miércoles, 31 de diciembre de 2008

De su plenitud hemos recibido gracia tras gracia

De su plenitud hemos recibido gracia tras gracia

lJn.2, 18-21

Sal. 95

Jn. 1, 1-18

‘De su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia, porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo’.

Es el inicio o prólogo del Evangelio de san Juan, que volveremos aún a escucharlo en este tiempo de Navidad el próximo domingo. Es una presentación de Jesús y del evangelio podríamos decir en un lenguaje teológico. Nos habla de la Palabra, la Vida, la Luz, la Gracia. Es don de Dios que nos llena de plenitud, de vida, de luz, de gracia. Así son los regalos de Dios. Y ese gran regalo – gracia – es Jesucristo, revelación y Palabra de Dios.

Porque en Jesucristo llegaremos a la plenitud de Dios, a la plenitud de su conocimiento y a la plenitud de su vida. ‘Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien quiere revelárselo’, escuchamos en otro lugar del Evangelio. Hoy nos dice: ‘A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha contado’. Es Jesús el que nos revela plenamente a Dios. Por eso lo llamamos Palabra, Verbo de Dios. Es Dios que se nos revela, que nos habla. Por eso es Emmanuel, Dios con nosotros.

Pero ¿queremos escuchar su Palabra? ¿Qué preferimos, la tiniebla o la luz? ¿la muerte o la vida? Podrían parecer preguntas que sobran, pero miremos la realidad de la vida, de lo que hemos hecho y hacemos. ¡Cuántas veces rehuimos escuchar su Palabra! ¡Cuántas veces nos dejamos arrastrar al pecado y a la muerte dejándonos seducir por la tentación! ‘En la palabra había vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, pero la tiniebla no la recibió’, nos dice hoy el evangelista. Y terminará diciéndonos ‘vino a su casa y los suyos no lo recibieron’.

Cristo quiere regalarnos esa luz, su luz. Lo vemos repetidamente en el evangelio cuando nos habla y nos enseña, cuando como un signo cura a los ciegos y les devuelve la vista, cuando se acerca a nosotros y quiere levantarnos de la postración de nuestro pecado. Como a Lázaro también a nosotros quiere arrancarnos de las garras de la muerte y del sepulcro.

Cristo nos regala su vida – gracia divina, la llamamos – para hacernos hijos, para llevarnos a la plenitud. Acojamos esa vida, esa luz. Acojamos a Cristo y dejémonos inundar por su plenitud.

martes, 30 de diciembre de 2008

También en el silencio de nuestra vida damos gloria a Dios

1Jn. 2, 12-17

Sal. 95

Lc. 2, 36-40

Algunas veces pensamos que poca cosa podemos nosotros hacer porque quizá sentimos que para hacer algo por los demás hay que estar más preparados que lo que nosotros estamos, o porque no nos valoramos lo suficiente, o por nuestra edad, nuestra situación o nuestras limitaciones nos sentimos más incapaces. Vivimos una vida anónima preocupados sólo por nuestras ocupaciones o las cosas más inmediatas y creemos que son otros los que pueden sentir esa llamada a hacer por los demás.

Hoy en el evangelio se nos está diciendo que eso no es así. Se nos está presentando la figura de una mujer, anciana de muchos años, pero en la que vemos una preocupación, un interés y una acción por el reino de Dios. Este evangelio es continuación del que proclamábamos ayer y se nos habla hoy de ‘una profetisa - así la llama el evangelista – hija de Manuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casa, y llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones…’

Una mujer mayor, que dadas sus circunstancias podía vivir su vida en el silencio y soledad de su casa, sin embargo la vemos sirviendo a Dios en el templo, con ayunos y oraciones. Es más, al llegar al templo y contemplar la escena del anciano Simeón con el Niño en brazos y los cánticos y alabanzas que el anciano profería, ella se une a la alabanza porque allá en su corazón también descubre el misterio de Dios ‘y daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén’. La vemos, pues, haciendo apostolado – el primer apóstol de Jesús, la primera catequista -, anunciando ya el nombre de Jesús, trasmitiendo a los demás lo que era su fe para que todos igualmente pudieran alabar al Señor que se hacía presente en medio de ellos.

