sábado, 31 de octubre de 2009

Vanidades, apariencias, oropeles, primeros puestos… ¿qué nos dice Jesús?

Rom. 11, 1-2.11-12.25-29
Sal. 93
Lc. 14, 1.7-11


En la vida andamos muy llenos de vanidades y apariencias. El enemigo malo nos tienta y nos quiere seducir atacándonos precisamente por esos caminos de orgullo y vanidad. Prestigios, reconocimiento, sueños de grandeza ocultan quizá la realidad pobre que llevamos por dentro.
Aunque no tengamos, aparentamos tener; rodeamos la vida de brillos de oropeles ocultando quizá la pobreza de nuestro ser. Cuando no tenemos esa riqueza interior del ser en sí mismo, nos cubrimos de oropeles, de falsos brillos de oro que nada son y que pronto pasan y se desvanecen.
Cuando se nos quiere hacer pensar para que nos demos cuenta de lo que verdaderamente es importante en la vida, se nos dice que es más importante el ser que el tener. Lo que somos en nosotros mismos vale muchísimo más que todo lo que podamos poseer en lo exterior. Pero en nuestros sueños ambiciosos gastamos toda nuestra vida en tener y cuando no podemos tener en apariencias, pero no empleamos el más mínimo esfuerzo en cultivar nuestro ser interior.
Me ha dado pie a estos pensamientos lo que contemplamos hoy en el evangelio y lo que Jesús quiere enseñarnos. Lo habían invitado a comer ‘en la casa de un fariseo principal’ y observa cómo el resto de invitados poco menos que se da de codazos para ocupar los puestos de honor en la mesa del banquete.
Ya sabemos que el que lo había invitado era un fariseo muy importante y, como es de suponer, el resto de invitados tenían que amigos de este hombre y de su partido. Por otra parte, deduciendo de otros momento del evangelio, sabemos también cuál era el estilo de aquella gente; les gustaba las reverencias y reconocimientos, se ponían en pie en las sinagogas para rezar delante de todo el mundo y todos los vieran, poco menos que tocaban campanillas en las esquinas cuando iban a dar limosna para que todos supieran lo buenos y generosos que era, eran de los que buscaban primeros puestos y asientos de honor en cualquier reunión.
Jesús aprovecha la ocasión para darnos la lección; parte de la vida para dejarnos su mensaje. ‘Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal…’ les dice Jesús. ‘Vete a sentarte en el último puesto…’ ¡Qué vergüenza si te hacen ceder el puesto que has escogido porque hay otro más importante que tú! Si ocupas el último lugar puede venir el que te invitó y llevarte a un puesto mejor…
Y sentencia Jesús: ‘Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido’. Es el estilo de Jesús que tiene que ser el estilo del cristiano. Lo podemos contemplar en muchos textos y lugares del evangelio. ‘Venid y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón’, nos dice Jesús.
San Pablo nos habla de que siendo de categoría divina se despojó de su rango, se anonadó, se hizo como uno de tantos, se sometió a muerte de cruz… Y en la cena pascual lo vemos postrarse delante de los discípulos para lavarles los pies. ‘Me llamáis el Maestro y el Señor y en verdad lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, así tenéis que lavaros los unos a los otros…’ Cuando los discípulos se pelean por los primeros puestos les dice que hay que hacerse los últimos, los servidores y esclavos de todos.
No nos valen las apariencias ni las vanidades. Nuestro estilo es el de la sencillez, la humildad, el servicio. Esa es nuestra verdadera grandeza si queremos seguir a Jesús, si queremos vivir a Jesús, como tiene que ser nuestro ideal.

