martes, 31 de diciembre de 2013

La gracia y la verdad nos vinieron por medio de Jesucristo

1Jn. 2.18-21; Sal. 95; Jn. 1, 1-18
‘Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia… la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo’. Es lo que seguimos celebrando con toda intensidad en estos días de la Navidad. Ahora la vivimos, lo queremos vivir intensamente, pero es lo que cada día de nuestra vida celebramos y vivimos en nuestra fe en el Señor Jesús.
El evangelio, el principio del Evangelio de Juan que hoy se nos ha proclamado, que ya se nos proclamó en la misa del día de Navidad y que volveremos a escuchar el próximo domingo, nos habla de luz y de vida, nos habla del Verbo de Dios que planta su tienda entre nosotros. Es lo que hemos venido contemplando, celebrando, viviendo. Todo resplandecía de luz y de alegría en la noche de la navidad. Allí se manifestaba la gloria del Señor. Los ángeles entre resplandores celestiales anunciaban su nacimiento y cantaban la gloria de Dios. Todos sentíamos cómo se nos renovaba nuestra vida por dentro cuando contemplábamos el misterio del nacimiento del Señor.
Llegó el momento de la plenitud de los tiempos, como mañana de nuevo escucharemos. Las promesas del Señor tenían su cumplimiento y lo anunciado por los profetas lo veíamos palpable delante de nuestros ojos. Llega el Mesías del Señor, el Ungido de Dios, nuestro Salvador. Y la salvación de Jesús nos trae gracia y vida, nos comunica la verdad de Dios porque es la Palabra que nos revela a Dios. ‘A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer’.
No buscamos la salvación por otros caminos, porque sabemos que nuestro único Salvador es Jesús. ‘De su plenitud hemos recibido gracia tras gracia’. A El acudimos desde nuestras tinieblas y desde nuestra muerte, desde nuestro mal y nuestro pecado, porque sabemos que El es de verdad nuestro Salvador.
Todo esto lo seguimos saboreando y no perdiendo la intensidad de la fe y de la alegría con lo que lo vivimos. Es un peligro y tentación que nos acostumbremos y al final perdamos esa intensidad. Son las tinieblas que nos acechan y que de mil maneras quieren oponerse a la luz. ‘La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibe’, que nos decía el evangelio. Una forma sería que ya no le diéramos  nosotros importancia a la luz de la navidad, o nos quedáramos en alegría bullanguera, o centráramos nuestras preocupaciones en otras cosas. Es la atención y la vigilancia que ha de mantener el verdadero creyente en Jesús para querer llenarnos siempre de su vida y de su gracia.
Nos decía también el evangelio ‘al mundo vino y en el mundo estaba… y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no lo recibieron’. ¿Le reconocemos? ¿le recibimos? Y ya no es solo que en Belén no hubiera sitio en la posada. ¿Le habremos dado posada en nuestro corazon? Cuando nos quedamos en una navidad superficial y externa, solo de parranda, de comidas o de regalos nos estará sucediendo esto. Cuántos han celebrado la Navidad sin Jesús porque solo han sido unas fiestas para pasarlo bien y comer juntos, pero no han dejado que Jesús entrara en sus corazones, ni siquiera tuviera una presencia simbólica al menos en medio de sus fiestas; y sin Jesús no hay verdadera Navidad. ¿Todos tendremos en verdad deseos de la Salvación que Jesús nos viene a traer?

Si aún nos queda alguna puerta que abrir en nuestro corazón para que llegue Jesús a nuestra vida siempre estamos a tiempo. No dejemos pasar de largo la navidad por nuestra vida. 

lunes, 30 de diciembre de 2013

Ana hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel

1Jn. 2, 12-17; Sal. 95; Lc. 2, 36-40
El pasaje del evangelio sería continuación del que hubiéramos escuchado el día 29 en la lectura continuada, que era la presentación de Jesús en el templo. Hoy se nos habla de aquella anciana piadosa que llena de esperanza en la pronta venida del Mesías acudía todos los días al templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.
El corazón de los sencillos tiene una sensibilidad especial para captar las cosas de Dios. Entre tantos niños que eran presentados en el templo cada día ella reconoce en que tiene en sus brazos el anciano Simeón que allí se están cumpliendo las promesas de Dios. ‘Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel’.
Ancianos eran Zacarías e Isabel, ‘que eran justos ante Dios y caminaban sin falta según los mandamientos y la leyes del Señor’, y se llenaron de las bendiciones del Señor, como hemos venido escuchando en los días anteriores a la navidad, con el nacimiento de Juan, el Bautista. Una anciana nos la pone Jesús como modelo de desprendimiento y generosidad cuando da todo lo que tiene en el cepillo del templo, aunque calladamente porque no ha de saber tu mano izquierda lo que hace la derecha, pero Jesús fijándose en ella y resaltando su generosidad para nuestro ejemplo. Una anciana será propuesta por Jesús en una parábola como ejemplo de oración perseverante y confiada a pesar de que parecía no ser escuchada.
Hoy contemplamos a Simeón y a Ana, piadosos y llenos de fe y de Espíritu Santo, a quienes se les descubre en su corazón los misterios de Dios. Simeón profetizará sobre lo que es y significa aquel niño que es presentado al Señor en el templo y Ana hablará a todos anunciando igualmente que se cumplen las promesas de Dios. ‘Hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel’.
Hermosos ejemplos y hermoso testimonio el que se nos ofrece. Cuántas lecciones podemos recibir de los mayores; qué riqueza de vida cuando se ha aprendido a vivir en el temor del Señor queriendo en verdad dar gloria a Dios con todo lo que hacemos, y no apartándonos nunca de los caminos del Señor.
Creo que todo esto  nos puede ayudar a reflexionar en muchas cosas. Porque somos mayores podemos pensar que ya nada podemos hacer, que nuestra vida es casi como un estorbo para los demás y por las discapacidades y limitaciones que nos van surgiendo con los años nos creemos que ya nada podemos hacer ni para nada servimos. Un grave error tener estos pensamientos. Siempre hay unos valores, siempre hay una riqueza en nuestra vida, eso que llamamos la sabiduría de los años, con la que podemos contribuir y mucho a la vida de los demás.
Parecía que Isabel porque era de edad avanzada y estéril nada podía contribuir pero Dios le tenía reservada una gran misión, la de ser la madre del Precursor del Mesías; aquellas otras dos ancianas que hemos mencionado nos ofrecen un ejemplo grande de generosidad y de perseverancia; Ana a quien hoy hemos contemplado en el Evangelio había dedicado su vida a la oración - ‘no se apartaba del templo día y noche’ - y su vida era una continua alabanza al Señor. Ahí tenemos caminos, ahí se nos dan pautas de cuanto podemos hacer y cómo con nuestra oración e intercesión al Señor podemos ser una poderosa palanca que sostenga a nuestro mundo.

