viernes, 23 de abril de 2010

Santo Hermano Pedro o la vivencia del misterio de Cristo en la pobreza de Belén y de la Cruz


Is. 58, 6-11;
Sal. 111;
Ef. 3, 14-19;
Mt. 25, 31-46

Venid vosotros, benditos de mi Padre, estuve enfermo y me visitasteis. Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis…’ ¡Cómo no recordar estas palabras cuando estamos celebrando la fiesta del Santo Hermano Pedro, nuestro santo canario!
Esa fue su vida y ese fue su camino de santidad. Una inquietud en su corazón le llevó a marchar a Centroamérica y allí gastó su vida en el amor. Cumplió ampliamente y al pie de la letra las palabras del Evangelio y lo que escuchamos también en el profeta Isaías. ‘Cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, hospedes al pobre sin techo, y vistas al que ves desnudo… brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía…’
Pobre llegó hasta Guatemala después de muchos avatares desde que partió de Tenerife y allí vivió entre los pobres y a su atención y servicio dedicó totalmente su vida. Cuba, Honduras fueron etapas, además nada fáciles por su enfermedad, por las que el Señor le fue llevando hasta que sintió que sería allí en Antigua donde gastaría su vida en el amor.
No vamos a extendernos en detalles de su vida que fue todo amor y servicio a los pobres y necesitados, sino aprender de él para vivir también nuestro camino de amor y santidad. Cuando los cristianos celebramos las fiestas de los santos aprendemos del ejemplo de su vida al tiempo que nos sentimos protegidos con su valiosa intercesión pero sobre todo nos sentimos impulsados a ver en su santidad un estímulo grande para nuestra personal lucha por la santidad.
La espiritualidad del Hermano Pedro se centra en tres grandes misterios de la vida de Cristo: Belén, la Pasión y la Eucaristía. Pobreza y humildad como contemplamos en el nacimiento de Jesús en Belén, entrega en el amor hasta ser capaz de dar la vida como lo hizo Cristo en su pasión, y unión grande y profunda con Cristo en la Eucaristía que es la fuente de su profundo espíritu de humildad, pobreza y servicio, como nos lo expresa la liturgia en las oraciones de su fiesta.
El Santo Hermano Pedro era un hombre de profunda oración, un contemplativo casi podríamos decir. En la oración va discerniendo él los caminos del Señor para su vida ya desde su juventud en Tenerife y será donde descubre esa llamada en su corazón para emprender esa travesía del Atlántico rumbo a América.
En cada paso que va dando, en los acontecimientos que van jalonando su vida siempre quiere descubrir y realizar lo que Dios quiere para él. Su propia enfermedad, la pobreza y la penuria por la que tendrá que pasar, sus trabajos en el barco que le lleva de un sitio para otro son señales de esos caminos de Dios que él va descubriendo y discerniendo en su espíritu de oración. Así llegará a Guatemala.
Querrá ser sacerdote pero la dificultad para los latines serán una señal para él del camino humilde que ha de seguir. En momentos difíciles y sin saber qué decisiones tomar, retirado en oración ante la Virgen encontrará su verdadero camino. Así se entregará por entero al servicio de los desheredados de este mundo, los más pobres e indefensos.
Como pedimos en la oración litúrgica de esta fiesta, con el ejemplo del Santo Hermano Pedro, que el espíritu de la Pasión que inundó la vida de nuestro Santo anime nuestra vida para que podamos servir a Dios en una auténtica caridad, y así podamos servir al Señor en nuestros hermanos más necesitados.

