sábado, 15 de enero de 2011

Palabra que nos llama y nos invita a ponernos en camino de nueva vida

Hebreos, 4, 12-16;
Sal. 18;
Mc. 2, 13-17

‘La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espiritu…’ Hermoso texto de la carta a los Hebreos que nos hace ponderar la maravilla y el poder de la Palabra de Dios. Palabra viva y Palabra de Vida; Palabra que nos sana y que nos sana; Palabra que nos llama y nos invita y Palabra que nos pone en camino de nueva vida; Palabra que nos llega a lo más hondo de nosotros mismos y Palabra que nos inquieta e interroga. Es Palabra de gracia y de salvación, de luz y de vida.
Lo contemplamos en Jesús. Estos días así lo hemos venido contemplando en estos textos del inicio del evangelio de Marcos. Anuncia el Reino de Dios, recorre los pueblos y las aldeas de Galilea, va a la sinagoga, les propone la Palabra en casa, llama a los pescadores junto al lago o al pasar por el camino invita a seguirle a Leví, el publicano, pero sirve de interrogante e inquietud en el corazón a todos los que le escuchan aunque no quieran recibirle, sana y salva porque cura de la enfermedad y del mal y perdona los pecados, busca al hombre pecador para llevarle a nueva vida y no teme sentarse a la mesa incluso con aquellos que consideran de mala fama. Es el médico que viene a buscar al hombre enfermo porque quiere la salud y la salvación siempre para el hombre.
Ya lo hemos escuchado en el evangelio proclamado. Cuánto nos enseña Jesús con su manera de actuar buscando siempre al pecador. Llamó a Leví, el de Alfeo, que estaba sentado al mostrador de los impuestos, pero vemos también la prontitud y generosidad de éste para seguir la llamada de Jesús. ‘Se levantó y lo siguió…’ y hasta sentó en su mesa a Jesús y sus discípulos agregándose a este banquete los que eran sus amigos y compañeros de profesión.
Pero las actitudes buenas provocan siempre reacción en quienes las contemplan. Ojalá sea siempre una reacción positiva para hacer lo mismo, pero bien sabemos quien está siempre con la desconfianza y con la sospecha y hasta en los mejores gestos puede ver malas o aviesas intenciones. ‘Algunos letrados fariseos, al ver que comía con recaudadores y otra gente de mala fama, les dijeron a los discípulos: ¡De modo que come con recaudadores y pecadores!’
Ya hemos escuchado la respuesta de Jesús. ‘No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar justos sino pecadores’. ¿Quién puede considerarse justo delante del Señor? Si somos sinceros con nosotros mismos nos reconoceríamos pecadores. Porque la actitud de aquellos letrados fariseos no es muy distinta de la que tenemos la tentación tantas veces en la vida de tener nosotros también en referencia a los que nos rodean.
Cuántas discriminaciones hacemos en la vida. Cuántas veces llenamos nuestro corazón de sospechas y de juicios contra los demás. Con qué facilidad vemos la paja del ojo ajeno sin darnos cuenta de la vida que llevamos en el nuestro. No tendría que ser esa la actitud que cultiváramos en el corazón. Qué fáciles son las actitudes orgullosas y llenas de soberbia. Pero el hombre humilde es el que es grato al Señor.
Dejemos que esta ‘palabra viva y eficaz’ que estamos escuchando penetre hasta lo más hondo de nosotros y dejémonos interrogar por ella con toda sinceridad allá en nuestro interior. Que siembre la inquietud en nuestro corazón para que sintamos deseos sinceros de acercarnos a Jesús para que nos cure, para que nos sane, para que nos llene de su salvación. El también nos invita a levantarnos de esa situación en la que a veces estamos como apoltronados en nuestra vida y quiere ponernos en camino de vida nueva. Escuchemos su voz. Seamos generosos en nuestra respuesta. Llenemos nuestra vida de la salvación que Jesús nos ofrece.
Quizá, como Leví fue una mediación para que también otros estuvieran junto a Jesús, aquellos otros recaudadores y pecadores, también nosotros podemos ser mediación para que otros lleguen también hasta Jesús. Cuando Jesús nos llama y nos invita a levantarnos seguro que nos quiere confiar una misión, el hacer que otros también puedan conocer la salvación, puedan llegar hasta este médico divino que viene siempre buscando nuestro corazón enfermo para sanarlo y para llenarlo de vida. No nos hagamos sordos a la llamada que el Señor nos hace.