Pero aún más, vemos en Ana una misionera, una evangelizadora, porque está anunciando con valentía a todo el mundo la Buena Noticia de la llegada del Mesías. En este mundo que ha ido perdiendo el sentido de religiosidad y de relación con Dios y hasta el sentido cristiano de la vida, el testimonio de unas personas maduras en su fe que nos trasmiten el mensaje de Jesús, puede ser muy valioso. Cuánto podemos hacer en este sentido.      

sábado, 28 de diciembre de 2013

Que la ternura sea el aire de nuestra casa como lo sería en el hogar de Nazaret

Eclo. 2, 6. 12-15; Col. 3, 12-21; Mt. 2, 13-15.19-23
Navidad no se entiende sin familia. Y ya no es solo que nuestras fiestas de navidad son fiestas entrañablemente familiares, ocasión para que las familias se encuentren, convivan, coman juntos todos los miembros de la familia, padres, hijos, hermanos, aunque para muchos en eso se queda toda la celebración de la navidad.
Decimos que Navidad no se entiende sin familia porque cuando estamos celebrando el misterio de la Navidad, de la Encarnación de Dios para hacerse hombre, quiso hacerlo en el seno de una familia, en el seno de un hogar. Escogió aquel hogar de Nazaret, aquella familia de José y María para allí nacer y hacerse presente Dios hecho hombre. Espejo en el que mirarnos y ejemplo de donde aprender también para la vivencia de nuestra realidad familiar.
Pero es que además al invocar al misterio de Dios estamos hablando también de ese misterio de comunión, como en familia podríamos comparar, de las tres divinas personas en el Misterio de la Santísima Trinidad. Por eso nuestra fe cristiana la hemos de vivir también en comunión y amor, y decimos que los que formamos la comunidad cristiana somos como una familia; a la Iglesia la llamamos también la familia de los hijos de Dios.
De ahí surge que en este primer domingo después de la celebración de la Navidad volvamos nuestros ojos hacia aquel hogar de Nazaret y celebramos en consecuencia la fiesta de la sagrada familia de Jesús, José y María. Así nos lo presenta la liturgia de la Iglesia con toda sabiduría.
Hoy el evangelio precisamente nos presenta la imagen de esa sagrada familia con problemas semejantes a los que tantas familias viven hoy día. Nos habla el evangelio de unos desplazados, no solo porque antes se han tenido que venir desde Nazaret a Belén donde nace Jesús en cumplimiento de las Escrituras, sino que ahora les veremos, como tantas emigrantes que por muchos motivos  tienen que dejar sus tierras, camino de Egipto para liberarse de una persecución con las precariedades que les acompañarán en tierra extranjera; y luego a la vuelta yendo desde Judea a Nazaret de nuevo buscando donde establecerse de forma definitiva. ¿No refleja eso lo que le sucede a tantas familias que con tantas precariedades viven su realidad que incluso muchos tienen que dejar su tierra de origen para buscar mejor vida en otros lugares? Cuántos problemas de este tipo seguramente conoceremos cercanos a nosotros.
Celebramos esta fiesta, pues, de la Sagrada Familia conscientes de la importancia de la familia como célula fundamental de nuestra sociedad, pero siendo conscientes también de las dificultades y problemas de todo tipo que afectan a esta realidad de la familia, lo que nos tendría que llevar a una honda reflexión sobre todo ello. Muchas cosas podríamos decir y reflexionar. Hoy queremos sentir el dolor de tantas familias con muchos problemas en la precariedad y pobreza con que tienen que vivir por la situación actual, pero pensamos también en tantas familias rotas, divididas, desestructuradas con la cantidad de problemas sociales que se derivan para padres e hijos y hermanos.
Ese cambio acelerado que se va produciendo en nuestra sociedad algunas veces nos hace perder valores que son importantes, fundamentales tendríamos que decir, que vividos en la familia ayudarían de verdad a sus miembros en ese crecimiento humano y espiritual del que la familia tendría que ser un hermoso caldo de cultivo.
Son cosas que nos pueden parecer enormemente sencillas, pero que nos ayudan a dar esa profundidad a la vida y que nos van a ayudar de verdad a crecer como personas. Alguien ha dicho que ‘la familia es la que vive en la ternura. La ternura es como el aire de la casa’. Efectivamente algo muy sencillo como es sentirse aceptado, querido, valorado porque sencillamente nos queremos, nos manifestamos con esa ternura del cariño.
Si así nos tratamos nos sentiremos en una mayor unión, en esa comunión, comunidad de vida y de amor que tiene que ser una familia. En esa aceptación, en esa ternura que nos hace valorarnos de verdad, creceremos más y más como personas, porque irán surgiendo todas esas posibilidades que vamos teniendo en la vida. Ese amor y esa ternura nos hacen creativos, porque nos hará ir buscando siempre lo mejor de nosotros mismos para ofrecerlo a los demás. En una familia así no habrá rutinas ni surgirán cansancios, porque el amor hará que todo lo que vayamos viviendo en todo momento tenga el sabor de lo nuevo.
Eso nos dará  fuerza para superar dificultades, para ser capaces de hacer sacrificios en bien de los demás, nos hará prevenidos contra el consumismo que tantas veces nos acecha para valorar en todo lo momento lo que de verdad necesitamos y alejarnos de lo superfluo; eso facilitará la convivencia que algunas veces se  nos puede hacer difícil, nos dará alegría y nos hará vivir la vida también son sentido del humor para alegrar la vida de los demás.
Viviendo cosas así tan sencillas, nos hará ser abiertos para los demás, para entrar en relación con los otros y para ser sensibles también a las necesidades de los demás; seremos capaces de superar la tentación de encerrarnos en nosotros mismos y hará también que nuestro hogar sea siempre como un corazón abierto para cuantos se acerquen a él; la familia que pretende encerrarse en sí misma tiene el peligro de destruirse porque está restándole unas cualidades y valores importantes para un amor verdadero, que siempre nos hará estar abiertos a los demás.
Y abiertos, sobre todo a Dios, para ponerlo en el centro de nuestro hogar, como el verdadero motor de todo eso que queremos vivir. A El le daremos gracias por todo ese don de la vida que ha sembrado en nosotros y esa capacidad para el amor, y a El le pediremos su fuerza y su gracia para que en verdad siempre caminemos por esos buenos caminos.
Todo esto lo estamos diciendo de la familia, pero son valores humanos que hemos de vivir en cualquier comunidad, valores humanos que tenemos que cultivar muy bien en todo lo que sea relación y convivencia con los que están a nuestro lado.
Es lo que con otras palabras muy concretas nos decía san Pablo en la carta a los Colosenses. Aunque escuchamos este texto de la Palabra en el ámbito de esta fiesta de la Sagrada Familia, hemos de saber que cuando Pablo le escribía todo eso que hemos escuchado a los cristianos de Colosas, estaba refiriéndose a lo que había de ser y había de vivirse en aquella comunidad. A la comunidad y a la familia, por supuesto, podemos aplicarlo porque son valores humanos muy fundamentales y necesarios en una y en otra, para ese crecimiento como persona y ese crecimiento de nuestra vida familiar.
Se nos habla de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia, de comprensión y de perdón como una vestidura de nuestra vida que hemos de ceñir con el amor y la paz. Y se nos habla de cómo ha de estar presente la Palabra de Dios siempre en nuestra vida, en el centro de nuestro hogar, sabiendo dar gracias a Dios, sabiendo invocarlo en todo momento para tenerlo presente y hacer que con toda nuestra vida demos siempre gloria al Señor.

Hoy contemplamos a la Sagrada Familia de Nazaret y la hemos contemplado también en el evangelio en esas dificultades de la vida,  semejantes a las dificultades con que cada día nosotros podemos encontrarnos. Que El Señor nos ilumine. Que el Señor nos regale su gracia. Que siempre amor en nuestros corazones, para que también en esa apertura de la que hablábamos hace un momento estemos siempre abiertos a las necesidades y problemas de los demás para que allí pongamos el bálsamo de nuestro amor y de nuestra solidaridad. 

