sábado, 10 de julio de 2010

Los cielos y la tierra se estremecen con la gloria del Señor

Is. 6, 1-8;
Sal. 92;
Mt. 10, 24-33

‘¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos’. Se siente sobrecogido Isaías ante la mística, misteriosa y maravillosa visión que tiene de la gloria de Dios.
Todo manifiesta la gloria del Señor. Todas las criaturas cantan la gloria del Señor con el cántico que luego nosotros en la liturgia queremos repetir uniéndonos también a los coros de los ángeles y los santos. ‘Santo, Santo, Santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de tu gloria’. Los cielos y la tierra se estremecen con la gloria del Señor.
La visión que comienza como una liturgia del templo de Jerusalén se convierte en una liturgia celestial. El Apocalipsis recogerá esas mismas imágenes que cantan la gloria del Señor y su santidad y en nuestra liturgia terrena nosotros repetimos los mismos cánticos queriendo unirnos a esa liturgia celestial.
Se siente sobrecogido porque siente que es pecador e indigno de contemplar la gloria de Dios. El judío sentía que quien viera a Dios moriría. Lo vemos en otros momentos de la Biblia. Pero ahora todo cambia porque el ángel del Señor le va a purificar. ‘Voló hacia mí unos de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: Mira, esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado’.
El fuego del Señor le ha purificado y ahora se siente con una nueva disponibilidad. ‘¿A quien mandaré? ¿Quién irá por mi?... Aquí estoy, mándame’. Este texto nos está narrando la vocación del profeta Isaías. Quien antes se sentía sobrecogido, purificado por el fuego de Dios ahora está dispuesto a lo que el Señor le pida; como Moisés cuando se le manifestó el Señor en medio de la zarza ardiente para enviarlo a liberar a su pueblo de Egipto; como los otros profetas que nos narran también su vocación, su sentirse llamados del Señor desde el seno de su madre como dice Jeremías.
Nosotros hoy cuando estamos en esta liturgia celebrando también la gloria del Señor, desde la fe también queremos contemplar y escuchar a Dios, y de la misma manera nos sentimos purificados por el Señor que siempre nos está ofreciendo su gracia y su perdón. Por eso cuando comenzamos nuestra celebración, sintiéndonos en la presencia del Señor nos reconocemos siempre pecadores invocando la misericordia del Señor.
También escuchamos la voz del Señor en su Palabra que nos habla en el corazón y como profetas también nos sentimos enviados por el Señor porque ese mensaje de salvación hemos de saber llevarlo a los demás.
También queremos cantar la gloria del Señor, también queremos bendecir a Dios, también queremos darle gracias por tanto que nos ha amado y tanto que nos revela de sí mismo y de su amor.
Que así con ese gozo, pero también con esa intensidad vivamos siempre nuestra celebración sintiendo y viviendo la gloria del Señor en nosotros.

