sábado, 3 de diciembre de 2011

Somos testigos de una esperanza porque experimentamos en nosotros la compasión de Dios


Is. 30, 18-21.23-26;

Sal. 146;

Mt. 9, 35-10, 1.6-8

‘Dichosos los que esperan en el Señor’. Dichosos los que tienen esperanza. Lo hemos repetido en el salmo. Es la esperanza que anima nuestra vida de creyentes. Es la esperanza que avivamos con fuerza en este tiempo de Adviento. Esperamos en el Señor. En El ponemos toda nuestra esperanza.

¡Cómo no vamos a poner nuestra esperanza en el Señor! ¿En quién si no la vamos a poner? Es el único que no nos falla nunca. Como decía el salmo ‘reconstruye Jerusalén… reúne a los deportados que están lejos… sana los corazones destrozados, venda sus heridas… sostiene a los humildes…’ ¿No nos vemos nosotros ahí entre los llamados, a los que cura y sostiene?

Pero además fijémonos en lo que nos decía el evangelio. ‘Recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias’. Y además vemos cómo expresa su misericordia y compasión cuando contempla a aquellas multitudes que acuden hasta El. ‘Se compadecía de aquellas gentes porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’.

Es el Pontífice compasivo y fiel, del que nos habla la carta a los Hebreos, capaz de compadecerse de todas nuestras flaquezas y debilidades. Con cuánta confianza, pues, podemos acercarnos a El, porque siempre vamos a encontrar misericordia y compasión. Y es eso lo que nos llena de confianza y esperanza. Porque aunque somos pecadores, somos débiles y tantas veces caemos en la infidelidad del pecado, sabemos que en El siempre vamos a encontrar misericordia y compasión.

Cómo no vamos a poner toda nuestra confianza en el Señor, como decíamos antes. En El ponemos nuestra esperanza. Ese es, en consecuencia, el deseo grande que se aviva en nuestro corazón en este tiempo de Adviento. Esperamos al Salvador. Pedimos una y otra vez, ‘ven, ven, Señor, no tardes’. Sabemos quien va a venir. Sabemos lo que en verdad vamos a celebrar. Esperamos la salvación que el Señor viene a traernos. Es el que viene a traernos la paz. Es quien nos regala la gracia y el perdón.

Por eso este tiempo de esperanza es en cierto modo también penitencial porque nos reconocemos pecadores que necesitan el perdón; nos sentimos como derrotados y con el corazón destrozado por el pecado que tantas veces dejamos meter dentro de nosotros. Y ansiamos la paz, deseamos el perdón, buscamos ese amor grande de Dios que se nos va a manifestar en el Niño nacido en Belén que es nuestro Salvador, que es el Hijo de Dios hecho hombre para redimirnos y salvarnos.

Pero sentimos también algo más que nos manifiesta y revela la Palabra del Señor que se nos ha proclamado. Jesús quiere que nosotros vayamos con ese mensaje de paz a los demás, que seamos testigos con nuestra vida de su misericordia y compasión y entonces a nosotros nos confía su misma misión.

Se lamenta Jesús que la mies es abundante y los obreros son pocos, pero nos dice cómo tenemos que rogar al dueño de la mies para que llame y envíe abundantes obreros a trabajar en su campo. Y a continuación nos dice el evangelista que envió a sus discípulos, a los doce apóstoles. Los llamó y ‘les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia; y a estos doce los envió… Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dadlo gratis’.