Los santos inocentes fueron coronados de gloria en virtud del misterio de la navidad

1Jn. 1, 5-2, 2; Sal. 123; Mt. 2, 13-18
‘A ti, oh Dios, te alabamos… te ensalza la brillante multitud de los mártires…’ aclamamos en esta fiesta de los Santos Inocentes que ‘proclaman la gloria de Dios en este día no de palabra sino con su muerte’, como decimos en la oración litúrgica de esta fiesta. Volvemos a repetir que no está lejos de Belén la Pascua, pues quien ha venido para ser nuestro salvador en su pasión y muerte nos va a redimir, y bien sabemos que es camino de vida para nosotros.
Hemos escuchado su relato en el evangelio. Pronto las tinieblas quieren rechazar la luz. La estrella brilló bien alta y unos magos de Oriente descubrieron las señales y vinieron siguiendo el rastro de la estrella, como escucharemos en la Epifanía del Señor y hoy en cierto modo nos sirve de adelanto. Buscaban al recién nacido rey de los judíos. Pero los poderosos de este mundo ahí ven un contrincante. Las tinieblas rondan en el corazón de Herodes que despechado porque los Magos no le señalan el sitio concreto donde está el recién nacido ‘al verse burlado manda matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores’. Las reacciones de un corazón lleno de orgullo y soberbia.
Es el martirio de los Inocentes que hoy celebramos. No fue su boca la confesó la fe en Jesús, pero su muerte fue como un anticipo de lo que sería la muerte inocente del que vino para entregarse por nosotros para que tengamos vida para siempre. ‘Fueron coronados de gloria en virtud del misterio de la Navidad’, como proclamaremos en otra de las oraciones de la celebración.
El martirio de los inocentes, hemos dicho,  que se prolonga en todos los que a través de los tiempos en la historia de la Iglesia han derramado y siguen derramando su sangre por el nombre de Jesús. Es una multitud ya innumerable los que la Iglesia les ha reconocido su martirio y su santidad. Pero hoy en tantos lugares del mundo hay cristianos que siguen sufriendo por el nombre de Jesús. Con un poco de atención podemos escuchar esas noticias, aunque no ocupen primeras planas en los medios de comunicación. Estos mismos días de la Navidad de este año en distintos lugares son muchos los cristianos que han sufrido atentados y muerte incluso en medio de la misma celebración de la navidad.
Pero no quizá de una forma tan cruenta, pero no menos dolorosa, también hay muchos que sufren calladamente incomprensiones, acosos, malos tratos de forma injusta porque quieren vivir rectamente en fidelidad a una fe y a un sentido de vivir desde esa fe, aunque con debilidades y pecados porque somos humanos y tantas veces erramos y quizás no somos tan buenos como tendríamos que ser. Es un sufrimiento padecido en silencio, pero que el creyente quiere darle un sentido y un valor desde la fuerza y la gracia del Señor. Pone el creyente toda su confianza en el Señor porque sabe que en El nunca se sentirá defraudado por malos que sean los momentos por los que tenga que pasar.
Eso nos ha querido expresar el salmo que hoy hemos recitado. ‘Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos… nos habrían arrollado como las aguas del torrente que nos llegaba hasta el cuello, pero nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra’. Es la oración confiada que hace al Señor el que pone en Dios toda su fe y su confianza en medio de las dificultades y contratiempos que tiene que sufrir.

‘Dios es luz sin ninguna oscuridad’, nos decía san Juan en su carta en la primera lectura. Queremos vivir en la luz. Estos días de navidad está brillando continuamente ante nuestros ojos como un signo fuerte esa luz que es Jesús. Y aunque algunas veces nos dejamos seducir por las tinieblas del pecado, deseamos la luz, queremos la luz, acudimos a Jesús que por su sangre nos limpia de nuestros pecados. Como nos decía el apóstol Juan, ‘si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre, Jesucristo, el justo, porque El es víctima de propiciación por nuestros pecados’. Con qué confianza podemos y tenemos que acudir a Jesús. Cómo tendríamos que desear vivir siempre en santidad y sin pecado, vivir en la luz de Jesús.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Lo que hemos visto y oído… damos testimonio y anunciamos la vida eterna

1Jn. 1, 1-4; Sal. 96; Jn. 20, 2-8
Llegó primero al sepulcro pero no entró;  cuando entró Simón Pedro ‘entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vió y creyó’. En su propio Evangelio emplea ese circunloquio ‘el otro discípulo’, ‘el discípulo que amaba Jesús’. Había sido de los llamados a la primera hora; más bien, él y Andrés, cuando el Bautista señaló a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, se fueron con El; ‘y se quedaron aquella tarde’, nos contará en el evangelio diciendonos incluso la hora del encuentro.
Estamos celebrando hoy a Juan, el hermano de Santiago, los hijos de Zebedeo, los hijos del trueno, como los llamaría Jesús, el evangelista del cuarto evangelio y del Apocalipsis, el que reposó su cabeza sobre el pecho de Jesús en la cena pascual. Aquí en la cercanía de la navidad la Iglesia quiere festejar al Evangelista que tan hermosas y profundas páginas nos dejó del evangelio de Jesús.
Formaba parte del grupo de los Doce, pero también de aquellos testigos especiales que Jesús quiso tener en momentos muy especiales. Subiría con Pedro y Santiago al Tabor cuando Jesús los llevó a orar y allí se transfiguró delante de ellos; fue uno de los tres apóstoles que entraron en la casa de Jairo para ser testigos de la resurrección de la niña; y en otro momento importante, también de oración, aunque se caían de sueño, Jesús lo llevó consigo con Pedro y Santiago al interior del huerto de Getsemaní. Pero sería el que estaba al pie de la cruz, testigo único entre los apóstoles de la muerte de Jesús y que allí recibiera a María como su madre y nuestra madre.
Será el testigo que no puede callar lo que ha visto y oído. Así se lo hemos escuchado en el inicio de su primera carta. ‘Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de Vida… nosotros lo hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó’.
Hermoso mensaje, hermoso testimonio que nos ofrece. El había palpado a Jesús, como nadie; él lo conocía bien por la cercanía que da el amor - era el discípulo amado -, pero fijémonos cómo se refiere a Jesús, ahora no nos dice nombre de entrada, luego lo dirá,  pero lo llama Palabra de Vida porque la Vida se hizo visible, vida eterna que estaba junto al Padre y vino hasta nosotros. Es lo que estamos celebrando y queriendo vivir.
Nos recuerda el inicio de su evangelio que nos habla de la luz, de la vida, de la Palabra, del Verbo de Dios que se hace carne y planta su tienda entre nosotros. Es todo lo que es Jesús para nosotros y cómo tenemos que vivirlo; porque no solo es conocerlo, es hacerlo vida en nosotros, vida en nuestra vida para que ya no vivamos sino por El que por nosotros murió y resucitó como se nos dirá en otro lugar de la Escritura.
Es Juan el que nos hablará en el Evangelio y en sus cartas con toda intensidad del amor que Dios nos tiene, pero del amor que entre nosotros nos hemos de tener. ‘Tanto amó Dios al mundo, reflexiona en el evangelio, que nos entregó a su Hijo único para que tuviéramos vida para siempre’. Y en sus cartas nos dirá que Dios es amor, y que el amor que Dios nos tiene es primero; Dios toma la iniciativa de amarnos.
Ya lo iremos meditando en los próximos días que iremos leyendo la primera carta de Juan. Y desde ese amor que Dios nos tiene nosotros hemos de responder con amor. Nos lo repite Juan en el evangelio y en sus cartas. Nos quedará plasmado en el evangelio que ese es su mandamiento, lo que nos ha de distinguir como seguidores de Jesús, que nos amemos los unos a los otros como El nos ha amado.
Hoy le hemos escuchado decir en la carta de la primera lectura que ese amor que nos tenemos entre nosotros, esa comunión que ha de haber entre nosotros arranca de la unión que vivimos con Dios, y que en la medida en que vivamos unidos y en comunión entre nosotros estamos manifestando la unión que vivimos con Dios. No podrá haber la una sin la otra. ‘Todo esto os lo anunciamos, nos dice, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo’.