viernes, 9 de julio de 2010

Que el Señor nos dé sabiduría y prudencia con la fuerza de su Espíritu

Oseas, 14, 2-10;
Sal. 50;
Mt. 10, 16-23

‘¿Quién será el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda? Rectos son los caminos del Señor, los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan con ellos’. Con este pensamiento de estilo sapiencial concluye la profecía de Oseas que hemos venido escuchando esta semana. Tendríamos que pedir que alcancemos esa sabiduría y esa prudencia para caminar siempre por los caminos del Señor.
La llamada e invitación a la conversión y al arrepentimiento es algo que siempre está presente en la Palabra del Señor. Esa es nuestra condición pecadora y al Señor hemos de volvernos con sincero arrepentimiento y deseos de conversión. Así nos sentimos en la presencia del Señor y como más de una vez hemos reflexionado con esos sentimientos y esos deseos comenzamos siempre nuestro encuentro con El, sobre todo cuando iniciamos la Eucaristía.
Es lo que hoy escuchamos desde el comienzo de la profecía: ‘Conviértete al Señor, Dios tuyo, porque tropezaste con tu pecado’. Los pecadores tropiezan siempre en los caminos no caminando los caminos del Señor, como decíamos al inicio de nuestra reflexión. ‘Perdona del todo la iniquidad y recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios’. Así rezamos al Señor.
Así en el salmo también hemos pedido ‘Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava mi delito, limpia mi pecado… crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, no me arrojes lejos de tu rostro…’ Que el Señor siga volviendo su rostro sobre nosotros como reflexionábamos ayer, que sobre nosotros sintamos su amor y su complacencia porque el sigue mirándonos como hijos amados.
‘Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos’, nos dice el Señor. Y nos habla de cómo volverá la prosperidad y la dicha. Cómo no vamos a sentirnos así cuando tanto es el amor que el Señor nos tiene.
El texto del evangelio que estamos escuchando estos días es el texto paralelo al de san Lucas que escuchamos el pasado domingo, quizá en san Mateo con mayor amplitud. Nos dice hoy que nos envía ‘como ovejas en medio de lobos’, pero nos está motivando para que no temamos y nos mantengamos firmes en nuestra fe, en nuestro testimonio y en el anuncio del Reino de Dios que hemos de hacer en todo momento con nuestras palabras y con nuestra vida.
Nos anuncia la presencia del Espíritu del Señor con nosotros que será nuestra fuerza y nuestra sabiduría frente a todo lo que se nos pueda enfrentar o hacer sufrir. ‘El Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros… no os preocupéis por lo que vais a decir o cómo lo diréis…’ Y nos invita a la perseverancia, porque así tenemos asegurada nuestra salvación. ‘El que persevere hasta el final se salvará’. Caminemos los caminos del Señor.

jueves, 8 de julio de 2010

El amor y la ternura de Dios que mantiene un amor fiel sobre nosotros

Oseas, 11, 1-4.8-9;
Sal. 79;
Mt. 10, 7-15

