sábado, 4 de mayo de 2013


Nos acostumbramos y acomodamos y dejamos de ser sal y luz para nuestro mundo

Hechos, 16, 1-10; Sal. 99; Jn. 15, 18-21
Dos palabras que pueden ser síntomas de actitudes o posturas que pueden ser peligrosa tentación que nos impida vivir la vida con intensidad y plenitud, acostumbrarse y acomodarse. Pueden parecernos actitudes inofensivas pero creo que realmente encierran muchos peligros para nuestro cotidiano vivir, que no por cotidiano se ha de vivir con menor intensidad.
Cuando uno se acostumbra a algo llega a perderle el sabor y hasta el sentido de aquello que hacemos y acostumbrados ya no sabremos sacarle toda su riqueza en sabores y matices. Y no es solo en cuestión de comidas sino en las cosas con las que nos vamos acostumbrando y que ya hemos dejado de saborear y disfrutar. Son las rutinas que se nos van metiendo en el alma donde no sabemos apreciar la novedad de lo que vamos viviendo en cada momento que nos podría llevar al cansancio y al aburrimiento para el final dejarlo todo por perdido.
Y de la misma manera, el acomodarse; porque perdemos la naturalidad y la espontaneidad de lo que es nuestra vida y de lo que son nuestras convicciones; podría ser una falta de personalidad o de seguridad en si mismo o en aquello que creemos, porque por cobardía o por falta de valentía dejamos a un lado nuestros principios y valores quizás temiendo que podamos ser incómodos a los demás por nuestra manera de pensar y de actuar.
Esto que nos puede suceder en muchos aspectos de la vida, tanto el acostumbrarse como el acomodarse, nos hace mucho daño en el camino de la vivencia de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Ser cristiano no es como un barniz que nos demos por encima para determinados momentos o determinadas cosas ni algo en lo podamos estar como si de vaivenes se tratara.
Mostrarnos como cristianos con toda autenticidad puede resultarnos en momentos difícil y costoso porque nuestra manera de vivir, nuestros principios y convicciones pueden resultar incómodos o en cierto modo rechazables para muchos de los que nos rodean. No podemos decir que somos cristianos porque simplemente nuestra familia o los que nos rodean son cristianos, sino que ahí tiene que haber una convicción fuerte y valiente, porque muchas veces quizá tengamos que, como se suele decir, nadar contra corriente porque los que nos rodean, aunque también se digan cristianos, sin embargo no han hecho claramente esa opción por el evangelio y por Jesús.
Ser cristiano de verdad me exige y me plantea en cada momento esa opción que he de hacer en mi vida para ser fiel de verdad al Jesús en el que creo y que es mi Salvador. No es acostumbrarme y dejarme arrastrar porque pueden ser otras cosas las que al final nos arrastren alejándonos del verdadero punto de apoyo de mi vida que es Cristo. En un mar lleno de corrientes que se contraponen de un lado y de otro el que nada no se puede simplemente dejarse llevar porque cualquier corriente lo alejaría de la costa y lo podría poner en verdadero peligro.
Es lo que nos anuncia hoy Jesús en el evangelio. ‘Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mi antes que a vosotros… vosotros  no sois del mundo… por eso el mundo os odia… si a mi me han perseguido, también a vosotros os perseguirán…’ Nos lo anuncia y nos previene. Pero no para que nos acomodemos, para que nos dejemos llevar y confundir, sino para que nos sintamos fuertes y seamos en verdad fieles a nuestro seguimiento de Jesús. Ya nos dirá en otros momentos que su Espíritu está en nosotros y es nuestra fortaleza.
Es una tentación fuerte que podemos sentir. Muchas veces escuchamos también quien nos dice que bueno que soy cristiano, pero que vamos haciendo lo que podemos, que hacemos como hacen los demás, porque otros son cristianos también y no se toman las cosas tan en serio, con tanta radicalidad. Tenemos que reconocer que muchas veces hay demasiada mediocridad en nuestra vida; que rehuimos todo lo que signifique esfuerzo o sacrificio y lo que queremos son las cosas suaves. Así andamos donde vemos cómo se cae fácilmente en la pendiente de la frialdad y de la indiferencia con la que muchos terminan por claudicar del nombre de cristianos.
Pidámosle al Señor que nos dé esa valentía y esa fortaleza del Espíritu para vivir como auténticos cristianos. Así es como podremos ser en verdad sal de la tierra y luz del mundo; pero si la sal se vuelve sosa ya no nos sirve para nada, y si la lámpara deja de alumbrar la buena luz para qué la queremos. Necesitamos ser cristianos que seamos buena sal para nuestro mundo, que iluminemos de verdad con la fe auténtica de nuestra vida. 

