sábado, 26 de junio de 2010

Muchos vendrán a sentarse a la mesa del reino de los cielos

Lam. 2, 2. 10-14. 18-19;
Sal. 73;
Mt. 5, 8-17

‘Os digo que vendrán muchos de Oriente y de Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos’, dice Jesús al contemplar la fe del centurión. ‘Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe’. Jesús nos está señalando la universalidad del Reino de Dios al que todos los hombres están invitados. ‘Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad’, se nos dirá en otro lugar del Evangelio.
Jesús se hace presente en medio del pueblo judío. Era el pueblo de Dios que mantenía la esperanza de las promesas de la salvación. Allí había de nacer el Mesías. Pero el Mesías salvador era el Deseado de las naciones como en otro lugar de la Escritura se nos manifiesta. A la mesa del Reino de los cielos todos están invitados a sentarse para gustar de los manjares de la salvación.
Esto nos lo está manifestando el evangelio de hoy. Jesús ha anunciado el Reino y se han ido manifestando las señales de la llegada del Reino. Pero aquí hay un hombre, no es judío, es un centurión romano, que ha puesto toda su fe en Jesús. Le mueve acudir a Jesús el criado que está enfermo, pero él sabe que Jesús puede curarlo. ‘Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho’, le dice.
Pero acude a Jesús con mucha fe y con mucha humildad. Esto es admirable también. Cuando Jesús le dice que irá él en persona a curarlo aflora esa bella flor de la humildad. ‘Señor, ¿quién soy yo para que entres bajo mi techo? Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano’. Y le da sus explicaciones y razonamientos, tú tienes el poder, tú tienes la palabra de vida y las palabra creadora, basta que lo digas para que todo te obedezca y todo se realice. Al final Jesús le dirá: ‘Vuelve a casa y que se cumpla lo que has creído’. Es el poder de Dios, es el poder de la fe; la fe nos hace poderosos para obtener de Dios lo mejor que necesitamos.
Cuánto tenemos que aprender. Para que crezca nuestra fe. Para que sepamos expresarnos en nuestra oración. Para que en todo momento mantengamos nuestra confianza total en el Señor. Para que nos llenemos de humildad profunda. Para que nos hagamos portadores de esa salvación divina que nos trae Jesús a los demás.
Cuánto tenemos que aprender. Para que aprendamos a abrir nuestro corazón a los otros y a nadie discriminemos por ningún concepto. Para que aprendamos a valorar todo lo bueno que hay en los demás y aprendamos también a descubrirlo.
Cuánto tenemos que aprender. Para que nos sintamos invitados a la mesa del banquete del Reino de los cielos y allí vayamos con fe y con humildad, pero para que traigamos a todos también a esa mesa para que disfruten de los manjares, de la gracia de la salvación.
‘El tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades’, recuerda el evangelista las palabras de Isaías. El evangelio sigue manifestándonos todo ese amor de Jesús, señal del Reino de Dios que está entre nosotros, y le vemos hacer otros milagros y curaciones. Jesús sigue tomando nuestras dolencias, nuestras penas, nuestros sufrimientos y quiere sanarnos, liberarnos de todo mal, que todo le demos un sentido y un valor. Que todo eso nos haga crecer en nuestra fe pero nos haga también parecernos cada vez más a Jesús como tiene que ser siempre en un cristiano seguidor de Cristo. Porque hemos de aprender también a cargar con las dolencias y las penas de los demás, porque hemos de aprender a ser buenos samaritanos con nuestro amor y con nuestra generosidad. Porque hemos de mitigar dolores y sufrimientos, porque a todos hemos de invitar a ese banquete del Reino, porque hemos de hacer llegar la salvación de Jesús a todos cuantos estén a nuestro lado.