viernes, 14 de enero de 2011

Una palabra de salvación, tus pecados están perdonados

Hebreos, 4, 1-5.11;

Sal. 77;

Mc. 2, 1-12


Jesús va recorriendo los caminos y los pueblos de Galilea anunciando el Reino de Dios. ‘Vamos a otros lugares’, había dicho. Su Palabra es Palabra de vida y de salvación. Hoy nos lo va a mostrar con todas sus consecuencias. Su fama se extendía. Nos había comentado el evangelista que en ocasiones no entraba en los pueblos sino que se quedaba en el descampado y aún así acudían muchos.


Ahora ha llegado de nuevo a Cafarnaún y ‘acudieron tantos, que no había sitio ni a la puerta’. Y el seguía anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios para despertar la fe de aquellas gentes y desearan en verdad la salvación que El venía a ofrecernos. Los hechos que nos narra hoy el evangelio ayudan a despertar esa fe aunque haya algunos que lo rechacen, pero al final todos darán gloria al Señor. ¿No es la gloria de Dios lo que hemos de buscar? Con Cristo, por Cristo y en Cristo nosotros queremos dar todo honor y toda gloria al Padre del cielo. Eso queremos hacer en la Eucaristía que celebramos pero es lo que queremos que sea toda nuestra vida.


Le traen un paralítico. ‘No pueden meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico a los pies de Jesús’. Allí hay fe. Lo destaca el evangelista. ‘Viendo la fe que tenían’. Bueno, ¿veremos a Jesús levantar de su camilla al paralítico? Pero lo que Jesús le va a decir es ‘hijo, tus pecados quedan perdonados’. Pero ¿no habían traído a aquel hombre para que Jesús lo curara? Y Jesús lo cura, sí, lo sana del mal más profundo que puede afectar al hombre. Perdona sus pecados. Es la salvación que Jesús viene a ofrecernos.


No todos lo entenderán. Por allí están los letrados haciendo juicios en su interior. ‘Este blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados sino Dios? ¿cómo habla así?’. Pero allí estaba quien podía perdonar pecados. Allí estaba quien iba a derramar su sangre para el perdón de nuestros pecados. Allí estaba el Hijo de Dios que se había hecho hombre para nuestra salvación, el Dios compasivo y misericodioso que nos está ofreciendo siempre su amor y su perdón, su vida y su gracia.


Vamos a ver, ¿no es el poder de Dios el que puede restablecer la salud al enfermo, el movimiento a aquellos miembros inválidos, hacer volver a la vida a los muertos? Quien podía hacer levantar a aquel hombre de su camilla solo con su Palabra salvadora, es también el que por esa misma Palabra de Salvación puede darnos el perdón de Dios. ‘Para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar pecados, entonces le dijo al paralítico: contigo hablo. Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa… y se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: nunca hemos visto una cosa igual’.


Queremos nosotros también dar gloria a Dios. No hemos terminado de agradecer lo suficiente lo que el Señor nos regala cuando nos perdona los pecados. También tendríamos que decir ‘no hemos visto una cosa igual’. El Señor nos ama y nos perdona. Con qué gozo tendríamos que ir nosotros hasta Jesús cuando celebramos el sacramento del perdón, el sacramento de la Penitencia.