viernes, 3 de mayo de 2013

Por medio de los santos apóstoles proteges y guías a todos con la luz del Evangelio

1Cor. 15, 1-8; Sal. 18; Jn. 14, 6-14
‘Os recuerdo el evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando… que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras…’
Así nos lo recuerda el apóstol san Pablo y ahí encontramos el sentido profunda de esta fiesta de los Apóstoles Felipe y Santiago que hoy estamos celebrando, como la fiesta de todos los Apóstoles que vamos celebrando a lo largo del año. Viene a ser una proclamación y una afirmación de nuestra fe, que hemos recibido de los Apóstoles. Fueron los primeros testigos de la muerte y la resurrección del Señor que nos han trasmitido la fe. Es a lo que nos ayuda la celebración de la fiesta de los apóstoles, a una afirmación de nuestra fe.
Como diremos en el prefacio, motivando nuestra acción de gracias al Señor ‘no abandonas nunca a tu rebaño, sino que por medio de los santos apóstoles, lo proteges y conservas, y quieres que tenga por guía la palabra de aquellos mismos pastores, a quienes tu Hijo dic la misión de anunciar el evangelio’. A esto tiene que ayudarnos nuestra celebración, damos gracias a Dios por la fe recibida, pero al mismo tiempo nos sentimos más fortalecidos para proclamarla en medio del mundo, porque también hemos recibido esa misión de anunciar el evangelio.
En el texto de san Pablo que hemos escuchado se nos ha dado una descripción de las distintas apariciones de Cristo resucitado, unas nos las han relatado los evangelios otras no, pero nos llega a decir cómo también se apareció a Santiago, como reconoce Pablo que también él tuvo su encuentro con Cristo resucitado en el camino de Damasco. La liturgia nos ofrece este texto porque nos viene a ayudar en esa proclamación de nuestra fe, heredada de los Apóstoles, pero también por la mención a Santiago, que hoy estamos celebrando junto con Felipe. En el evangelio nos aparecerá Felipe en el diálogo con Jesús en la última cena.
Si nos fijamos bien en este texto del evangelio vemos que todo él es una invitación insistente a poner nuestra fe en Jesús. Felipe manifiesta su deseo, que era el deseo de todos los discípulos como es nuestro deseo según hemos reflexionando recientemente, de querer conocer más a Dios. ‘Muéstranos al Padre’, le pide a Jesús. Pero Jesús nos invita a poner toda nuestra fe en El; una fe que nos lleve a conocerle más, porque conociendo a Jesús estamos conociendo a Dios. ‘Quien me ha visto a mi, ha visto al Padre’, le responde Jesús.
Pero la respuesta de Jesús en cierto modo encierra una queja. Tanto tiempo con Jesús y aún no han terminado de conocerle. Ya hemos visto muchas veces cuánto les cuesta entender a Jesús, conocer a Jesús. Miremos a Jesús, conozcamos a Jesús, vivamos a Jesús y nos estaremos llenando de Dios. Porque nuestra mirada no es una mirada externa, el conocimiento de Jesús no es un conocimiento superficial que solo se fije en cosas; mirar a Jesús y conocerle es vivirle, es llenarnos de su vida, es irnos configurando con El para vivir su misma vida.
Y nosotros, ¿conocemos de verdad a Jesús? ¿ponemos en el toda nuestra fe y nuestra esperanza? Es nuestra tarea, la tarea de cada día. Si en verdad hemos comenzado a amar a Jesús, y a amarlo de verdad, cada día tendremos más deseos de su vida, tendremos ansias de escucharle y escucharle desde lo más hondo de nosotros mismos para dejarnos transformar por El, sin dejarnos reservas para nosotros. Y es que en el seguimiento de Jesús no podemos andas a medias tintas, nadando entre dos aguas, sino que por El hemos de aprender a darlo todo, a darnos totalmente.
Que la celebración de esta festividad de los dos santos apóstoles nos ayude a una vivencia profunda de nuestro ser cristiano, y de nuestro ser cristiano en Iglesia. Porque no vivimos nuestra fe por nuestra cuenta en solitario o a nuestra manera. Nuestra fe en Jesús tiene siempre, ha de tener un profundo sentido eclesial, porque a la Iglesia confió Jesús toda la gracia de la salvación para que a través de ella en la celebración de los Sacramentos y en la proclamación de la Palabra nos llegue esa gracia salvadora que nos llena de vida.
Que crezca nuestra fe; que crezca nuestro sentido de Iglesia; que crezca también nuestro espíritu misionero para llevar esa luz de la fe a los demás que quizá están a nuestro lado buscando hasta sin saberlo. ‘A toda la tierra alcanza su pregón’, repetíamos en el salmo. Como Felipe que con Andrés condujeron a aquellos dos gentiles que preguntaban por Jesús hasta el Maestro, nosotros por el testimonio de nuestra vida, pero también por  nuestra palabra valiente seamos capaces de conducir a la luz a tantos que se encuentran en las tinieblas por no tener fe y que solo en Jesús, en su encuentro con El podrán iluminar plenamente sus vidas. 

