sábado, 13 de febrero de 2010

Había mucha gente que no tenían qué comer

1Rey. 12, 26-32;
13, 33-34;
Sal. 105; Mc. 8, 1-10


‘Como había mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: me da lástima de esta gente: llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer…’
Jesús es nuestro alimento. Ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia. ¿Qué hace Jesús para alimentar nuestra vida? Está el alimento de su Palabra, que ilumina y enriquece nuestra vida. Palabra de salvación, palabra de vida. Pero es que El mismo se ha hecho vida nuestra.
Como nos narra san Juan a continuación del milagro de la multiplicación de los panes, allá en la sinagoga de Cafarnaún nos dice que busquemos el alimento que da vida para siempre. El pan bajado del cielo que da vida y que el que lo coma no morirá. Terminará diciéndonos que El es ese Pan bajado del cielo, que su Carne es verdadera comida y su Sangre verdadera bebida, y que el que le coma vivirá por El. Es un anuncio de su entrega, de su muerte salvadora. Pero es un anuncio de cómo El se hace comida para nosotros, por eso es un anuncio de la Eucaristía.
Pero creo que al reflexionar sobre este milagro de la multiplicación de los panes que nos narra hoy el evangelista Marcos podemos aprender muchas más cosas. Muchas veces ya hemos reflexionado sobre este milagro ya nos lo cuenten los sinópticos o ya nos lo narre san Juan. Como ya hemos reflexionado los milagros que hace Jesús son signos excepcionales de la cercanía del Reino de Dios.
Me atrevo a decir. Cristo quiere alimentar nuestra vida, pero Cristo no es ajeno a la necesidad de pan material que tienen muchos hombres y mujeres hoy en día a través de todo el mundo. Nos habla el evangelista de una muchedumbre hambrienta a la que Jesús quiere dar de comer. Pienso también en esas muchedumbres hambrientas de nuestro mundo, hambrientas de alimento pues mueren de hambre, pero hambrientas también de muchas más cosas, hambrientas de vida, de cultura, de paz, de desarrollo, de justicia. Y Cristo nos dice a nosotros, como dijo entonces a los discípulos que tenemos que darles de comer.
No podemos ser insensibles ante las necesidades de todo tipo de los hombres y mujeres, nuestros hermanos y hermanas, que viven en un mismo mundo que nosotros. Unas veces bien cercanos a nosotros, porque somos conscientes de los problemas de tantos en nuestra cercanía, en nuestra misma sociedad, sobre todo pensando en la grave crisis que padecemos hoy. Aumenta el umbral de la pobreza. Creo que todos somos conscientes. Oímos hablar continuamente de los llamamientos que hace Cáritas para poder atender a tantos que acuden pidiendo ayuda. Y desde la pobreza de nuestros pocos panes tenemos que ser solidarios.
Claro que pensamos también en la problemática que en este sentido hay a nivel global en nuestro mundo. Precisamente estamos en estos días en la Campaña de Manos Unidas contra el Hambre en el Mundo. no vamos a entrar en estos momentos de nuestra reflexión en listados de cifras y de carencias, que de ello podemos tener noticia por otros medios. Pero sí tenemos que escuchar la voz del Señor que nos está pidiendo también que tenemos que darles de comer. No los podemos despedir, como sucedía entonces en el evangelio. Serán pocos los panes que tengamos, porque pocos sean nuestros medios pero si todos ponemos un pedazo de pan, la bandeja se podrá llenar para repartir y compartir.
Que tengamos la sensibilidad del amor.

viernes, 12 de febrero de 2010

Se nos abran nuestros oídos y nuestros labios para escuchar la Palabra y proclamar la fe