viernes, 30 de octubre de 2009

La auténtica celebración del día del Señor

Rom. 9, 1-5
Sal. 147
Lc. 14, 1-6


Con diferencia de pocos versículos - realmente en el capítulo anterior – nos encontramos con otro caso de una curación en sábado y ante lo cual Jesús hace razonar con semejantes palabras.
En el capítulo anterior – lo escuchamos el lunes – se nos habló de la mujer encorvada y el milagro tiene lugar en la sinagoga con la reacción airada del jefe de la sinagoga: ‘Tenéis seis días para trabajar: venid esos días a que os curen y no el sábado’.
Ahora no es en la sinagoga sino ‘en casa de uno de los principales fariseos’ donde habían invitado a Jesús a comer. También es sábado. Ahora es un hombre con una hidropesía. ‘Le estaban espiando’, dice el evangelista. Ya se imaginaban lo que Jesús iba a hacer, por eso estaban al acecho. Jesús se les adelanta. Les pregunta. ‘¿Es lícito curar los sábados o no?’
Si se consideraba un trabajo, la ley judía prohibía todo trabajo el sábado porque era el día dedicado al culto al Señor. Sin embargo, también podíamos preguntarnos si venían a que Jesús los curara cual si se tratara de un médico, o buscaban en Jesús un poder superior, sobrenatural, de acción de Dios. Si esto es así, ¿cómo poner límites al campo? ¿Cómo impedir a Dios actuar con su salvación?
Son razonamientos que se podían hacer. Ellos se quedan callados. Simplemente ‘Jesús tocando al enfermo, lo curó y lo despidió’. Pero Jesús quería hablarnos de algo más, porque nos quiere hablar de su amor, rostro del amor y la misericordia del Padre. Pero les pone un ejemplo sencillo del hijo o del buey que se cae al pozo. ¿Lo dejaremos morir allí o lo sacaremos, aunque sea sábado? No tienen respuesta.
¿Está reñida la compasión y la misericordia con el culto dedicado al Señor? Porque eso podría parecer al no poder curar en sábado. El mensaje de Jesús es otro. Lo que Jesús está haciendo es revelándonos su corazón amoroso, el rostro amoroso de Dios.
Y si queremos dedicar un día a lo sagrado, al culto al Señor, como así era el sábado para los judíos y el domingo para nosotros los cristianos, ¿el verdadero culto al Señor no pasa por la misericordia, la compasión y el amor al hermano que sufre? ‘Misericordia quiero y no sacrificios’ dice la Escritura. Es de lo que tendríamos que llenar los cristianos el día de descanso dedicado al Señor.
Queremos descansar el domingo y el fin de semana, queremos estar con la familia y con los amigos. Es muy hermoso. Pero algo más tendríamos que saber hacer. Además del culto al Señor que es celebrar la Eucaristía, que tiene que ser el verdadero centro del día del Señor, no deberían faltar entre los cristianos las obras de misericordia. Visitar a los enfermos, acompañar a los que se sienten solos, compartir generosamente con los más necesitados… ¡cuántas cosas podríamos hacer!
Un punto a tener en cuenta.

jueves, 29 de octubre de 2009

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?