Vamos quizá muchas veces más bien abrumados por la vergüenza de tener que decir los pecados, muy preocupados que no nos falte nada de la lista de las cosas que hemos hecho mal para decirlas con todo detalle, pero pensamos menos en ese encuentro con Jesús que vamos a vivir en el sacramento. Y es esto en lo que tendríamos que prestar más atención, para ir, con humildad sí, pero con mucho amor y con el anticipo ya de la alegría que el Señor nos va a dar cuando nos regale su perdón.


Es algo en lo que tenemos que pensar y para lo que más tendríamos que prepararnos. Triste sería que fuéramos al Sacramento, pero no saliéramos con el gozo en el alma de ese encuentro de amor con el Señor, con esa paz honda que Cristo nos regala con su amor y su perdón. En este sentido mucho tendríamos que revisar sobre la forma cómo nos confesamos, o mejor, cómo celebramos este sacramento de alegría y de paz que es el Sacramento de la Penitencia.

jueves, 13 de enero de 2011

Un doble reconocimiento y una súplica llena de esperanza

Un doble reconocimiento y una súplica llena de esperanza

Hebreos, 3, 7-14; Sal. 94; Mc. 1, 40-45

‘Si quieres, puedes limpiarme’, le dice el leproso que se acerca hasta Jesús. Un doble reconocimiento y una súplica llena de esperanza.

Reconoce su lepra, su mal, la realidad llena de negrura de su vida. Pero no quiere quedarse hundido en esa negrura. Bien sabemos que los leprosos en aquellos tiempos eran obligados a vivir al margen de la comunidad y al margen incluso de la familia. Diciéndolo con buenas palabras diríamos que estaban condenados a vivir en una leprosería, pero quitando la bondad que puediera haber en esa palabra, la vida era muy dura por la marginación en la que tenían qque vivir.

Pero aquel leproso hace otro reconocimiento. Puede salir de aquella situación. Hay alguien que puede sacarle, liberarle, limpiarle de aquella lepra. Por eso acude a Jesús. Por eso además de reconocer su situación, sus deseos y esperanzas de verse liberado, está haciendo también un reconocimiento del poder de Jesús.

Y surge la súplica humilde, pero llena de esperanza. ‘Si quieres, puedes limpiarme’. Ya no depende sólo de sí mismo sino que toda su esperanza la tiene puesta en Jesús. ‘Si quieres…’ Suplica, se pone ante Jesús con su situación, tiene esperanza. ‘Jesús, sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio. La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio’.

No es necesario en este momento que nos extendamos en más consideraciones de lo que le dice Jesús que haga y de lo que realmente luego hizo aquel leproso curado. Simplemente pongámonos nosotros también delante de Jesús con nuestro mal, con nuestro pecado, con las negruras que puedan haber en nuestra vida. Es necesario comenzar por reconocerlo, como aquel leproso que reconoció su lepra, su enfermedad.

Hay ocasiones en que nos sentimos hundidos en nuestro mal, en nuestro problema, en nuestra situación. O nos cuesta reconocer la pendiente en la que hemos caído o nos sentimos tan mal que parece que no vemos salida. Por eso tenemos que seguir aprendiendo de aquel leproso. ‘Si quieres…’ le dice a Jesús. Es lo que tenemos que hacer. Es a quien tenemos que acercarnos con la confianza de también va a extender su mano hacia nosotros para limpiarnos, para levantarnos, para darnos la esperanza de una nueva vida que podemos recomenzar.

Y la podemos recomenzar con su perdón como un bálsamo sobre nuestro corazón, sobre las heridas de nuestra vida. Será su Sangre la que nos lave, nos purifique, nos de el perdón. Y el Señor sigue confiando en nosotros. Y en El vamos a encontrar esa paz que necesitamos, aunque muchas veces los que estén a nuestro lado puedan estar empeñados en que no tengamos esa paz porque seguirán recordándonos esa lepra que tuvimos y de la que fuimos curados. Cuánto necesitamos todos aprender, porque a veces se nos pegan las actitudes del mundo que no entiende de perdón sino de revancha y de venganza. Y podemos actuar los cristianos, podemos actuar en la Iglesia con esos criterios vengativos del mundo, olvidándonos de lo que es la misericordia y el amor del Señor. No sé si algunos aún quisiera que hubiera inquisisiones que decreten destierros de marginación para siempre. Me duelen en el alma actitudes asi en quienes nos llamamos seguidores de Jesús.