viernes, 25 de junio de 2010

Las señales nos manifiestan que el Reino de Dios se hace presente

2Reyes, 25, 1-12;
Sal. 136;
Mt. 8, 1-14

‘Al bajar Jesús del monte lo siguió mucha gente’. Hemos venido escuchando el sermón del monte de las bienaventuranzas. Allí Jesús nos ha ido dando y explicando las características del Reino de Dios que ha sido su anuncio constante desde el comienzo de su predicación. Había invitado ‘convertíos porque el Reino de Dios está cerca’. Baja con la gente a la llanura, al camino de la vida de cada día, y ahora nos mostrará las señales de que ese Reino de Dios se está realizando.
‘Se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: si quieres puedes limpiarme’. Allí está aquel hombre con su lepra que como todos sabemos no sólo era la enfermedad que envolvía y destrozaba su cuerpo, sino que además lo destrozaba como persona porque le obligaba a estar como en una cuarentena apartado de los demás, vivir al margen de la familia y de la comunidad. Quien estaba enfermo de lepra era inmundo y podía hacer inmundo a los demás. Por eso nadie se podía acercar a él, ni tocarle, ni a él se le permitía que pudiera estar cerca de los demás. ¿Cómo podría sentirse una persona así tratada? El salmo nos habla de la tristeza que tenían los judíos cuando estaban desterrados lejos de su patria, pero que podemos aplicar a los sentimientos de quien se veía despreciado y marginado a causa de su enfermedad.
Es la señal del mal. Y Cristo ha venido a vencer al maligno, arrancarnos de las garras del mal, a liberarnos profundamente para darnos una nueva vida, a hacernos recobrar la dignidad perdida. Es posible una nueva vida. Es posible verse liberado del mal. Aquel hombre le dice a Jesús ‘si quieres…’, tú tienes poder, tú eres el que puede hacerlo. Y Cristo quiere. Quiere liberarlo del mal de la enfermedad, de su lepra, pero quiere liberarnos del mal más profundo. Cristo viene a sanarnos, a salvarnos, a darnos una nueva vida; quiere hacernos recobrar nuestra dignidad.
‘Quiero, queda limpio… y extendió su mano y lo tocó… y enseguida quedó limpio de la lepra… ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés’. Era como la garantía, el certificado necesario para poder reincorporarse a la familia, a la sociedad. Cristo no nos quiere apartados de los demás, no nos quiere aislados. Le hace recobrar no sólo la salud sino también y sobre todo su dignidad. Son las señales del Reino. Dios vuelve a ser el único Señor de nuestra vida.
El pecado nos rompe a nosotros también, nos ata y nos esclaviza; nos hace bajar a las peores negruras, podíamos decir. Pero Cristo viene a liberarnos, a levantarnos. Ese gesto de Jesús con el leproso – ‘extendió su mano y lo tocó’ – es bien significativo. Quiere que recobremos nuestra dignidad, esa dignidad grande que en el Bautismo nos había dado, pero que con nuestro pecado habíamos manchado. Nos viste de nuevo el traje de la gracia. En Cristo nos sentimos transformados. El Reinado de Dios vuelve a ser el centro de nuestra vida. El Reino de Dios es posible y se comienza a realizar. Ahí están las señales.
Son las señales que nosotros también tenemos que dar. Nos queremos acercar a Jesús para que se realice esa transformación de nuestra vida, para llenarnos de su gracia, para vivir esa vida nueva que El quiere darnos. Que nos sintamos sanados y salvados por Jesús porque tantas veces con nuestro pecado nos hemos dejado esclavizar por el mal. Que volvamos a esa libertad que El quiere darnos. También nos acercamos a Jesús con humildad, con confianza, con amor, porque sí estamos seguros que en El vamos a encontrar la salvación. En Jesús ni nos veremos despreciados ni apartados a un lado. En Cristo siempre nos veremos valorados y llenos de vida.

jueves, 24 de junio de 2010

Cuánto valor y significado siguen teniendo las palabras y la vida de Juan para el mundo de hoy