Rom. 8, 31-39
Sal. 108
Lc. 13, 31-35


‘Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?... ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?...’ Dos preguntas que se hace un enamorado de Cristo y que ha experimentado de manera muy profunda el amor de Dios en su vida.
‘El que no perdonó a su propio Hijo sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con El?’ Y a continuación manifiesta la certeza grande que tiene de lo que es el amor de Dios que no lo condena sino que lo justifica y lo salva. Cristo Jesús murió por nosotros, resucitó y está a la derecha de Dios intercediendo por nosotros.
Esto es algo que Pablo ha experimentado en su vida. Como reconocerá en otros momentos de sus cartas era él un pecador y Cristo vino a su encuentro y en su búsqueda. Se sabe perdonado y amado por Dios. Por eso dirá a continuación que nada podrá apartarlo de ese amor de Dios, de ese amor de Cristo.
Tiene que hacernos pensar. ¿Actuaremos siempre nosotros así y en todo? ¿podríamos decir nosotros lo mismo que san Pablo? Reconocemos que somos débiles y pecadores. ‘El espíritu está pronto pero la carne es débil’, que nos dice Jesús para insistirnos en que oremos y estemos vigilantes. Pero, ya sabemos, qué pronto nos viene la tentación y caemos.
La tentación es el pecado, pero tentación para nosotros son también muchas situaciones donde manifestamos nuestra debilidad, nuestra inseguridad, nuestra poca vigilancia. En los momentos fáciles más o menos marchamos, por decirlo de alguna manera, pero hay momentos de dolor y sufrimiento, de pruebas o dificultades, momentos en que las cosas no marchan sobre ruedas, sino que surgen los problemas, momentos de incomprensiones o de críticas que no nos gustan o nos molestan, ¿cómo reaccionamos? ¿nos mantendremos firmes en nuestra fe, en el camino emprendido, en la lucha por nuestros ideales, o flaqueamos, nos llenamos de dudas y hasta nos rebelamos?
Es ahí donde hay que sacar a flote y hacer brillar nuestra fe, lo que tiene que ser la autenticidad de nuestra vida cristiana. Lo que nos dice san Pablo hoy. ‘Nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro’.
Pidámosle a Dios que nos dé esa certeza y esa seguridad en su amor. Para ello tendríamos que recordar esas hermosas experiencias que tenemos de sentirnos amados por Dios. No las podemos echar en el olvido. Nos ayudará mucho en nuestra lucha contra la tentación y el pecado.
Pidámosle a Dios que nos dé la fortaleza de su Espíritu. Como don y regalo lo hemos recibido de manera especial en el sacramento de la Confirmación y su gracia está ahí para hacernos fuertes, para hacernos testigos valerosos. Reavivemos el don del Espíritu en nosotros.
Pidámosle que nos dé clarividencia y sabiduría para discernir lo bueno y lo malo y para seguir siempre por el camino recto aunque nos cueste.
Que se manifieste la salvación de Dios en mi vida.

miércoles, 28 de octubre de 2009

La fiesta de los apóstoles enriquece nuestra comunión eclesial


- San Simón y San Judas -


Ef. 7, 19-22
Sal. 18
Lc. 6, 12-19


Celebramos hoy la fiesta de los Apóstoles san Simón y san Judas. Juntos aparecen siempre en las listas del Colegio Apostólico que nos ofrecen los evangelistas sinópticos y también en los Hechos de los Apóstoles. Hemos tenido la oportunidad de escuchar cómo Jesús después de pasar la noche en oración escogió a Doce y los nombró Apóstoles.
Poco sabemos de estos apóstoles porque el Evangelio es bien parco acerca de ellos. Simón, apodado el Celotes o el Cananeo, como dice san Marcos, perteneció antes de formar parte del grupo de los discípulos de aquellos partidos extremistas, celosos de la identidad judía y de su independencia del poder romano. De ahí que se le apode como el Celotes.
Judas, que no el Iscariote, es llamado el hijo de Santiago y también con el sobrenombre de Tadeo. Aparece en el evangelio de san Juan preguntando a Jesús en la última cena ‘¿qué ha sucedido para que te manifiestes a nosotros y no al mundo?’ Una pregunta interesante, porque vemos cómo Jesús al grupo de los Doce les manifiesta más la intimidad de su persona y a ellos les explica cosas que a la gente en general no le explica.
No responde Jesús directamente a la pregunta pero sí hay una respuesta bien hermosa. ‘Si alguno me ama, guardará mi palabra, mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él’. Y terminará Jesús anunciando el envío del Espíritu Santo ‘que os enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho’.
Como muchas veces hemos reflexionado la fiesta de los Apóstoles tiene mucha importancia en el devenir de la Iglesia. Como nos dirá Pablo en la carta a los Efesios ‘sois ciudadanos del pueblo de Dios y miembros de la familia de Dios… estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo es la piedra angular…’
Formamos ese entramado del edificio de la Iglesia, donde cada uno ocupa su lugar y tiene su función; precisamente por esa comunión de fe que recibimos de los apóstoles llegamos a estar profundamente unidos a Cristo que es la piedra angular, el verdadero fundamento.
Esto tiene sus consecuencias para nosotros. Esto nos exige comunión en una misma fe y una comunión especial en el amor entre los unos y los otros. No vamos viviendo nuestra fe por libre, cada uno por su lado. Tenemos que estar ensamblados en ese edificio que es la Iglesia, que somos todos los que creemos en Jesús. Comunión eclesial que es comunión apostólica, con el sucesor de Pedro pero también con toda la Iglesia con sus obispos verdaderos sucesores de los apóstoles.
Comunión es amor, es cercanía, es caminar juntos, es poner cada uno su granito de arena que nunca nos puede parecer pequeño ni innecesario, sino siempre fundamental para crear esa unidad y esa comunión. Es importante lo que cada uno es y lo que cada uno hace. Lo que puedo y tengo que hacer ya nadie lo hará por mí. Lo que yo deje de hacer será pobreza para la comunidad y para la Iglesia. De ahí la seriedad del compromiso de nuestra fe y lo importante de nuestra comunión.
Que la celebración de la fiesta de estos dos apóstoles enriquezca nuestra comunión y la haga crecer. Que escuchemos y guardemos en lo hondo de nuestro corazón la Palabra de Dios que se nos dice, para que amados de Dios nos sintamos amados por el Padre e inhabitados por su presencia misteriosa y maravillosa.