Cristo sale al encuentro de Saulo porque es un instrumento elegido

Hechos, 9, 1-20;
Sal. 116;
Jn. 6, 53-60

Cuando escuchamos el relato del martirio de Esteban se nos decía que quienes lo apedrearon ‘dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo… que éste aprobaba aquella ejecución’.
Hoy lo vemos con ‘cartas del Sumo Sacerdote para las sinagogas de Damasco, autorizándolo a traerse a Jerusalén presos a todos los que seguían el nuevo camino, hombres y mujeres’. No es de extrañar, pues, la reacción de Ananías cuando recibe la visión del Señor diciendo que ‘ha oído hablar a muchos de ese individuo y del daño que ha hecho a los fieles de Jerusalén…’
‘Este hombre es un instrumento elegido por mí, le dice el Señor, para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes, y a los israelitas…’ Ya tendremos ocasión de ver toda la tarea que le confía el Señor. Dios lo había escogido, le había salido al encuentro en el camino de Damasco. ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?... soy Jesús a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad que allí te dirán lo que has de hacer’.
El resplandor de la luz de Cristo que le había salido como un fogonazo de un relámpago le dejó ciego para los caminos de este mundo. Algo nuevo tenía ahora Saulo que ver. ‘Lo llevaron de la mano hasta Damasco’. La luz de Cristo le iba a iluminar totalmente, aunque ahora en su confusión sus ojos estuvieran ciegos. Cuando recibiera el Bautismo sus ojos se abrirían pero ya de otra manera. No era otra cosa lo que iba a mirar en adelante sino a Cristo a quien iba a tener muy presente en su vida. ‘Inmediatamente se le cayeron de los ojos como una escamas y recobró la vista’. Quien había venido como perseguidor, pronto ‘se puso a predicar en las sinagogas afirmando que Jesús es el Hijo de Dios’.
Tendremos oportunidad de seguir contemplando el camino de Saulo, que pronto sería Pablo, porque en el tiempo pascual leemos los Hechos de los Apóstoles de forma continuada y a partir de cierto momento va a haber un seguimiento muy intenso de la actividad de Pablo en sus primeros viajes apostólicos hasta que llegue preso a Roma.
Hoy nos quedamos con este encuentro con Cristo y su conversión. Cristo es el que le busca y le sale al encuentro. La luz de Cristo le ilumina de una forma distinta como también a nosotros. Cristo nos sale al encuentro también tantas veces con su luz pero cuánto nos cuesta dejarnos transformar por El. Esto es hoy una invitación para aprender a escuchar esa voz de Cristo que nos llama y nos pide cada día la transformación de nuestro corazón.
Cristo que viene a nosotros para darnos vida y se hace comida para que tengamos vida para siempre. Y hacemos ahora referencia al evangelio que con el discurso del Pan de Vida hemos venido escuchando estos días. Pero la riqueza de la Palabra de Dios que se nos ha ido proclamando ha sido grande y hemos tenido que optar en esta ocasión por comentar con mayor detalle lo que nos ha ido narrando el libro de los Hechos de los Apóstoles. Pero, por supuesto, ahí está toda la riqueza y profundidad del Evangelio que no podemos olvidar.
Aquí estamos ahora celebrando la Eucaristía donde Cristo mismo se nos da y se nos hace alimento de nuestra vida. ‘Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida’, hemos escuchado. ‘El que me come vivirá por mí… el que come de este pan vivirá para siempre’. Que nos llenemos en verdad de Cristo, de su vida, para que tengamos vida para siempre. Con su fuerza no sólo nos alimentamos, sino que se transformará nuestro corazón.

jueves, 22 de abril de 2010

‘¿Y cómo voy a entender sin nadie que me guíe?’