Con su misma misión nos envía. Con su misma misericordia y compasión tenemos que ir a los demás, siendo testigos con nuestra vida de lo que es la misericordia y la compasión del Señor que ya nosotros hemos experimentado. Tenemos que ser testigos de esperanza. Esa dicha que nosotros hemos experimentado poniendo nuestra confianza en el Señor tenemos que saberla trasmitir a los demás. Eso que nosotros hemos recibido, ese amor que se ha derramado tan copiosamente en nuestra vida tenemos que testimoniarlo a los demás, anunciárselo a los otros, para que todos crean en el amor, todos alcancen la misericordia del Señor.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Con nuestros ojos llenos de luz descubrimos las maravillas del Señor


Is. 29, 17-24;

Sal. 26;

Mt. 9, 27-31

La carencia de algunos sentidos corporales produce mucho sufrimiento en la persona que lo padece y realmente uno no sabe bien cuál de ellos será el que más incomodidad y discapacidad produce en la persona. Normalmente las personas invidentes sienten mucho dolor y sufrimiento por dicha carencia: la falta de la luz, el no poder ver el rostro de las personas queridas o simplemente de aquel con quien se habla, no poder apreciar los colores o la belleza que nos ofrece la naturaleza, el sentirse desorientado y no saber por donde caminar con seguridad podíamos decir que son algunas de las cosas que hacen sufrir.

En el evangelio vemos con frecuencia la presencia de invidentes que se acercan a Jesús buscando la luz para sus ojos, como hoy mismo escuchamos en el evangelio. Personas que en su incapacidad para ver se ven abocadas a una pobreza extrema, por lo que suele hablarnos el evangelio de los ciegos que están junto al camino implorando una limosna para su pobreza y necesidad.

Pero las curaciones de los ciegos, los milagros que Jesús realiza para curarlos se convierten además para nosotros en unos hermosos signos que nos quieren decir muchas cosas. El relato de la curación de estos dos ciegos que nos hace hoy el evangelio, junto con los otros textos de la Palabra y las antífonas de la liturgia, nos dan la clave para profundizar en su mensaje que escuchamos mientras vamos haciendo este camino de Adviento.

‘Mirad, el Señor llega con poder e iluminará los ojos de los ciegos’, nos decía la antífona del aleluya antes del Evangelio. Viene el Señor con poder; es la esperanza que está animando nuestra vida y nuestro camino de Adviento. Viene el Señor con su luz – ‘El Señor es mi luz y mi salvación’, hemos repetido en el salmo – y viene a iluminar nuestros ojos ciegos, nuestros ojos que necesitan luz.

En ese sentido nos ha hablado también el profeta que nos anuncia un tiempo nuevo con imágenes de felicidad. ‘El Líbano se convertirá en vergel y el vergel en un bosque…’nos dice. ‘Aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos…’Algo nuevo surge que nos llena de alegría. Y una señal serán los ojos del ciego que se llenan de luz. Ya no habrá confusión ni desorientación; ahora todo es una vida nueva de gracia y de gloria. Podremos descubrir las acciones del Señor, las maravillas que Dios realiza con su salvación en nosotros y podremos cantar la gloria del Señor.

¡Qué distinto es todo cuando nuestros ojos se llenan de luz, cuando nuestro espíritu es iluminado por la luz del Señor! Descubrimos las maravillas del Señor. Andamos con los ojos cerrados y no llegamos a descubrir con toda plenitud todo lo que es el amor del Señor que se manifiesta de tantas maneras. Necesitamos que venga Jesús a nosotros, que venga con su luz y con su salvación.

Reconozcamos nuestra pobreza, reconozcamos que necesitamos esa luz que el Señor nos regala. Reconozcamos que necesitamos avivar nuestra fe, despertarla porque algunas veces se nos adormece; esa fe que Dios pone en nuestro corazón y que es la luz de nuestra alma. Con fe humilde y sincesa nos acercamos al Señor. Como los ciegos de los que nos habla hoy el evangelio también nosotros con fe le gritamos: ‘Ten compasión de nosotros, hijo de David’.