Is. 49, 1-6;
Sal. 138;
Hechos, 13, 22-26;
Lc. 1, 57-66.80

El profeta Jeremías había escuchado un oráculo del Señor: ‘Antes de formarte en el vientre, te escogí, antes de que salieras del seno materno, te consagré; te nombré profeta de los gentiles…’ Y en ese mismo sentido hemos escuchado al profeta Isaías hoy: ‘Estaba yo en el seno materno, y el Señor me llamó en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada…’
Estamos celebrando hoy el nacimiento de Juan Bautista. Una fiesta que nos llena a todos de alegría como de alegría se llenaron las montañas de Judea en su nacimiento. ‘La noticia corrió por toda la montaña de Judea y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: ¿Qué va a ser este niño? Porque la mano de Dios estaba con él’, nos comenta el evangelista Lucas.
‘Y a tí, niño, te llamarán profeta del Altísimo’, exclamaría Zacarías su padre bendiciendo a Dios. ‘Será grande a los ojos del Señor… porque convertirá a muchos israelitas al Señor, su Dios’, le había anunciado el ángel antes de su nacimiento. ‘Antes de formarte en el vientre te escogí’, que había dicho el profeta. Y la criatura había comenzado a dar saltos en el seno de su madre, como reconocería Isabel en la visita de María. ‘Antes de que salieras del seno materno te consagré’.
Diría él más tarde cuando recibiera allá en el desierto junto al Jordán la embajada llegada de Jerusalén que no era ni el Mesías ni un profeta, porque incluso no era digno de agacharse a atar la correa de la sandalia del que iba a venir. El tenía que menguar para que creciera el que había de venir. Y él no era sino ‘la voz que clama en el desierto’, como había anunciado el profeta y sólo estaba allí para preparar los caminos del Señor. Sin embargo de él diría Jesús que era ‘el mayor de los nacidos de mujer’ y sería el que señalaría a sus discípulos al ‘Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’.
¡Cuántas cosas podemos reflexionar sobre Juan en la fiesta de su nacimiento y cuánto tenemos que aprender de él, escuchando su voz y siguiendo el testimonio de su vida! Que con la misma fidelidad que iba Juan como Precursor delante del Señor señalando los camino, sigamos nosotros ahora a Jesús cuando hemos escuchado que nos lo señalaba como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. De Juan aprendemos a seguir al Cordero, como aquellos primeros discípulos que escucharon su palabra y su invitación nosotros queremos seguirle porque no sólo es el Cordero que se inmola por nosotros sino también el Pastor que nos guía y nos conduce hasta donde está la vida eterna.
A Juan escuchamos invitándonos a la conversión y a la penitencia, a la responsabilidad de nuestra vida en el cumplimiento de nuestros deberes y obligaciones, pero también al compartir generoso porque el que tiene dos túnicas que las reparte con el que no tiene, como les decía a los que venían a preguntarle que habían de hacer para preparar los caminos del Señor.
Cuánto valor siguen teniendo las palabras de Juan y cuánto significado en el mundo concreto donde vivimos. La austeridad de su vida en el desierto nos enseñará también a vaciarnos de nosotros mismos, pero también de tantas cosas superfluas con las que tantas veces llenamos nuestra vida porque pensamos que con ello somos más felices, pero fijándonos en él aprenderemos lo que de verdad es necesario y lo que realmente es importante.
En aguas de penitencia también nosotros hemos de sumergirnos, aunque ya recibiéramos las aguas bautismales que a partir del bautismo de Jesús en el Jordán adquirieron un nuevo sentido, cuando ya nos hicieron hijos de Dios e inundados de vida divina. Pero, aunque ya tendríamos que estar para siempre revestidos y resplandecientes con el vestido nuevo de la gracia, reconocemos que una y otra vez nos hemos dejado mancillar por el pecado, por el egoísmo y por la maldad que quieren llevarnos por caminos de muerte. Necesitamos oír, sí, una y otra vez la voz que nos llama a la conversión, al arrepentimiento y a la penitencia.
Es la voz que nos lleva a la Palabra, es el que nos señala el camino que nos lleva hasta Cristo. Pero por el bautismo el Espíritu a nosotros también nos ha hecho profetas para ser voz con nuestra palabra y con el testimonio de nuestra vida que señalemos al mundo cual es el verdadero camino, dónde está la verdad absoluta que llene nuestras vidas, y la vida verdadera por la que merece darlo todo como el más preciado tesoro que encontremos. También nosotros tenemos que señalar al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. También nosotros tenemos que ser testigos que señalen el camino hasta Cristo.
Nos alegramos en esta fiesta del nacimiento de Juan y no es para menos. Es el precursor del Salvador. Es quien, como los primeros resplandores de la aurora que nos anuncian la llegada del día, nos anuncia y nos señala el camino del Señor. Hoy celebramos el nacimiento de Juan, pero eso nos está diciendo que en seis meses celebraremos el nacimiento de Cristo. La alegría que nos impulsa a hacer fiesta hoy, es un preanuncio de la gran alegría y de la gran fiesta del nacimiento del Salvador.
Como nos señala el evangelio de Juan, ‘surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan para dar testimonio de la luz y preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto’. Hoy celebramos su nacimiento, nos llenamos de alegría pero queremos escuchar también el testimonio de su vida y el anuncio de su voz. Démosle gracias al Señor.