martes, 27 de octubre de 2009

Unas pequeñas semillas de mostaza y unos granos de levadura

Rom. 6, 18-25
Sal. 125
Lc. 13, 18-21


‘¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿a qué lo compararé?’ Y nos habla Jesús de la mostaza y nos habla de la levadura. Algo pequeño e insignificante que se hace planta grande o que colocada en pequeñas proporciones en medio de la masa la hace fermentar y la transforma.
El Reino de Dios, pequeño e insignificante en los comienzos de la predicación del Evangelio pero que se ha extendido a todas partes y a través de todos los tiempos dando un sentido nuevo al mundo y a la sociedad. Unos discípulos reclutados en principio entre pescadores o discípulos de Juan. Un grupo de doce apóstoles que en los momentos difíciles de la pasión se dispersaron. Un pequeño grupo que no llegaba a un centenar de discípulos que a partir de Pentecostés comienza a crecer y con el paso de los siglos vemos extendida su semilla por el mundo entero. Es la fuerza del Reino de Dios que crece y se extiende por todas partes.
Creo que no podemos perder de vista hoy el sentido de las parábolas que siguen siendo muy válidas en todo tiempo y para nuestro tiempo. Por el Evangelio, el Reino de Dios tiene que seguir siendo el dinamizador y transformador de la sociedad en que vivimos, como transformador desde lo más hondo del corazón del hombre.
Nos pueden parecer tiempos difíciles los que vivimos. Creo que todos los tiempos a través de la historia han tenido sus propias dificultades. Nos puede parece que se haya diluido en nuestra sociedad hoy el mensaje cristiano y del evangelio. Muchas nos pueden parecer las sombras que nos rodean cuando vemos una pérdida de fe en tantos y la aparente desaparición de valores evangélicos y cristianos.
Pero siguen habiendo semillas del Reino de Dios en medio de los hombres. La fe sigue iluminando muchos corazones, y muchos valores nacidos del corazón del evangelio, paz, justicia, verdad, amor… quedan como rescoldos que reavivar en muchos en nuestra sociedad. Serán semillas pequeñas como las de la mostaza, o unos pequeños granos como los de la levadura. Pero tienen el poder de la gracia, tienen la fuerza de Dios. Han de seguir siendo dinamizadores y transformadores de nuestra sociedad.
Por eso mismo digo que el sentido de estas parábolas nos siguen siendo válidos y hemos de saber apoyarnos en ellos para darle fuerza y sentido a nuestra labor y tarea cristiana. Meditar estas parábolas además nos tiene que llenar de esperanza, porque eso quiere despertar el Señor en nuestro corazón para que aprendamos además a confiar en El.
Podremos parecer pocos, un resto, pero tenemos que ser ese puñado de levadura que haga fermentar con los valores del Evangelio nuestra sociedad. No hemos de acobardarnos ni tener miedo a la tarea. Tenemos que creer en la Palabra de Jesús. Y creer que es posible y que se hace realidad en nosotros y en nuestra vida.
Necesitamos orar mucho en la presencia del Señor para sentir la fuerza de su Espíritu que impulsa a la Iglesia a su tarea evangelizadora. Hemos de orar mucho para, en la presencia del Señor, descubrir los caminos que El nos inspira. Es su obra y no nos deja solos; nos asiste con la fuerza y la inspiración del Espíritu.
De ninguna manera podemos decir que ‘no hay nada que hacer’, como hacen muchos derrotistas. Ese no puede ser el sentimiento de un cristiano. Esa pequeña semilla puede darnos una planta grande. Ese pequeño puñado de levadura puede en verdad transformar nuestro corazón primero y transformar nuestro mundo. Repito, confiemos en la Palabra de Jesús.