Hechos, 8, 26-40;
Sal. 65;
Jn. 6, 44-52

‘¿Entiendes lo que estás leyendo?... ¿y cómo lo voy a entender si nadie me guía?’ Es el arranque de la conversación entre Felipe y el ministro de la reina de Etiopía que volvía de una peregrinación a Jerusalén.
El Espíritu del Señor – ‘el ángel del Señor’, dice el texto sagrado – condujo a Felipe, a quien hemos visto predicando en Samaria, hasta llevarlo junto a la carroza del eunuco. ‘Iba de vuelta, sentado en su carroza, leyendo al profeta Isaías’. Un texto en clara referencia a Jesús, Cordero inocente que se entrega por nosotros. ‘Invitó a Felipe a subir y a sentarse con él’. Felipe le explica ante las preguntas de aquel hombre. ‘Se puso a hablarle y tomando pie de este pasaje, le anunció la Buena Noticia de Jesús’.
Un anuncio kerigmático proclamando a Jesús como el Mesías Salvador. Una Catequesis que llevará a aquel hombre a pedir el Bautismo. ‘En el viaje llegaron a un sitio donde había agua y le dijo el eunuco: Mira, agua. Qué dificultad hay en que me bautice?... Si crees de todo corazón, se puede… Creo que Jesús es el Hijo de Dios’, proclamó su fe aquel hombre. ‘Felipe lo bautizó… y siguió su viaje lleno de alegría… el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y que fue a parar a Azoto, y fue evangelizando los poblados hasta que llegó a Cesarea’.
Hasta aquí un resumen del texto. Varias cosas podemos subrayar. Después del martirio de Esteban los primeros creyentes se fueron dispersando por distintos lugares y fueron llevando la Buena Noticia a todas partes. Aunque en principio el evangelio era anunciado a los judíos, pronto va a ser proclamado también a los gentiles. Este caso es alguien venido de lejos, quizá un prosélito del judaísmo por el interés que muestra por los profetas y el Antiguo Testamento.
Pero aquí hay un detalle a destacar. Iba leyendo al profeta Isaías. Era como su libro de compañía en el largo viaje. Pero fue la Palabra de Dios que llegó a su corazón. Qué importante para nosotros la lectura de la Biblia. No sólo cuando la escuchamos en la celebración sagrada, en la Eucaristía sino también como lectura personal, para nuestra reflexión personal y como base de nuestra oración. Ya podríamos aprender a ello y saber encontrar tiempo a lo largo de la jornada para dedicar un tiempo cada día a esa lectura personal.
Este hombre se deja guiar. No entiendo totalmente el sentido de lo que está leyendo pero está con el deseo de encontrar alguien que le explique. ‘¿Y cómo voy a entender sin nadie que me guíe?’ Es un aspecto importante, dejarnos guiar. Cuando venimos a la celebración escuchamos la explicación que nos hace el sacerdote. Pero los cristianos necesitamos algo más. Qué hermoso cuando en nuestras parroquias surgen grupos con deseos de profundizar en el evangelio o otra cualquier parte de la Biblia y se reúnen para hacer la lectura en común buscando alguien que oriente, que ayude, que dirija esa lectura para sacar provecho.
Felipe se deja conducir por el Espíritu del Señor que le lleva allí donde es necesario ese anuncio de la Buena Noticia de Jesús. Ha estado en Samaria, ahora es llevado junto a este hombre para ese anuncio del evangelio y luego seguirá evangelizando por distintos lugares como ya hemos reseñado. Dejarnos conducir por el Espíritu del Señor para eso bueno que nos va inspirando en nuestro corazón. Seguro que el Espíritu querrá llevarnos a muchas cosas buenas, a mucho que podemos hacer por los demás o por el anuncio del Evangelio. No pongamos resistencia al Espíritu del Señor.
El anuncio claro y firme que hace Felipe del nombre de Jesús como nuestro Salvador moverá el corazón de aquel hombre para hacer una profesión de fe, convertir su corazón al Señor y recibir el Bautismo. A eso tiene que llevarnos la Palabra de Dios que se nos proclama y que nosotros escuchamos. Que nuestra fe sea firme. Que nuestra conversión al Señor sea total. Que en verdad nos dejemos inundar por la gracia del Señor que recibimos en los sacramentos para vivir la salvación de Dios.