‘Que brille tu rostro, Señor, y nos salve’, hemos repetido en el salmo. Como se dice en alguna bendición ‘que el Señor vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda su paz’. Recibir la mirada de Dios es recibir su amor, su complacencia sobre nosotros, llenarnos de sus bendiciones. Por eso pedíamos en el salmo ‘mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que tu hiciste vigorosa’. ¡Qué hermoso y qué dicha!
Normalmente decimos que en la liturgia el salmo responsorial es como una respuesta hecha oración con los mismos salmos de la Biblia, o sea con la misma Palabra de Dios, que damos a lo que vamos escuchando en la Palabra que se nos proclama. Hoy podemos decir que es cierto que es así, pero también podríamos decir que lo escuchado en el profeta Oseas es como un decirnos de una forma muy concreta cómo el Señor en la historia de la salvación va volviendo su rostro sobre nosotros.
Hemos de reconocer que este texto de Oseas es bellísimo, nos manifiesta una ternura extraordinario de Dios para con nosotros. Muchas veces en los profetas nos parece ver sólo palabras duras de denuncia de nuestros males y nuestras infidelidades. Es cierto que es así, pero también nos encontramos páginas tan bellas como esta que hoy se nos ofrece en la liturgia. Es como para quedarnos repitiéndola, rumiándola, mascullándola una y otra vez para gozarnos en el amor del Señor.
Es toda una historia de amor como es toda la historia de la salvación. Recuerda la liberación de Egipto pero es un seguir viendo esos pasos de amor de Dios para con su pueblo a pesar de sus infidelidades y pecados. ‘Cuando Israel era joven, le amé, desde Egipto llamé a mi hijo…’ A pesar de tanto amor de Dios cuántas veces Israel - ¿No tendríamos que decir nosotros también? – se rebelaba contra el Señor y quería volver por su camino de pecado. Recordemos todo el recorrido por el desierto, pero lo que fue luego la historia – hemos escuchado estos días pasados algunos retazos – del pueblo ya asentado en la tierra prometida y cómo se volvía a los baales y a los ídolos.
‘Le enseñé a andar, le alzaba en brazos, lo curaba’. Es el amor del padre por su hijo que le toma en brazos le da cariño y lo cuida. ‘Con lazos de amor le atraía… se me revuelve el corazón, se me estremecen las entrañas…’ ¡Cuánta ternura de Dios para con su pueblo, para con nosotros!
Qué distinta la reacción de Dios a lo que es nuestra manera de reaccionar. Cuando no somos correspondidos reaccionamos con resentimientos, con amarguras, y algunas veces hasta tratamos de olvidar a aquellas personas a las que amábamos y por los que habíamos hecho quizá tanto en nuestro amor. Por eso nuestras fidelidades humanas son tan débiles y efímeras muchas veces. Rompemos el amor, rompemos la amistad, pasamos del amor a la indiferencia, al rencor y hasta el odio.
Pero no es ese el actuar de Dios que mantiene su fidelidad y su amor a pesar de nuestros desamores, olvidos e infidelidades. ‘No cederé al ardor de mi cólera… que soy Dios y no hombre, santo en medio de ti, y no enemigo a la puerta’, nos dice el Señor.
Y a tanto amor, ¿cómo correspondemos? Que vuelva el Señor su rostro sobre nosotros y nos conceda su favor, nos llene de su gracia y nos dé la fuerza del amor en nuestro corazón para así corresponder a su amor. Y con amor así amemos también nosotros a los demás.