1Rey.11, 29-32; 12, 19
Sal. 80
Mc. 7, 31-37


‘Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza…’ Así comenzamos el rezo del Oficio Divino y así comenzamos también distintos momentos de oración. Queremos proclamar la alabanza del Señor; que se abran nuestros labios, que cante nuestro corazón; que el Espíritu de Dios esté en nosotros inspirándonos esa oración y esa alabanza.
He querido recordar esta forma de iniciar nuestra oración cuando hoy en el evangelio contemplamos la curación de un sordomudo. ‘Le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar, y le piden que le imponga las manos’. Ya hemos escuchado en el evangelio cómo ‘Jesús toca su lengua y mete sus dedos en los oídos y se le abrieron los oídos y se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad’.
¿Qué nos manifiesta este milagro de Jesús? Primero que nada decir, como decía el Papa ayer mismo en la celebración de la Jornada Mundial del Enfermo en Roma, las curaciones que realiza Jesús, junto con el anuncio de la Palabra, son “signo por excelencia de la cercanía del Reino de Dios”. Así se nos manifiesta el Reino de Dios, son signos de la salvación que Jesús nos ofrece.
¿Seremos nosotros ese sordomudo que necesitamos ser curados por Jesús? ¿Ese signo que Jesús realiza con la curación de aquel hombre que comenzó a oír claramente y a hablar sin dificultad querrá decirnos algo a nosotros?
En la celebración del Bautismo hay un signo opcional, el rito del Effeta, que se realiza precisamente partiendo del signo de este milagro realizado por Jesús. El sacerdote puede tocar con el dedo pulgar los oídos y la boca del recién bautizado – ser realiza después del bautismo, la unción con el crisma, la vestidura blanca y la entrega de la luz – mientras dice lo siguiente: ‘El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre’.
Que se nos abran, sí, nuestros oídos para escuchar la Palabra de Dios. Sordos nos hacemos muchas veces, o entretenidos, como se suele decir popularmente al que tiene dificultades para oír, entretenidos en tantas cosas que nos distraen de escuchar debidamente la Palabra de Dios. Se nos proclama en la celebración sagrada, pero tenemos tantas oportunidades de escuchar allá en lo más hondo de nosotros mismos la Palabra del Señor. Que no se nos caiga de nuestras manos el libro de la Biblia; que sea la mejor pauta para nuestra oración; que sea el espejo donde miremos nuestra vida, que sea en verdad el vademécum que siempre llevemos con nosotros para que nos sirva de guía y de luz en todo momento.
Pero que se abran también nuestros labios para la alabanza, como ya decíamos al comenzar esta reflexión; pero se que abran nuestros labios para proclamar nuestra fe, para llevar el mensaje de Jesús, el mensaje del Evangelio a los demás. Como hemos reflexionado muchas veces, misioneros y testigos tenemos que ser con nuestra vida, pero también con nuestra palabra valiente. Por eso, que se nos abran nuestros labios. Dejemos que Jesús nos toque, nos grite ‘¡effeta!’ y sin dificultad, con mucha valentía anunciemos a todos la Buena Nueva de Jesús, manifestemos que el Reino de Dios está cerca de nosotros.

miércoles, 10 de febrero de 2010

El dolor y la enfermedad nos maduran en la vida y en la fe

El dolor y la enfermedad nos maduran en la vida y en la fe
JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO

Al celebrar en este día a la Virgen de Lourdes, por cuánto ha significado este Santuario de la Virgen por la peregrinación de enfermos de todo el mundo hasta los pies de la Virgen, hace ya muchos años que el Papa quiso que se celebrara en este día la Jornada Mundial del Enfermo.
Nosotros queremos celebrarla en comunión con toda la Iglesia conscientes de esa misión sanadora y salvadora que la Iglesia ha recibido de Jesús. Nos basta ver cómo a Jesús acudían todos con sus dolencias, que ya no sólo físicas o en referencia a los miembros del cuerpo enfermo, sino que la salud y salvación que nos ofrece Jesús va más allá porque quiere sanarnos desde lo más hondo de nosotros mismos.
Una ocasión que nos ofrece este día para valorar esta tarea pastoral que realiza la Iglesia con los enfermos pero también con todos los que rodean o están cerca de este mundo de la enfermedad y de la salud. Todos los que de una manera u otra cuidan de la salud de las personas en los distintos ámbitos y servicios, pero también de los que están cerca de este mundo para anunciar y para llevar la luz del evangelio.
El Papa con esta ocasión, como todos los años, nos ha dirigido un breve mensaje para esta Jornada del que vamos a entresacar algunos párrafos. Así nos dice: ‘Ya el concilio ecuménico Vaticano II recordaba la importante tarea de la Iglesia de ocuparse del sufrimiento humano. En la constitución dogmática Lumen gentium leemos que como "Cristo fue enviado por el Padre "para anunciar a los pobres la Buena Nueva, para sanar a los de corazón destrozado" (Lc 4, 18), "a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 10); de manera semejante la Iglesia abraza con amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador, pobre y sufriente, se preocupa de aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo" (n. 8)’.
Es un motivo también esta celebración para que quienes se sienten atenazados por el dolor, la enfermedad y las múltiples discapacidades que limitan la vida de la persona se hagan, nos hagamos una reflexión sobre su valor y su sentido y así nos sintamos iluminados por el evangelio. El sufrimiento humano alcanza su sentido y plenitud de luz en el misterio de la pasión, muerte y resurrección. A este respecto nos dice: ‘En la carta apostólica Salvifici doloris, el siervo de Dios Juan Pablo II tiene palabras iluminadoras al respecto: "El sufrimiento humano —escribió— ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unido al amor (...), a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su origen. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva" (n. 18)’.
Iluminados por Jesús y su evangelio podemos encontrar, pues, un nuevo sentido y valor que nos haga madurar incluso como personas, que nos ayude a asumirlo con madurez y serenidad, que nos haga luchar por la vida y la salud con la fuerza del Señor, y lo puedo incluso convertir en una hermosa ofrenda de amor al Señor unidos a la pasión y a la cruz de Jesús. Así nos recuerda el Papa: ‘En verdad, como afirmé en la encíclica Spe salvi, "lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que sufrió con amor infinito" (n. 37)’.
Finalmente recuerda el Papa cuanto ha hecho y sigue haciendo la Iglesia. ‘Agradezco de corazón a las personas que cada día "realizan un servicio para con los que están enfermos y los que sufren", haciendo que "el apostolado de la misericordia de Dios, al que se dedican, responda cada vez mejor a las nuevas exigencias" (Juan Pablo II, constitución apostólica Pastor bonus, art. 152)’.
Dirige su pensamiento a los sacerdotes en este Año Sacerdotal a los que llama ‘"ministros de los enfermos", signo e instrumento de la compasión de Cristo, que debe llegar a todo hombre marcado por el sufrimiento. Os invito, queridos presbíteros, a no escatimar esfuerzos para prestarles asistencia y consuelo. El tiempo transcurrido al lado de quien se encuentra en la prueba es fecundo en gracia para todas las demás dimensiones de la pastoral’.
Y se dirige luego directamente a los enfermos diciéndoles ‘os pido que recéis y ofrezcáis vuestros sufrimientos por los sacerdotes, para que puedan mantenerse fieles a su vocación y su ministerio sea rico en frutos espirituales, para el bien de toda la Iglesia’.
Que María, Salud de los enfermos, nos llene de las bendiciones de Dios y así alcancemos todos la gracia y la fortaleza para seguir ese camino de santidad al que el Señor nos llama cualesquiera que fuera nuestra situación.