Con fe y con la seguridad que la luz verdadera la vamos a encontrar en Jesús acudimos a El. Este camino de Adviento es un camino en búsqueda de esa luz. Es nuestra esperanza. Sabemos, Señor, que tú puede darnos tu luz, iluminar nuestra vida, hacer crecer nuestra fe. A ti acudimos, y en ti nos confiamos. Eres nuestra luz y nuestra salvación y teniéndote a ti ya nada temeremos, porque tú nos das tu luz, tú nos llenas de la dicha y de la felicidad más grande. Que pueda ver, Señor, que pueda reconocerte. Que con tu luz encuentre los verdaderos caminos para seguirte. Que sea capaz también de llevar tu luz a los demás. ‘Ellos al salir hablaron de Él por toda la comarca’.

jueves, 1 de diciembre de 2011

El hombre sabio y prudente construye sobre el verdadero cimiento de la Palabra de Dios


Is. 26, 1-6;

Sal. 117;

Mt. 7, 21.24-27

El hombre sabio y prudente no hace las cosas así porque sí, aunque sean cosas buenas que haga siempre. Será una persona reflexiva, que se plantea seriamente las cosas, revisa lo que hace y siempre está en el deseo de hacer las cosas mejor, darle una mayor profundidad y sentido a todo lo que hace, con deseos de crecimiento. Todo esto realizado en cualquier aspecto humano es algo que desde el sentido cristiano adquiere por así decirlo un mayor grado aún de exigencia.

El que quiere vivir con autenticidad su vida cristiana no se contenta con decir que ya es bueno, porque haga en determinados momentos cosas buenas e incluso porque rece pidiendo a Dios ayuda. Ha de actuar con las características antes mencionadas y el deseo de crecimiento interior es, si cabe, más intenso. No se contenta con el hecho de hacer algunas cosas en algunos momentos, porque sabe que el ser cristiano, la vida cristiana es algo que tiene que envolver todo su ser y en todo momento se ha de manifestar como tal.

Nos encontramos a veces con personas que dicen que son buenas, y por supuesto no lo negamos, pero que ellos no necesitan quizá el venir a la Iglesia o rezar sino hacer siempre lo bueno o hacer el bien. Por otro lado nos encontramos con quienes toda su vida cristiana la reducen a hacer unas oraciones, son muy rezanderos como se suele decir, pero eso no les repercute en el resto de su vida, viviendo sin mayores compromisos o deseos de cosas buenas.

Nos damos cuenta que unos y otros que estamos mencionando andan como cojos en lo que llaman su vida cristiana. Es necesario algo mas profundo para no quedarnos en lo superficial o lo aparente. Como nos enseña hoy Jesús en el evangelio es necesario poner unos buenos cimientos a nuestra vida, no sea que el edificio de nuestra fe y nuestra vida cristiana se nos venga abajo ante el primer vendaval de dificultades o problemas que nos aparezca.

Hemos de rezar, es cierto, y no se podrá sustentar nuestra vida sin esa necesaria unión con el Señor por la oración. Pero a esa oración hemos de darle hondura, nos viene a decir Jesús. No nos basta decir, Señor, Señor, sino que es necesario algo más. ‘No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en cielo’, nos dice Jesús tajantemente.

Esa oración tiene que llevarnos a la vida, a una vida que hemos de vivir buscando y realizando siempre lo que es la voluntad del Padre del cielo. No puedo decir es que yo hago promesas y las cumplo, le llevo flores a la Virgen y voy a visitarla, llevo colgadas al cuello no se cuántas medallas – ahora ha entrado la moda de ponerse como collares los rosarios -, o tengo no cuantas imágenes en mi casa o en mi habitación. Pero, esos actos de piedad, esos actos religiosos, ¿me llevan a buscar siempre por encima de todo lo que es la voluntad del Señor para mi vida y para lo que tengo que hacer por los demás?

Tendría quizá que preguntarme como vivo la realidad y la situación de mi vida - y ahí tendría que pensar en lo que son todas las responsabilidades que tengo en la vida -, cómo me enfrento a los problemas o a las limitaciones que me aparecen desde la enfermedad, desde mis discapacidades y limitaciones por mis años o por lo que sea.