¿Qué nos enseña? Todos, allá donde estemos, vivamos la condición de vida que vivamos también podemos hacer muchas cosas. Podemos servir a Dios, cantar la gloria del Señor con nuestra oración, con las actitudes que vivamos en nuestra vida, pero también con nuestras palabras, porque todos tenemos oportunidad de hablar de Dios, del Evangelio, de Jesús a los demás de una forma u otra.

¿Qué somos mayores, que sólo estamos en casa, que vivimos rodeados de un circulo muy corto de personas, que vivimos una vida anónima y sólo ocupados de nuestras cosas…? Todos tenemos un valor, unas posibilidades. Todos podemos hacer algo incluso desde el silencio quizá de una enfermedad o invalidez. Nuestra vida es útil aunque estemos discapacitados para algunas cosas. Está el ofrecimiento que podamos hacer de nuestra vida, están nuestras oraciones, pero está esa palabra buena que podemos decir a alguien, ese consejo u orientación en un momento determinado, ese recuerdo de la trascendencia de nuestra vida. Muchas cosas podemos hacer. Mucho es el valor que tiene nuestra vida.

Precisamente hoy termina el evangelio hablándonos de la vida oculta de Jesús. ‘…volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba’. En etas pocas palabras se resumen muchos años de la vida de Jesús. Su niñez, su juventud hasta que en la vida adulta salió por los caminos y pueblos de Galilea y Palestina anunciando el Reino de Dios.

Años de silencio, en su formación, en su crecimiento y maduración, pronto en los trabajos de ayuda a José en sus tareas, ocupándose quizá del hogar más tarde con María, su madre. Años importantes y años que fueron también de redención y de salvación para la humanidad. Aunque no sepamos nada de ellos. Pero allí estaba Dios hecho hombre enseñándonos cómo vivir cada día de nuestra vida y todo lo que hagamos tiene su valor.

Todos podemos contribuir con nuestra vida, con nuestras obras y con nuestros silencios, allí donde estemos al crecimiento del Reino de Dios.

lunes, 29 de diciembre de 2008

También nosotros como Simeón tomemos en brazos a Jesús

1Jn. 2, 3-11

Sal.95

Lc. 2, 22-35

¡Qué gozo y alegría grande sintió el anciano Simeón aquel día en el templo! Era ‘un hombre honrado y piadoso’.Tenía una esperanza grande en la proximidad de la llegada del Mesías. Se recogen en él las mejores esperanzas del pueblo de Israel. ‘Aguardaba el consuelo de Israel’. Pera él era un a certeza porque allá en lo hondo de su corazón había sentido la voz del Espíritu Santo que le decía ‘que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor’.

‘Impulsado por el Espíritu Santo fue al templo’ aquella mañana. Sus ojos estarían atentos buscando donde estaba la señal para descubrir quién era el enviado del Señor. Entre tantos padres que presentaban sus hijos al Señor, conforme a lo prescrito por la ley de Moisés para los primogénitos descubrió a María y a José con el Niño. Allí estaban entre los pobres para hacer la ofrenda de los pobres –‘un par de tórtolas o dos pichones’ -. ‘Cuando entraban con el Niño Jesús sus padres (para cumplir lo previsto por la ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios’.

Ya podía morir en paz. Sus ojos habían visto al Salvador. La promesa del Señor ya estaba cumplida. Allí culminaban todas las esperanzas de Israel. Para muchos pasaría desapercibido, pero quien estaba lleno del Espíritu Santo como Simeón podía cantar al Señor: ‘Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador a quien has presentado a todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel’.