miércoles, 21 de abril de 2010

El que cree en mi nunca pasará hambre…

Hechos, 8, 1-8;
Sal. 65;
Jn. 6, 35-40

‘El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed’. Se había establecido un diálogo intenso entre Jesús y los que habían venido buscándole después de lo de la multiplicación de los panes.
Lo importante era creer en Jesús, pero les costaba creer y andaban siempre pidiendo signos y señales. Aún ahora después del gran signo que Jesús había hecho al darles de comer con el pan multiplicado milagrosamente allá en el descampado.
‘¿Qué signo vemos que tú haces, para que creamos en ti?’ Y le recuerdan a Jesús el maná que Moisés les dio en el desierto, mientras caminaban hacia la tierra prometida. Pero Jesús les dice que quien les da verdadero pan del cielo es el Padre Dios, ‘porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo’.
¿Quién ha bajado del cielo para dar vida al mundo? ¿Quién es el que a pesar de su categoría de Dios se abajó y rebajó para hacerse hombre, para hacerse el último, para entregar su vida para que nosotros tengamos vida? Jesús es el verdadero Pan del cielo, el verdadero Pan de vida. ‘Yo soy el Pan de vida’, nos dice Jesús.
Por eso es necesario ir hasta Jesús. Con El ni tendremos hambre ni tendremos sed. Teniendo fe en Jesús tendremos vida porque sólo en Jesús encontraremos la vida verdadera. Sólo en Jesús encontramos la vida que dura para siempre. Sólo en Jesús encontraremos el auténtico sentido de nuestro existir, lo que nos da vida en plenitud.
‘Señor, danos siempre de ese pan’, le piden ahora los judíos de Cafarnaún, como un día le había pedido la samaritana el agua que calma la sed para siempre. ‘Señor, dame de esa agua; así no tendré ya más sed y no tendré que venir hasta aquí para sacarla’. Ojalá nos diéramos cuenta de que no tenemos que ir a otra fuente, que no tenemos que buscar otro pan, sino solamente a Jesús.
Dame de ese pan, dame de esa agua, también tenemos que pedirle nosotros a Jesús. que en Jesús sacie mi sed, que en Jesús me llene de vida para siempre. Así tenemos que creer en El y no andaremos desorientados buscando donde no vamos a encontrar. Qué importante que nuestra fe en Jesús sea fuerte, se mantenga firme, estemos firmemente convencidos de que El es nuestra única luz y nuestra única vida. Nada ya nos hará dudar. Con El arrancaremos de nosotros para siempre todos los temores y los miedos, lanzaremos lejos de nosotros todas las dudas y las tinieblas. Con Jesús todo será ya luz y vida.
‘Esta es la voluntad del Padre, el trabajo que Dios quiere, escuchamos en días pasados, que creáis en aquel que El ha enviado’. Ahora nos dice que El no hace otra cosa que la voluntad del Padre. ‘Esta es la voluntad del Padre que me ha enviado… que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día’.
También nosotros hemos de buscar lo que es la voluntad de Dios. Lo pedimos cada día; lo deseamos y tratamos de realizar esa voluntad de Dios en nuestra vida de cada día. ‘Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo’, pedimos en el padrenuestro. Pero decir ‘hágase’, es decir quiero hacer, busco la manera de hacer, me comprometo seriamente a hacer la voluntad de Dios en mi vida. Pido al Señor que me ayude con su gracia; me alimento del Pan de vida, de Cristo para tener fuerza en todo momento para hacer su voluntad.

martes, 20 de abril de 2010

No es el discípulo mayor que su maestro y Esteban dio testimonio con la entrega de su vida