Como hemos pedido en la oración que ‘podamos llegar a comprender y amar de corazón lo que tu apóstol nos dio a conocer’. 

jueves, 26 de diciembre de 2013

Como Esteban con la fuerza del Espíritu testigos del nombre de Jesús

Hechos, 6, 8-10; 7, 54-59; Sal. 30; Mt. 10, 17-22
¡Qué cerca está el calvario de Belén! ¡Qué cerca está la pascua del nacimiento de Jesús! Hoy lo contemplamos en el primer día después de la Navidad del Señor y cuando aún seguimos saboreando todo el misterio de la Navidad.
Hoy la liturgia nos invita a mirar y a celebrar a san Esteban, el protomártir, el primero en derramar de forma consciente su sangre por Jesús. El primer testigo de Cristo derramando su sangre, dando su vida. Hemos escuchado el relato de su martirio en el texto de los Hechos de los Apóstoles. Siguió el camino de Jesús y fue fiel hasta el final; siguió el camino de Jesús y quiso ser su testigo asumiendo todas sus consecuencias.
Hombre, ‘lleno de gracia y poder’ nos dice hoy el texto sagrado, realizaba grandes signos y prodigios en medio del pueblo. Era uno de aquellos siete varones, llenos del Espíritu de sabiduría que habían sido escogidos en medio de la comunidad para ser los servidores de la misma de manera especial en la atención a los huérfanos y a las viudas. El servicio de la caridad era su testimonio. Pero esa misma caridad, ese mismo amor le llevaba a anunciar con su vida y con su palabra el nombre de Jesús. A todos con arrojo y valentía anunciaba el evangelio de Jesús en quien está la salvación.
El se sabía poseído por el Espíritu de Dios y anunciaba el nombre de Jesús con tal claridad que nadie podía hacerle frente a sus palabras. Cuando no nos dejamos convencer por las palabras y razones, como trataba de explicar Esteban, terminarían con la violencia que le llevaría al martirio, a ser apedreado. Pero en Esteban se están cumpliendo las palabras de Jesús que anunciaban la presencia y la fuerza del Espíritu.
‘Daréis testimonio ante ellos y los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis; en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros’. Lo vemos cumplido en Esteban. ‘No lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Oyendo sus palabras se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia’.
Esteban estaba lleno del Espíritu Santo. Contemplaba el misterio de Dios. Tenía puesta toda su confianza en el Señor. Y en Esteban iremos viendo cómo se repiten los mismos gestos y hasta palabras de Jesús en la cruz. Perdonará a los que le apedrean - ‘Señor, no les tengas en cuenta este  pecado’ -; contemplará la gloria de Dios en quien ha puesto toda su confianza; se pondrá en las manos de Jesús, como Cristo lo había hecho en las manos del Padre en la cruz - ‘Señor Jesús, recibe mi espíritu’, será su invocación -.
Ayer cuando contemplábamos y meditábamos el misterio de la Navidad ya veíamos cómo habíamos de llenarnos de la misma alegría de los pastores de Belén para ir a la búsqueda de aquello que les había anunciado el ángel, pero que también con esa misma alegría y gozo en el alma habíamos de volver anunciando y contando a todos aquellos que habíamos visto y vivido. También reflexionábamos que igual que los ángeles fueron los primeros anunciadores de la Buena Nueva del nacimiento de Jesús, así nosotros a la vuelta de Belén habíamos de ser también anunciadores, evangelizadores del nombre de Jesús en medio de nuestro mundo.
Pero decíamos también que las tinieblas se resistían a la luz, porque vino a los suyos y los suyos no le recibieron. A ese mundo tan lleno de tinieblas hemos de llevar ese anuncio de que Jesús es nuestra única salvación, nuestro único Salvador. ¿Nos van a escuchar? ¿Van a aceptar nuestra palabra y nuestro anuncio? Sabemos de la resistencia de las tinieblas a la luz, pero sabemos también que vamos con la fuerza del Espíritu porque Jesús nos lo ha anunciado. Ahí en ese mundo tenemos que ser testigos, aunque nos cueste, como le costó a Esteban incluso la vida. Pero somos testigos que no podemos callar lo que hemos visto y oído, como escucharemos en unos días.

Que el Espíritu nos dé fortaleza y valentía para proclamar nuestro testimonio.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad

‘Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Así nos describe san Juan con profundidad teológica el misterio que hoy estamos celebrando en la Natividad del Señor. Misterio de profundidad infinita, misterio de Dios ante el cual tendríamos que asombrarnos más y más, cuanto más lo meditemos y lo celebremos.
No podemos acostumbrarnos al Misterio de Dios; ante El siempre tenemos que postrarnos en adoración y sentirnos tan pequeños y pecadores como se sentía Isaías cuando en una visión vislumbró la gloria del Señor. Es tiempo de reconocimiento y de adoración; es tiempo de postrarnos ante Dios que aunque le veamos tan cercano es verdaderamente Dios que ha querido hacerse Emmanuel, hacerse Dios con nosotros.
Misterio ante el que tenemos que poner a juego toda nuestra fe. No es algo que nosotros hayamos descubierto por nosotros mismos, sino que el mismo Dios nos ha revelado. Misterio ante el que hemos de sentirnos humildes y pequeños, porque ¿quiénes somos nosotros para Dios así nos haya amado tanto que haya querido tomar nuestra carne, nuestra naturaleza humana para sin dejar de ser Dios hacerse hombre como nosotros?
Anonadados nos sentimos ante tal amor pero sentimos al mismo tiempo cómo El nos levanta porque ha venido a hacer este maravilloso intercambio de amor pues cuando el Hijo de Dios se ha revestido de nuestra naturaleza humana haciéndose hombre como nosotros,  nos confiere a nosotros dignidad eterna, nos levanta y nos hace hijos partícipes de su vida ya para siempre.
Hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de  verdad’. En la noche de Belén cuando en la humildad y pobreza de un establo se estaba realizando tan admirable misterio en el Hijo de Dios se hacía hombre y nacía de María, los ángeles del cielo no pudieron quedarse quietos y armaron un gran revuelo celestial. Allá corrieron los ángeles a anunciarlo, porque tan grande misterio no podía quedarse oculto a los ojos de los hombres.
La quietud y el silencio de la noche de Belén se llenó de resplandores y de cánticos. Allí estaban unos pastores al raso cuidando sus rebaños y a ellos, los pobres y los humildes como iba a ser siempre la manera de presentarse el Hijo de Dios, se dirigieron los ángeles para anunciarles la Buena Nueva. ‘Os traigo una buena noticia que no se puede acallar, una gran alegría para todo el pueblo de la que todos tienen que participar: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor’. Y les dan las señales de cómo han de encontrarlo: ‘Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre’.
De pesebres y de pobreza podían entender los pastores acostumbrados como estaban a una vida pobre. Pero, ¿cómo había de entenderse eso de que el Salvador, el Mesías, el Señor se iba a encontrar hecho niño recién nacido recostado en un pesebre? Corren de todas maneras los pastores en búsqueda de las señales. Encontraran todo como les había anunciado el ángel.
Pero la noche se había revestido de resplandores; la gloria del Señor se estaba manifestando; legiones de ángeles entonaron un cántico a la gloria del Señor; los cánticos de los ángeles retumbaban entre las colinas y los campos de Belén, aunque solo los pobres y los sencillos podrían escucharlos, porque Dios solo se revela a los que son pequeños, humildes y sencillos.
Hoy ha brillado una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor, repetimos una y otra vez en las diversas antífonas de la liturgia de esta fiesta. Ha nacido Dios hecho hombre; la luz de Dios nos envuelve para siempre. Y llenos de la luz de Dios nos llenamos de alegría; todo son cánticos y fiesta en este día.
Pero no perdamos el sentido de esa alegría, de esos cánticos, de esa fiesta. No es una fiesta cualquiera; no es simplemente que nos reunamos para comer juntos y todos tengamos parabienes los unos para con los otros. Es bueno que nos deseemos felicidad los unos a los otros, que nos reunamos y hasta que intercambiemos regalos. Pero no olvidemos cual es el gran regalo que hoy estamos festejando, el regalo que nos hace Dios cuando nos da a su Hijo que se hace hombre para ser nuestra luz y nuestra vida.
Jesús es nuestra salvación y nuestra esperanza. Es quien nos arranca de la esclavitud del mal y del pecado para que vivamos una vida nueva en que hagamos posible que en verdad nos hagamos felices los unos a los otros. No es nuestra alegría, es la alegría de Dios que llega a nosotros y nos hace vivir de una manera nueva y distinta.
No olvidemos el verdadero sentido de la navidad; no quitemos a Jesús de nuestra navidad, de nuestra fiesta y nuestra alegría. Muchos ya no dicen feliz navidad, porque parece que la palabra que hace referencia al nacimiento de Jesús les molestara o les hiciera daño y solo dicen felices fiestas. Nosotros tenemos que decir que es la navidad, el nacimiento de Jesús, verdadero Dios que se ha hecho hombre, lo que nos hace verdaderamente felices.
Y esto tenemos que decirlo, proclamarlo, porque es proclamar nuestra fe y nuestra esperanza. Esto es proclamar que nosotros creemos de verdad que en Jesús encuentra el hombre, encuentra el mundo la salvación.
Celebramos al que nació para salvarnos, para llenarnos de vida, para hacernos de verdad felices; celebramos al que nació para liberarnos del mal más profundo que nos esclaviza y nos llena de muerte y para eso quiere darnos nueva vida, quiere enseñarnos como hemos de vivir para que todos seamos verdaderamente libres y felices; celebramos al que nació para hablarnos del Padre, para descubrirnos el misterio de Dios, de ese Dios que nos ama, que lo podemos sentir tan cercano junto a nosotros porque es Dios con nosotros, ese Dios que nos ama porque es nuestro Padre y está siempre regalando con su amor y su misericordia; celebramos al que vino a compartir nuestra vida, nuestras lágrimas y nuestros sufrimientos, pero que quiere levantarnos, quiere darle un sentido nuevo a todo lo que vivamos incluso nuestras limitaciones y sufrimientos, quiere vencer todo lo que sea muerte y dolor para hacernos vivir una vida llena de felicidad.
Celebramos al que vino a nosotros porque nos amaba y quiere enseñarnos lo que es el amor verdadero que es algo más que palabras, y para eso le veremos entregarse  en la más profunda y total entrega de amor. ¿Cómo no llenarnos de alegría con la presencia de Jesús en medio nuestro? ¿cómo no hacer fiesta en su nacimiento?

Contagiemos al mundo de esa alegría profunda y verdadera que nosotros encontramos en Jesús. Llenémonos de esa luz de Dios y contagiemos de luz, de la luz de Cristo, a nuestro mundo. Celebremos con verdadero sentido la navidad del Señor. Pero no la celebremos solo un día sino prolonguemos cada día ese gozo de la fe que tenemos en Jesús porque siempre tenemos que ser esos anunciadores de esa Buena Nueva. Que el mundo, que todos lleguen a conocer de verdad que nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor.

Una buena noticia de luz y de alegría: nace Dios

Is. 9, 1-3.5-6; Sal. 95; Tito, 2, 11-14; Lc. 2, 1-14
‘Oh Dios que has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, la luz verdadera…’ Así comenzaba la oración de la liturgia de esta noche santa. Todo brilla lleno del esplendor de la luz de Cristo. En medio de la oscuridad de la noche, que nos habla de muchas oscuridades, el ángel del Señor se presentó a unos pastores que estaban en los alrededores de Belén guardando sus rebaños para anunciarles una Buena Nueva ‘y la gloria del Seños los envolvió con su claridad’.
‘No temáis, les dice anunciando la paz, os traigo una buena noticia - es un evangelio lo que anuncia -, una gran alegría para todo el pueblo, - siempre el evangelio es una buena noticia que llena de alegría y si no fuera así no sería verdadero evangelio -  hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador: en Mesías, el Señor…’
La noche de Belén se transformó; las tinieblas se disipan, los sufrimientos y las penas se mitigan, las tristezas se transforman en alegría, porque las promesas se cumplen. Por eso con todo sentido podíamos escuchar al profeta para recordar sus anuncios. ‘El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande… una luz les brilló…’ todos se llenan de alegría como los segadores se gozan al recoger sus cosechas, les dice el profeta. ‘Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado’.
Es la alegría grande que nosotros en esta noche también vivimos. Todo es fiesta y alegría en esta noche santa en que celebramos el nacimiento del Señor. Nos sentimos iluminados, arrancados de las tinieblas, nos ha llegado el Salvador, Dios está con nosotros porque tenemos al hijo nacido de la virgen, tenemos al Emmanuel anunciado por los profetas. Pero tiene que ser una alegría que vivamos desde lo más hondo de nosotros mismos porque nos sentimos de verdad iluminados y arrancados de las tinieblas. Por fuera manifestaremos también esa alegría con nuestros cantos y nuestras mutuas felicitaciones, pero tiene que ser algo que sintamos en lo más hondo de nosotros mismos.
Somos conscientes de cuantas tinieblas envuelven nuestra vida y nuestro mundo. Cuántas tristezas y oscuridades, cuánto sufrimiento y cuantas soledades nos envuelven. Contemplamos excesivas violencias y egoísmos en nuestro entorno; sentimos el dolor de tanta gente se encuentra como desorientada y sin rumbo en la vida porque no tiene fe ni esperanza; nos desgarra el alma la mentira y la falsedad en que se hunden tantos llenando de vanidad y de hipocresía la vida; nos hacen saltar lagrimas del alma la insolidaridad de tantos, o el desencanto y desilusión que viven los que no tienen esperanza y llenan su vida de pesimismo y de depresiones; tantas tinieblas de dudas y de increencia, de desconfianza de todo y de todos, tinieblas de orgullos, envidias y lujuria con las que dejan envolver su vida. Son muchas las tinieblas y las oscuridades que también nos pueden tentar a nosotros.
Pero esta noche es una noche de esperanza, de luz, de vida, de amor. Sabemos que esas tinieblas pueden ser vencidas.  Ha nacido la luz, ha nacido Cristo, luz verdadera que viene a iluminar nuestro mundo; y aunque las tinieblas se resisten y no quieren aceptar esa luz, nosotros tenemos un mensaje que trasmitir, una luz con la que iluminar, porque nosotros queremos dejarnos iluminar esa luz llenando nuestra vida de paz, de amor, de vida y con ella queremos contagiar a los demás.
Los ángeles anunciaron a los pastores que estaban en las oscuridades de la noche en los campos de Belén para que fueran al encuentro de la luz, porque en la ciudad de David les había nacido un salvador, el Mesías, el Señor. Ellos se dejaron envolver por aquella claridad y buscaron la luz verdadera y llegaron hasta Belén, llegaron hasta Jesús llenos de esperanza y de alegría.
A nosotros se nos ha hecho también ese anuncio de Luz en esta noche, pero nosotros ahora tenemos que ser como aquellos ángeles que resplandecientes de la luz de Dios llevemos ese anuncio a nuestro mundo. Las tinieblas no tienen la última palabra aunque se resistan a la luz. Ese mundo tan lleno de tinieblas se puede transformar. Hay una esperanza, es posible el amor, es posible la paz, es posible salirnos de nosotros mismos para vivir un nuevo sentido de solidaridad; es posible despojarnos de todas esas tinieblas; es posible transformar nuestro mundo.
Para eso ha nacido Jesús. Es la salvación que nos trae. Es la salvación que nosotros hemos de vivir dejándonos iluminar por su luz. Es la Buen Noticia que nosotros también tenemos que anunciar  a nuestro mundo.  Es navidad. Es el tiempo nuevo del amor y de la paz. Pero tiempo del amor, de la paz, de la fraternidad, de la solidaridad, de la justicia, de la verdad, pero no de un día sino para siempre que para eso ha venido Jesús.
‘Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres,  enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos’, enseñándonos a renunciar a las tinieblas para vivir para siempre en la luz. Es lo que esta noche celebramos. Es lo que esta noche queremos vivir. No lo celebramos como algo pasado, sino como algo presente y vivo ahora en nuestra vida. Celebramos el nacimiento de Jesús sintiendo que Dios llega ahora a nuestra vida y nos pone en camino de luz, en camino de vida nueva, en camino de amor. Lo celebramos porque lo vivimos. Lo celebramos porque también nos sentimos capacitados para hacer ese anuncio.
Los ángeles fueron los primeros portadores del evangelio del nacimiento de Jesús. Ahora somos nosotros los portadores de ese Evangelio, de esa Buena Noticia que nuestro mundo necesita escuchar. Tienen que desaparecer las desesperanzas y las tinieblas que oprimen tantos corazones porque hay un camino que podemos recorrer, un camino de una vida nueva con el que podemos en verdad transformar nuestro mundo. El nacimiento de Jesús que estamos celebrando nos pone en camino de ello.