La boca del justo expone la sabiduría

1Rey. 10, 1-10
Sal. 36
Mc. 7, 14-23


Recordamos que hace unos días cuando Dios le decía a Salomón ‘pídeme lo que quieras’ la petición fue ‘un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien’; le pedía sabiduría, aunque Dios le prometía también prosperidad y riquezas ya que no había sido egoísta en su petición. ‘Te daré lo que has pedido: un corazón sabio y prudente, como no lo ha habido ante de ti ni lo habrá después de ti. Y te daré también lo que no has pedido: riquezas y fama mayores que las de rey alguno’.
El texto que hoy escuchamos nos lo corrobora. ‘La reina de Saba oyó la fama de Salomón… y vino a Jerusalén para comprobarlo’. Nos hace el texto una descripción de dicha visita donde aparece la sabiduría de Salomón, pero también el esplendor de su reino. ‘En sabiduría y riquezas superas todo lo que yo había oído’, le dice. ‘Dichosa tu gente, dichosos todos los que están en tu presencia aprendiendo de tu sabiduría! ¡Bendito sea el Señor, tu Dios, que por el amor eterno que le tiene a Israel, te ha elegido para colocarte en el trono y seas su rey…!’
Es hermosa esta alabanza, pero principalmente este reconocimiento que se hace del actuar de Dios. Reconocer las bendiciones del Señor. Fáciles somos para suplicar al Señor cuando estamos en situaciones difíciles o con problemas, pero el reconocimiento del actuar de Dios es algo que pronto olvidamos. Creo que hay aquí un hermoso mensaje, que nos enseña también a ser agradecidos para con Dios por cuanto de El recibimos.
Me hace pensar en aquel pasaje del evangelio donde Jesús curó a diez leprosos y sólo uno fue capaz de volver hasta Jesús para dar gracias y bendecir al Señor que le había restablecido la salud. Y recordemos cómo Jesús se preguntaba ‘y los otros nueve ¿dónde están?’ Que no tenga el Señor que hacernos nunca ese reproche, porque siempre tengamos muy presente en nuestra vida la acción de gracias a Dios.
‘La boca del justo expone la sabiduría’, hemos dicho en el salmo responsorial ‘porque lleva en el corazón la ley de su Dios y sus pasos no vacilan’, continuábamos diciendo. Que aprendamos nosotros esa sabiduría de Dios porque plantemos de verdad la ley del Señor en nuestro corazón. Que sepamos empaparnos de Dios y de lo que es su voluntad.
El evangelio que hoy hemos escuchado viene a completar lo que reflexionábamos ayer cuando Jesús respondía a lo que decían los fariseos de los discípulos que comían sin lavarse las manos. ‘Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre’. Y concluirá Jesús explicándole a los apóstoles que les costaba entender. ‘De dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad…’ no es necesario mucha explicación porque creo que todos lo podemos entender fácilmente.

lunes, 8 de febrero de 2010

Dios se nos manifiesta y se nos hace presente

1Rey. 8, 1-7.9-13
Sal. 131
Mc. 6, 53-56


Dios se manifiesta y se hace presente en medio de su pueblo. Lo estamos viviendo en nuestra celebración porque podríamos decir eso es lo vivimos y experimentamos cuando vivimos con todo sentido nuestra celebración cristiana. Dios está en medio de nosotros, se nos manifiesta de manera especial cuando lo celebramos, porque no celebramos a un Dios ausente o lejano de nosotros, sino al Dios amor que vive en medio de nosotros y nos inunda con su presencia y con su gracia.