Hechos, 7, 51-59;
Sal. 30;
Jn. 6, 30-35

Jesús les diría un día a sus discípulos: ‘Acordáos de las palabras que os he dicho: no es el siervo mayor que su señor, ni el enviado mayor que el que lo envía, ni el discípulo mayor que su maestro… si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán… os echarán mano y os perseguirán, os arrastrarán a las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por causa de mi nombre…’
He querido recordar estas palabras de Jesús cuando hemos escuchado en el relato de los Hechos de los Apóstoles del martirio de Esteban que se iba a convertir en el primer mártir, el protomártir. Estamos viendo como calcado en Esteban el cumplimiento de las palabras de Jesús, que ‘lleno de gracia y de poder realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo’, como escuchamos ayer. Se repite en cierto modo lo que anteriormente se nos ha dicho de la predicación y del actuar de los apóstoles. Ayer escuchábamos cómo ‘no podían hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba’.
Hoy contemplamos cómo sus palabras provocan la ira de los judíos que lo echan fuera de la ciudad y allí lo lapidan hasta darle muerte. Esteban, ‘lleno del Espíritu Santo’ contempla la gloria de Dios y con la fuerza del mismo Espíritu podrá repetir palabras y gestos de Jesús en su muerte en la cruz. También como Jesús pedirá a Dios que no tenga en cuenta el pecado de aquellos hombres, como Jesús que desde la cruz los disculpaba: ‘Señor, no les tengas en cuenta su pecado’; igualmente en el momento de expirar pondrá su vida en las manos de Jesús como éste lo hiciera en la Cruz poniéndose en las manos del Padre: ‘Señor Jesús, recibe mi espíritu’.
El proceso contra Esteban y su martirio podíamos decir que reproduce en cierto modo el proceso contra Jesús y su pasión y muerte. Unos testigos falsos también atestiguarán para buscar motivos para darle muerte y ya hemos escuchado como repite los gestos y las palabras de Jesús en la cruz. Sólo quien está lleno del Espíritu de Dios como lo estaba Esteban podía hacerlo. Pero aquí vemos también el cumplimiento de lo anunciado por Jesús que nos dijo que no nos preocupáramos de nuestra defensa porque El nos daría su Espíritu que sería nuestra fortaleza y pondría palabras en nuestros labios.
Esteban es el testigo de Cristo que proclama el evangelio con arrojo y valentía porque lo guía la fuerza irresistible del Espíritu. Recordemos cómo los apóstoles le habían impuesto las manos cuando fue elegido para ser uno de los siete primeros diáconos, como hemos visto en días pasados. Da testimonio Esteban ante los jueces y ante quien quisiera oírlo de cómo contempla la gloria de Dios y llega a dar el supremo testimonio del martirio, testimonio a precio de su sangre.
¿Qué podemos colegir nosotros de todo esto que estamos recordando y reflexionando? Por una parte ser capaces de poner nuestra vida siempre en las manos del Padre, porque en todo siempre queremos hacer su voluntad. Por otra parte se capaces como Jesús en la cruz y como Esteban en su martirio de perdonar y de disculpar siempre incluso a aquel que nos haya podido hacer mal.
Recordar finalmente también que nosotros hemos de ser testigos, que a nosotros también se nos ha dado el don del Espíritu Santo en el Sacramento de la confirmación que nos convierte en testigos, en heraldos de Cristo. Que el Señor nos dé esa misma valentía y audacia para llevar el nombre de Jesús a los demás, para empapar este mundo en que vivimos de Evangelio. Que el Espíritu nos vaya inspirando en todo momento esas obras buenas que hemos de hacer, esa valentía del bien y del amor con lo que nos convertimos en esos testigos valientes de nuestra fe, de Cristo nuestro Señor.