jueves, 2 de mayo de 2013


Fe, amor y alegría para contar a todos la gloria del Señor

Hechos, 15, 7-21; Sal. 95; Jn. 15, 9-11
‘Contad a los pueblos la gloria del Señor’, fuimos repitiendo en el salmo. ‘Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones… cantad al Señor, bendecid su nombre…’
Cantamos la alabanza del Señor, bendecimos a Dios y proclamamos su gloria contando a los pueblos las maravillas que hizo el Señor. Escuchábamos en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles cómo ‘toda la Asamblea hizo silencio para escuchar a Bernabé y Pablo que les contaron los signos y prodigios que habían hecho entre los gentiles con la ayuda de Dios’; como escuchábamos anteriormente ‘cómo Dios había abierto a los gentiles la puerta de la fe’.
Pedro corrobora también con la experiencia que él había tenido cuando el Espiritu del Señor bajó también sobre el centurión Cornelio, un pagano que también había abrazado la fe. Como les dice ahora Pedro ‘Dios que penetra los corazones mostró su aprobación dándoles el Espíritu Santo como a nosotros. No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con le fe… creemos que lo mismo ello que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús’.
Contamos y cantamos las maravillas que hace el Señor que nos llama a todos a la fe. Contamos y cantamos las maravillas que hace el Señor que nos otorga la salvación por la gracia del Señor Jesús. Como  nos dirá san Pablo luego en la carta a los Efesios, ‘por pura gracia estáis salvados’. La salvación es una gracia del Señor, un regalo que nos hace el Señor no porque nosotros lo merezcamos sino por el amor que nos tiene.
¿Cómo hemos de responder nosotros? Con nuestra fe y con nuestro amor. La fe con la que le decimos sí a Dios, reconociendo su grandeza y su amor, reconociendo la gracia que nos regala con su salvación. La fe que es el sí que le damos a Dios viviendo esa vida nueva que nos ofrece. La fe es el Sí que le damos al Señor reconociendo que El es nuestro único Señor y Salvador.
Pero si con la fe le decimos sí a su amor, en su amor hemos de vivir; nos sentimos amados y no podemos menos que amar. Nos sentimos amados y porque creemos en El queremos permanecer unidos a El en su amor. La fe nos conduce al amor, como el amor de Dios ha despertado en nosotros la fe. Reconocemos su amor y le damos la respuesta de nuestra fe; renoconocemos que El es el Señor de nuestra vida porque creemos en El y le damos la respuesta de nuestro amor.
‘Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor’, nos decía Jesús en el Evangelio. Como hemos reflexionado estas palabras de Jesús se corresponden con las palabras de despedida de Jesús en la última cena. Nos muestra el amor que Dios nos tiene y nos dice que así amemos nosotros a Dios, así permanescamos unidos en su amor. Cuando le amamos y le damos respuesta con nuestra fe y con nuestro amor cumpliendo sus mandamientos vamos a permanecer unidos a El para siempre. Es despedida pero es decirnos que El estará siempre con nosotros en su amor y lo que nosotros hemos de hacer es permanecer en su amor.
Finalmente nos habla Jesús de la alegría. Cuánto lo necesitamos porque cuando creemos en El y le amamos no caben en nosotros las tristezas. Cuánto necesitamos que Jesús nos hable de alegría, porque El quiere que haya esperanza en nuestros corazones. Algunas veces caminamos por la vida y pareciera que se nos han acabado todas las esperanzas. Eso no tiene sentido en un cristiano que ha puesto toda su fe en Jesús. Los problemas nos agobian, la situación dificil por la que podamos estar pasando parece que desastabilizan el corazón, pareciera que nos envolviera la negrura del pesimismo y la desilución. Todo eso está lejos del sentir cristiano, todo eso tiene que estar lejos del que se dice creyente en Jesús.
La fe que tenemos en Jesús nos dice que de esas negruras podemos salir, que esos problemas pueden tener solución, que esas situaciones las podemos superar, que a esas dificultades por las que pasamos le podemos poner unos nuevos tintes de color y de luz, porque el Señor está con nosotros, porque su amor no  nos faltará nunca, y porque si vivimos intensamente en esa fe y en ese amor que ha de ser nuestra respuesta estaremos ya realizando una transformación en nosotros, en nuestros corazones, pero estaremos también ayudando a esa transformación de nuestro mundo.
‘Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud’. Vivamos con entusiasmo la alegría de nuestra fe y que eso se manifieste en nuestras actitudes, en las sonrisas de nuestros rostros y en la ilusión y esperanza de la que contagiemos a nuestro mundo. 