En esa oración pediré, es cierto, al Señor que se haga presente en mi vida y me ayude en los problemas a los que tenga que enfrentarme, pero en esa oración he de saber escuchar al Señor en lo hondo de mi corazón para ir descubriendo lo que es su voluntad para mi vida y luego eso llevarlo a la práctica de cada día. Escuchar al Señor, descubrir su voluntad, abrirme a la Palabra de Dios que me haga reflexionar, ahondar dentro de mi mismo para verla reflejada en mi vida, en mis actos, en mis actitudes, en todo lo que voy haciendo.

Nos dice Jesús que si no plantamos así su palabra en nuestra vida llevándola a la práctica de cada día, seremos como el hombre necio que construyó un edificio ruinoso porque lo cimentó sobre arena. Oremos, reflexionemos, plantemos la Palabra de Dios en nuestro corazón, llevémoslo a la práctica de la vida. Que en nuestra vida, en nuestras obras se vea bien cómo llegamos a vivir una auténtica vida cristiana.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Buscamos a Jesús pero El viene a nuestro encuentro y nos invita a seguirle


- San Andrés -

Rom. 10, 9-18; Sal. 18; Mt. 4, 18-22

‘Todo el que invoca el nombre del Señor se salvará… si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás…’ Afirmaciones rotundas de fe que nos propone el apóstol Pablo en su carta a los Romanos. Fe que nosotros queremos proclamar también con toda rotundidad, con toda nuestra vida, en esta fiesta del Apóstol san Andrés que hoy celebramos. No son sólo palabras, sino que es algo salido de lo más hondo del corazón y que transforma toda nuestra vida.

Queremos confesar nuestra fe en Jesús, queremos seguir a Jesús. Lo buscamos como Andrés, - ‘Maestro, ¿dónde vives?’, fue su pregunta y petición en su primer encuentro – pero es Jesús el que viene a nuestro encuentro y nos llama, y nos invita a seguirle.

Desde el primer momento que Andrés escuchó hablar de Jesús, que le vio pasar ante él y que el Bautista lo señalaba como ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’, ya se sintió cautivado. Hay ocasiones en que suceden cosas así; la personalidad de quien pasa a nuestro lado nos cautiva, nos está diciendo en el corazón que allí hay algo bueno que buscar y que desear. Quiso Andrés ir tras Jesús, sin sospechar todo lo que iba a pasarle; que Jesús lo invitara a estar con El y que ya desde entonces sintiera que su vida iba a ser distinta.

Será Jesús el que pasando junto al lado, y al ver aquellos pescadores con sus barcas y con sus redes, les invitará a irse con El. Allí estaban Simón y su hermano Andrés; más adelante los otros hermanos con su padre y los jornaleros. Jesús que pasa a su lado e invita. Fueron sus palabras de invitación, pero fue toda la personalidad de Jesús la que los estaba llamando. ‘Venid conmigo, os haré pescadores de hombres’.

Ya Andrés sabía de ser pescador de hombres, porque cuando se había encontrado con su hermano Simón tras aquella primera tarde y noche con Jesús, ya lo estaba invitando. ‘Hemos encontrado al Mesías’, y lo llevó a Jesús. Volverá en otra ocasión en el evangelio a ser mediador, a ser pescador, para llevar a alguien hasta Jesús, cuando aquellos gentiles preguntaban por Jesús y querían conocerlo. En esta ocasión Felipe y Andrés los llevaron a Jesús.

Queremos nosotros también irnos detrás de Jesús, sentirnos cautivados por El, estar con El y conocerle. Este camino de Adviento que hacemos es un camino que nos lleva también hasta Jesús. Nos atrevemos a pedirle a Jesús, preguntarle ‘Maestro, ¿dónde moras?’, queremos estar contigo, queremos ir hasta ti porque queremos conocerte cada día más para más amarte. Nosotros lo buscamos, pero tenemos que sentir mejor cómo El viene hasta nosotros; El nos invita a seguirle, a estar con El. El nos quiere descubrir también a nosotros los secretos de su corazón. Es más bien Jesús el que quiere venir a morar en nosotros, a meterse en nuestra vida, vivir en nosotros. Para que le conozcamos, para que nos empapemos de su vida, para que le vivamos a El.