Cómo tenemos que aprender de la misericordia de Jesús que nos manifiesta el rostro de Dios. Es un detalle que no es baladí el que Jesús tiene con aquel leproso. ‘Extendió la mano y lo tocó’. No tuvo miedo Jesús a contagiarse porque lo que quería Jesús para aquel hombre era vida y salud. Seguro que esa mano de Jesús sobre aquel cuerpo malherido por la enfermedad fue como un calambre de gracia que llegó al corazón del leproso que era curado, porque allí se estaba manifestando la cercanía de Dios, el amor de Dios que es siempre compasivo y misericordioso.

Sintamos sobre nosotros esa mano de Dios que nos sana, que nos salva, que nos llena de gracia, que nos regala su vida, que nos da la dignidad nueva de hijos de Dios.

miércoles, 12 de enero de 2011

Busquemos a Jesús y su salvación: Palabra y oración

Busquemos a Jesús y su salvación: Palabra y oración

Hebreos, 2, 14-18; Sal. 104; Mc. 1, 29-39

‘Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea’. Así terminaba la perícopa que se nos proclamaba ayer.

Es lo que nos refleja también el texto de hoy. Será primero la suegra de Simón, luego se agolpará a la puerta la población entera trayendo todos los enfermos e impedidos. ‘Al salir de la sinagoga fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles’. Más tarde ‘curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios…’

Ya comentábamos ayer que con Jesús se están dando las señales del nuevo Reino de Dios. las curaciones diversas que realiza son signos de esa salvación que Jesús nos viene a ofrecer. No podemos ver el milagro por el milagro, aunque los hombres nos sentimos tentados fácilmente a pedir el milagro que nos resuelva las cosas. Claro que contamos con el poder de Dios. Es el Señor todopoderoso que nos ama y está a nuestro lado en nuestras dificultades o debilidades. Y manifiesta su amor por nosotros ayudándonos en nuestras necesidades. Pero ¿sólo buscamos a Dios como un resuelve problemas?

No deja Jesús de curar a los que vienen a El, pero en el texto escuchado podemos descubrir algo más que nos ofrece. El viene a ofrecernos su salvación. Es el anuncio que nace cuando proclama el Reino de Dios. Y quiere además que esa salvación llegue a todos porque para salvarnos a todos ha venido. Lo podemos ver expresado en diversos detalles de este texto.

Primero en su conciencia de enviado del Padre no puede faltar esa comunicación íntima y profunda con El. Cuánto nos enseña. ‘Se levantó de madrugada y se fue al descampado y allí se puso a orar’.

Cuando vienen a buscarle – ‘todo el mundo te busca’, le dice Simón Pedro cuando lo encuentra en el descampado – El manifiesta que ha venido para todos y a todos ha de ir a anunciar el Reino. ‘Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas a predicar también allí que para eso he venido’. A predicar. El Reino de Dios tiene que seguirse anunciando por todas partes. Todos han de conocer la salvación que nos ofrece. No es sólo, entonces, los milagros sino el anuncio de la Palabra que ha de hacer. ‘Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios’. Anuncio de salvación y señales de esa salvación al ir expulsando el mal.