miércoles, 23 de junio de 2010

Una historia de infidelidades pero una historia de llamadas de amor de Dios

2Reyes, 22, 8-13; 23, 1-3;
Sal. 118;
Mt. 7, 15-20

La historia del pueblo de Israel, lo mismo que la historia de nuestros pueblos y comunidades, igual que nuestra propia historia personal está llena de luces y de sombras, de momento de fidelidad, de fervor y gozo en el Señor y de momentos de muerte y de infidelidades, momentos en los que nos apartamos de los caminos del Señor por nuestros pecados y momentos en los que Dios nos llama poniendo profetas a nuestro lado como sucedía en la historia del pueblo de Dios, o poniendo señales de su presencia que son toques de atención, como alarmas en la vida, y llamadas a través de múltiples cosas o acontecimientos de los que Dios quiere valerse.
Estos días en los libros de los Reyes del Antiguo Testamento que hemos venido escuchando en la primera lectura de nuestras celebración diaria, se nos ha hablado de muchas infidelidades y olvidos de la Alianza del Señor por parte de reyes, sacerdotes y todo el pueblo de Israel. Ayer escuchábamos una intervención especial del Señor y hoy como una gran señal encuentran el libro de la Ley del Señor.
Todo esto servirá para una renovación de la Alianza, pero no sólo de una manera formal, sino que el Rey busca una renovación profunda de las costumbres del pueblo de Dios queriendo que se renueve esa fidelidad a la Alianza de la que no habían tenido que olvidarse. Recuerda el pecado del pueblo. ‘El Señor estará enfurecido contra nosotros, dice, porque nuestros padres no obedecieron los mandatos de este Libro, cumpliendo lo prescrito en él’.
Finalmente vemos cómo ‘el pueblo entero suscribió la Alianza… comprometiéndose a seguirle y cumplir sus preceptos, normas y mandatos con todo el corazón y con toda el alma, cumpliendo las cláusulas de la Alianza escritas en aquel libro’.
El Señor se vale de muchas cosas para despertar nuestra conciencia, para hacernos ver su luz, para provocar que nosotros nos dejemos iluminar por su luz y cambiemos nuestra vida para ser cada día mejores y más santos.
El que cada día podamos encontrarnos para celebrar la Eucaristía y escuchar su Palabra sintámoslo como una gracia y una llamada del Señor. Habrá habido momentos en nuestra en que no hayamos tenido esa oportunidad; o nosotros hayamos estado alejados de Dios, de la Iglesia, de los sacramentos o no le hayamos dado importancia a nuestra oración de cada día; habrá habido momentos, incluso, que estando dentro de la Iglesia y hasta participando habitualmente de la Eucaristía, aunque fuera sólo los domingos, quizá no habíamos escuchado tan clara esa voz de Dios en nuestro corazón. Ahora ha surgido la gracia de Dios en nuestra vida y tenemos que saber aprovechar esa riqueza de gracia que el Señor nos concede.
De muchas maneras se hace presente el Señor. Alguien me contaba hace poco una experiencia que estaba viviendo; alguien había aparecido en su vida, sin saber casi cómo, y le había ofrecido su amistad, su capacidad de escucha y la presencia de esa persona cerca de su vida había sido como un rayo de luz que ahora le estaba ayudando a mejor mucho su vida. Alguien llama a eso el destino; nosotros podemos decir mejor la Providencia de Dios que nos busca y que nos cuida y que pone señales en nuestra vida que son gracia del Señor que tenemos que saber aprovechar.
El evangelio hoy nos habla de los frutos buenos que da todo árbol bueno. Son los frutos que Dios nos pide. Con esas gracias que recibimos del Señor estamos siendo llamados a dar buenos frutos. Que por nuestros buenos frutos sea reconocido el árbol bueno de la fe y del amor que tiene que ser nuestra vida.