miércoles, 1 de mayo de 2013


El trabajo que nos ennoblece y nos hace creadores para la gloria de Dios

Col. 3, 14-15.17.23-24; Sal. 89; Mt. 13, 54-58
‘¿De dónde saca toda esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero?... ¿de dónde saca todo eso?’ Así se preguntaban sus convecinos de Nazaret cuando escuchaban a Jesús en sus enseñanzas y contemplaban los milagros que hacía.
El hijo del carpintero, así conocían a Jesús. Así mencionaban a José a quien hoy una vez más estamos celebrando, el carpintero de Nazaret, el esposo de María de la cual nació Jesús, llamado el Cristo, como dice el principio del evangelio de Mateo en la genealogía.
La liturgia nos ofrece este texto con esta mención en esta celebración que hacemos en el primero de Mayo en honor de san José, contemplándolo desde ese aspecto de hombre trabajador. La festividad litúrgica principal de san José es el 19 de Marzo, pero en este día para ayudarnos a darle un sentido cristiano a la fiesta del trabajo que en el ámbito civil se celebra el Papa Pío XII instituyó esta fiesta en honor de san José, llamándola la fiesta de san José obrero.
‘Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla’, es el mandato de Dios al hombre en la creación. El hombre dotado de inteligencia y voluntad, con todas las capacidades que tiene en su naturaleza humana, se desarrolla a través del trabajo que viene a ser camino de plenitud para el hombre. En el uso de su inteligencia, en la capacidad creadora de su ser, desarrollando sus cualidades, sus potencialidades, sus valores el hombre se desarrolla así mismo. El trabajo hace al hombre creador en el desarrollo de si mismo y para bien de la humanidad y de la creación.
El trabajo no es un castigo para el hombre ni una maldición. Las consecuencias del pecado sí endurecerán el trabajo del hombre porque lo llenamos al mismo tiempo de ambiciones y orgullos, de egoísmos y maldades que nos hacen insolidarios y que nos enfrentan unos a otros en ese camino de la vida convirtiéndonos en dominadores los unos de los otros. Pero eso son las consecuencias del pecado, no del trabajo en si.
Si lo que buscáramos fuera ese desarrollo de todas esas potencialidades que hay en nosotros y no pensando solo en nosotros mismos sino en el bien de esa humanidad a la que pertenecemos, encontraríamos la verdadera riqueza de nuestro trabajo, que no es solo ni principalmente un lucro económico. Es en lo que tendríamos que reflexionar para llegar a descubrir su verdadero valor y la verdadera riqueza que nos va a ayudar a ser grandes de verdad. Lejos de materializarnos y embrutecernos en el trabajo nos haríamos creadores y llenos de nobles valores.
Hoy contemplamos a San José, el carpintero de Nazaret, hombre justo y trabajador que además fue forjador en lo humano de Jesús, que si era verdadero Dios era también verdadero hombre. ¿Cómo sería el trabajo en aquel hogar de Nazaret? Y pensamos en el trabajo de José, pero pensamos en el trabajo de toda la familia, de María y de Jesús que también trabajó con sus manos en el mismo taller de José.
Hoy nos ha dicho algo hermoso la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses. ‘Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de gracias a Dios Padre por medio de él’. Todo para la gloria del Señor como tantas veces decimos. Sí, nuestro trabajo, nuestro actuar, ese desarrollo y ese crecimiento de la persona en sus valores y cualidades creadoras, sea siempre para la gloria de Dios.
Que cada tarea que vayamos realizando en nuestra vida seamos capaces de hacerla siempre en el nombre del Señor como cuando Pedro echó las redes para la pesca, y así estaremos siempre dando gloria a Dios.