Ya decíamos cuánto nos enseña. Queremos escuchar a Jesús. Queremos vivir su salvación. A El tenemos que ir, con ahinco tenemos que buscarle. ¿Cómo lo vamos a encontrar? Dos detalles hermosos nos ofrece este texto del evangelio. A Jesús lo vamos a encontrar en la Palabra que se nos proclama; allí le vamos a conocer, nos vamos a impregnar de su mensaje de salvación. Escuchándole nos vamos a empapar de evangelio, nos vamos a empapar de su vida, de esas actitudes nuevas, de esos valores que nos enseña, de ese nuevo sentido de vivir.

Pero hay algo más para encontrarle. Le vamos a encontrar en la oración, la oración personal y la oración comunitaria que hacemos en nuestras celebraciones. Oración personal, diálogo en un tú a tú de amor con Dios, sintiéndonos en su presencia, inundándonos de su inmensidad, metiéndonos en la hondura profunda de ese pozo de amor que es su corazón. Busquemos esa paz del encuentro vivo con el Señor. Que nuestra oración sea en verdad ese llenarnos de Dios. Que hagamos ese silencio del espíritu, en nuestro espíritu, para que podamos escuchar ese susurro de la voz de Dios que nos habla allá en lo más hondo de nuestro corazón. Una oración llena de paz, una oración sin prisas, una oración de apertura profunda de nuestro yo, de nuestro corazón a Dios.

Tendríamos que hablar también de la oración de nuestras celebraciones. Que sean en verdad celebraciones vivas, orantes, de escucha de Dios, de alabanza al Señor y acción de gracias en comunión con los hermanos; por eso decimos que son comunitarias. Mucho tendríamos que decir, pero baste esto en esta ocasión.

Busquemos al Señor para sentir su salvación viva en nuestra vida.

martes, 11 de enero de 2011

El Reino de Dios se manifiesta en Jesús con obras y palabras


Hebreos, 2, 5-12;

Sal. 8;

Mc. 1, 21-28

Ayer de una forma genérica se nos decía en el evangelio que ‘Jesús marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios’, anunciando la llegada del Reino de Dios y la conversión para creer en El.

Llama a unos primeros discípulos, los pescadores del lago de Galilea, que le siguen, pero hoy vemos a Jesús que va a la sinagoga a enseñar. ‘Cuando fue el sábado siguiente a la sinagoga a enseñar se quedaron asombrados de su enseñanza’, pero pronto comienzan los signos que les hará preguntarse más estupefactos ‘¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen’.

Jesús está manifestando que llega el Reino de Dios. Claro que había que convertirse, darle la vuelta a la vida, para creer en el Reino de Dios. Lo está manifestando con obras y palabras. Ahí está su enseñanza que poco a poco iremos descubriendo en el evangelio. Pero ahí están las señales de que el Reino de Dios llega. No son sólo palabras sino que es una realidad.

Decir Reino de Dios es decir que Dios es el único Rey, el único Señor de nuestra vida. De nada más ni de nadie podemos ser si reconocemos el Reino de Dios. Ahí está el signo que Jesús realiza. ‘Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar’. Es decir, un hombre poseído por el mal, por el maligno. Cristo viene a vencer ese mal, a derrotar el maligno para que al final Dios sea el único Señor de nuestra vida. Ahí en ese milagro está el signo de que llega el Reino de Dios, el Reinado de Dios.

‘¿Qué es esto?’ ¿Qué autoridad es ésta que tiene Jesús? Era la pregunta que se hacían las gentes asombradas, estupefactos por lo que está sucediendo. A muchos les costará entender lo que Jesús hace, el mensaje de Jesús. Será la lucha, por decirlo de alguna manera, que veremos a lo largo de toda su vida en el evangelio. Y seguirá sucediendo así porque aún muchos no terminar de reconocer en verdad quien es Jesús. No olvidemos que cuando hace el primer anuncio del Reino de Dios que llega pide fe y conversión. Es lo que seguimos nosotros necesitando.

