sábado, 23 de enero de 2010

Una opción por Cristo con toda radicalidad

2Sam. 1,1-4.11-12.19.23-27
Sal. 79;
Mc. 3, 20-21


Diversas son las reacciones que se producen ante Jesús. Y es que ante El no podemos quedar indecisos, como insensibles y sin tomar partido. Ante El hay que hacer una opción. Cuando con sinceridad nos ponemos ante El y tratamos de conocer su persona, descubrir verdaderamente su mensaje, saber bien cuál es la honda razón de su vida, hay que decidirse.
Hay personas que pasan y no dejan huella. Hay personajes de la historia ante los cuales podemos sentir admiración. Hay quien en su tiempo se le tuvo en cuenta y pudo hacer muchas cosas buenas, pero con el paso del tiempo todo parece que se borrara en el olvido. Con Jesús no puede pasar así.
En los cortos versículos del evangelio de este día vemos claramente dos opciones que pueden reflejar esas distintas posturas que se toman ante Jesús, aunque está también la del rechazo total. Por una parte nos dice el evangelista que cuando ‘Jesús volvió a casa con sus discípulos se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer’. Será algo que veremos en alguna otra ocasión del evangelio y que hará que Jesús en alguna ocasión se marche a lugares apartados con sus discípulos para descansar con ellos y para instruirlos de manera especial.
Pero hoy vemos la reacción también de algunos familiares de Jesús que ‘vinieron para llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales’. No es que realmente su familia piense que está loco, pero están viendo las reacciones que comienzan a tener algunos contra Jesús y les puede parecer que se le está poniendo en peligro. Quizá ya comenzaba a saberse lo que maquinaban los fariseos y algunos contra Jesús y loco habría que estar para seguir en la brecha haciendo el anuncio del Reino tal como lo presentaba Jesús. Además no era lo que algunos esperaban o deseaban que fuera ese Reino que Jesús anunciaba.
Nos puede recordar otros momentos del evangelio. Simeón había anunciado que Jesús sería un signo de contradicción: ‘este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será un signo de contradicción…’ había anunciado cuando la presentación de Jesús en el templo a los cuarenta días de nacer.
Pero también Jesús dirá en otra ocasión que ante El hay que decantarse. ‘El que no está conmigo está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama’. Y a los que pretendían seguirle y ser sus discípulos les dirá que habrán de renunciar a todo para seguir con El, o que ‘el que quiera a su padre o a su madre, a su hermano o a su hermana, a su mujer o a sus hijos… más que a mí, no es digno de mí’.
Nosotros también tenemos que aclararnos. ¿Una lucha entre las tinieblas y la luz? Algunas veces algo así nos puede pasar en nuestro interior. Y queremos hacer componendas; y preferimos en ocasiones las mediocridades; nos queremos contentar con dar cositas, y tememos tener que darnos totalmente nosotros mismos; y el Señor nos llama a seguirle con radicalidad y queremos dejar alguna cosita para nosotros, como si de un seguro de vida se tratara. Pero Jesús nos dirá que hay que perder la vida para poder ganarla, porque el que quiera ganar su vida, la perderá.
No es fácil. Hay tantas cosas que tiran de nuestro corazón y quieren arrastrarnos. Pero sabemos bien que cuando nos decidamos por El, no nos va a dejar solos, porque siempre tendremos su presencia, la fuerza de su Espíritu con nosotros, todo el poder de la gracia que nos fortalece.
Cristo está conmigo y ya nada temeré. Yo quiero estar, entonces, también para siempre con Cristo, aunque signifique tomar la cruz para seguirle.