lunes, 26 de octubre de 2009

Demos gracias a Dios que nos da su Espíritu que nos hace hijos

Rom. 8, 12-17
Sal. 67
Lc. 13, 10-17


‘Y toda la gente se alegraba por los milagros que hacía’, termina diciendo el texto del evangelio. Jesús había curado a una mujer encorvada y había mantenido sus más y sus menos con el jefe de la sinagoga que les decía a la gente ‘seis días tenéis para trabajar: venid esos días a que os curen, y no los sábados…’ Y Jesús le había razonado que el día del Señor, el día para santificar al Señor tenía que ser un día también para hacer lo bueno, para hacer el bien a los demás, que era la mayor gloria de Dios. Esos rigorismos de cumplimientos rituales no tienen sentido cuando se trata del amor.
Por eso ‘la gente se alegraba por los milagros que hacía’. Sólo veían sus milagros y aún no habían contemplado todo lo que Jesús iba a hacer por nosotros, entregando su vida por amor nuestro. No veremos milagros a la manera de la gente de aquella época pero sí tenemos nosotros muchas más razones para alegrarnos con el Señor y darle gracias. Por su amor, por entrega por nosotros muriendo en la cruz nos ganó nueva vida, nos hizo hijos de Dios.
Es de lo que nos habla hoy san Pablo en la carta a los Romanos. ‘Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios’, nos dice. Nos recuerda aquello que se nos dice en el principio del evangelio de Juan: ‘A cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, sino de Dios’.
Creemos en Jesús y por la fuerza de su Espíritu nos hacemos hijos de Dios. ‘Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba!, Padre’. Como nos decía san Juan en su carta: ‘Mirad qué amor nos ha tenido para llamarnos hijos de Dios: pues ¡lo somos!’
Cristo nos ha liberado, nos ha comprado con su sangre para pertenecer a El. Pero ser de Cristo no nos hace esclavos, sino libres; siendo de Cristo no cabe en nosotros el temor, sino el amor; siendo posesión de Cristo en Cristo nos hacemos hijos también nosotros porque nos da la fuerza de su Espíritu.
Somos hijos de Dios. Cuánto tenemos que pensarlo una y otra vez y no nos podemos cansar nunca de darle gracias a Dios. Es la primera conclusión que tendríamos que sacar de esta reflexión que en torno a la Palabra hoy nos hacemos. Darle gracias a Dios que ha querido hacernos sus hijos; darle gracias a Dios porque hemos sido redimidos por la sangre de Cristo; darle gracias a Dios porque nos ha liberado de la esclavitud y de la muerte. Es lo primero que tenemos que hacer.
Luego, por supuesto, tenemos que sacar más conclusiones para nuestra vida, para nuestra relación con Dios y para nuestra relación con los demás. Los que son esclavos de la muerte y del pecado viven en el temor. Nosotros hemos sido liberados, fuera de nosotros todo temor, en nosotros tiene que brillar la alegría y el amor. El amor que a Dios hemos de tener sobre todas las cosas. El se lo merece. Es nuestro Dios, pero también nuestro salvador. Pero un amor que tenemos que reflejar en nuestro trato con los demás. Ya los otros para nosotros serán siempre unos hermanos, porque todos somos hijos de Dios. Y decir que somos hermanos entrañará por supuesto ese amor que hemos de tenernos los unos a los otros.
Demos gracias a Dios por tanto amor que nos hace sus hijos.