Nosotros quisiéramos también poder tomar en nuestros brazos a Jesús como lo hizo Simeón. Digamos que hay una sana envidia en nuestro corazón porque quisiéramos emular sus gestos. Pero hay una cosa que tenemos que decir. Eso y mucho más, con la fe, podemos hacer nosotros. Porque Simeón solamente lo tomó en sus brazos, pero nosotros por la fe lo podemos meter en nuestro corazón. Algo más profundo que podemos nosotros hacer. Cuando recibimos a Jesús en la Comunión eucarística, ¿qué es lo que estamos haciendo sino comiendo a Cristo mismo para que entre totalmente en nuestra vida? No es sólo en nuestros brazos, sino que es en nuestro corazón. Comemos a Cristo para hacernos una misma cosa con El, para llenarnos de su vida, para vivir su misma vida.

¡Cómo tendríamos también nosotros que cantar a Dios cada vez que le recibimos en la Eucaristía! Muchas veces nos preocupamos mucho de concentrarnos en nosotros mismos y recogernos en el silencio de nuestro corazón para sentir esa presencia eucarística del Señor en nosotros, y hacemos bien, pero no nos importe poneros a cantar con los demás alabando y bendiciendo al Señor, que es lo que hizo Simeón. Hemos de tener esos momentos de silencio e intimidad con el Señor pero hemos también de sabernos unir al canto de toda la Iglesia, de toda la Asamblea, de todos los que allí estamos reunidos sintiendo gozosamente esa presencia de Jesús en nuestro corazón.

Pero aún hay algo más. Unamos lo que hemos escuchado en este evangelio con lo escuchado también en la primera carta de Juan. Simeón lo proclama ‘luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel’. Y san Juan en su carta nos habla de luz y de tinieblas. Y nos dice que estaremos en la luz si amamos. ‘Quien ama a su hermano permanece en la luz…’ nos dice. Amar es llenarnos de luz. Amar es llenarnos de Cristo que es la luz de las naciones, la luz del mundo.

Cuando amamos al hermano, sea quien sea y cualquiera que sea el gesto de amor que con él tengamos, estamos amando a Cristo, estamos acogiendo a Cristo en nuestra vida, estamos haciendo algo más que tomar en brazos a Jesús. En ese gesto de amor, en esa acogida que hagas al otro, en esa sonrisa con que te acerques a él, en esa luz, ilusión y esperanza que despiertas en su corazón, en ese servicio que le prestas, en esa mano que pones sobre el hombro de su vida, en ese pan que compartes con cualquier hermano, estás amando a Jesús, estás haciéndoselo a Jesús. ‘Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis’, nos dice El en el evangelio.

Estamos haciendo algo más que tomar en nuestros brazos a Jesús. Cantemos y bendigamos también nosotros al Señor.

domingo, 28 de diciembre de 2008

la familia una escuela de humanidad y transmisora de la fe

Gen. 15, 1-6; 21, 1-3

Sal. 104

Hebreos 11, 8.11-12.17-19

Lc. 2, 22-40

‘La familia es el lugar elegido por Jesucristo para aprender a ser hombre’. En medio de estas fiestas de la Navidad del Señor en este domingo se celebra la Fiesta de la Sagrada Familia. Porque ahí, en el seno de una familia, el hogar de Nazaret, quiso Dios encarnarse para hacerse hombre, nacer, crecer y lograr ese desarrollo humano que toda persona tiene que lograr. ‘Cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. Y el niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba’.

Y lo celebramos porque la Sagrada Familia es modelo de nuestras familias y de nuestros hogares. Y lo celebramos porque bien que necesitamos de su luz en todo momento y en la hora en que vivimos donde tantas dificultades está encontrando en nuestra sociedad esa realidad de la familia.

La frase con la que he comenzado esta reflexión la he tomado del mensaje de nuestros Obispos para la celebración de esta Jornada. Frase hermosa que nos hace considerar la maravilla que es la familia. ‘Escuela de humanidad y trasmisora de la fe’, es el lema escogido para esta celebración. ‘La familia formadora de los valores humanos y cristianos’ tenemos también que reconocer. ‘La familia como camino que conduce al hombre a una vida en plenitud’.