viernes, 22 de enero de 2010

Se fueron con El y los hizo sus compañeros

1Sam. 24, 3-21
Sal. 56
Mc. 3, 13-19

‘Jesús subió a la montaña, llamó a los que quiso, y se fueron con Él. A los doce los hizo sus compañeros para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios…’
Un texto que nos habla de la elección de los doce apóstoles. Había ido llamando a algunos de manera especial junto al lago; a otros como a Leví lo había llamado desde su mostrador de los impuestos; así se le habían unido algunos discípulos. Ahora llama a doce que quiere que sean sus compañeros. Nos da a continuación el evangelista el listado de los doce a quienes escogió y llamó de manera especial.
Antes de enviarlos a predicar con su misma misión y con su mismo poder de expulsar demonios, quiso que estuvieran con El. ‘Se fueron con El…’ dice primero. Luego añade el evangelista ‘los hizo sus compañeros’. Los que estaban con El. Los que hicieron el mismo camino que El. Los que entraron en una intimidad más profunda para conocerle más, para explicarle a ellos de manera especial lo que le enseñaba a toda la gente. Era la forma de impregnarse de Jesús para poder luego realizar su misma misión. Sólo podrán anunciar lo que antes por sí mismos habían vivido y experimentado.
Pero cuando hoy estamos escuchando este evangelio, ¿nos vamos a quedar solamente en unas palabras que hacen referencia a los que de manera especial el Señor llama para ser sus apóstoles, sus sacerdotes o los que consagran su vida para vivir más en El en la vida religiosa?
Es cierto que quienes hemos escuchado esa llamada del Señor en este texto encontramos un estímulo más para nuestro seguimiento de Jesús y la respuesta que hemos de darle; unas palabras que Dios nos dice para que comprendamos más y mejor la necesidad de ese estar con el Señor, de esa intimidad especial con El para luego anunciarle y dar esa respuesta comprometida de toda nuestra vida para el Señor.
Me atrevo a pediros que oréis al Señor por nosotros para que así lo vivamos y así nos impregnemos del Señor para poder realizar la misión que El nos ha encomendado con su llamada.
Pero a todos los que creemos en Jesús y queremos seguirle, queremos llamarnos y ser sus discípulos, cristianos, llega también esta Palabra. Creer en Jesús, decirle sí para seguirle, para ser su discípulo a todos nos pide también que tengamos que empaparnos de Jesús para poderle vivir profundamente, para poder ser cristianos de verdad.
Nos empapamos de Jesús si estamos con El y le escuchamos. Nos empapamos de Jesús si sabemos estar con El y cultivamos el espíritu de oración para vivir en su presencia, para sentirle y vivirle en nuestro corazón. ¡Qué importante y necesaria la oración en la vida del cristiano, de todo cristiano!
Un cristiano sin oración no llegará nunca a vivir a Jesús, a experimentar el gozo de su presencia allá en lo hondo del corazón. La oración será la que dará vitalidad y energía a su fe. La oración le llenará de Dios y le inundará de su gracia. Un buen cristiano tiene que ser una persona de oración. Es su fuerza, es su vida. La oración es donde hará que comience a arder de amor su corazón. La oración es la que le dará confianza y esperanza.
Necesitamos ‘estar con El’.