domingo, 25 de octubre de 2009

¿Qué quieres que haga por ti?


Jer. 31, 7-9;

Sal. 125;

Heb. 5, 1-6;

Mc. 10, 46-52


De entrada decir que Jesús quiere llegar a todos con su vida y su salvación. ‘Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad’, nos dice el evangelio. Pero para que todos puedan llegar hasta El y alcanzar la salvación, Cristo quiere valerse de nosotros. Lo malo sería que en lugar de ser mediaciones positivas seamos obstáculo que impida a algunos el encuentro con Jesús salvador. En resumen casi podríamos decir que es el mensaje que contemplamos hoy en el evangelio.
Jesús sale de Jericó acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Como era normal entonces allí junto al camino hay un ciego pidiendo limosna, ‘Bartimeo, el hijo de Timeo’. Los hemos encontrado así con sus discapacidades a través de los tiempos en nuestras plazas, calles o caminos pidiendo limosna. Una discapacidad, su ceguera, que le impedía realizar cualquier trabajo, lo que le marginaba y hundía en la más absoluta miseria; lo único que podía hacer era pedir limosna al lado de los caminos a todo el que pasara. Una vida dura y triste. Aquel camino de Jericó era el camino habitual para quien subía a Jerusalén sobre todo con ocasión de la fiesta de la Pascua u otras fiestas judías en las que eran muchos los que afluían a la ciudad santa, ya vinieran desde Galilea por el valle del Jordán o vinieran desde la transjordania, más allá del Jordán. Un lugar apropiado para quien ptuviera que pedir una limosna.
Pero la muchedumbre que en esta ocasión pasa junto al camino parece distinta a unos oídos acostumbrados a diferenciar las diferentes personas y los grupos que lo cruzaban. A sus preguntas se entera que es Jesús, el profeta de Nazaret, que viene con sus discípulos y mucha gente. ‘Hijo de David, ten compasión de mí’, comienza a gritar. ¿Qué es lo que pide? ¿una limosna como siempre? Pero no pide a la gente, sino grita al profeta de Nazaret, al Hijo de David; grita por Jesús.
Algunos, muy preocupados por escuchar las palabras del Maestro y que con estos gritos no le pueden oír claramente, le mandan callar. ¿Son una molestia sus gritos o más bien ellos una molestia, un obstáculo para que ese pobre ciego se haga oír por Jesús? El ciego grita más fuerte. ‘Jesús se detuvo y lo mandó llamar’. Ahora sí le dicen: ‘¡Ánimo, levántate que te llama!’ Ahora lo animan para que vaya hasta jesus. Con Jesús las actitudes tienen que cambiar.
‘Soltó el manto – para ir hasta Jesús hemos de dejar atrás los impedimentos, todas las cosas que puedan ser estorbos para poder acercarnos con mayor prontitud – dio un salto y se acercó a Jesús’. Ahora había quien le llevara hasta Jesús.
‘¿Qué quieres que haga por ti?’ ¿Qué le pediríamos nosotros a Jesús? El quiere escuchar nuestros anhelos y nuestras peticiones más profundas. Quizá meditando este pasaje del evangelio tendríamos que analizar muy bien qué es lo que tendríamos que pedir a Jesús. ¿Seremos nosotros como aquel ciego Bartimeo que le pedía ‘Maestro, que pueda ver’, o acaso como aquellos acompañantes le tendríamos que pedir un cambio de actitudes?