Necesitamos, sí, reavivar nuestra fe en Jesús. Tenemos que pedírselo también, porque todo es gracia y la fe es don sobrenatural que Dios nos da y al que nosotros hemos de ir respondiendo con nuestra vida. Necesitamos esa apertura de nuestro corazón para dejarnos transformar por El. Que se realice ese cambio de nuestro corazón, de nuestra mentalidad, de nuestras actitudes.

Cristo sigue viniendo a nosotros para liberarnos del mal, de la muerte, del pecado. Algunas veces ante la presencia de Jesús, de su Palabra y de su gracia ponemos reticencias. Como aquel hombre de la sinagoga de Cafarnaún nos resistimos. ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios’.

La resistencia la ponemos cuando no hacemos todo lo posible para dejarnos transformar por la gracia del Señor; cuando hacemos oídos sordos a su Palabra; cuando pensamos que ya nosotros somos buenos y nada tenemos que cambiar; cuando seguimos dejando meter en nuestro corazón actitudes orgullosas, cuando nos falta humildad. Pueden ser tantas cosas en las que ponemos resistencia porque el pecado sigue estando en nuestra vida y no luchamos lo suficiente para vencer en la tentación.

Dejémonos hacer por el Señor. Dejémonos impresionar por las obras maravillosas que Jesús sigue haciendo en nosotros y en los que nos rodean. Alguna vez hemos hablado de que hemos perdido la capacidad de asombro ante las cosas de Dios. Recuperémosla. Seamos capaces de asombrarnos ante el actuar de Dios en nuestra vida. El sigue llegando a nosotros con su gracia. No la desaprovechemos.

lunes, 10 de enero de 2011

Ahora en la etapa final nos ha hablado por el Hijo que nos anuncia la Buena Noticia del Reino



Hebreos, 1, 1-6;

Sal. 96;

Mc. 1, 14-20

Al iniciar hoy el tiempo Ordinario, terminadas ayer las celebraciones de la Navidad y de la Epifanía con el Bautismo del Señor, en la lectura de la Palabra de Dios que iremos proclamando escucharemos por una parte la carta a los Hebreos durante varias semanas y en el evangelio escucharemos a san Marcos.

La carta a los Hebreos es una hermosa Catequesis a las primeras comunidades cristianas de una gran densidad doctrinal que trata de animar en la fe a aquellos primeros cristianos cuya vida no estaba exenta de dificultades. Ya nos iremos introduciendo en su hermoso mensaje a través de las perícopas que la liturgia nos irá ofreciendo.

Es hermoso cómo a través de esta lectura semicontínua que vamos haciendo día a día de la Biblia vamos enriqueciendo nuestra vida de fe, nos sentimos iluminados por los diferentes textos de la Palabra de Dios. Es muy enriquecedor el que podamos así irnos introduciendo más y más en el mensaje de Jesús y del Evangelio y tendríamos que prestarle mucha atención. Seguro que si lo hacemos iremos creciendo más y más en nuestra espiritualidad cristiana. Es una oportunidad hermosa que se nos ofrece, una gracia del Señor el que cada día así nos vayamos acercando a su Palabra.

‘En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas’. Es un recuerdo a todo el Antiguo Testamento y a toda la historia de la salvación vivida por el pueblo judío. Pero todo ello era preparación y camino para la etapa final. Y llama etapa final al momento de la aparición de Jesucristo, misterio que hemos venido celebrando de manera especial en los días pasados.

‘Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo’. Es la Palabra que se hace carne, la Palabra por medio de la cual se hizo todo. Lo hemos escuchado y meditado estos días. ‘Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir…’ Ahora nos dice refiriéndose a Cristo, ‘El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa’.

Y en el evangelio – comenzamos a leer a san Marcos, como indicamos – comenzamos a escuchar la proclamación de esa Palabra en labios de Jesús. ‘Marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia’.