Que sea en verdad feliz navidad porque nos llenemos todos de su luz.

martes, 24 de diciembre de 2013

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visita el sol que nace de lo alto

2Sam. 7, 1-5.8-11.16; Sal. 88; Lc. 1, 67-79
‘Juan es su nombre’ escribió Zacarías en un tablilla ante la pregunta insistente de todos sobre el nombre del niño, ‘e inmediatamente se le soltó la boca y la lengua’ -  recordamos que había permanecido mudo desde el anuncio del ángel en el templo - ‘y empezó a hablar bendiciendo a Dios’. Como nos ha dicho hoy el evangelio ‘lleno del Espíritu Santo comenzó a profetizar’, bendiciendo y alabando a Dios.
Largos nueve meses en silencio habían dado para mucho meditar y abrir su corazón a Dios. Ahora estaba lleno de Dios, ‘lleno del Espíritu Santo’, y todo aquel misterio que no comprendía se le había revelado en su corazón. Cuánto nos ayuda hacer silencio en nuestro interior alejándonos de tantos ruidos exteriores que nos aturden y ensordecen para poder escuchar de verdad a Dios en el corazón. En aquel silencio de su corazón Zacarías descubrió bien el misterio de Dios que primero tanto le había costado entender y al que ahora canta y bendice. Cómo tendríamos que aprender a hacer ese silencio en nosotros para abrir de verdad nuestro corazón a Dios que viene a nosotros con su salvación.
Estamos en el eje entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Se acaban los tiempos antiguos de la promesa y comienza un tiempo nuevo que es el de la gracia donde se va a manifestar la misericordia y el amor de Dios. Todas aquellas promesas antiguas, ‘todo lo predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas’ ahora tienen su cumplimiento.
‘Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte; para guiar nuestros pasos en el camino de la paz’. Canta y bendice proféticamente Zacarías a Dios.  Llega la hora de la salvación y de la gracia. Dios viene a visitar a su pueblo para quedarse con El. El que llega es el Emmanuel anunciado por los profetas, que será ya para siempre Dios con nosotros.
Aquella Alianza del Antiguo Testamento llega ahora a su plenitud en la Nueva Alianza que se va a constituir. Llega el momento es que nos veremos libres de las tinieblas de la muerte y del pecado; se va a manifestar la misericordia del Señor que nos liberará para siempre del pecado para llenarnos de la gracia y de la vida. Se alejan de nosotros los temores porque podemos alcanzar la verdadera libertad. El que viene ‘es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian’, el que viene nos concede que ‘libres del temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos en santidad y justicia, en su presencia todos los días’.
Aquel niño que ahora porta en sus brazos lleno de gozo Zacarías es el que viene como ‘profeta del Altísimo, porque irá delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados’. Es el precursor cuya voz gritará en el desierto preparando los caminos del Señor. Es la misión que Juan va a realizar allá en el desierto invitando al bautismo de conversión para preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor.
La liturgia en este día nos proclama ‘hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplaréis su gloria’. Es lo que estamos viviendo en esta mañana en estas vísperas del nacimiento del Señor. Hoy tenemos la voz profética de Zacarías que nos invita a bendecir al Señor porque llega la salvación, llega el Salvador y podemos contemplar la gloria del Señor. Bendecimos, sí, al Señor con el cántico de Zacarías porque sentimos cómo  nos visita el Señor para traernos la salvación y la redención, ‘suscitándonos una fuerza de salvación’, en cumplimiento de las antiguas profecías.

No nos queda sino orar una vez más con insistencia como lo hacíamos en la oración litúrgica: ‘Ven, Señor, no tardes, que tu venida consuele y fortalezca  a los que lo esperan todo de tu amor’. En El hemos puesto toda nuestra esperanza que ahora la vemos cumplida. Llenémonos de su Salvación para que vivamos intensamente la fiesta grande de la Navidad del Señor.

lunes, 23 de diciembre de 2013

¿Qué va a ser de este niño? ¿Qué quiere el Señor de nosotros?