jueves, 21 de enero de 2010

Envidias y celos, amistad y lealtad

1Sam. 18, 8-9; 19, 1-7
Sal. 55
Mc. 3, 7-12


La Palabra de Dios que cada día vamos escuchando y meditando con sinceridad de corazón nos tiene que ayudar en nuestro crecimiento personal tanto a nivel humano con en valores espirituales y cristianos. Cierto que lo verdaderamente humano es al mismo tiempo espiritual y nos ayuda en la expresión y la maduración de nuestra fe.
Los relatos que se nos ofrecen en el texto sagrado pueden ser para nosotros una referencia y nos ofrecen modelos en esos valores que nosotros hemos de aprender a reflejar en nuestra vida. Tanto si nos ofrecen aspectos negativos reflejados en los personajes que aparecen en dichos relatos como en los aspectos positivos que podemos encontrar.
Es lo que nos ofrece el texto del libro de Samuel hoy. Cuatro palabras nos pueden servir de pauta y en cierto modo están como contrapuestas: envidias y celos, amistad y lealtad.
Qué mezquina se nos vuelve la vida cuando nos dejamos arrastrar por los celos y las envidias. Aunque todo eso al final se puede corregir y enmendar. Son las actitudes del rey Saúl contra el joven David que comienza a destacar. Como es aclamado por la gente por su valentía y sus victorias en las batallas, ‘a Saúl le sentó mal aquella copla que cantaba el pueblo y comenta enfurecido: Diez mil a David, y a mi mil. ¡Ya sólo le falta ser rey! Y a partir de aquel día Saúl le tomó ojeriza a David…’ Quería incluso atentar contra su vida.
El orgullo del corazón nacido de celos y envidias lleva al hombre por el mal camino y todo se puede convertir en una pendiente peligrosa y resbaladiza que cada día nos puede hundir más en el mal. ‘Delante de su hijo Jonatán y de sus ministros, Saúl habló de matar a David’.
Enfrente está la amistad y la lealtad. El hijo del Saúl, Jonatán, y David son grandes amigos que se tienen mucho aprecio. En nombre de esa amistad previene al amigo de lo que le puede suceder y hará todo lo posible ante su padre para salvar la vida de David, hasta que consigue la promesa del rey. ‘Saúl hizo caso a Jonatán y juró: ‘¡Vive Dios, no morirá!’
A pesar del conflicto que podía haber en su corazón porque era su padre el que quería mal a David, prevalece la lealtad de una amistad sincera y pura. No puede permitir que le pase algo malo a su amigo y lo que hará será convencer a su padre para que desista del mal. Todo al final se puede corregir y enmendar, habíamos dicho más arriba.
Cosas negativas que no podemos permitir que se nos metan en el corazón; la envidia, los celos, el orgullo. Una necesaria vigilancia en nuestra vida, como hemos dicho tantas veces, porque ahí está presente siempre la tentación y la inclinación al mal. Que como hemos reflexionado recientemente, nos ha de precaver y enseñar a valorar siempre lo bueno de los demás aunque aparentemente podamos quedar nosotros en un segundo plano o lugar. Lo importante es valorar siempre lo bueno del otro sea quien sea y venga de donde venga.
Por otra parte tantas cosas hermosas de las que hemos de llenar nuestro corazón como puedan ser los hermosos valores de la amistad y la lealtad, a imagen de lo que hemos contemplado hoy en aquellos jóvenes. Tener un amigo es tener un tesoro, solemos decir. Pero amigos no sólo por lo que yo humanamente me pueda enriquecer recibiendo lo que me pueda ofrecer la amistad del otro – y no hablamos de riquezas materiales -, sino también, y esto es importante, lo que yo pueda ofrecer, compartir, dar al amigo de mi mismo y de mis valores. Es una riqueza mutua. No olvidemos que amistad viene de amor y amor es darse y gastarse por el otro. Es lo que tengo que ofrecer en nombre de la amistad.
Hermoso lo que nos ofrece como enriquecimiento para nuestra vida la Palabra de Dios que estamos reflexionando.