martes, 30 de abril de 2013


Como aquellas comunidades tengamos interés y sintamos como propia toda la actividad y vida de la Iglesia

Hechos, 14, 18-27; Sal. 144; Jn. 14m 27-31
‘Se embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir’. Recordamos cómo estando la comunidad en oración en Antioquía Saulo y Bernabé fueron escogidos por el Espíritu para una misión que se les iba a confiar. Con esa fuerza del Espíritu habían recorrido grandes territorios anunciando la Palabra de Dios.
El texto que hoy escuchamos es el final de ese viaje que nos resume la actividad que iban realizando. ‘En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor en quien habían creído’. Ahora ‘al llegar a Antioquía, reunieron a la comunidad, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe’.
Hay varios aspectos que convendría destacar. La tarea no fue fácil; el recorrido fue largo y en no todos los lugares tuvieron la misma acogida y aceptación. No faltaron las persecuciones como Jesús lo había anunciado, y ya habíamos contemplado al principio de los Hechos de los Apóstoles. En Iconio habían intentado ya apedrear a Pablo y Bernabé y se habían marchado a Listra y Derbe. En principio habían sido bien aceptados pero llegaron judíos de Antioquía de Pisidia y de Iconio y soliviantaron a la gente de manera que apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad.
Pero el apóstol continúa con su misión en su fidelidad al encargo recibido del Señor. Es como lo vemos completar el recorrido y van dejando fortalecidas aquellas incipientes comunidades de creyentes. ‘Se habían abierto a los gentiles las puertas de la fe’, dirían más tarde. Todo terminan compartiéndolo con la comunidad de donde habían partido ‘con la gracia del Señor’.
Alguien podría pensar - y algunas veces uno lo ha escuchado - qué nos puede interesar todos esos recorridos y esas peripecias de los apóstoles recorriendo esos caminos de anuncio del Evangelio. Son historias pasadas, escuchamos en ocasiones decir algunos. Historias pasadas, respondemos, que tienen su actualización en el día a día del anuncio del Evangelio hoy.
Pero ¿en verdad hoy nuestras comunidades están interesadas por las tareas de la evangelización que la Iglesia va haciendo por todas partes? Hemos de reconocer, es la tarea de la Iglesia, es nuestra tarea. Realizada por nuestros misioneros, nuestros sacerdotes, la gente comprometida en el apostolado en distintos movimientos dentro de la Iglesia, pero hemos de sentir que es la tarea de todos y a todos tendría que afectarnos.
Tendríamos que mostrar más interés por lo que sucede en nuestra iglesia, y no solo para criticarla si hay cosas que no nos gustan o alguien hace algo mal. Es interés por todo lo que realiza la Iglesia, y deberíamos tener más conocimiento de lo que se hacen en nuestras parroquias, o en las comunidades cristianas de nuestro entorno, como en todo el ámbito de la Iglesia.
Nos hablaban hoy los Hechos de los Apóstoles de la persecución que en este caso sufrió Pablo al ser apedreado, pero ¿somos conscientes de tantos cristianos que en tantos lugares de nuestro hoy, en nuestro siglo, siguen sufriendo persecución? En muchos lugares no se deja predicar el evangelio, hablar de Jesús, o se queman nuestras Iglesias o se mira mal las actividades de los cristianos, pero seguimos quizá sin enterarnos o no le damos importancia, o son noticias que no salen nunca en las primeras páginas de los medios de comunicación.
Que se despierte nuestro amor a la Iglesia; que busquemos la manera de tener conocimiento de todo lo que es la vida de la Iglesia. Que con nuestra oración seamos esa comunidad que está detrás apoyando toda esa inmensa labor que realiza la Iglesia en tantos ámbitos tan diversos también. Oremos por la Iglesia.

