como acobardados o acomplejados ante el hecho de la fe que llevamos en el corazón y tenemos como miedo de trasparentarlo a los demás. Sabemos que a muchos a nuestro lado les falta esa luz en su vida, porque quizá nunca tuvieron fe, o la tuvieron pero la abandonaron cayendo en la indiferencia  y la frialdad que las ha llevado quizá a un ateismo práctico. Quizá personas así necesiten de la alegría de nuestra fe. Necesiten ver esa luz para que se despierte en su corazón esa fe y puedan llegar también a esa alegría.
La fe que llevamos en el corazón nos tiene necesariamente que hacer misioneros, personas que iluminemos a los demás con la fe que tenemos en Jesús. Siempre lo hemos de sentir como algo nuevo en nuestro corazón que nos da vitalidad, nos da fuerzas para el testimonio. No nos podemos acostumbrar a decir que somos creyentes y luego nuestra vida se quede en rutina y ya no sintamos el ardor en el corazón por trasmitir esa fe que tenemos en Jesús a los demás.
La alegría con que vivimos nuestra vida llenos de esperanza y con deseos de comprometernos cada vez más por hacer que nuestro mundo sea mejor es el mejor signo que podemos mostrar a los demás de esa luz que llevamos dentro de nosotros. Que no  nos falte nunca esa alegría, ese coraje, esa valentía para testimoniar nuestra fe.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Responsabilidad, justicia y solidaridad para hacer un mundo mejor

Amós, 8, 4-7; Sal. 112; 1Tim. 2, 1-8; Lc. 16, 1-13
Lo malo nunca lo podemos imitar, pero de todo, sin embargo, podemos sacar lecciones. Es lo que nos sucede hoy con la parábola del evangelio. Suele desconcertar a muchos. ¿Cómo puede narrarnos Jesús una historia de sobornos, injusticias, malversaciones y ambiciones egoístas? Es lo que puede resultar chocante para muchos si no profundizamos bien en lo que Jesús quiere decirnos.
En las cosas materiales habitualmente somos muy sagaces y cuando se trata de ganancias nos afanamos sin medida, porque todo nos puede parecer poco. Si somos tan astutos y afanosos en esas cosas de interés material, que son siempre cosas caducas y efímeras, ¿cómo no es que ponemos tanto empeño en aquellas cosas que verdaderamente merecen la pena? Claro que primero que nada hemos de tener claro qué es lo verdaderamente importante para nosotros. Quizá tendríamos que hacernos una revisión de nuestra escala de valores. Pero se supone que un cristiano, un discípulo de Jesús tiene bien claro cuál ha de ser la meta de su vida y qué es lo verdaderamente importante, aunque nos sintamos tentados por muchas cosas.
A alguien le pudiera extrañar que al final de la parábola Jesús alabe a aquel administrador injusto por la astucia con que actuó. Fijémonos que ya nos lo describe como un hombre injusto, un hombre que está obrando una injusticia. Pero lo que quiere Jesús decirnos es que los hijos de la luz tendríamos que ser más astutos en los asuntos espirituales y que dan verdadera grandeza al hombre. ‘Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido’. Y continua diciéndonos Jesús: ‘Ciertamente los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz’.
Nos habla a continuación de cómo tenemos que aprender a ser fieles en las cosas pequeñas, porque será de la única manera que luego seremos capaces de ser fieles en las cosas importantes. ‘El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado’, viene a sentenciarnos Jesús.
Con ello nos está diciendo Jesús que también esas cosas materiales de las que tenemos que valernos, como es el dinero, hemos de aprender a actuar siempre con honradez, con justicia y con sensibilidad también para aquellos que menos tienen. Recordaríamos aquí lo que en otro momento nos ha dicho de guardarnos un tesoro en el cielo, porque no apeguemos nuestro corazón a los tesoros de la tierra, sino que sepamos generosamente compartir para beneficiar también a los que están a nuestro lado y pudieran tener menos que nosotros.
No caben en un cristiano posturas y actitudes egoístas y ambiciosas que nos encierren en nosotros mismos y nos hagan olvidarnos de los que están a nuestro lado. Lo que tenemos o lo que poseemos no está en nuestras manos para un beneficio egoísta en el que solo pensemos en nosotros mismos, sino también hemos de ver como podemos beneficiar a los demás.
Siempre recuerdo lo que un empresario cristiano, muy consciente de sus responsabilidades y de su fe, de sus sentimientos cristianos y de la ética de su vida, me decía en una ocasión; me comentaba que con lo que tenía podía vivir cómodamente sin tener que meterse en empresas y obras nuevas cada día, pero me decía que si lo hacía así no era por las ganancias que para él pudiera tener sino porque así estaba colaborando a que muchos tuvieran trabajo y pudieran tener un futuro mejor. Espero que siga con esos buenos sentimientos en su corazón.
Hoy nos dice Jesús: ‘Ganaos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas’. Nos habla entonces de la responsabilidad con que hemos de vivir nuestra vida; una responsabilidad que tiene un carácter social porque desde el desarrollo de nuestras responsabilidades personales podemos estar contribuyendo, tenemos que estar contribuyendo al bien y a la mejora de nuestro mundo.
Pero nos habla también Jesús de cómo hemos de tener cuidado en el manejo de estas cosas terrenas para que no se nos apegue el corazón. El brillo del oro es muy encantador, el brillo de las riquezas nos encanta el corazón y nos subyuga esclavizándonos. Y cuando nos hacemos esclavos de esas cosas materiales se nos endurece el corazón, comenzamos a darle más importancia a las cosas que a las personas, rompemos las relaciones fraternales que tendríamos que tener los unos y los otros, tratamos de manipularnos buscando que todo esté a nuestro servicio o al servicio de nuestras ganancias, y en nuestra ambición y sueños de poder y de grandeza terminamos siendo unos ogros los unos contra los otros.
En la primera lectura el profeta nos hacía una tremenda descripción de lo que sucedía entonces, pero que es una buena descripción de lo que sigue sucediendo hoy. Tendríamos que hacer una lectura del profeta poniendo nombre de situaciones y de cosas que pasan hoy también en nuestro mundo.
Cómo nos destrozamos mutuamente y cómo destrozamos la convivencia y la armonía de nuestro mundo, cómo llegamos a destrozar incluso la naturaleza cuando nos dejamos arrastrar por esas ambiciones de grandezas y poder y por esos brillos del oro y las riquezas.  ¿Qué está detrás de esas guerras que destrozan nuestra humanidad sino la ambición de ganancias y de poder?
En la segunda lectura de la carta de san Pablo a Timoteo el apóstol nos pedía hacer oraciones, plegarias y súplicas por todos los hombres, y nos decía de forma muy concreta, ‘por todos los que ocupan cargos, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible con toda piedad y decoro’. Oramos, sí, por la paz - ‘una vida tranquila y apacible’ que decía el apóstol -, pero oremos también para que haya mayor justicia en nuestro mundo. Oremos para que los dirigentes de nuestra sociedad se conduzcan por caminos que nos lleven a una verdadera paz desde una mayor justicia, y que nunca las ambiciones de poder y de grandeza los cieguen, porque eso sería malo para nuestro mundo.
Recordemos finalmente lo que terminaba diciéndonos Jesús. ‘Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero’.