lunes, 19 de abril de 2010

Me buscáis, no porque habéis visto signos…

Hechos, 6, 8-15;
Sal. 118;
Jn. 6, 22-29

‘Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús… Maestro, ¿cuándo has venido aquí?’
Fue después del milagro de la multiplicación de los panes. Habían comido hasta saciarse y entusiasmados habían querido proclamarlo Rey. Pero Jesús envió a los discípulos en barca a Cafarnaún y ‘El se retiró a la montaña El solo’. En medio el hecho de que Jesús caminara sobre el agua mientras los discípulos remaban con el viento en contra. Ahora llegan a Cafarnaún buscándolo.
¿Por qué lo buscan? ¿Sólo estaban entusiasmados por el milagro con el habían comido abundantemente en el desierto? Al encontrarse con Jesús, les hace reflexionar aunque les cueste entender. ‘Os lo aseguro; me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, el que os dará el Hijo del Hombre…’
Se habían quedado en el hecho material del pan multiplicado, pero no habían sido capaces de ver el signo con el que Jesús quería hablarles. El evangelio de Juan, ya lo sabemos, utiliza habitualmente la palabra signo para referirse a los milagros. Y es que esos hechos extraordinarios y maravillosos donde se manifiesta el poder de Dios en Jesucristo son signos de algo más profundo aún; quieren significar lo que realmente Jesús quiere darnos con su gracia, con su vida entrega, con el evangelio que se nos predica, con el Reino de Dios que se nos anuncia.
¿No nos sucederá a nosotros lo mismo? Quizá podríamos fijarnos un poco en las cosas más usuales que le pedimos al Señor en nuestra oración. Con qué facilidad nos fijamos de manera especial en cosas del orden material. Es cierto que en todo hemos de ver la mano de Dios y con El hemos de contar, pero muchas veces sólo nos quedamos en esas cosas.
Participaba en un encuentro con un grupo de personas y en un momento determinado se les ofreció la posibilidad que expresasen en alta voz de forma espontánea aquello por lo que querían orar o pedir al Señor. Muchas peticiones se quedaron en rogar por la salud física, la solución de los problemas sobre todo de orden material que pudieran tener. Repito que no digo que no haya que pedirle esas cosas al Señor, pues con El hemos de contar para todo.
Pero, ¿querer descubrir lo que era la voluntad de Dios para su vida? ¿pedir la ayuda del Señor para hacer que nuestra vida o nuestro mundo fuera mejor porque desterráramos la violencia o nos quisiéramos más? ¿darle gracia a Dios porque sentimos su amor en nuestra vida y nos está dando su perdón y su gracia? ¿preocuparme de los demás, de los que sufren y pedirle a Dios que nos ayude para ser capaces de nosotros saber estar al lado de esas personas? ¿pedir para que creciera más nuestra fe y fuéramos capaces de trasmitirla a los demás? No hubo peticiones casi que se expresasen así.
¿Se parecerá algo de todo esto con el interés que tenían aquellas gentes de Cafarnaún por buscar a Jesús? Hemos escuchado cómo les dice Jesús a aquellas gentes: ‘Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que El ha enviado’. Por ahí quizá tendríamos que empezar. Que crezca nuestra fe en Jesús; que cada día crezca más y más nuestro conocimiento de Jesús para así poderle amar más y poder realizar en nuestra vida el Reino de Dios que nos anuncia. Que en nuestros intereses y deseos esté muy presente ese Reino de Dios porque en verdad queramos impregnarnos de El y vivirlo. Que busquemos a Jesús queriendo encontrar en El ese amor de Dios que en El se nos manifiesta. ¿Rezamos por la Iglesia? ¿oramos por nuestra propia santificación? ¿pedimos también por la santificación de todos aquellos que nos rodean?