El concilio Vaticano II en la Gaudium et spes nos enseñaba que ‘la familia es escuela del más rico humanismo’. Ese mundo hermoso de relaciones que se establecen fundamentadas en el amor entre los miembros de la familia, esposos entre sí, padres e hijos mutuamente, todos los miembros de la familia unos con otros es un hermoso caldo de cultivo de humanidad.

Es encuentro, es diálogo e intercambio, es saber caminar juntos, es respeto y es amor, es lugar para el reencuentro y la reconciliación, es el lugar para experimentar de la forma más hermosa la paz. Allí nos sentimos amados y respetados, valorados por lo que somos en sí mismos como persona más allá de nuestras riquezas o de nuestras limitaciones, más allá de rentabilidades o de carencias. Es ‘escuela de solidaridad’, porque allí sabemos comprendernos y ayudarnos.

Ahí en el hogar se tienen las vivencias más profundas que nos enriquecen como personas en todos los ámbitos de la vida. Por eso la vivencia familiar con todas sus mutuas interrelaciones es el mejor caldo de cultivo para el crecimiento y el desarrollo como persona.

Es el lugar donde aprendemos a amar y a ser amados. Donde encontramos la verdadera paz porque en la mutua comprensión se diluyen nuestros fallos y limitaciones, porque sabemos que siempre vamos a encontrar el perdón, la palabra de aliento, y el empuje que nos levanta ante cualquier postración.

Allí se valora la vida como un don de Dios y ‘donde cada hijo es un regalo de Dios otorgado a la mutua entrega de los padres y se descubre la grandeza de la maternidad y de la paternidad’. Pero se aprende también que ‘a través de las relaciones propias de la vida familiar descubrimos la llamada fundamental a dar una respuesta de amor para forma una comunión de personas. De esta manera, la familia se constituye en la escuela donde el hombre percibe que la propia realización personal pasa por el don de sí mismo a cristo y a los demás, como Cristo nos enseña en el Evangelio’.

Y cuando decimos que es escuela del más rico humanismo, estamos pensando en el desarrollo de la persona en todos los aspectos, será lo humano, pero será también lo espiritual y lo religioso. Allí aprendemos lo que es la fe y podremos descubrir de la mejor manera todo lo que es el amor que Dios nos tiene, reflejado en el amor de los padres. ‘la experiencia del amor gratuito de los padres que ofrecen a los hijos la propia vida de un modo incondicionado, prepara para que el don de la fe recibido en el bautismo se desarrollo adecuadamente’.

‘En la familia cristiana se descubre la fe como una verdad en la que creer… que se ha de celebrar… y que se ha de vivir’. La familia cristiana es llamada así Iglesia doméstica. En ella aprendemos a conocer a Dios y a amarlo; en ella aprendemos a relacionarnos con El en la oración tanto personal que allí aprendemos a hacer como en la oración de la familia que reza unida y unida canta la alabanza del Señor.

Muchas más cosas podríamos seguir reflexionando sobre la riqueza de la familia. Los textos entrecomillados – salvo el texto bíblico - los he tomado del mensaje de los Obispos españoles al que hacíamos mención al principio y que os invito a leer en su texto completo del que os doy la referencia.

(http://www.conferenciaepiscopal.es/documentos/Conferencia/comisiones/ceas/familia/familia2008.html)

‘Que el hogar de Nazaret sea luz que guíe la vida de nuestras familias para que sean escuelas de humanidad y transmisoras de la fe’.

sábado, 27 de diciembre de 2008

los ojos del amor nos ayudan a descubrir la verdadera fe

1Jn. 1, 1-4

Sal. 96

Jn. 20, 2-8

‘Este es el apóstol Juan que durante la cena reclinó su cabeza en el pecho del Señor. Este es el apóstol que conoció los secretos divinos y difundió la palabra de vida por toda la tierra’. Esta es la antífona con la que se inicia la celebración de san Juan Evangelista en este día.