Mal. 3, 1-4; 4, 5-6; Sal. 24; Lc. 1, 57-66
‘¿Qué va a ser de este niño?’ reflexionaban y se decían todos los que habían ido escuchando y contemplando los acontecimientos. En las montañas de Judea fue motivo de gran alegría el nacimiento de Juan. Ya lo había anunciado el ángel a Zacarías allá en el templo. ‘Te llenarás de alegría y muchos se alegrarán su nacimiento’. Y ahora el evangelista nos dice que cuando ‘se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, felicitaban a Isabel’.
Pero en medio de todo eso, y además será motivo del por qué se pregunten qué va a ser de este niño, vamos viendo cómo los hombres nos hacemos unos proyectos o tenemos nuestras ideas, pero, como hemos dicho más de una vez, el Señor nos va sorprendiendo, los caminos del Señor son otros. Algunas veces nos puede costar entender porque nos hacemos nuestros planes o pensamos que las cosas tienen que ser como nosotros las imaginamos, pero Dios nos va siempre abriendo caminos y es lo que tenemos que saber descubrir. Es precisamente la actitud del creyente, descubrir esos planes de Dios, esos caminos de Dios.
‘A los ocho días fueron a circuncidar al niño y lo llamaban Zacarías como su padre’. Ante la insistencia de Isabel - Zacarías seguía aún sin poder hablar - de que había de llamarse Juan, ellos le replican: ‘Ninguno de tus parientes se llama así’. Era normal que quisieran llamarlo como el padre, era la costumbre y era el hijo primogénito; eso implicaría incluso que el hijo siguiera haciendo lo mismo que hacía el padre; pareciera que estaba destinado a ser también sacerdote del templo de Jerusalén.
Los planes de Dios son otros. Además ya el ángel cuando la aparición en el templo había señalado su nombre. ‘Le pondrás por nombre Juan’. Dios se ha compadecido, viene a ser su significado. Y como escucharemos mañana cantar a Zacarías la misericordia del Señor se derrama sobre todos, el amor de Dios se manifiesta y Juan viene a preparar los caminos del Señor, los caminos que nos lleven a encontrarnos con la misericordia y el amor de Dios que se nos va a manifestar en Jesús.
Cuando Zacarías escriba en una tablilla que ‘Juan es su nombre’, como ya había insistido Isabel, ‘todos se quedaron extrañados’. No terminan de entender lo que allí está sucediendo en aquel niño. Ese cambio de nombre tendrá su sentido; algo nuevo parece que va a suceder, porque ya es una manifestación de la misericordia del Señor que les bendijera en la ancianidad con aquel hijo. Más aún, cuando Zacarías de nuevo recobre el habla y prorrumpa en cánticos de alabanzas y acción de gracias al Señor. Ya mañana lo escucharemos y meditaremos.
‘Los vecinos quedaron sobrecogidos y corrió la noticia por toda la montaña de Judea’. Ahora estamos escuchando este evangelio en momentos inmediatamente anteriores al nacimiento de Jesús y como ese camino de preparación que vamos haciendo para ir de verdad al encuentro del Señor que viene con su salvación para nosotros y para nuestro mundo. Ya en Junio celebraremos también con especial alegría en su momento el nacimiento de Juan. Pero lo que hoy vamos escuchando y reflexionando tiene que servirnos para esta preparación que ahora estamos viviendo.
Abrirnos a Dios, hemos dicho muchas veces en estos días, para acoger al Señor que viene. Abrirnos a Dios y descubrir su voluntad, los planes de Dios para nosotros. Son siempre planes de salvación y de vida en lo que tenemos que implicarnos de verdad. Que no nos encerremos en nuestros proyectos sino confrontemos siempre lo que es nuestra vida y lo que es la voluntad del Señor. Dejémonos sorprender por su amor y su gracia y sentiremos cómo se renueva nuestra vida y empezaremos caminos esos caminos de santidad que el Señor quiere para nosotros.

‘¿Qué va a ser de este niño?’ se preguntaban los vecinos de la montaña de Judea. ¿Qué quiere el Señor de nuestra vida? tendríamos quizá que preguntarnos nosotros.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Vayamos con alegría y esperanza al encuentro de Jesús nuestro Salvador

Is. 7,10.14; Sal. 23; Rom. 1, 1-7; Mt. 1, 18-24
Cuando se atisba ya en el horizonte el resplandor de un nuevo amanecer en la cercanía de la Navidad aparecen en el evangelio las figuras de José y de María que nos ayudan a caminar al encuentro de esa luz, de esa paz y de esa alegría en el nacimiento del Señor.
Somos conscientes de que muchos resplandores superficiales pueden encandilarnos y confundirnos y también las oscuridades de la vida y de los problemas pueden hacer que nos parezca más negro nuestro futuro que algunas veces se nos presenta tan incierto por los problemas y las crisis que nos envuelven en la vida de cada día; pero tenemos cierta una esperanza con la que queremos caminar, una fe grande que queremos proclamar y un nuevo sentido de vida que desde Jesús sabemos que podemos dar a cuanto nos sucede.
Nada nos puede hacer perder la alegría de esa esperanza, nada nos tiene que perturbar para quitarnos la paz cuando ponemos toda nuestra confianza en el Señor. Es por ahí por  donde hemos de caminar hacia la navidad para no quedarnos en superficialidades que son el canto de un día pero que no nos dan verdadera profundidad y sentido a nuestra vida. Con Jesús podemos alcanzar una paz permanente y una alegría profunda porque en El queremos poner toda nuestra esperanza y nuestra confianza. Cuando nos disponemos a celebrar la Navidad es que queremos proclamar con toda nuestra vida que Jesús en verdad es nuestra Salvación. Esa confesión de fe tiene que estar llena de profundidad para no quedarnos en cosas externas y superficiales que no son la verdadera navidad.
Fijémonos en lo que vemos en la Palabra de Dios hoy. Hay un contraste fuerte entre la figura de Acaz que nos aparece en la primera lectura y José en el Evangelio. Históricamente el momento que nos refleja la primera lectura era un momento difícil para el pueblo de Israel y el Señor por el profeta quiere anunciar al rey cómo puede obtener la paz; pero Acaz, aunque es un hombre religioso, ha puesto su confianza no en Dios sino en las alianzas que pueda hacer entre los hombres con sus ejércitos e intereses políticos. El profeta le ofrece una señal que Acaz no termina de aceptar, pero allí queda la señal que luego para nosotros va a tener un profundo sentido mesiánico: ‘Una virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá  por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros’.
Por su parte José pasa también por un momento de crisis y de dudas. ‘María estaba desposada con José  y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo’. A José le cuesta entender, pero hemos de reconocer que, además de ser un hombre de una fe grande que pone toda su confianza en Dios, era un hombre totalmente enamorado; está  por medio el amor y no quiere hacer daño, por eso no quiere dar publicidad sino que quede todo en el secreto; quiere quedarse en segundo plano, pero Dios tiene otros planes para él.
Sabe José hacer silencio en su corazón para escuchar a Dios. Cómo tenemos que aprender a hacerlo porque algunas veces nos vemos aturdidos o por los problemas que nos van apareciendo en la vida con toda su gravedad y otras veces son ruidos superficiales los que nos ensordecen y no nos permiten percibir la voz de Dios. Cuántas cosas que nos pueden distraer. Es una imagen de ese silencio interior lo que se nos dice que en sueños se le apareció el ángel del Señor. No es una ilusión ensoñadora, sino un silencio del corazón que se abre a Dios.
‘No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por  nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de los pecados’, le dice el ángel. Allí se le está revelando el misterio de Dios. El hijo que María lleva en sus entrañas es el Emmanuel, Dios con nosotros, como ya había anunciado el profeta y habíamos escuchado nosotros en la primera lectura de Isaías; se llamará Jesús porque es nuestra luz y nuestra Salvación. Y José dijo sí - ‘hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer’ - y entró en el plan de Dios. Entendió su misión, la misión que Dios le confiaba realizando su oficio de padre; el poner el nombre eso quiere expresar. 
Cuánto nos enseña para nuestra vida de cada día. Nos vemos envueltos en dudas y problemas que muchas veces nos afectan profundamente. Cada uno tenemos nuestros problemas y en cada corazón van surgiendo muchas veces muchos interrogantes ante situaciones que no vemos claras. Cuantos sufrimientos vemos también a nuestro alrededor en personas que vemos caminar agobiados por los problemas y parece que no tienen esperanza. Cuantos también se encierran en sí mismos porque quizá las situaciones por las que pasan les hacen verlo todo negro.
A algunas personas no les gusta oír hablar, por ejemplo, de Navidad, quizá agobiados por esos problemas o quizá porque se han creado una falsa ilusión e imagen de lo que es la navidad y cuando pasan por estrecheces o quizá se ven solos porque les faltan sus familiares más allegados con quienes en otra ocasión celebraron la navidad, ahora nos dicen que la navidad se acabó para ellos y no hay quien los saque de sus negruras y desesperanzas. ¿No pudiera suceder mucho de todo esto porque quizá hemos perdido la fe en lo que es la verdadera navidad? ¿No será  que quizá queremos hacer una navidad sin Jesús, por muchos belenes que hagamos y muchas figuritas que tengamos del niño Jesús?
Tenemos que descubrir su verdadero sentido para que podamos celebrar la navidad de forma auténtica. Y el verdadero sentido está en lo que le dice el ángel a José. Ese niño que va a nacer, ¿quién es? ‘Le pondrás  por nombre Jesús’, le decía el ángel a José, ‘porque el salvará a su pueblo de sus pecados’. Ese niño cuyo nacimiento vamos a celebrar es Jesús que es nuestro Salvador; es Jesús que es el Emmanuel, que es Dios con nosotros; es Jesús, el Hijo del Altísimo, el Hijo de Dios, que nos viene a manifestar, y de qué manera, el amor infinito de Dios por el hombre al que le ofrece su salvación.
Ahí en medio de esos problemas u oscuridades en que podamos vivir, envueltos en ese mal que atenaza nuestro mundo, nosotros vamos a celebrar que Jesús es nuestro Salvador, es la auténtica Luz que nos ilumina y da sentido a toda nuestra vida y a nuestro mundo. Tenemos que estar convencidos de esto para que podamos hacer una auténtica y verdadera navidad. Es el anuncio que nosotros, los creyentes, también tenemos que hacer a nuestro mundo, porque el mundo, todos los hombres necesitamos esa luz y esa salvación. ¿Será eso lo que en verdad celebramos y vivimos en la forma como solemos hacer navidad? ¿Esperamos y deseamos la salvación que Jesús viene a ofrecernos?
Tenemos que aprender de José y de María a quienes hoy contemplamos en el Evangelio; cómo se abrieron a Dios, hicieron silencio en su corazón para poder escuchar la voz de Dios. Necesitamos en medio de toda la barahúnda de ruidos que nos aturden estos días en que el mundo nos anuncia a su manera la navidad - cuánto consumismo, cuanta superficialidad en tantas cosas - detenernos un poco para escuchar a Dios, para prepararnos de verdad para recibir a Jesús como la verdadera esperanza de salvación para nosotros y para nuestro mundo.
Dejémonos iluminar por la Palabra del Señor. Lo necesitamos y lo necesita nuestro mundo. Es también el testimonio que nosotros los creyentes hemos de dar al mundo, el anuncio que tenemos que hacer. Vivamos esa cercanía de Dios que viene a nosotros en esa situación concreta, con nuestras oscuridades y problemas, con nuestros sufrimientos y nuestros deseos de un mundo mejor, y acojamos la salvación que el Señor nos ofrece. Preparémonos para una auténtica navidad.