lunes, 29 de abril de 2013


Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?

Hechos, 14, 5-17; Sal. 113; Jn. 14, 21-26
Seguramente habremos tenido la experiencia cuando ha surgido una amistad entrañable entre dos personas llegando a un buen entendimiento y comunicación sincera en que uno se pregunta cómo es que se ha llegado a una relación de amistad tan hermosa, cómo ha nacido esa comunicación y esa confianza sincera, por qué uno se siente tan querido por ese amigo. Ha surgido, ha crecido la amistad y el cariño sincero y ahí está esa hermosa comunicación e intercambio de sentimientos que nos lleva a una comunión profunda.
Pienso que algo así les estaba sucediendo a los discípulos de Jesús y de manera especial al grupo de los Doce Apóstoles que Jesús se había escogido de manera especial, por lo que ahora Judas, no el Iscariote como matiza muy bien el evangelista, se pregunte y le pregunte a Jesús ‘Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?’ Como veremos más adelante Jesús les dirá que los llama amigos, no siervos, porque a ellos les ha revelado todos los secretos del Padre.
¿Qué ha sucedido? nos preguntamos nosotros también. Claro que también tendríamos que preguntarnos qué es lo que tiene que suceder entre nosotros y Jesús. La cercanía, el encuentro, el escucharnos con sinceridad mutuamente hacen la amistad, y hacen que vaya creciendo el calor del amor en el corazón. ‘El que sabe mis mandamientos y los guarda, ése me ama, y al que me ama lo amará mi Padre y lo amaré yo y me mostraré a él’, les había dicho Jesús.
No era la relación de curiosidad de escuchar cosas interesantes o bonitas por el mero hecho de aprender lo que había entre los discípulos y Jesús de forma mutua. Era algo más hondo, porque nacía más y más el amor el corazón de los discípulos por Jesús, porque también se sentían amados por Jesús.
Y Jesús les habla de esa comunión nueva y profunda que va a surgir entre ellos y Jesús. ‘El que me ama guardará mi palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él’. Cuando entramos en esa órbita del amor de Dios, queriendo escucharle, pero queriendo también realizar su voluntad, queriendo amarle y dejándonos amar por el Señor, Dios va a llenar, a inundad nuestro corazón con su presencia y con su amor, de manera que nos haremos morada de Dios. ‘Vendremos a él y haremos morada en él’.
¿No decimos que por el Bautismo nos convertimos en templo del Espíritu Santo y morada de Dios? No son meras palabras teóricas, no son cosas automáticas y simplemente rituales. Si podemos llegar a eso, y el Bautismo es el signo sacramental por el que se realiza, es porque nosotros en nuestra vida le hemos dado el sí de nuestra fe y de nuestro amor a Dios; decimos que queremos seguir a Cristo pero es que seguir a Cristo significa ese dejarnos inundar por el amor de Dios para que sea su amor lo que plenifique nuestra vida; será desde ese amor de Dios que nos llega en Jesús donde le demos sentido profundo a nuestra vida y ya en nosotros todo ha de ser siempre buscar la voluntad de Dios y amar a Dios y amar a los hermanos desde lo más profundo de nuestra vida. Sentiremos entonces como Dios está morando en nuestro corazón y nuestro vivir es Cristo porque ya no vivamos sino para El.
Pero es tarea nuestra de querer crecer en ese amor y en esa amistad con el Señor desde nuestra oración, desde la escucha de la Palabra, desde ese ir rumiando lo que es la voluntad del Señor allá en lo hondo de nuestro corazón. Es ese crecimiento espiritual del que hemos hablado también tantas veces, esa espiritualidad que hemos de vivir hondamente para seguir a Jesús. 