Juan, el hermano de Santiago el Mayor, el discípulo amado, el que fue elegido junto con Santiago y Pedro para ser testigo de momentos importantes en la vida del Señor: su transfiguración en el Tabor y la agonía y oración de Jesús allá en lo más hondo del huerto de Getsemaní, y fue testigo también de la resurrección de la hija de Jairo. El único que llegó hasta los pies de la cruz para ser testigo de su muerte y recoger la herencia de una madre que Jesús le confiaba y el primero que creyó en la resurrección del Señor.

Cuando María Magdalena se encontró corrida la piedra del sepulcro y que allí no estaba el cuerpo de Jesús, corre a comunicarlo a los apóstoles reunidos en el cenáculo. Pedro y Juan corren a su vez al sepulcro y, aunque Juan se le adelanta, no entra sino que espera la llegada de Pedro para contemplar ‘las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró el discípulo que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó’. Podemos decir es el primero que reconoce la resurrección del Señor y proclama su fe. ‘Vió y creyó’.

No eran sólo los ojos de la fe sino que eran también los ojos del amor los que podían descifrar las señales como sucedería más tarde en el lago cuando la pesca milagrosa después de la resurrección. Desde la lejanía de la barca, la claridad que aún no era suficiente o la niebla del amanecer, sólo los ojos de Juan serán capaces de descubrir que quien está allá en la orilla dándole las instrucciones por donde había que tirar las redes era Jesús. ‘Es el Señor’, le dice a Pedro.

Por eso podrá decir tan hermosamente en el inicio de su carta. ‘Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos… lo anunciamos… os damos testimonio’. Era ‘la Palabra de la Vida’ que es nuestra vida y salvación. ‘Era la Vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó’.

¿Para qué nos lo da a conocer? ¿para qué nos lo trasmite? Dos cosas nos dice. Primero: ‘Os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo’. Nos está diciendo algo hermoso y que se convierte en fundamental en nuestra fe. Todo para la comunión, con Dios y entre nosotros. Es que la fe que tenemos en Jesús, aunque por supuesto exige una confesión y afirmación personal, nunca puede ser individualista, nunca nos puede llevar a estar alejados de los demás, sino todo lo contrario siempre hemos de saber vivirla en comunión.

No me vale decir es que yo tengo mi fe, creo a mi manera, no necesito ni de la Iglesia ni de los demás para creer en Jesús. Grave error. La fe en Jesús siempre nos llevará a la comunión y siempre tenemos que confesarla en la comunión de la Iglesia y de los hermanos.

Y segunda cosa: ‘Os escribimos esto para que nuestra alegría sea completa’. El gozo y la alegría de la fe. Es la plenitud que da a mi vida la fe que tengo en Jesús. Es la alegría honda que tiene que haber en mi vida, y no sólo ahora en estos días porque es Navidad, sino que siempre el creyente ha de vivir esa alegría, ese gozo hondo de poder proclamar y vivir esa fe en Jesús.

Pedíamos hoy en la oración litúrgica ‘llegar a comprender y amar de corazón lo que tu apóstol nos dio a conocer… y también que lleguemos nosotros a participar plenamente en el misterio de tu Palabra eterna’.

viernes, 26 de diciembre de 2008

No está lejos Belén del Calvario, el testimonio del protomártir Esteban

Hechos, 6, 8-10, 7, 54-59

Sal. 30

Mt. 10, 17-22

‘Ayer celebramos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno, hoy celebramos el triunfal martirio de su soldado’, dicen san Fulgencio de Ruspe en un sermón sobre san Esteban. Y la liturgia de las horas en sus antífonas nos repite: ‘Ayer nació el Señor en la tierra para que hoy Esteban naciera en el cielo; ; el Señor entró en el mundo, para que Esteban entrara en la gloria. Ayer nuestro Rey, revestido con el manto de nuestra carne y saliendo del seno virginal, se dignó visitar el mundo, para que Esteban entrara en la gloria’.