martes, 22 de junio de 2010

Un camino que nos lleva a la vida en la alegría de la fe

2Reyes, 19, 9-11.14-21.31-36;
Sal. 47;
Mt. 7, 6.12-14

Nos había dicho el Deuteronomio en el Antiguo Testamento: ‘Mira, hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Si cumples lo que yo te mando hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos… vivirás y crecerás, el Señor tu Dios te bendecirá… pero su tu corazón se resiste y no obedeces… perecerás sin remedio…’
Hoy nos habla Jesús de puerta estrecha, de camino angosto que lleva a la vida; de puertas y espaciosos caminos que nos llevan a la perdición. Nos está dando una serie de sentencias como principios y valores para nuestro seguimiento de Jesús y para la entrega de nuestra vida cristiana.
Pero quizá alguien podría preguntarse que si eso de seguir a Jesús es una tarea tan dificultosa que casi se haga imposible. ¿Cómo compaginarlo con aquello otro que nos dice que El ha venido para traernos la salvación y que todos los hombres se salven?
Lo que nos plantea Jesús es que su seguimiento tiene sus exigencias. Exigencias porque las metas que nos pone son bien altas, pero no imposibles de alcanzar porque El está a nuestro lado y nos da su gracia y la fuerza de su Espíritu para realizar ese camino. Pero tiene sus exigencias porque nos sentiremos tentados por muchas cosas que quieren distraernos del verdadero camino que hemos de seguir y eso nos exigirá vigilancia, esfuerzo, lucha por nuestra parte para mantenernos en ese camino de fidelidad.
Por ejemplo, previamente nos ha dicho ‘tratad a los demás como queréis que ellos os traten, en esto consiste la ley y los profetas’. Eso podría parecernos en principio fácil porque pareciera que no nos está pidiendo gran cosa. Pero no siempre es fácil porque aunque nos gustaría que a nosotros nos trataran siempre bien, sin embargo sabemos cómo se nos mete en el corazón el egoísmo para sólo pensar en nosotros, el orgullo con el que quizá me sienta merecedor de todo, los recelos y desconfianzas que nos hacen a veces estar como poniendo medidas a lo que hacemos o medidas para ver qué es lo que nos hacen los demás a nosotros. superar ese egoísmo, ese orgullo o amor propio, esos recelos y desconfianzas a veces nos cuesta, tenemos que poner nuestro empeño, tratar de dominarnos a nosotros mismos, poner generosidad en nuestro corazón. Frente a nuestras debilidades y cansancios, esfuerzo, lucha, superación, camino que a veces se nos hace angosto y difícil.
Pero quizá podríamos o tendríamos que recordar aquí otras palabras de Jesús en el evangelio. Aquello que nos dice ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida; nadie va al Padre sino por mí…’ Nos señala camino que hemos de seguir, pero al mismo tiempo nos está diciendo que El es el Camino. Es seguir sus pasos, caminar sobre sus huellas, hacernos uno con El para vivir su misma vida, amar con su mismo amor.
Ese camino de seguimiento de Jesús que queremos realizar, con esfuerzo y responsabilidad, sin embargo no lo vemos nunca como un peso o una carga, sino que tratamos de realizarlo con ilusión, con esperanza, con alegría. Es la alegría de la fe, como decía ayer mismo el Papa, ‘la alegría de ser amados personalmente por Dios, que ofreció a Su Hijo por nuestra salvación’. Porque como seguía explicando ‘creer consiste sobre todo en abandonarse a este Dios que nos conoce y ama personalmente, aceptando la Verdad que Él reveló en Jesucristo con la actitud que nos lleva a tener confianza en la gracia’.
Y además cómo no vamos a hacer ese camino de la fe con alegría y esperanza si el mismo Jesús nos dice que vayamos a El porque en El encontraremos nuestro descanso. ‘Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré… y en mi encontraréis vuestro descanso’. Es nuestra fuerza y es nuestro descanso. Es nuestro camino y es nuestra vida. De El nos fiamos, a El queremos seguir, su vida queremos vivir con toda intensidad. Que sepamos encontrar ese camino que nos lleva a Jesús.