Pero es también lo que nos manifiesta la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado. Los dos textos, el del Antiguo Testamento, como el Evangelio eso en cierto modo es lo que nos vienen a decir.
En el texto del libro de los Reyes se nos narra la liturgia de la consagración del templo de Jerusalén, que al final construye el rey Salomón y la traslación del Arca de la Alianza, signo de la presencia de Yavé en medio del pueblo, desde la ciudad de David, desde Sión, hasta el templo recién construido. Mañana escucharemos la oración de Salomón. Pero en la imagen de la nube que llenó el templo se manifiesta la gloria del Señor, la presencia del Señor en medio de su pueblo. ‘La gloria del Señor llenaba el templo’, nos dice el texto sagrado hasta el punto de no poder seguir oficiando el culto y los sacrificios.
¿Qué nos manifiesta el Evangelio? El Emmanuel anunciado por los profetas se hace presente en medio de su pueblo. Es Jesús, el Hijo de Dios encarnado que camina en medio de su pueblo. No es ahora la nube como un signo de la presencia del Señor, sino Dios mismo hecho hombre el que está en medio de los hombres. El Dios que se hace presente con su amor; el Dios que nos trae la gracia y la salvación.
Y la gente acude hasta Jesús porque saben que tiene palabras de vida eterna y quieren escucharle; acuden a Jesús porque en El encuentran vida y salvación, le llevan los enfermos de toda clase para que Jesús los sane, pero ellos mismos son los que se acercan a Jesús aquejados de sus males, del mal más profundo que daña la vida del hombre, para encontrar el perdón y la gracia.
Sintamos también nosotros esa presencia de Dios que nos llena de su gloria. No será una nube como la que llenaba el templo de Jerusalén, pero sí se hace presente en medio de nosotros el misterio de Dios que sólo podremos descubrir por la fe. ¿Qué es lo que estamos viviendo ahora mismo nosotros aquí en la celebración? Ese misterio de Dios que descubrimos, sentimos, vivimos, experimentamos desde la fe, por la fe.
No son unas palabras cualesquiera las que nosotros escuchamos, no es un pan o una copa de vino cualquiera la que tenemos en medio de nosotros. Por la fe descubrimos la Palabra de Dios que nos habla. Por la fe descubrir el misterio de Cristo que se nos da y se hace alimento por nosotros y le podemos comer en el pan de la Eucaristía que no es un simple pan sino que es su cuerpo verdadero.
Pero por la fe lo sentimos en medio de nosotros en el amor y por el amor. Porque sabemos que en el hermano está Cristo mismo; porque sabemos que lo que le hagamos al hermano es a Cristo mismo al que se lo estamos haciendo. Tuve hambre y me disteis de comer, estaba desnudo y me vestiste, sediento y me diste de beber… cuando lo hiciste con uno de estos humildes hermanos.
Por la fe y en el amor en la comunión de los hermanos sentimos que se hace Cristo presente, y desde esa comunión de hermanos llegaremos a vivir la más honda comunión con Cristo, la más honda comunión con Dios.
Que se nos abran los ojos de la fe; que se despierten los sentidos del alma para ver y descubrir a Dios, para sentirle también allá en lo más hondo de nuestro corazón. Dios está presente y en medio de su pueblo, en medio de nosotros, dentro de nosotros. Adoremos ese misterio de Dios que se nos revela.