Podría parecer extraño que cuando estamos con gran gozo en la Octava de la Natividad del Señor y precisamente en el primer día después de su nacimiento, la liturgia celebre la fiesta de un mártir, recordándonos la muerte. Pero dos razones: San Esteban fue el primer testigo con su vida y con su muerte, el primer mártir, de Cristo. Es el protomártir. Y por otra parte la liturgia nos quiere recordar que no está lejos Belén del Calvario, no está lejos la celebración del nacimiento de Jesús de su Pascua en su muerte y resurrección.

El Niño Jesús que contemplamos recién nacido en Belén no podemos separarlo, por decirlo así, del Cristo total que es nuestro Redentor. Nosotros celebramos a Cristo y celebramos a Cristo siempre en el misterio pascual de su muerte y resurrección. Hemos de decir que ayer cuando celebrábamos la fiesta de la Natividad, su nacimiento, lo hacíamos celebrando la Eucaristía que es celebrar siempre y en todo momento la Pascua del Señor. ‘Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección’, decíamos como manifestación de nuestra fe.

En lo que nos relatan los Hechos de los Apóstoles del martirio de San Esteban vemos el cumplimiento de lo anunciado por Jesús en el Evangelio. ‘Os entregarán a los tribunales… os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y los gentiles… no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis… el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros’.

A Esteban, uno de los siete diáconos elegidos para el servicio de la comunidad, ‘lleno de gracia y de poder… lleno del espíritu Santo… no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que les hablaba…’ nos cuenta el relato de su martirio. Lo que Jesús había prometido.

Pero además contemplaremos como un paralelismo entre su martirio y la muerte de Jesús en la Cruz. Jesús había dicho ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’, Esteban también proclama ‘Señor Jesús, no les tengas en cuenta este pecado’. Jesús a la hora de expirar se ponía en la manos de Dios ‘a tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu’, Esteban también dirá ‘Señor Jesús, recibe mi espíritu’.

Que sintamos nosotros la fortaleza del Espíritu del Señor para poner también nuestra vida en la manos del Padre, para que nos dé valentía para dar testimonio de Jesús con nuestra vida y con nuestras palabras, y nos dé el coraje de saber perdonar generosamente a quienes pudieran hacernos daño. La celebración del Protomártir Esteban es para nosotros un aliciente para ser consecuentes con nuestra fe y con valentía sepamos trasmitirla a los demás.

Ayer decíamos que la felicitación que teníamos que trasmitir a los demás era el anuncio gozoso del nacimiento de Jesús, esa Buena Noticia de salvación. Que en Esteban encontremos el ejemplo y del Señor recibamos su fortaleza. Que también nos sintamos llenos de la fortaleza del Espíritu Santo.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Navidad, celebración de un misterio de fe

Navidad celebración de un misterio de fe

‘Reunidos en comunión con toda la Iglesia para celebrar la noche santa en que la Virgen María, conservando intacta su virginidad, dio a luz al Salvador del mundo…’ Es lo que estamos haciendo en esta noche. Noche de luz y de alegría. Noche en que se ven colmadas nuestras esperanzas. Noche grande y la más hermosa porque celebramos el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre.

Lo cantan y lo anuncian los ángeles. Nosotros queremos unirnos a sus voces y a su alegría. Nosotros queremos cantarlo y anunciarlo también. ‘Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor’. Lo anunciaron a los pastores. Lo cantan los ángeles del cielo. ‘Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor’.

Nos ha nacido el Salvador. Es la gloria de Dios. Es la paz para los hombres, porque nos ama Dios y nos trae la paz. ‘Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres…’ Es tiempo de gracia. Es un regalo del cielo. Es la alegría que tiene que inundar nuestros corazones y que se tiene que desparramar por toda la tierra.