miércoles, 20 de enero de 2010

El Señor nos librará de las manos del filisteo

1Sam. 17, 32-33.40-51
Sal. 143
Mc. 3, 1-6


‘El Señor que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, me libará de las manos de ese filisteo’. Expresa así el joven David la confianza que tiene en el Señor para luchar contra el filisteo.
Está haciendo el texto referencia a la lucha contra el gigante Goliat que con los filisteos tantos problemas estaban causando al pueblo de Israel. El diálogo que sigue en el momento de entablar la batalla del joven con el gigante es bien hermosa y puede servirnos también para nosotros en nuestra lucha espiritual contra el maligno.
‘Tú vienes a mi armado de espada, lanza y jabalina; yo voy a ti en nombre del Señor de los Ejércitos, Dios de las huestes de Israel al que has desafiado. Hoy te entregará el Señor en mis manos…’ Habían intentado vestir con la armadura real al joven David, pero él lo rehusó. En el fondo su confianza la tenía en el Señor que estaba de parte de su pueblo y sabía él bien que no le iba a faltar esa fortaleza.
Como decía esto nos puede ayudar mucho a nosotros en nuestra lucha contra el pecado y el mal. Una lucha que bien sabemos que no hacemos por nosotros mismos ni sólo con nuestras fuerzas. Algunas veces parece que lo quisiéramos hacer solo desde nuestro voluntarismo como si sólo fuera necesario nuestra fuerza de voluntad. Es cierto que que tenemos que poner nuestro empeño y esfuerzo. Pondremos nuestros medios o resortes humanos, pero la verdadera fuerza nos viene del Señor.
Es en nombre del Señor desde donde emprendemos nuestra lucha. Es porque buscamos siempre la gloria de Dios con nuestra vida por lo que queremos ser santos y apartarnos del camino del mal y superar la tentación. Pero es la fuerza del Señor la que nos anima y fortalece.
Las palabras de David frente al enemigo nos recuerdan las palabras de Pedro que lanza la red al mar en el nombre del Señor. Es que camina el cristiano en el nombre del Señor. Cuando iniciamos nuestro día tenemos la costumbre de hacer la señal de la cruz, como cuando emprendemos el camino o comenzamos cualquier actividad. Hemos de hacerlo con sentido, sabiendo que si estamos haciendo la señal de la cruz es porque en el nombre del Señor, - ‘en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ decimos -, estamos queriendo emprender aquella tarea o aquella lucha contra el mal.
Es lo que repetimos en la oración del Padrenuestro cada vez que la rezamos. ‘Líbranos del mal… no nos dejes caer en la tentación…’ Queremos santificar el nombre del Señor y al mismo tiempo nosotros llenarnos de la santidad de Dios, y por eso pedimos la ayuda y la gracia del Señor. Queremos en todo momento hacer la voluntad del Señor y queremos vivir en su Reino, reconociendo que El es nuestro único Señor. Queremos hacer que toda nuestra vida, todo lo que hagamos sea siempre para la gloria del Señor, y todo eso no lo podremos realizar en plenitud si no es con la fuerza del Señor.
Cuando Jesús nos dice que tendremos que enfrentarnos a tribunales y a gobernadores que nos perseguirán, nos anuncia que el Espíritu estará de nuestra parte y que no nos preocupemos de preparar nuestra defensa. Esa fuerza del Espíritu Santo es la que estará siempre de nuestro lado en la lucha contra el mal y el pecado para vencer la tentación. Que no seamos nosotros los que, obcecados por el mal y la tentación, no sepamos contar con esa gracia.