lunes, 21 de junio de 2010

Tres coladores por el hemos de pasar cualquier juicio antes de manifestarlo

2Reyes, 17, 5-8.13-15.18;
Sal. 59;
Mt. 7, 1-5
¡Cuánto nos cuesta hacer lo que Jesús nos dice hoy en el evangelio! ‘No juzguéis y no os juzgarán…’ Porque somos muy fáciles para el juicio y la condena, para manifestar lo que a nosotros nos parece sin saber realmente lo que pasa por el interior de la otra persona. Sólo de Dios es el juicio, porque sólo Dios conoce el corazón del hombre.
Pero nosotros queremos darnos fácilmente de que todo lo sabemos y de que todo lo hacemos bien. Nos es más fácil ver lo que pueda haber en el otro, por muy insignificante que sea sin darnos cuenta de la joroba que llevamos en nosotros. ‘¿Por qué te fijas en la mota que tiene el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?’ La imagen y la comparación que nos pone Jesús es bien clara y significativa.
Me he encontrado con el siguiente relato de un antiguo filósofo griego que bien podría ayudarnos en este aspecto que estamos comentando.
‘Se cuenta que alguien le dijo una vez a Sócrates, ese gran filósofo de la antigua Grecia:
-"Escucha Sócrates, lo que tengo para contarte...
-Espera un momento..., le dice Sócrates. ¿Hiciste pasar lo que me quieres decir por los tres coladores?.
-¿Tres coladores?
-Si, amigo. ¡Tres coladores! Déjame ver si lo que quieres contar pasa por los tres coladores. El primer colador es la Verdad. ¿Comprobaste si todo lo que me quieres contar es verdad?
-No lo comprobé, pero la gente lo dice y...
-¡Ajá!. Pero seguro que lo comprobaste con el segundo colador, que es la Bondad. Lo que me quieres contar, ya que no está comprobado como verdad, por lo menos ¿es bueno?
-¿Bueno?. No, eso no, al contrario...
-Entonces, vamos a emplear todavía el tercer colador. Ya que lo que me quieres contar no sabes si es verdad y además no es bueno, dime: ¿es absolutamente necesario que me cuentes eso que te pone tan alterado?.
-No, no es justamente necesario.
-Entonces, le dice Sócrates: si lo que me quieres contar no cumple las tres condiciones de ser Verdad, ser Bueno y de ser Necesario ¡Entiérralo y no lo conviertas en un peso ni para vos ni para mí!’
asegurémonos entonces antes de hacer un comentario o un juicio sobre las otras personas de pasar por los tres coladores como dice Sócrates. Eso quiere decir que busquemos siempre lo bueno, la verdad, lo que sea verdaderamente importante. Siempre hay algo bueno en lo que fijarnos; siempre hay algo bueno que alabar y valorar; siempre estamos a tiempo para disculpar y para perdonar.
No enturbiemos nuestro corazón cargando sobre nosotros el peso de lo malo. Como hemos dicho en más de una ocasión llenos nuestros ojos de luz. Que la luz de nuestros ojos no sea nunca oscuridad, como nos ha dicho Jesús no hace mucho. Así seremos capaces de ver siempre lo bueno de los demás que va a brillar sobre cualquier cosa turbia que a nosotros nos pueda parecer vislumbrar. Pero eso dejémoslo al juicio de Dios