domingo, 7 de febrero de 2010

Por tu palabra… que no se frustre la gracia de Dios en mí

Is. 6, 1-8;
Sal. 137;
1Cor. 15, 1-11;
Lc. 5, 1-11



Una reacción semejante encontramos en Isaías y en Pedro ante las obras maravillosas del Señor. Estupor, asombro, humildad, conciencia de indignidad, disponibilidad para lo que el Señor les pida.
Se manifiesta la gloria del Señor en la visión de Isaías que contempla el trono excelso de Dios, ‘la orla de su manto llenaba el templo… y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz… mientras gritaban los serafines: Santo, santo, santo el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de tu gloria…’ Se siente pequeño y perdido porque ha contemplado la gloria del Señor ‘¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos…’
Es la reacción de Pedro que contempla la gloria del Señor que se manifiesta en la pesca milagrosa. Jesús había estado enseñando a ‘la multitud que se agolpaba a su alrededor para oír la Palabra de Dios… sentado desde la barca’; les había pedido que se introdujeran en el lago para‘echar las redes para pescar’, cuando ellos habían ‘pasado la noche bregando sin coger nada’; Pedro se había fiado de Jesús; ‘por tu palabra echaré las redes… y la redada de peces era tan grande que reventaba la red, de manera que hicieron señas a los socios de la otra barca para que vinieran a echarles una mano’. Y ahí está la reacción de Pedro: ‘Apártate de mi, Señor, que soy un pecador’.
Es hermoso el mensaje que nos trasmite la Palabra de Dios. Podemos contemplar la gloria de Dios, pero es necesario por nuestra parte unas necesarias actitudes para descubrirla. Una apertura de nuestro corazón, una capacidad de admirarnos ante las maravillas en las que se nos manifiesta Dios, una generosidad y disponibilidad de corazón, una humildad grande en nuestra vida dejarnos conducir por el Señor serán cosas necesarias para entrar en esa sintonía de Dios. Y tengamos en cuenta también que en la medida en que vivamos en comunión con los hermanos, podremos vivir más hondamente nuestra comunión con el Señor. Pedro contó con los compañeros de las otras barcas para sacar las redes repletas de peces.
Pedro había estado intentando pescar toda la noche con sus compañeros que eran buenos conocedores de las condiciones del lago. Era esos días en que nada se podía pescar, porque parecía que los peces hubieran desaparecido. Conocedor como era del lago y después de la experiencia de lo infructuoso del trabajo de la noche, se podía haber negado a la petición de Jesús por considerarlo imposible; sin embargo, se fió. ‘Por tu palabra, echaré las redes’.
En estos asuntos de los misterios de Dios, del intento de vivir nuestra vida cristiana, o de nuestros buenos deseos de hacer algo por los demás o realizar alguna labor pastoral, hemos de aprender a fiarnos de Dios. Cuantas veces decimos aquí no hay nada que hacer, yo no soy capaz de más porque yo sé como soy y me siento impotente, yo sé que con estas gentes esto es imposible, es que las cosas son tan difíciles… y así no sé cuantas cosas.
Ponemos nuestro esfuerzo, nuestras ideas e iniciativos, nuestros ‘saberes’ o nuestras técnicas (podemos decirlo así), pero en estas cosas no es sólo tarea nuestra sino que es también y por encima de todo tarea de Dios. Tenemos que aprender a decir como Pedro ‘por tu palabra…’, porque nos fiamos de Dios, porque contamos con su gracia y con su fuerza. Nos costará superarnos, ser mejores, hacer esas cosas buenas o vivir esos compromisos, pero no estoy sólo, la gracia de Dios me acompaña.
‘Por tu palabra…’, porque en verdad queremos escucharle a El, alimentarnos de El, dejarnos enseñar por su Evangelio; ‘por tu palabra…’, porque regamos nuestro trabajo, nuestra acción, nuestra superación o lo que vayamos a hacer con la oración; ‘por tu palabra…’ porque nos dejamos conducir por el Señor que nos ha prometido su Espíritu que estaría siempre en nosotros; ‘por tu palabra…’ porque nos sentimos unidos a la Iglesia, en comunión con los hermanos, donde también se nos manifiesta el Señor.
‘No temas, le dice Jesús, desde ahora serás pescador de hombres’. Tras la experiencia del encuentro con Jesús, tras nuestra gozosa experiencia de Dios, nos sentiremos enviados a una vida nueva y distinta. Será una vida nueva porque por el Señor nos sentiremos purificados allá en lo más hondo de nosotros mismos.
Es hermosa y rica la imagen que vemos en Isaías. ‘Voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas, la aplicó a mi boca y me dijo: Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado’. Jesús le dice a Pedro ‘no temas’, cuando él se sentía pecador. ‘No temas’, porque el Señor nos purifica, abre nuestros labios para la bueno, para la bendición y la alabanza, para llevar el mensaje, para contar a todos cuántas cosas buenas ha hecho y sigue haciendo el Señor en nosotros.
‘¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?’, era la voz que finalmente escuchaba Isaías. ‘Aquí estoy, mándame’, es la disponibilidad de su respuesta. Los discípulos, nos dice el evangelio, ‘sacaron las barcas a tierra y dejándolo todo, lo siguieron’. Somos los llamados y los enviados a algo nuevo y distinto.
Una palabra sobre la carta de san Pablo que hemos escuchado. Recuerda el apóstol el evangelio de nuestra fe, ‘el evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados y que os está salvando…’ Nos trasmite lo que es la confesión de fe, el credo de nuestra fe en Jesús muerto y resucitado. Recuerda su experiencia de su encuentro con Cristo resucitado, que a él también se le manifiesta ‘aunque soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios’. Pero tras su confesión de humildad reconoce que todo en él es gracia de Dios. ‘Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí…’ reconoce. Las mismas necesarias actitudes de las que hemos venido hablando al comentar el evangelio.
Reconozcamos también nosotros esa gracia de Dios en nosotros. También nosotros habremos tenido la experiencia de contemplar la gloria del Señor. Cuánto nos ha regalado el Señor con su amor. Somos pecadores pero intentamos que esa gracia de Dios no se frustre en nosotros, porque queremos ser fieles, queremos vivir en su vida y en su amor. Contemos también nosotros a los demás cuántas maravillas hace el Señor, cuantas maravillas ha hecho también en nosotros.