Es hermoso y es profundo todo esto que estamos reflexionando; algo que nos llena de alegría y de plenitud. Algo quizá que nos cuesta llegar a entender en toda su profundidad y algo que también nos costará muchas veces vivir por tantas limitaciones y debilidades como hay en nosotros. Pero Jesús nos promete la asistencia del Espíritu Santo, el que vendrá y nos lo revelará todo, pero también nos dará la fuerza de la gracia para que podamos vivirlo. 

domingo, 28 de abril de 2013


El amor nuevo que nos pide Jesús y que es nuestro distintivo

Hechos, 14, 21-27; Sal. 144; Apoc. 21, 1-5; Jn. 13, 31-35
No es posible creer en Dios-Amor y seguir atrapado en la telaraña de nuestros egoísmos y mezquindades. Sólo quien es amado y se siente amado es a su vez capaz de amar. Quienes hemos vivido en toda su intensidad el misterio pascual de Cristo no podemos menos que amar y amar en el estilo y la manera de cómo nosotros hemos sido amados. Y nosotros seguimos celebrando la Pascua.
Hemos escuchado en el Apocalipsis: ‘El que estaba sentado en el trono dijo: lo hago todo nuevo’. Es el fruto más brillante de la pascua. Un mundo nuevo tiene que surgir de la pascua. ‘Un cielo nuevo y una tierra nueva, el primer cielo y la primera tierra han pasado…’ Es el amor nuevo que hemos de vivir y que nos ha de distinguir para siempre. El amor será el carné de identidad de los cristianos porque es signo concreto de una fuerza misteriosa inaccesible al ser humano: la fuerza del amor de Dios que se revela en su Hijo Jesús.
Es el mandato de Jesús que hoy le escuchamos en el evangelio. Un mandamiento nuevo,  nos dice. Mandamiento nuevo, ¿por qué? El amor está impreso en el corazón del hombre, podríamos decir, desde su misma naturaleza humana, desde su misma humanidad. Un amor que nos hace entrar en relación con nuestros semejantes en la que el ser humano se afianza a sí mismo en una relación mutua buscando armonía y entendimiento para alejar de sí aquello que le pudiera destruir, si todo lo basáramos en un enfrentamiento y en una lucha. Por el mismo amor a la vida el ser humano buscará ese entendimiento en el amor para evitar su destrucción. Por eso podemos decir que está impreso en el ser más intimo del hombre, de la persona, aunque pudiéramos dañarlo desde intereses que solo le hicieran mirarse a si mismo y nos pudiera volver egoístas. 
En la medida en que Dios se va revelando a la humanidad nos va revelando también la grandeza del ser humano construido desde el amor. El mandamiento del amor desde lo que es la voluntad del Dios está patente y claro también en el Antiguo Testamento porque ya los diez mandamientos nos enseñan a buscar el respeto y el valor de toda persona y en consecuencia el amor, nacido desde ese amor de Dios que expresamente se manifiesta en lo que es la historia de la salvación en el antiguo pueblo de Israel, en el Antiguo Testamento.
El mandamiento, pues, de amarnos los unos a los otros no es nuevo en sí mismo, sin embargo Jesús nos dice que nos da un mandamiento nuevo que es el amarnos los unos a los otros. ¿Dónde está la novedad? podríamos preguntarnos. La novedad está en la manera cómo ha de ser ese amor, porque Jesús nos dice que hemos de amarnos como El nos ama a nosotros. Esa es la novedad y esa es la Buena Noticia. ‘Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros’. Y como nos dice a continuación esa será la señal por la que nos reconocerán como discípulos de Jesús.
Mandamiento nuevo del amor porque constituye el único y radical compromiso de la Alianza nueva y eterna instaurada por Jesús en su entrega suprema de amor; mandamiento de amor recíproco - amarnos los unos a los otros - porque ya para siempre nadie será superior al otro porque además todos necesitamos del amor del otro.