sábado, 21 de diciembre de 2013

María va esparciendo el perfume de Dios con su fe y con su amor

Cantar de los Cantares, 2, 8-14; Sal. 32; Lc. 1, 39-45
María va esparciendo el perfume de Dios allá por donde va. Ella es la llena de gracia, la inundada por el Espíritu de Dios y allí donde se hace presente hace presente a Dios y va llenando todo de Dios.
El ángel le había dado la alegre noticia de que ‘su prima Isabel, la que llamaban estéril ha concebido un hijo y ya está de seis meses’. Las maravillas de Dios que hacen posible las cosas que a los ojos de los hombres nos parecen imposibles. El mismo Zacarías había dicho que su mujer era estéril y los dos de edad avanzada, y he aquí que el Señor los llenó de bendiciones y esperaban un hijo. ‘Para Dios nada hay imposible’, le había dicho el ángel.
María no puede quedarse quieta  en su casa sabiendo que allá en las montañas de Judea algo grande está sucediendo, porque se están manifestando las maravillas de Dios, y allí hay un servicio que prestar. Quien está lleno de Dios nunca será insensible ante la necesidad de los demás y siempre está disponible para repartir amor. Llena de Dios ‘María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel’.
El amor siempre tiene prisa, porque no puede encerrarse en sí mismo; el amor nos pone siempre en camino porque siempre hay algo que trasmitir y contagiar a los demás y siempre será humilde y generoso para estar en permanente actitud de servicio; el amor verdadero  nos lleva en las alas de Dios, porque Dios es amor y todo nuestro amor no es sino una participación en el amor divino; el amor auténtico nos hace saborear a Dios y ayuda a saborear a Dios a cuantos nos rodean.
Llega María a casa de Isabel e Isabel se llena del Espíritu Santo; se escuchan las palabras de María en su saludo y hasta la criatura que hay en el seno de Isabel salta de alegría porque siente la presencia de Dios. ‘Se llenará del Espíritu Santo ya en el vientre materno’, le había dicho el ángel a Zacarías en el templo, y el que iba a ser el precursor del Mesías ya era justificado y santificado en el seno materno, como señal de la misión que se le iba a confiar.
‘Se llenó Isabel del Espíritu Santo’ y comenzaron las alabanzas. El perfume de Dios que desprendía Maria envolvía a todos con la presencia de Dios y el Espíritu divino se apoderaba de los corazones. ‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!’. Pronto comienzan las alabanzas a María. Más tarde ella anunciaría proféticamente en su cántico también inspirado por el Espíritu que ‘la felicitarán todas las generaciones’,  pero Isabel se adelanta.
Reconoce que aquella muchachita venida de Nazaret está inundada de Dios porque Dios mora en sus entrañas y de qué manera. Es la madre del Señor que merece toda alabanza, porque así Dios ha querido hacerla grande aunque ella se considere a sí misma la humilde esclava del Señor. ‘¿De donde a mí, quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’. Maravillas del actuar de Dios, porque cuando nos abrimos de corazón a Dios con toda sinceridad dejándole actuar en nuestra vida, Dios mismo se nos revela y nos hace conocer más hondamente su misterio. Es lo que le sucedió a Isabel, también abrió su corazón a Dios y el Espíritu divino llenó su corazón inspirándole y revelándole la verdad del misterio de Dios que en María se estaba realizando.
‘¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’. Qué contraste entre las dudas y la desconfianza de Zacarías y la fe de María. Pero la palabra del Señor siempre tendrá su cumplimiento. Zacarías terminará reconociendo ese actuar de Dios y dando gracias, como escucharemos y meditaremos en el día inmediato al nacimiento de Jesús, y María humilde y pequeña siempre reconoció que el Señor hacia obras grandes en ellas y para todos se iba a derramar la misericordia del Señor.

¡Cuánto tenemos que aprender! Abramos nuestro corazón a Dios que también a nosotros quiere inundarnos con la fuerza de su Espíritu. Llenemos nuestro corazón de amor y también con nuestra generosidad y espíritu de servicio haremos presente a Dios entre los que nos rodean. Que también vayamos exhalando ese perfume de Dios con las obras de nuestro amor.