miércoles, 7 de julio de 2010

Los profetas, celosos de la fidelidad al Dios de la Alianza

Oseas, 10, 1-3.7-8.12;
Sal. 104;
Mt. 10, 1-7

‘Buscad continuamente el rostro de Dios’, dijimos en el salmo. Buscar el rostro de Dios es querer conocerle, querer sentirnos en su presencia, querer descubrir su amor y sentirnos amados e inundados de Dios. Descubrir ese rostro de Dios y mantener al pueblo creyente en fidelidad total al Señor de la Alianza era la tarea ardiente de los profetas.
Estos día hemos venido escuchando al profeta Oseas. Un profeta celoso de la fidelidad al Dios de la Alianza frente a las tentaciones que el pueblo sufre continuamente de abandono para irse tras los ídolos de aquellos pueblos en medio de los cuales habitaba. Es la denuncia que le hemos venido escuchando. ‘Con su plata y su oro se hacían ídolos para hundirse. Un escultor los hizo y no es Dios’, escuchábamos ayer la denuncia del profeta. Como luego replicaba el salmo ‘nuestro Dios está en el cielo… sus ídolos, en cambio, son plata y oro, hechura de manos humanas; tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven…’ y así seguía describiéndolos el salmo para invitarnos a confiar en el Señor que es nuestro auxilio y nuestro escudo.
En ese mismo sentido lo hemos escuchado hoy recordando cuanto han recibido del Señor, pero sin embargo su corazón se ha desviado del camino recto dejándose arrastrar por la idolatría. ‘Israel era una viña frondosa y daba fruto: cuanto más eran sus frutos, más aumentó sus altares’. Lo que nos recuerda a otros profetas que hablan de Israel como la viña del Señor pero que no supo dar buenos frutos, sino frutos amargos de infidelidad y de pecado. Nos recuerda también la parábola de Jesús en el evangelio que nos hablará de los viñadores que no dieron los frutos y rendimientos que se esperaba de ellos cuando se les había arrendado la viña.
Aunque nos pueda parecer lejano el mensaje de los profetas que hablaban a las situaciones concretas que vivía el pueblo de Dios en su tiempo, sin embargo siguen siendo para nosotros palabra de Dios, que viene a iluminar nuestras situaciones y que nos invitan también a buscar sinceramente el rostro del Señor como decíamos en el salmo y recordábamos al principio de esta reflexión.
No serán dioses a la manera de los ídolos antiguos los que puedan atraernos a nosotros, pero sí hemos de reconocer que estamos tentados de muchas maneras de manera que nuestra fe se debilite o no mantengamos debidamente esa fidelidad al Señor que tiene que traducirse en santidad en nuestra vida. Es Palabra del Señor que hemos de escuchar en lo hondo del corazón y a la que hemos de dar respuesta. Es importante esa escucha que hagamos de los profetas que también nos pueden ayudar mucho en el camino de nuestra fe.
Y finalmente una palabra del evangelio. Si ayer escuchábamos cómo Jesús nos invitaba a rogar al Dueño de la mies para que envíe trabajadores a su mies, hoy hemos escuchado la elección que Jesús hace de los doce Apóstoles. De entre todos los discípulos que siguen a Jesús escoge Jesús a doce a quienes va a confiar una misión especial, partícipes de su misma misión. ‘Les dio autoridad para expulsar espíritu inmundos y curar toda enfermedad y dolencia… y los envió: id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca’.
Van a constituir lo que llamamos el Colegio Apostólico. Aquellos a los que Jesús confía una misión especial en medio de su Iglesia. Serán columnas y fundamentos de la Iglesia, como hemos venido reflexionando estos últimos días que hemos celebrado fiestas de Apóstoles.
‘Has cimentado tu Iglesia sobre la roca de los apóstoles para que permanezca en el mundo como signo de santidad y señale a todos los hombres el camino que nos lleva hacia ti’. Así reconoce la Iglesia en su liturgia la función y la misión de los Apóstoles a quienes vemos cómo hoy Jesús elige de manera especial y les da su propia autoridad. Ya sabemos como sucesores de los Apóstoles a quien Cristo ha confiado esa autoridad están los Obispos, y junto a ellos todos los pastores que colaboran con ellos en la acción pastoral y santificadora de la Iglesia.
Respuesta, por nuestra parte, de fe, de comunión con nuestros pastores y de oración, como ya ayer siguiendo las indicaciones de Jesús hacíamos pidiendo trabajadores al Dueño de la mies.