Sigamos dejándonos cautivar y conducir por su Palabra. Abramos de par en par las puertas de nuestro corazón, los oídos del alma para recibirle, para escucharle. Toda la riqueza de la Palabra de Dios que vamos escuchando ahora en el Adviento tenemos que saber aprovecharla bien. ¡Cómo lo harían los apóstoles! ¡Cómo lo haría Andrés cuando les hablaba en el lago, o por los caminos, cuando lo escuchaban allá en el sermón del monte, o cuando El les explicaba en casa con mayor detalle, con mayor detenimiento todas las cosas para que fueran entendiendo bien lo que era el Reino de Dios que estaba anunciando!

Y seamos mediaciones también para llevar a los demás hasta Jesús, pescadores de hombres. Porque si vamos conociendo a Jesús cada vez con mayor hondura, no nos lo podemos quedar para nosotros, sino que de Jesús tenemos que hablar enseguida a los demás, como hizo Andrés. ‘Hemos encontrado al Mesías’, hemos encontrado a quien es nuestra luz y nuestra salvación; hemos encontrado a Jesús que es el amor de nuestra vida, que es el Señor y que es nuestro Salvador. Confesemos con ardor nuestra fe en Jesús con toda nuestra vida, con los labios y con el corazón, para ser testigos ante los demás, ante el mundo. Llevemos a los demás hasta Jesús.

martes, 29 de noviembre de 2011

Va a reverdecer la esperanza en nuestro corazón


Is. 11, 1-10;

Sal. 71;

Lc. 10, 21-24

Un tronco reseco del que brota un renuevo lleno de vida y de flor. Sugerente imagen. Desconcertante, en cierto modo. Pero, ¿quién no ha visto en el duro invierno las ramas de un árbol frutal desprovistas de hojas, ennegrecidas por el frío, que nos pudieran hacer pensar que aquel árbol ya se nos ha perdido? Sin embargo cuando llega la primavera comienzan a recobrar vida sus yemas y pronto veremos brotar un renuevo lleno de vida prometedor de primaverales flores y hermosos frutos de verano. Reverdece también la esperanza en nuestro corazón.

El profeta nos habla de un tronco reseco de donde va a brotar la vida. Quiere también hacer brotar los renuevos de esperanza en su pueblo. Allí estará el Espíritu del Señor para llenarlo todo de vida. Todo se va a transformar. Hará su aparición la justicia y la paz; la violencia será desterrada porque comienza una vida nueva fecundada por el Espíritu divino. Va a florecer de verdad la justicia y la paz será sobreabundante para todos.

‘Sobre él se posará el Espíritu del Señor: espíritu de ciencia y discernimiento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y temor del Señor; le llenará el espíritu del temor del Señor’. Palabras que nos recuerdan lo proclamado en la sinagoga de Nazaret por el propio Jesús.

Justicia, fidelidad, paz, armonía serán las vestiduras del hombre nuevo. Todo estará envuelto por la justicia y el amor. Todo se transformará a imagen de esa descripción del nuevo paraíso donde habrá armonía en toda la creación, de manera que ya ni los animales será enemigos unos de los otros. ‘Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos, muchacho pequeño los pastorea…’

Son las imágenes del mundo nuevo a partir de que aceptemos el Reino de Dios. Es el mundo nuevo que el Señor nos ofrece con su salvación. Es el mensaje lleno de la sabiduría de Dios que tenemos que aprender a escuchar. Sólo los que caminan con un corazón humilde y sencillo podrán entender el mensaje divino que Dios nos revela. Cuando en nuestras autosuficiencias queremos buscarle explicaciones a todo no seremos capaces de entender el mensaje de los sencillos.

‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla’. Es una sabiduría nueva la que el Señor nos trasmite que sólo desde la humildad y el amor podremos entender.

A cualquiera que se considerara medianamente entendido le podría parecer un contrasentido que de un tronco reseco pudiera brotar un renuevo lleno de flor y de frutos. Sólo quienes se dejan guiar, los que saben confiar y creer en la Palabra serán capaces de entenderlo. Sólo los humildes que se confían totalmente en el Señor saben que su corazón puede cambiar y que la gracia divina puede hacer maravillas en nosotros. Nuestro corazón se ha endurecido muchas veces con el pecado, pero sabemos cómo la gracia de Dios lo ablanda y lo transforma.

Por eso, nos vamos a dejar guiar en este camino de Adviento para que el Señor realice su obra en nosotros. Tenemos la esperanza de la vida nueva. Esperamos con ansia la gracia salvadora del Señor. Queremos en verdad caldear nuestro corazón con el fuego divino de su Espíritu. Le damos gracias, ya desde ahora, por tanta gracia que el Señor derrama y seguirá derramando sobre nosotros.

Como diría Jesús en Nazaret, después de leer el pasaje de Isaías, ‘esta Escritura se cumple hoy aquí’. En nosotros también se va a cumplir esta Escritura. Dejémonos conducir por la mano del Señor y podremos al final cantar las maravillas de Dios.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Permanecer alertas a la venida del Hijo de Dios

Is. 2,1 5;

Sal. 121;

Mt. 8, 5-11

‘Concédenos permanecer alertas a la venida de tu Hijo…’ comenzamos pidiendo casi desde el primer día de nuestro tiempo de Adviento. Es la invitación que ya ayer nos hacía Jesús en el evangelio, ‘velad… vigilad… pues no sabéis cuál es el momento’. Lo seguiremos escuchando estos días.

‘Cuando llame a la puerta nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza’, concluíamos hoy la petición. Con el evangelio hemos de decir que es una vigilancia en la fe. Como la de aquel centurión que se confiaba con toda certeza a Jesús. Merecerá la alabanza de Jesús. ‘No he encontrado en nadie tanta fe’, exclamará Jesús. Aquel hombre fue valiente. No le acobardaron los temores ni respetos humanos. No tenía complejos porque fuera un gentil, era un centurión romano, y podía ser rechazado por los judíos o por el mismo Cristo. Se acercó a Jesús con toda fe y toda confianza.

Es la fe con que tenemos que esperar al Señor. Vamos también hasta Jesús con nuestras necesidades e inquietudes. Aquel hombre tenía en cama un criado paralítico que sufría mucho y se confiaba totalmente a Jesús para que lo curara. Vamos hasta Jesús con nuestro mal, nuestro pecado, nuestras debilidades, tantas flaquezas que hay en nuestra vida no sólo en lo físico sino también en lo moral y espiritual.

Vamos a Jesús con nuestras desesperanzas, tantas negruras de nuestra vida que nos atan, no nos dejan caminar con libertad, nos llenan de miedos y desconfianzas. Algunas veces los respetos humanos también nos coartan y nos echamos para detrás. Nos sentimos acomplejados y pensamos que a nosotros no nos va a escuchar porque no lo merecemos, porque somos tan pecadores.

‘Voy yo a curarlo’, dice Jesús. Viene Jesús a curarnos, a restaurarnos como decíamos ayer con el salmo, a levantarnos de nuestro postración, a darnos la luz que necesitamos para nuestras oscuridades. Viene el Señor a curarnos y viene con su salvación. Es la esperanza con que estamos viviendo estos días; son los deseos más hondos de nuestro corazón; es el camino que queremos hacer en este tiempo de adviento. Pero más que nosotros ir, es el Señor el que viene a nosotros. Es lo que vamos a celebrar. Es la verdadera navidad que tiene que realizarse en nuestra vida.