El Señor nos librará de las manos del filisteo, de las garras del maligno y no nos dejará caer en la tentación.

martes, 19 de enero de 2010

Miremos con la mirada de Dios que mira el corazón

1Sam. 16, 1-13
Sal. 88
Mc. 2, 23-28


‘Encontré a David mi siervo y lo he ungido con óleo sagrado; para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso…’
Buen resumen que nos hace el salmo del texto de libro de Samuel que nos habla de la elección y unción de David como rey de Israel. El texto nos ha dado las motivaciones – ‘he rechazado a Saúl como rey de Israel’ – y los detalles de su elección con la marcha de Samuel a la casa de Jesé y el desfile ante él, con sus correspondientes dudas, par descubrir quién era el elegido del Señor.
No puede Samuel dejarse engañar por las apariencias porque Dios para su elección se fija en el corazón del hombre y además, como vemos frecuentemente en la Biblia, Dios escoge más bien entre los pequeños y los sencillos. De ahí esa frase que nos puede quedar para nosotros como una sabia sentencia; esas frases lapidarias que siempre hemos de recordar y que son una hermosa sabiduría que nosotros hemos de saber aplicar en tantas circunstancias de la vida.
‘No mires su apariencia… La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón’.
Es cierto que sólo Dios es el que conoce el corazón del hombre y a Dios no lo podemos engañar con nuestras apariencias y vanidades. Aunque en nuestra mirada humana nos encandilemos con las apariencias, los fulgores externos, hemos de intentar tener esa mirada de Dios para tratar de discernir la verdad de la persona y tratar de fijarnos y conocer el corazón del hombre. Porque de lo que llevamos lleno el corazón lo reflejamos en nuestras actitudes y nuestra vida.
Es un don del Espíritu el discernimiento para conocer lo bueno y descartar lo malo. Hemos de pedir ese don al Señor para tratar de discernir a través de las obras de los hombres lo que de verdad hay en el corazón. Y un criterio que siempre podríamos tener es suponer lo bueno – no tenemos derecho a juzgar a los demás – y además procurar siempre fijarnos en lo bueno de las personas, que si nosotros tenemos también un buen corazón y están lejos de nosotros las envidias y las rivalidades, eso bueno común en unos y en otros es lo que tiene que unirnos, llevarnos al buen entendimiento y a la armonía.
Muchas veces en nuestra convivencia nos cuesta aceptarnos, bien porque recibimos desaires o nos hagan cosas que no nos agradan, o bien porque en ese fijarnos sólo en lo externo no nos gusta la persona o nos cae mal. Y muchas veces vivimos en un ámbito donde tenemos que estar tropezándonos con esa persona y se nos puede poner difícil la cosa, la convivencia. ¿Sabéis una cosa que me ayuda mucho a mí en esas circunstancias? Me pongo a rezar por esa persona, no a pedir de una forma interesada para que esa persona cambie y no me moleste, sino simplemente rezando por esa persona, pidiendo la gracia del Señor para ella en lo que ella necesite, y al mismo tiempo que yo aprenda y sepa aceptarla. Siempre encuentro que con la ayuda del Señor, luego las cosas son más fáciles. La gracia del Señor no nos defrauda.
Tratemos, pues, de tener esa mirada de Dios en nuestra relación con los que nos rodean, con aquellos con los que convivimos, o con los que en el camino de la vida en distintas circunstancias vamos encontrando.