domingo, 18 de abril de 2010

Exultantes de gozo por la resurrección aprendamos a reconocer al Señor


Hechos, 5, 27-32.40-41;
Sal. 29;
Apoc. 5, 11-14;
Jn. 21, 1-19


Confieso que no sé por dónde comenzar mi comentario. Para comenzar resaltar toda la invitación a la alegría y el gozo al que nos invita hoy la liturgia en sus textos eucológicos sobre todo, pero también en el mensaje que nos ofrece la Palabra proclamada. Una ‘Iglesia exultante de gozo’, como diremos en una de las oraciones, ‘pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivos de tanta alegría…’ por eso que ‘tu pueblo exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu… y concédenos participar también del gozo eterno…’
Alegría y gozo al seguir celebrando la Pascua, la resurrección del Señor, pero deseos de poder disfrutar de ese gozo eterno. ¿Cómo será ese gozo eterno? ¿Será como nos lo describe el libro del Apocalipsis en la visión de Juan que hoy hemos escuchado? ‘Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza’, proclaman ‘millares y millones de ángeles alrededor del Trono y de los vivientes y los ancianos y todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar…’
La trascendencia y la esperanza con que hemos de vivir. Aunque aún caminamos en este valle de lágrimas en la esperanza vivimos anticipadamente ese gozo sabiendo que el Señor nos ama y está con nosotros, caminando a nuestro lado. Por eso, en esa esperanza podemos ser esa Iglesia exultante de gozo y también nosotros cantamos la alabanza y la bendición al Señor reconociendo su presencia y su gracia en nuestro camino.
Y es que Cristo resucitado se hace presente en medio de la vida, allí donde estamos y donde vivimos, allí donde son nuestros trabajos y nuestras luchas. Los discípulos se habían vuelto a la pesca, a lo que había sido su trabajo de siempre. ‘Me voy a pescar’, había dicho Pedro. ‘Vamos también nosotros contigo’, diría también el resto de los discípulos que estaban en Galilea. Pero allí está Jesús. Quizá en principio no se percatan de su presencia, no lo distinguen en aquel amanecer. Pero allí está el Señor.
Necesitaremos unos ojos de fe y de amor, como los apóstoles, también nosotros para descubrirlo. Necesitaremos caldear fuertemente nuestro corazón de amor para sentirlo. Fue el discípulo amado el primero que cayó en la cuenta. ‘Es el Señor’, le dice a Pedro. Y aquel entusiasmo de Pedro por Jesús, del Pedro que un día había hecho la más hermosa confesión de fe en Jesús, le hará saltar al agua para llegar pronto hasta donde está Jesús.
Nos vamos a la pesca, o andamos afanados en nuestras preocupaciones y responsabilidades; estamos ahí en lo que es nuestra vida de cada día. Pero es Jesús el que está a nuestro lado señalándonos caminos y tareas, interesándose por nuestras preocupaciones, nuestras tareas, nuestros fracasos o nuestras ilusiones, dándonos la fuerza y la luz que necesitamos. ‘Muchachos, ¿tenéis pescado?’ les había preguntado. ‘Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis’, les señala. Es la Palabra de Jesús que llega llena de vida a nosotros; esa palabra que ilumina y da vida.
Qué a oscuras o a ciegas andamos muchas veces. Queremos hacer y no podemos; buscamos lo bueno y andamos confundidos; intentamos e intentamos pero nos parece que ya nada sabemos hacer; andamos llenos de dolores y sufrimientos y nos parece que nada tiene sentido. Jesús viene a nosotros con su Palabra para iluminarnos, para darnos fuerzas, para crear ilusión y da esperanza a nuestro corazón, para darnos el verdadero sentido a nuestra vida. Escuchemos esa Palabra de Jesús en nuestro corazón como la escucharon aquella mañana los discípulos en el lago y todo comenzó a ser distinto para ellos.
‘Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan… traed de los peces que acabáis de coger… vamos almorzad… y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor’. Jesús invita a comer a los discípulos que vuelven exhaustos de la tarea. Ese pescado asado y ese pan con la invitación de Jesús nos puede estar señalando muy bien esa invitación que nos hace Jesús para que vayamos a El y de El nos alimentemos. Es Jesús el que les da de comer. Es Jesús quien en verdad alimenta nuestra vida.
El se nos da en la Eucaristía, bien lo sabemos. Tampoco nosotros necesitaríamos preguntar porque sabemos que cuando venimos a la Eucaristía es Cristo mismo el que se nos da. Comiéndole a El vamos a tener vida y vida para siempre. El quiere ‘renovarnos con los sacramentos de vida eterna’, como expresaremos en la oración final de la Eucaristía, para que nos llenemos de vida para siempre, ‘alcanzar la resurrección gloriosa’.
Finalmente tomará aparte a Simón Pedro. ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?’ Será la triple pregunta, el examen de amor que Jesús hará a Pedro. Este se pondrá triste a la tercera vez que le hace la misma pregunta, ‘Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero’, porque quizá el recuerde su negación y traición. Pero Jesús no está preguntando por fracasos ni fallos, sino que Jesús está preguntando por el amor, para que sea un amor en plenitud.
Un día le había dicho que sería piedra sobre la que fundamentar la Iglesia, ahora le dice que tiene que apacentar el rebaño. ‘Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas…’ Pescador o pastor Pedro estaba recibiendo una misión grande que Jesús le confiaba. Jesús sólo necesitará de su amor porque así sabe que será fiel para siempre, de manera que pueda confirmar en la fe a los hermanos.
‘Sígueme’, le dice Jesús. Le sigue en la fe; le sigue en el amor. Ahí estará siempre Pedro caminando delante porque está junto a Jesús, porque nos querrá llevar hasta Jesús. Será hoy Pedro el primero que se suba de nuevo a la barca para arrastrar la red hasta la orilla. Había aprendido la lección de cómo hay que hacer para ser el primero. Se hace servidor y por eso ahora sí será el primero, el que en nombre de Cristo nos apaciente, nos guíe nos ayude a caminar siempre hasta Jesús.
Pero nosotros, todos, también hemos de pasar ese examen de amor, como el que le hizo Jesús a Pedro. Serán muchas nuestras debilidades y flaquezas, pero el Señor quiere mirar ahora la medida de nuestro amor. ¿Podremos decirle también como Pedro ‘tú sabes que te amo, tú lo conoces todo, y sabes que te quiero’?
Creemos en El, queremos reconocerle siempre y correr para estar a su lado; queremos escuchar su Palabra que nos ilumine, nos guíe y nos fortalezca; queremos alimentarnos de El porque también nos sentimos invitamos a que vayamos a su Mesa. Será ahí donde alimentemos esa fe y ese amor. Será ahí donde aprenderemos a reconocerle como los discípulos de Emaús al partir el pan, pero caminando ese camino de amor aprenderemos también a reconocerle en el hermano, el que está a nuestro lado o más lejano, en el que sufre o en el que padece necesidad. Llenémonos de ese amor, sintámonos también nosotros amados del Señor y podremos como Juan reconocerle y decir ‘es el Señor’.