martes, 6 de julio de 2010

Que no nos falte el don de la fe para admirar las maravillas de Dios

Oseas, 8, 4-7.11-13;
Sal. 113;
Mt. 9, 32-38

Comenzaría pidiendo al Señor que no me falte nunca el don de la fe para poder en todo momento saber admirar toda su grandeza y cuántas maravillas realiza continuamente en mi vida y quizá a través de mi, como un humilde instrumento en sus manos, a favor también de los demás. Que sepa admirarme de sus obras, que sepa reconocerlas y ver su presencia. Que no me falta nunca el don de la fe.
Hemos escuchado en el evangelio que la gente sencilla ‘decía admirada: nunca hemos visto en Israel cosa igual’, cuando contemplaban los milagros que Jesús realizaba. En este caso fue el hacer que aquel sordomudo pudiera hablar y pudiera oír. Sin embargo allí estaban los fariseos más ciegos y más sordos para no descubrir, no ver ni oír las maravillas que Jesús realizaba, que no sólo no creen en Jesús sino que además quieren atribuirle las obras que realiza al poder del maligno. ‘Este echa los demonios con el poder de los demonios’.
Cuántos a nuestro alrededor no han descubierto esa maravilla de la fe. Cuántos quieren buscarse mil explicaciones para las cosas que ven cada día y nunca saben descubrir esas huellas que Dios va dejando de su presencia y de su amor en la creación y en tantas cosas que suceden a nuestro lado.
Pedimos el don de la fe para nosotros, pero también tenemos que pedir humildemente al Señor que se derrame ese don de la fe sobre nuestro mundo para que todos puedan llegar a reconocer a Dios y alabarle y darle gracias en todo momento, como nosotros hemos de saber hacer. Ya reflexionábamos hace unos días diciéndonos que si perdemos esa capacidad de maravillarnos ante las cosas de Dios es señal de que nuestra fe se nos puede estar enfriando y eso no nos lo hemos de permitir.
Hoy seguimos contemplando a Jesús que ‘recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, enunciando la buena noticia del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias’. El Reino de Dios que se va haciendo presente con Jesús. Los corazones que se van transformando en tantos que con fe le escuchaban. Los milagros que Jesús realizaba como signos de la llegada del Reino de Dios. Jesús que quiere desterrar el mal de nuestro mundo, de nuestro corazón. Jesús que cura de toda enfermedad y de toda dolencia. Jesús que viene dándonos vida.
Y se manifiesta el amor y la compasión de Jesús. ‘Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor’. Allí está Jesús el Buen Pastor que busca a las ovejas extenuadas, abandonadas, perdidas, heridas para curarlas y para darles vida.
Pero la mies es abundante y hacen falta muchos obreros para ese trabajo. Por eso nos insiste. ‘Rogad al Señor de la mies que mandes trabajadores a su mies’. Es la oración constante que siempre la Iglesia hace, que tenemos que hacer al Dueño de la mies. Es la oración por las vocaciones que tiene que estar siempre presente en nuestra mente y en nuestro corazón.
Hacen falta pastores, hacen falta sacerdotes santos y entregados, hacen falta personas que se consagren por el Reino de Dios para trabajar en esa mies del Señor tan abundante y tan necesitada de trabajadores. Roguemos continuamente al Señor por las vocaciones al sacerdocio. Que sean muchos los que escuchen esa llamada del Señor y sientan la valentía y la generosidad en su corazón para responder al Señor.
Roguemos por las vocaciones a la vida consagrada, hombres y mujeres que se consagren a Cristo siguiendo con toda radicalidad los consejos evangélicos. Pidamos para que haya muchos misioneros que lleven por el mundo la buena noticia de Jesús.