lunes, 18 de enero de 2010

Caminos nuevos para una vida nueva en obediencia al Señor

1Sam. 15, 16-23
Sal. 49
Mc. 2, 18-22


‘Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios’, hemos repetido en el salmo. No son los sacrificios ni los holocaustos lo que el Señor nos pide.
Qué fáciles somos para ofrecer cosas, como si el Señor nos estuviera pidiendo 'regalitos'. Hasta incluso somos capaces de sacrificarnos, de renunciar a cosas materiales. Pero ¿qué es lo que el Señor nos pide? Algo quizá más sencillo, aunque sabemos que nos cuesta más. La obediencia de nuestro corazón. ‘No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos junto a mí. Pero no aceptaré un becerro de tu casa ni un cabrito de tus rebaños…’
Hasta quizá estamos repitiendo de memoria una y otra vez los mandamientos y hasta hacemos galas de que somos las personas más religiosas del mundo. ¿Por qué haces eso, ‘tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?’ Y nos responde el Señor en el mismo salmo con lo que hemos repetido una y otra vez. ‘El que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios’.
Es lo que hemos ido meditando en el salmo responsorial. Como su nombre, indica, responsorio, porque es como la cantinela que se repite, pero que es también la respuesta que con la misma palabra de Dios en los Salmos vamos dando a lo que el Señor nos dice o nos revela.
Ese ha sido el mensaje central del texto del libro de Samuel que hemos escuchado en la primera lectura. Es la respuesta que le da Samuel a las actitudes y a los acciones que ha ido realizando el rey Saúl no siempre agradables al Señor. No vamos a hacer un comentario demasiado exhaustivo, pero sí queremos hacer referencia, aunque fuera brevemente, a lo relatado en la lectura de Samuel.
Nos pueden parecer costumbres bárbaras y hasta preguntarnos cómo el Señor pudiera pedir o permitir tales cosas como entregar al exterminio total a aquellos pueblos contra los que luchaba Israel. Por una parte son costumbres propias de una época muy antigua que hoy no entenderíamos pero que formaba parte de la cultura y costumbres de entonces. No habían llegado ni a niveles de civilización que se pudieran acercar o parecer a los nuestros ni tampoco el concepto de un Dios justo y misericordioso había alcanzado la suficiente revelación. Por eso más que juzgar es aceptar las cosas en su propia época.
Según tales costumbres el rey no había hecho lo que tenía que hacer sino que incluso en buena voluntad quería agradar a Dios ofreciéndole en holocausto lo mejor de aquellas cosas que se le arrebataban al enemigo. Pero no es lo que le agrada al Señor. Por eso Samuel le dice en nombre del Señor.
‘¿Quiere el Señor sacrificios y holocaustos o quiere que obedezcan al Señor? Obedecer vale más que un sacrificio; ser dócil, más que grasa de carneros…’ Obedecer al Señor, cumplir sus mandamientos, descubrir en todo lo que es su voluntad, es lo que tenemos que hacer. Hemos de ir más allá de la literalidad de los sacrificios y exterminios de una época, para descubrir lo que en todo tiempo es agradable al Señor: la obediencia al Señor. La búsqueda de su voluntar para realizarlo en nuestra vida.
Obedecer a Dios, haciendo una referencia breve a lo que hoy nos ha dicho el evangelio, que significa saber descubrir en todo momento lo que es la novedad del Evangelio de Jesús. No nos podemos quedar anclados en lo antiguo sino descubrir y llevar a la práctica de la vida lo que es la novedad del Evangelio. Lo que nos exige también unas actitudes nuevas y un nuevo sentido y estilo para nuestra vida. Un sentido y un estilo que se desprende del evangelio de Jesús. Por eso nos está hablando de odres nuevos, de vestidura nueva, no de remiendos ni componendas. Lo que significa también vivir la alegría de la fe; alegría porque sabemos como Cristo está siempre con nosotros. ¿Podemos vestirnos trajes de luto y tristeza cuando tenemos la certeza de que Cristo está con nosotros?