Pero mandamiento nuevo del amor porque se funda en el amor de Jesús - ‘como yo os he amado’, nos dice - que es el modelo supremo de nuestro amor. ‘Si yo el maestro y el Señor os he lavado los pies, así debéis lavaros los pies los unos a los otros’, nos diría al principio de la cena pascual después de haber realizado el signo.
El amor que nos está pidiendo Jesús que nos tengamos tiene unas características muy precisas y hermosas, tenemos que reconocer. Será un amor generoso, rompedor de límites, gratuito, misericordioso, liberador y que nos hace entrar en una nueva comunión con resplandores y anuncios de plenitud y de eternidad.
Un amor que no tiene limites a la hora de dar ni de darse, que sabe esperar siempre y siempre dispuesto a comprender y a perdonar; un amor que nos hace humildes y sencillos para abajarnos siempre y ponernos en la actitud del servicio desinteresado; un amor generoso que ama a todos porque nadie se considerará ya un enemigo, y que llega a todos, al cercano y al lejano, al amigo de siempre y al desconocido.
Será un amor gratuito que ni se fija en méritos ni busca méritos ni recompensas sino que siempre será gracia - gratuito - como lo es la gracia del Señor que envía la lluvia o hace salir el sol sobre malos y buenos, sobre justos o injustos; un amor que se hace extraño en un mundo de intereses y de búsquedas de recompensas, donde todo se paga o se compra, pero que actúa entonces en la sintonía de Dios, mucho más hermosa que todas nuestras interesadas sintonías humanas.
Será un amor entrañable, como entrañable es la ternura y la misericordia de Dios como se nos refleja en el pastor que busca la oveja perdida o el padre que espera siempre con un corazón lleno de ternura tanto al hijo pródigo que se marchó como al hijo orgulloso que se quedó en la casa del padre para sentirse superior sobre su hermano. Es un amor siempre dispuesto a perdonar no una sino hasta setenta veces siete porque siempre ve en el otro un hermano y no será capaz nunca de tirar la primera piedra del juicio y la condena porque primero reconoce su debilidad y su propio pecado.
Será un amor liberador, porque amando de verdad nos liberamos de tantas cosas que nos atan por dentro, pero que será siempre una mano tendida al hermano para levantarlo, para restablecerlo en su dignidad, para ayudarle a caminar, para hacerle sentirse nuevo porque se sentirá querido y amado, comprendido y perdonado.
Será un amor que nos hará entrar en una relación nueva con el otro que es algo más incluso que un compartir solidariamente o una amistad, porque será empatizar desde lo más hondo con el otro para saber vivir una nueva relación de comunión, una nueva relación que nos hará saber comulgar también con el otro para amarlo desde lo más profundo, sea quien sea.
Y será un amor permanente, un amor que no desfallece ni se agota ni por el paso del tiempo ni por los contratiempos que puedan surgir, porque será un amor a la manera del amor que el Señor nos tiene que siempre es fiel en su amor por nosotros; un amor que nos abre a horizontes de plenitud y de eternidad porque nos hace participar del amor eterno e infinito de Dios.
Un amor nuevo, un amor distinto es el amor que nos pide Jesús y que nos enseña a vivirlo con su propio amor. Un amor de lo más humano pero también de lo más divino; un amor humilde, servicial, misericordioso; un amor que es paciente y que llena de esperanza; un amor delicado y fuerte, comprensivo y exigente; un amor que comparte el dolor y la alegría, un amor que sana y que libera; un amor que nos hace entrar en la más profunda comunión con el hermano y que nos acerca a Dios, al mismo tiempo que hace presente a Dios. Un amor que se alimenta en el amor de Dios y que al mismo tiempo se hace ofrenda y sacrificio porque en el amor - ahí está lo que es el amor y la entrega de Jesús - el mundo va a encontrar salvación.
‘Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. Es la señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos…’ ¿Se nos reconocerá por ese amor?