Pero pidamos para que en nuestras parroquias haya muchas personas generosas y entregadas en el trabajo pastoral tan amplio como se puede realizar en los distintos sectores de la vida de una comunidad. Nos lo está pidiendo hoy Jesús. Que tengamos también nosotros ese corazón compasivo como El y lleno de misericordia.

lunes, 5 de julio de 2010

Una fe admirable y una confianza total que nos sanará y llenará de vida

Oseas, 2, 14-16.19-20; Sal. 144; Mt. 9, 18-26

Los evangelistas Marcos y Lucas cuando nos narran el episodio de la curación de la mujer de las hemorragias y la resurrección de la hija de Jairo son más detallistas en sus descripciones. Mateo, a quien hemos escuchado hoy, es mucho más escueto en el relato. Pero nos es suficiente para subrayar y comentar algunos aspectos que nos pueden enseñar y ayudar mucho.
‘Mi hija acaba de morir. Pero ven tú y pon la mano sobre ella y vivirá’, le dice Jairo con una fe admirable a Jesús. Una fe que le da entereza en los momentos difíciles que está pasando. Que a un padre se le esté muriendo una hija, de doce años como comentan los otros evangelistas, o que acabe de morir, es un momento doloroso y difícil que a muchos aboca en cierto modo a la desesperación.
Pero la fe que tiene en Jesús le da entereza, confianza total y absoluta en el Señor. En los relatos de los otros evangelistas Jesús le dice ‘como te he dicho, basta que tengas fe’, cuando vienen a anunciarle que ya ha muerto la niña y no merece la pena molestar ya al Maestro. Jesús dirá que no está muerta sino dormida, aunque la gente que se había aglomerado en la casa se reían de El. La muerte, ¿un sueño? Es una expresión que se utiliza en la liturgia que nos ayuda en nuestra fe y esperanza cristiana, porque siempre vivimos en la esperanza de la resurrección con lo que la muerte no se ve como algo definitivo sino como un sueño del que hemos de despertar.
Pero entrelazado con este relato de la muerte y la resurrección de la hija de Jairo, los evangelistas nos intercalan el episodio de la mujer que padecía hemorragias sin encontrar remedio para su mal. Pero ello viene a manifestarnos y enseñarnos lo que es una confianza total y absoluta en el Señor.’Se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría’.
Y así fue. 'Jesús se volvió y al verla le dijo: ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha curado. Y en aquel momento quedó curada la mujer’. Qué grandioso es el amor y la misericordia del Señor. Sólo nos pide que tengamos fe en El. Y nos sanamos y nos salvamos. Y recuperamos la paz y nos llenamos de vida.
Hay cosas en la vida que nos agobian y muchas veces nos hacen perder la paz. Pasamos por momentos difíciles y nos hace falta entereza y serenidad. Nos parece que no la podemos alcanzar. Acudamos con fe al Señor y depositemos en El todos nuestros agobios, problemas, oscuridades que tengamos en la vida. Con la fe puesta en El, esa oscuridad se volverá en luz. Con la fe en El, tendremos esa entereza y serenidad para afrontar las dificultades y problemas que tengamos en la vida. Con la fe en El, mucho pudiera ser lo que nos pese en el corazón, en nuestra conciencia, pero vamos a encontrar la paz como sólo el Señor sabe darla. Con la fe en El, ese camino que nos parece calvario por los sufrimientos que sobre nosotros pesen, concluirá siempre con el resplandor de la vida y la resurrección.
Como Jairo, como aquella mujer con su cuerpo atormentado por la enfermedad y sus males, acudamos con toda confianza al Señor. El nos va a decir también: ‘¡Ánimo, hijo! Tu fe te ha curado. Vete en paz’.