domingo, 17 de enero de 2010

No les queda vino…

Is. 62, 1-5;
Sal. 95;
1Cor. 12, 4-11;
Jn. 2, 1-11

‘Había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda…’ Así ha comenzado el evangelio de hoy.
Hablar de un banquete de bodas es hablar de alegría y de fiesta, de encuentro y de convivencia armoniosa entre familiares y amigos, de sentimientos compartidos en la familiaridad y en la amistad y necesariamente, siendo una boda, de amor y de felicidad. Ese compartir y comer juntos alrededor de una mesa, esa comunicación espontánea e incluso efusiva entre todos los comensales que manifiestan una comunión hermosa entre todos.
En aquella boda de Caná faltó el vino aunque sólo unos ojos atentos y amorosos como los de María fueran capaces de darse cuenta de aquella fiesta se pusiera en peligro y no acabara bien. Pero allí está María y está también Jesús. Ya hemos escuchado el diálogo entre María y Jesús. ‘No les queda vino… Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora… haced lo que El os diga…’ Está la súplica de la madre que es capaz de adelantar la hora de Jesús y el milagro se realiza de manera que la fiesta pueda llegar a una mayor plenitud en el vino nuevo que Jesús les está ofreciendo.
Es un milagro muy significativo y que nos dice muchas cosas. Un signo lo llama el evangelista Juan. Al final se nos dirá que ‘así en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en El’. Ya sabemos que los milagros de Jesús son signos del Reino nuevo, del Reino de Dios que El anuncia y viene a instaurar. Con esa lectura hemos de contemplar y meditar este texto del Evangelio, esta Palabra de Dios que hoy nos ha sido proclamada.
En la fiesta de la vida, en la que todos compartimos un mismo mundo y construimos una misma sociedad, ¿nos podría faltar el vino? Ciertamente constatamos que la fiesta, el banquete de bodas de la vida, no es total ni todos participan de la misma manera de ella. Hay dolor y hay sufrimiento; no compartimos en unas mismas condiciones todos el mundo en que vivimos; desigualdades, pobreza y miseria para muchos, injusticia y falta de verdadera comunión entre todos, enfrentamientos y odios, insolidaridad… tantas catástrofes naturales que hacen sufrir a los hombres y mujeres de nuestro mundo, como el reciente terremoto de Haití… ¡cuántas cosas!
Hemos de reconocer que nos falta el vino. El vino que tendría que animar nuestra fiesta para que todos esos sufrimientos se aliviaran o desaparecieran, para que hubiera una auténtica y real comunión entre todos, para que nuestro mundo fuera más justo, para que todos pusiéramos más empeño en hacerlo mejor haciendo felices a los demás, empezando por los que están cada día a nuestro lado. El vino nuevo que no nos deje cruzarnos de brazos ante el sufrimiento de los demás, sean quienes sean.
‘Jesus y los discípulos estaban también invitados a la boda’, nos decía el evangelio. ¿No faltará ese vino necesario para que nuestro mundo sea mejor porque no dejamos que Jesús participe en esa fiesta de la vida de nuestro mundo y/o porque nosotros sus discípulos, los cristianos algunas veces nos desentendamos y no llevemos el vino nuevo de Jesús que le diera más plenitud y felicidad a nuestro mundo?
Falta vino nuevo que dé un mayor sentido y valor a nuestro mundo, porque falta fe y falta amor. Falta fe en una sociedad que quiere arrinconar a Dios, prescindir de Dios y de todo lo sagrado, que quiere desterrar de ella todo sentimiento religioso y también todo signo religioso que nos recuerde la trascendencia, que nos haga elevar nuestros ojos y nuestro espíritu a lo alto. Nos falta fe porque quizá también la hemos dejado enfriar y está en peligro casi de morirse esa planta hermosa de la fe en nuestro corazón, influenciados quizá por la indiferencia o la frialdad que nos rodea.
Y ya hay muchos interesados en que esa luz no brille y se trata de ocultar u obscurecer de la forma que sea, porque quizá pueda molestarles esa luz. A cuántos les interesa más hacer públicos los posibles fallos humanos de los miembros de la Iglesia pero no quieren que se conozca el compromiso serio y valiente de tantos cristianos y tantas obras de la Iglesia.
Un ejemplo que nos puede valer para darnos cuenta de esos turbios intereses. En estos días, a raíz de la terrible catástrofe que ha significado el terremoto de Haití, un medio de comunicación de gran trascendencia a nivel mundial hablaba de las ayudas que de todas partes se están ofreciendo y llevando para remediar tal desastre, y no se le ocurría otra cosa que poner una foto del Papa con el comentario de que algunos ofrecen sólo ayuda espiritual. Hay que tener los ojos cerrados para no ver o no querer dejar ver a los demás la labor de tantos cristianos y de tantas instituciones de la Iglesia, como Cáritas, que se han volcado para remediar tanto sufrimiento allí, como sucede en tantos sitios y en tantas situaciones dolorosas de los hombres y mujeres de nuestro mundo.
Ofrece sí ayuda espiritual – también es necesaria -, pero también es importante la ayuda material y la presencia de tantos cristianos comprometidos y de tantas obras de la Iglesia, como de tantos misioneros que permanecen en su sitio al lado de los que sufren cuando los demás abandonan y/o dan por terminado su trabajo. Eso a algunos no les interesa darlo a conocer.
Y no olvidemos que los discípulos de Jesús, o sea, nosotros los cristianos, los que creemos en Él, estamos invitados a ese banquete y no podemos dejar de asistir para hacer presente esa fe y ese amor con nuestra vida, con nuestro testimonio, con nuestra palabra, con nuestro compromiso por hacer que nuestro mundo sea mejor. Algunas veces los cristianos tenemos miedo y nos ocultamos, no hacemos presente de forma valiente que nosotros tenemos un vino nuevo que ofrecer. No podemos ocultarnos, tenemos que hacer resplandecer esa luz con la que nosotros podemos iluminar nuestro mundo que es Cristo.
Un detalle hermoso son los ojos atentos y observadores de María para darse cuenta de que no tenían vino. Pidamos al Señor, con la intercesión de María, la Madre siempre suplicante e intercesora, que tengamos unos ojos atentos y abiertos como los supo tener la Madre para darnos cuenta de esa falta de vino, pero también, como ella, ponernos en el empeño de que puedan tener ese vino nuevo que pueda dar esa plenitud y esa felicidad a nuestro mundo. María también nos dice a nosotros ‘no les queda vino… pero haced lo que El os diga…’
Mucho vino nuevo de fe y de amor tenemos que llevar a nuestro mundo. Ese mundo en el que tenemos que hacer presente el Reino de Dios, hacer presente a Dios. Sólo con el vino nuevo de Jesús lo podremos transformar. Que nos falte a nosotros la fe, sino que crezca de día en día y se manifieste en el compromiso del amor.