domingo, 20 de junio de 2010

Una pregunta de Jesús y una respuesta comprometida



Zac. 12, 10-11; 13, 1;
Sal. 62;
Gál. 3, 26-29;
Lc. 9, 18-24


Jesús nos hace una pregunta hoy en el evangelio que no podemos responder de cualquier manera. Sí, digo que nos hace una pregunta. A nosotros. El evangelio proclamado es Palabra que Dios nos dirige; nos dirige a nosotros reunidos aquí como comunidad que celebra y que escucha la Palabra, pero es Palabra que nos dirige también personalmente a cada uno en particular.
Cuando nosotros venimos a la celebración y escuchamos la Palabra de Dios no es simplemente escuchar unos relatos de algo sucedido en otro tiempo o una Palabra que Dios dirigió a otros en otro momento. Para nosotros es Palabra viva, Palabra que nos dirige a nosotros el Señor. Por eso digo, nos hace una pregunta que no podemos responder de cualquier manera.
Situémonos ante esa Palabra que se nos ha proclamado. Jesús está con los discípulos, ha estado orando a solas en su presencia y les hace esa pregunta: ‘¿Quién dice la gente que soy yo?’ Pero luego les dirigirá la pregunta de manera más directa a ellos: ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’
Ya hemos escuchado las respuestas. Primero la diferentes opiniones o reacciones que las gentes van teniendo ante la presencia de Jesús. Ellos en este caso lo resumen diciendo: ‘Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas’.
Si recordamos el evangelio hemos ido escuchando en distintas ocasiones cómo la gente se admira de la autoridad con que Jesús habla y actúa. ‘Nadie ha hablado así… este enseñar es nuevo, con autoridad… un gran profeta ha aparecido entre nosotros…’, por recordar algunas reacciones de la gente. Y recordamos también cómo Herodes está inquieto ante la presencia y la predicación de Jesús porque se dice si es Juan que ha vuelto a aparecer, el que él había mandado matar.
Cuando Jesús les hace más directamente la pregunta a ellos sobre lo que piensan, como siempre será Pedro el primero en reaccionar. ‘Tú eres el Mesías de Dios’. Ellos habían estado más cerca de Jesús, la experiencia de vida con Jesús les había hecho penetrar más en su misterio, y aunque también surgen dudas en su interior, ahora Pedro será capaz de dar esa respuesta.
Una respuesta que tendrá sus consecuencias. Porque llegar a hacer esa afirmación, esa confesión de fe en Jesús, El viene a decirles que va a implicarles la vida totalmente. Decir que es el Mesías no es pensar simplemente con la idea que habitualmente tenían en aquellos tiempos acerca de lo que iba a realizar el Mesías, la liberación de Israel haciéndolo un pueblo grande y liberado de la opresión de pueblos extranjeros. A pesar de lo que Jesús les diga y les explique una y otra vez, todavía los veremos en vísperas de la Ascensión preguntando si ha llegado ya la hora de la futura liberación de Israel.
Les explica ahora Jesús que ‘el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. Algo que les costará entender como vemos en otros momentos del evangelio, porque ya sabemos que, como nos narra otro evangelista, Pedro querrá quitarle esas ideas a Jesús de la cabeza porque eso no le puede pasar a El.
Pero es que además Jesús les dirá que si tienen esa fe en El y quieren seguirle, mucho cambio tiene que producirse en sus corazones, a muchas cosas tienen que negarse empezando por esas maneras triunfalistas de pensar, y que además el camino de Jesús es el camino del discípulo, porque, como dirá en otro momento, el discípulo no es más que su maestro. ‘El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Porque quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará’.