domingo, 4 de julio de 2010

Poneos en camino… decid primero: paz a esta casa


Isaías, 66, 10-14;
Sal. 65;
Gál. 6, 14-18;
Lc. 10, 1-12.17-20

La palabra proclamada comienza haciéndonos una invitación a la alegría y a la fiesta con el profeta Isaías, ‘festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría…’ y termina invitándonos también Jesús en el evangelio ‘estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo’.
Invitación a la alegría porque el Señor va a derramar su paz sobre su pueblo, ‘como un río, como torrentes en crecida’, y sentirán el consuelo del Señor, ‘así os consolaré yo y en Jerusalén seréis consolados’.
Pero ese es también el mensaje que Jesús confía a sus discípulos, la paz en el anuncio del Reino de Dios. ‘Designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos a donde pensaba ir El… Poneos en camino… cuando entréis en una casa, decid primero: paz a esta casa… curad a los enfermos que haya y decid: está cerca de vosotros el Reino de Dios’.
‘Poneos en camino…’,
nos sigue diciendo a nosotros hoy. Y no nos oculta las dificultades, ‘como ovejas en medio de lobos… y si no os reciben bien…’ Ponernos en camino para anunciar el Reino de Dios que está cerca de nosotros. ¿Encontraremos quien nos haga oposición y luche contra nosotros? ¿Será escuchado el mensaje o será rechazado? De una cosa sí estaremos seguros y es que es necesario hacer ese anuncio hoy en el mundo que vivimos.
Cuántas veces hablamos de la crisis, de la mala situación que estamos pasando en todos los sentidos. Creo que tenemos que saber hacer una lectura de fe de todo lo que sucede. Porque en el fondo de todo esa situación de nuestro mundo puede haber una llamada del Señor para nosotros los que creemos en El y un mensaje que tenemos que saber trasmitir. Son cosas que suceden en nuestro mundo y a ello tenemos que saber dar una respuesta desde esa fe que tenemos en Jesús y desde la misión que El nos confía.
Hablamos de la crisis, porque está en boca de todos, y pensamos en la economía como pensamos en la pobreza que va creciendo más y mas a nuestro alrededor, sin olvidar la más grave situación de pobreza, miseria y hambre que viven tantos pueblos de nuestro mundo con tantas desigualdades en unos países y otros y tantos millones de personas que mueren de hambre. Porque no podemos ser tan ciegos que nos quedemos sólo mirando lo que nos pasa a nosotros.
Pero la crisis no está sólo en ese aspecto tan pecuniario y económico; cuánta violencia de la que oímos hablar todos los días y no vamos a hacer listados; cuánta falta de valores y principios que guíen nuestro actuar de una forma ética y con sentido profundo; cuánta indiferencia en lo religioso y cuánta confusión, porque el hambre de lo espiritual algunas veces se trata de saciar sin saber bien dónde; cómo reaparecen viejas supersticiones y creencias bien lejanas de un sentido cristiano de la vida y de una auténtica religiosidad cristiana. Y así podíamos pensar en muchas más cosas.
Por eso nos dice Jesús que la tarea no es fácil y que además hacen falta muchos obreros para esa mies que puede ser tan abundante y donde tenemos tanto que hacer. Nos pide que ‘roguemos al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies’. Pero ahí nos envía Jesús a llevar su mensaje de paz, el mensaje del Reino de Dios que comienza precisamente por ahí, por ese anuncio de paz, por esa construcción de la paz. Y es un mundo nuevo el que tenemos que hacer, un hombre nuevo, una criatura nueva. No nos podemos cruzar de brazos.
‘Poneos en camino… curad a los enfermos que haya y decid: está cerca de vosotros el Reino de Dios’, nos dice el Señor. ‘Así os consolaré yo…’ nos decía el profeta. Tenemos que anunciar la paz, tenemos que curar y consolar. Cuántas heridas que sanar en el corazón del hombre. Cuántos corazones atormentados, cuánto sufrimiento, cuánto dolor… cuántas personas que necesitan una palabra de aliento, una palabra de consuelo; cuánta esperanza tenemos que suscitar en que es posible un mundo nuevo, un hombre nuevo. Pero es también curar los corazones egoístas y encerrados en sí mismos para despertar solidaridad en todos y afán de justicia para que entre todos sepamos colaborar para hacer eso nuevo que tenemos que construir. Llevamos la misericordia del Señor; anunciamos la Palabra de Dios que es Palabra de vida y de salvación para todo hombre.
Todo eso se tiene que traducir en gestos de amor, de cercanía; en gestos pequeños y humildes pero que despierten la fe y la esperanza. Por eso nos dirá que no nos preocupemos de llevar talegas, alforjas o sandalias. Porque lo importante es esa disponibilidad y esa generosidad de nuestro corazón para realizar la tarea que el Señor nos encomienda. Porque es importante que sepamos buscar lo que verdaderamente es importante, lo que son los verdaderos valores con los que tenemos que hacer que nuestro mundo sea mejor. Para que desterremos el egoísmo, para que dejemos de pensar tanto sólo en nosotros mismos, para que se entierren para siempre los gestos, las palabras, los gritos de violencia. Para que florezca la solidaridad y el amor para que todos nos empeñemos en hacer ese mundo nuevo. Es lo que desde Jesús tenemos que realizar, es el Reino de Dios que tenemos que anunciar.
Como decía el salmo ‘venid a escuchar: os contaré lo que el Señor ha hecho conmigo’. Es lo que nosotros queremos vivir en el día a día de nuestra vida, si sentimos en nosotros ese consuelo, esa gracia y esa paz de Dios. Es lo que vamos logrando si ponemos esos pequeños granos de arena de cosas buenas cada día. Es el testimonio que entonces tenemos que dar; la experiencia de lo que nosotros vivimos tiene que hablar, porque no son sólo palabras sino el testimonio de nuestra vida lo que necesita escuchar nuestro mundo para que llegue a mirar y a escuchar al Señor.
‘Yo haré derivar hacia ella como un río la paz…’ nos decía el profeta. Y cuando los discípulos volvieron contentos por lo que habían realizado en el nombre de Jesús, les dice: ‘estad contentos porque vuestros nombres están inscritos en el cielo’. Despierta también el Señor en nosotros la esperanza y nos invita a la alegría por ese Reino de Dios que anunciamos. ‘Vuestra recompensa será grande en los cielos’, nos dijo cuando las bienaventuranzas.