‘Vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur a sentarse en la mesa del reino de los cielos’. Queremos formar parte de ese cortejo, de esa muchedumbre de los que con fe vamos hasta Jesús, dejando atrás nuestros miedos y complejos. ‘Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, nos invitaba el profeta: El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas’. Es lo que queremos hacer. Nos queremos dejar instruir por la palabra del Señor, queremos caminar por sus caminos de fe para seguirle, para escucharle, para llenarnos de su vida, para alcanzar su salvación.

Viene el Señor que nos cura, que nos instruye, que nos pone en camino, que nos hace alcanzar su salvación. Hacemos el camino de Adviento con toda sinceridad, queremos llegar al nacimiento del Señor para sentir esa renovación y salvación en nuestra vida. Que cuando llegue y llame el Senor a nuestra puerta nos encuentre llenos de fe, nos encuentre velando en oración, nos encuentre cantando la alabanza del Señor. Permanezcamos alertas a la venida del Señor.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Viene el Señor con su salvación para nuestras oscuridades y desesperanzas

Is. 63, 16-17.19; 64, 2-7;

Sal. 79;

1Cor. 1, 3-9;

Mc. 13, 33-37

‘Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve’. Así hemos repetido en el salmo responsorial. Y esta súplica puede expresarnos bien el sentido de este tiempo litúrgico que comenzamos y de esta primera celebración del Adviento.

Decir que los textos que nos ofrece la liturgia, ya sea la propia Palabra de Dios que se nos proclama, como todas las oraciones, antífonas o signos que se nos ofrecen en la celebración, no están ahí como por azar, sino que todos ellos nos quieren ayudar a vivir con hondo sentido toda la celebración.

‘Restáuranos…,’ hemos pedido repetidamente con el salmo. Creo que entendemos lo que es restaurar, volver algo a su primigenio y original esplendor; restauramos una imagen que se ha estropeado, un edificio que ha perdido su esplendor para hacerlo volver a su estado de belleza original. Reconocemos que aquel objeto o aquel edificio están mal porque se ha estropeado, se le han realizado arreglos y añadidos no apropiados y es necesario restaurarlo.

Le pedimos al Señor que nos restaure; sí, empezamos, entonces, por reconocer que necesitamos esa restauración, necesitamos la salvación que el Señor nos ofrece porque el pecado ha destruido nuestra vida, nos ha hecho perder la gracia que el Señor nos había regalado. Pedimos al Señor que venga a nosotros, como dice el salmo, ‘que brille su rostro y nos salve’.

Estamos iniciando el tiempo del Adviento. Solemos decir que el Adviento es tiempo de preparación para la celebración de la solemnidad del Nacimiento del Señor. Es cierto, pero hemos de saber entenderlo bien. Tanto el Adviento como la Navidad tienen un profundo sentido, un hermoso y rico sentido. Porque la navidad no es simplemente la fiesta de un recuerdo, del recuerdo del nacimiento de Jesús en Belén. Porque para muchos se queda ahí algunas veces se pueden convertir los días de la navidad en días nostálgicos y hasta tristes. Si nos quedamos en recuerdos y en las ausencias quizá de los que amamos todo se nos puede volver nostalgia y tristeza. Les pasa a muchos y eso lo tenemos que cuidar.

Lo que celebramos es mucho más. Celebramos que el Señor viene con su salvación; viene y viene ahora y hoy; viene como vino en el momento maravilloso de la Encarnación de Dios en las entrañas purísimas de María y en el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios al mismo tiempo verdaderamente hombre para nuestra salvación; pero viene porque esperamos que vendrá en su gloriosa venida en plenitud al final de los tiempos. Y mientras vamos haciendo este camino donde seguimos necesitando, ansiando, esperando que llegue a nosotros con su salvación. Por eso decimos que es mucho más que un recuerdo. Es lo que queremos celebrar y es lo que tiene que ser nuestra preparación del Adviento que hoy iniciamos.