Dios nos habla por Jesús, Palabra eterna de Dios que se ha encarnado. Es la Buena Noticia que se proclama y que hay que creer. Pero necesitamos convertirnos a Jesús para aceptar esa Buena Noticia. Tenemos que escuchar y decir ‘sí’. Tenemos que escuchar ese anuncio de Buena Noticia que se nos hace y ponernos en camino para seguir a Jesús. Aunque tengamos que dejar cosas atrás porque va a significar un cambio de vida. La noticia del Reino de Dios que se nos trae no es para que sigamos igual, de la misma manera, con las mismas cosas. Aceptar el Reino de Dios que llega es comenzar a vivir una nueva vida.

Vemos la respuesta de los primeros discípulos, los pescadores de Galilea. ‘Pasando junto al lago de Galilea, vió a Simón Pedro y a su hermano Andrés… un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo y a su hermano Juan… venid conmigo y os haré pescadores de hombres…’ Lo dejaron todo, se pusieron en camino con Jesús.

Jesús llega también a la orilla de nuestra vida – ‘Tú has venido a la orilla’, hemos cantado muchas veces – y nos invita, y nos mira a los ojos, y toca en las puertas de nuestro corazón, y nos anuncia la Buena Noticia del Reino que llega, y nos dice que le sigamos… ¿qué le vamos a responder?

domingo, 9 de enero de 2011

El Bautismo de Jesús Epifanía de Dios que nos muestra al Hijo y nos hace hijos



Is. 42, 1-4.6-7; Sal. 28; Hechos, 10, 34-38; Mt. 3, 13-17

El bautismo de Jesús en el Jordán, que hemos escuchado en el relato del evangelio fue una impresionante Epifanía. Hemos venido contemplando la gloria del Señor desde su nacimiento en Belén en muchos signos que se iban manifestando en cada uno de los momentos. Hoy, allí en el Jordán, se manifiesta en todo su esplendor la gloria del Señor.

Comencemos por recordar el sentido o el significado del bautismo de Juan en el Jordán. El Bautista invitaba a las gentes a preparar los caminos del Señor y un signo por el cual manifestaban su arrepentimiento y sus deseos de conversión era el sumergirse en las aguas del Jordán. Aquel bautismo tenía un sentido penitencial. Sintiéndose pecadores y con esos deseos de conversión acudían a Juan para que los bautizara.

Pero allí se acerca Jesús, el que no tenía pecado, en la fila de los pecadores que acudían a que Juan los bautizara. ¿Lo necesitaba Jesús? El es el justo y el santo de Dios. En El no había pecado, pero quería cargar con nuestros pecados. No sería un bautismo de agua el que en verdad nos purificara, el que iba a redimirnos. Sería su sangre derramada en la Cruz; sería la entrega de su vida; sería su amor redentor. Por eso diferenciamos bien el bautismo de Juan al bautismo que nosotros recibimos en nombre de Jesús.

‘Soy yo el que te necesita que Tú me bautices, ¿y acudes a mí?, intentaba Juan disuadirlo… Cumplamos lo que Dios quiere’, le replica Jesús. Ya Juan había sido santificado en el seno de su madre cuando la visita de María a Isabel. Grande era la misión que realizaba Juan preparando los caminos del Señor, señalándonos al que había de venir para traernos la salvación. ‘Cumplamos lo que el Señor quiere’. Iban a manifestarse allí las maravillas del Señor como imagen también del nuevo Bautismo.

‘Juan se lo permitió’, como dice el evangelista. Pero comenzaron a suceder cosas maravillosas. Se manifestaba la gloria del Señor. Era el por qué de Jesús acudir al bautismo de Juan. Se nos iba a decir en verdad quien era Jesús. ‘Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre El. Y vino una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo, el amado, el predilecto’.

Aquel Jesús venido desde Galilea era, es el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra salvación. Lo está señalando el Padre desde el cielo, ‘el Hijo amado de Dios’. El Espiritu de Dios lo está envolviendo con la gloria de la divinidad. ‘Hiciste descender tu voz desde el cielo para que el mundo creyese que tu Palabra habitaba entre nosotros…’ decimos en el prefacio.