Pero bien, hasta ahora en nuestra reflexión nos hemos situado ante el evangelio subrayando lo que entonces sucedió. Pero decíamos que la pregunta nos la hace Jesús directamente a nosotros y hemos de dar también una respuesta y no lo podemos hacer de cualquier manera. Ya sabemos también que hoy la gente tiene diferentes opiniones acerca de Jesús y del cristianismo. Hasta muchos quieren escribir sobre Jesús para poner sus propias interpretaciones muy llenas de imaginación en muchas ocasiones y de forma novelada de manera que hasta se convierten en libros que la gente se traga de cualquier manera, porque es la novela o la película que está de moda. No es ese el camino que nosotros hemos de seguir para conocer a Jesús, para descubrir todo el misterio y grandeza de su vida y la salvación que nos ofrece.
Otros quizá sin querer llegar a tanto, sin embargo solamente se quedan en ese personaje histórico, muy bueno y muy comprometido, muy revolucionario como dicen aquellos que quieren decir que Jesús fue el primer socialista o primer comunista. Gentes que se quedan en un aspecto humano, histórico, quizá si queremos hasta ejemplarizante, pero que no van más allá para descubrir el verdadero sentido y misterio de Jesús.
Pero no vamos a quedarnos en hacer juicio de lo que otros puedan pensar, sino que tendremos que plantearnos nosotros esa pregunta de Jesús para decir en verdad que es lo que Jesús es y significa para nosotros y para nuestra vida; cuál es la experiencia de Jesús que nosotros tenemos en nuestra propia existencia. Damos por sentado que quienes estamos aquí en esta celebración queremos tener la visión de la fe. Y queremos confesar sí que Jesús ‘es el Mesías de Dios’, el Hijo del Dios vivo, nuestra vida y salvación.
Pero ya sabemos esta confesión de fe que queremos hacer en Jesús no se nos puede quedar en palabras, sino que tiene que ser una confesión de fe que hacemos con toda nuestra vida. Y hacer una confesión de fe con toda nuestra vida es aceptarle para seguirle, para vivirle. Es un meternos en El o dejar que el se introduzca en lo más hondo de nosotros para inundarnos de su vida, de su gracia y de su salvación. Como nos decía el apóstol ‘por la fe en Cristo Jesús todos sois hijos de Dios, y nos hemos incorporado a Cristo por el Bautismo para revestirnos de El’.
Nos exigirá ese seguimiento una negación de nosotros mismos, un tomar su cruz cada día. Significará vivir una vida como la de El, vivir una vida para el amor y en el amor. Significará en verdad cada día querer ser más santos, negándonos a nosotros mismos, haciendo negación y renuncia al pecado y a todo lo que nos pueda apartar de El.
Recordáis que nos dice el evangelio que cuando Jesús hizo esta pregunta a los discípulos estaba orando El en presencia de ellos. Y decíamos también que la respuesta no la podemos dar de cualquier manera. Pues yo diría que será así, desde la oración desde donde aprendamos a Jesús, desde donde podemos conocerle hondamente, y desde donde nosotros luego podremos dar esa respuesta de forma verdadera. Ahí en la intimidad de la oración podremos conocerle, pero es también desde donde tendremos la fuerza necesaria para darle esa respuesta con toda nuestra vida.