La Palabra de Dios nos ayuda. Nos sentimos así con aquellos sentimientos del profeta que hemos escuchado en la primera lectura. Nos sentimos como extraviados y desorientados; nos parece sentirnos fracasados por nuestras culpas y pecados porque no seguimos el camino de rectitud y santidad que el Seños nos pedía; nos parece algunas veces, en nuestras dudas y pensamientos pesimistas y deprimentes, que estamos como abandonados de todos y hasta de Dios.

Pero suplicamos con confianza: ‘Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero, somos todos obra de tus manos… vuélvete por amor a tus siervos… ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia… sales a nuestro encuentro y nos traes la salvación’.

Pero, ¿será en verdad ésa la súplica que hacemos al Señor en este camino de Adviento que queremos realizar? ¿Cuáles son las expectativas y los deseos más hondos que llevamos en el corazón? ¿En verdad tendremos esos deseos y esperanzas de restauración? Nos miramos a nosotros con sinceridad pero miramos también a cuantos nos rodean y a quienes vemos envueltos en tantos sufrimientos y desesperanzas por los problemas que vivimos, momentos en que nos cuesta tanto encontrar solución, con tantos agobios que hacer perder la paz en el corazón, con muchas desilusiones porque parece que lo vemos todo negro alrededor. En medio de todas esas turbulencias de la vida ¿todavía seguimos volviendo nuestra mirada al Señor esperando una respuesta, esperando una salvación para nuestra vida?

Es algo hermoso lo que celebramos y queremos vivir. Nosotros, es cierto, buscamos a Dios, pero lo importante no son esos pasos que nosotros queremos dar hasta Dios, sino la iniciativa de amor de Dios que quiere venir a nosotros y nos va a ofrecer mucho más de lo que nosotros pedimos o podemos desear. Es el Señor el que se vuelve hacia nosotros y viene a traernos la salvación.

Viene el Señor y en El encontramos respuestas a nuestros interrogantes; viene el Señor y es luz que disipa tinieblas y oscuridades; viene el Señor y es amor que nos llena de salvación transformando nuestros corazones para que vivamos en su mismo amor; viene el Señor y en El nos sentimos comprometidos a llevar esa luz, y esa salvación, y ese amor, y esa gracia a nuestro mundo para hacerlo mejor, para que haya menos sufrimiento, para que encuentren la paz los que no la tienen, para que sepan gustar lo que es la alegría y felicidad más plena.

Y lo vamos haciendo y viviendo ahora en este mundo, pero con la esperanza de que lo podremos vivir en plenitud cuando con El nos encontremos definitivamente. Como nos decía san Pablo, ‘El os mantendrá firmes hasta el final… Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y el es fiel!’ Es nuestra confianza y nuestra esperanza.

Es camino de adviento, que es camino de esperanza, pero que es camino de vivencias hondas y comprometidas. Es camino de Adviento que nos lleva al encuentro con Jesús, y celebramos, es cierto, su nacimiento en Belén, pero vamos a celebrar cómo viene hoy a nosotros, en este hoy concreto que vivimos con nuestros problemas y nuestras luchas, con esa misma salvación, que un día podremos alcanzar en plenitud.

Es Adviento ahora en este tiempo litúrgico concreto, pero el sentido del Adviento, como ese camino que hemos señalado, es algo que tenemos que vivir siempre, porque nunca nos puede faltar la esperanza, porque siempre viviremos esperando la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo como decimos siempre que celebramos en todo tiempo la Eucaristía.

Por eso la vigilancia a la que nos invita Jesús en el evangelio ha de ser una constante en nuestra vida. ‘Vigilad… velad, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa, si al atardecer o a medianoche, o al canto del gallo o al amanecer, no sea que venga inesperadamente y os encuentre desprevenidos… lo digo a todos ¡velad!’

Que se avive, pues, nuestro deseo de salir al encuentro de Cristo que viene, para que un día colocados a su derecha merezcamos poseer el Reino eterno, como pedíamos en la oración litúrgica.