El evangelio de san Juan no nos narra el bautismo de Jesús, pero sí nos dice que ‘la Palabra que estaba junto a Dios y que era Dios, que era la vida y que era la luz de los hombres, se hizo carne y acampó entre nosotros’. Los evangelios sinópticos por su parte nos hacen oír la voz del Padre en el Bautismo de Jesús para decirnos que allí está el Hijo de Dios que se hizo carne, que se hizo hombre y que es ‘el ungido por medio del Espíritu para que los hombres reconociesen en El al Mesías, enviado a anunciar la salvación a los pobres’, como nos dice el prefacio; ‘el que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con El’, como hemos escuchado a Pedro en el relato de los Hechos de los Apóstoles.

Es la maravilla que hoy estamos celebrando. Es la culminación de las fiestas de la Navidad y de la Epifanía del Señor que hemos venido celebrando. En todo su esplendor se nos manifiesta la gloria del Señor, como decíamos. Es Jesús en quien creemos y a quien queremos seguir; es Jesús que se abajó y se hizo el último y el servidor de todos – ‘mirad a mi siervo, a quien sostengo, mi elegido a quien prefiero’, como nos decia el profeta – a quien vemos exaltado y glorificado con la gloria del Señor. Es lo que nos decía san Pablo en el texto que tantas veces hemos escuchado ‘se abajó, se despojó de su rango, pasó por uno de tantos, se rebajó hasta someterse a una muerte de Cruz, pero Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble y toda lengua proclame Jesús es Señor para gloria de Dios Padre…’

Pero Jesús ha venido a levantarnos a nosotros. Quiere que nos unamos a El para vivir su misma vida. Se hizo semejante a nosotros en su humanidad para que podamos transformarnos interiormente a su imagen. A partir de Jesús el Bautismo tendrá un nuevo significado porque para nosotros no será sólo purificación como lo era el de Juan sino una participación en todo el misterio de Cristo, en su muerte y en su resurrección para darnos su vida, para hacernos hijos de Dios.

Es el nuevo baustismo, el nuevo renacer del que le hablaba Jesús a Nicodemo. No somos bautizados solo en agua sino en agua y el Espíritu para ser hijos de adopción. ‘Si no naces de nuevo… si no naces del agua y del Espíritu no puedes ver el Reino de Dios’. Bautizados somos nosotros en el Espíritu para entrar en el Reino de Dios, en el reino donde todos somos hijos. ‘A cuántos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios si creen en su nombre… no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios…’ que hemos escuchado repetidamente estos días.

Sí, que escuchemos con fe la Palabra de Jesús, que pongamos toda nuestra fe en El, que le sigamos con toda nuestra vida y con todo nuestro amor para que podamos llamarnos y ser en verdad hijos de Dios. Grande es la dignidad a la que nos ha llamado, que se nos ha concedido en Jesús. También escuchamos esa voz del cielo en nuestro corazón llamándonos hijos amados. Que vivamos en consecuencia como hijos. Que resplandezcamos entonces con la santidad de los hijos, con el amor de los hijos. Que nos sintamos, pues, transformados y en verdad eso se note en nuestra vida, en nuestras actitudes, en nuestros comportamientos, en nuestro trato a los demás.

Cómo tenemos que saber dar gracias al Señor porque podemos contemplar su gloria como hoy en la fe la contemplamos en el Evangelio y en toda nuestra celebración. Somos dichosos porque cuánto el Señor en su amor nos regala. Nuestra celebración tiene que ser algo muy vivo para que podamos sentir esa gloria de Dios en nosotros; es una dicha que podamos escuchar su Palabra; es una dicha que podamos alimentarnos de El en el Sacramento. Por eso hemos de poner a tope nuestra fe y en consecuencia que surga llena de amor nuestra alabanza.

Que se nos abran los ojos del alma para gustar de la gloria del Señor que aquí se nos manifiesta.