Podríamos pensar en cómo estaba aquel hombre sentado al borde del camino, su situación. Es muy significativo. No veía y se había quedado sentado pasivamente al borde de la vida contentándose con suscitar compasión y pedir una limosna. Algunas veces nos hundimos fácilmente por problemas, carencias, debilidades, cosas que nos pasan. ¿Sólo queremos provocar compasión en los demás? Haría falta algo que nos levantara, nos hiciera sentir vivos de nuevo, salir de la pasividad, comenzar a dejar atrás negruras para ver de nuevo la luz.
Quizá haya mucha negatividad en nuestra vida. Quizá nos sentimos aplastados por el peso del mal y del pecado que hemos dejado meter en nuestro corazón. En Jesús podemos encontrar esa luz, esa vida que necesitamos, esa mano que se nos tiende; en Jesús puede renacer de nuevo nuestra esperanza. ‘Hijo de David, Jesús Salvador, ten compasión de mí’.
Pero podemos pensar también en los acompañantes de Jesús. Como decíamos, quizá muy preocupados por escuchar las palabras de Jesús, sin embargo querían cerrar los ojos y los oídos para no ver ni oír a quien estaba al margen del camino. Incluso aquellas personas se habían convertido en obstáculo para que el ciego no molestara con sus gritos pidiendo ayuda. Pobrecito, quizá pensaban sintiendo lástima por aquel pobre hombre en su necesidad, pero de ahí no pasaba su compasión. Para ellos la vida de aquel hombre con su ceguera y sus gritos era una molestia. Quieren pasar de largo y que no los molestaran.
No nos queremos molestar porque nosotros no nos queremos mezclar con cualquiera, esos que vienen de otros países, son de otra raza, tienen unas limitaciones o discapacidades, están enfermos o nos pueden contagiar. Nos hacemos insensibles, cerramos los ojos y pasamos de largo – podemos recordar también la parábola que Jesús propuso donde nos hablaba de aquellos que dieron un rodeo para no encontrarse con el malherido junto al camino -. Encima les echamos la culpa de su situación por que son unos desgraciados que no saben aprovechar lo que tienen o se les da. Hasta somos capaces de decir cosas bonitas, hacer hermosas estadísticas o preciosos proyectos, pero que al final nos quedamos en nada como siempre.
¿Qué le pediríamos al Señor, porque El también nos está pregunta que queremos que haga por nosotros? ‘Hijo de David, ten compasión de mí’. Transforma mi vida y mi corazón. Dame un corazón nuevo. Que se me abran los ojos para ver, el corazón para sentir el latido del corazón del hermano que sufre a mi lado. Que nunca sea un obstáculo; que sea una mediación bien positiva para que Jesús llegue a todos, para que todos los ‘bartimeos’ que están a mi lado a través de mi puedan llegar a Jesús.
‘Tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino’. Es lo que nos tiene que suceder también hoy a nosotros. Que, porque con fe venimos hasta Jesús con nuestra cegueras, recobremos la luz de nuestros ojos, de los ojos de nuestro corazón, para mirar con mirada distinta, la mirada de Jesús. Para que también nosotros le sigamos por el camino, sigamos el camino de Jesús, caminemos tras sus huellas siguiendo sus mismos pasos, viviendo su mismo estilo de amor. Que también dejemos atrás los mantos que nos estorban, son tantos y tantos los apegos del corazón, para que con prontitud sigamos a Jesús.
Que podamos cantar en verdad ‘el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres’ porque así nos sintamos transformados, curados por Jesús. Que nos inunde la alegría de la fe, de la luz, de la vida de Jesús.