Por todas partes suena la alegría y la fiesta. Hoy todos hacen fiesta porque es navidad. Las familias se reúnen. Los amigos se reencuentran. Surgen los buenos deseos y la buena voluntad. Queremos con buen deseo que se apaguen los rones de la guerra y de la violencia. Lloramos quizá porque quizá no todos tienen esa paz. Nos sentimos apenados cuando vemos que a muchos quizá les cuesta reconciliarse aunque sea sólo por un día. Todos buscamos y deseamos lo mejor. Todos queremos celebrar Navidad. Pero tenemos que intentar celebrar navidad desde lo más hondo, desde su más profundo sentido.

Pero ¿qué es celebrar la Navidad? Tenemos que decir que navidad no son simplemente unos días de fiesta o de vacaciones, ni unos buenos deseos que tengamos los unos con otros y la buena voluntad que podamos poner, sino que tiene que ser una realidad que vivamos en el hoy y ahora de nuestra vida. Pero esa realidad parte de una fe. Es una realidad divina. Parte de una fe porque al querer celebrar la navidad estamos introduciéndonos en un misterio de salvación que sólo puede tener sentido desde la fe. Estamos introduciéndonos en el misterio del amor de Dios que es tan grande que se hace hombre por nosotros. Ya sé que esa dimensión divina, sobrenatural, religiosa muchos quieren desterrarla de la navidad, pero es algo que nosotros los creyentes no podemos permitir.

Cuando los cristianos decimos navidad estamos diciendo natividad o lo que es lo mismo nacimiento. Nacimiento de Dios que ha querido hacerse hombre, que ha querido encarnarse en el seno de María para ser nuestra Salvación; para ser Emmanuel, ser Dios con nosotros; Dios que camina a nuestra lado, vive nuestra misma vida, pero para realizar un maravilloso intercambio que es el hacernos a nosotros partícipes de su vida. Como decimos en una de las oraciones de la liturgia de este día, hacernos ‘partícpes de la divinidad de tu Hijo que al asumir nuestra naturaleza humana nos ha unido a la tuya de modo admirable’. Esto sólo lo podemos comprender y vivir desde la fe.

Navidad, pues, es la celebración de un Misterio de fe; es una apertura del corazón a la trascendencia de un Dios que se ha hecho hombre para salvarnos; es, entonces, el inicio de un camino, por parte de Dios que viene a nosotros, y por parte nuestra que vamos al encuentro de Dios, para vivir una vida nueva, la salvación; para un compromiso de una vida distinta, vivir como hijos de Dios; para una aceptación del Evangelio, de la Buena Noticia que nos viene a proclamar Jesús, como sentido, norma y valor para nuestra vida.

Navidad no es cosa de un día. Navidad tiene que ser cada día de nuestra vida, porque cada día experimentemos en nosotros ese misterio de amor de Dios que nos transforma y nos llena de nueva vida. Hoy celebramos un inicio, pero que tiene que tener una continuidad y una realización en el día a día de toda nuestra existencia. Igual que en el nacimiento de un niño, una nueva vida, no está ya toda la vida, sino que es el inicio, el comienzo de esa vida, que tiene que ser luego crecimiento y maduración, así tenemos que hacer de cada día Navidad, porque cada día nos dejemos iluminar por esa luz que nos trae Jesús, que nos haga crecer y madurar en esa vida y en esa vida cristiana y que nos vaya renovando día a día.

Seguramente los cristianos de aquellas primera comunidades que vivían en un mundo adverso y donde no se entendía el mensaje del evangelio, tras la contemplación del misterio de la Navidad y su celebración, salían tan iluminados por la Luz de Cristo que no sólo empapaban y envolvían en esa luz su propia vida, sino que además trataban de reflejar y contagiar de esa luz al mundo que les rodeaba.

¿Seremos capaces nosotros de empapar y contagiar en esta celebración de la navidad al mundo que nos rodea de la luz de Cristo y su evangelio? Es cierto que encendemos muchas luces y nuestras casas, nuestras plazas y calles están todas iluminadas por esos adornos luminosos que colocamos. Pero no son esas luces externas las que tienen que iluminar nuestro mundo. Somos nosotros iluminados por Cristo en esta noche santa los que tenemos que ser luz para nuestro mundo.

Llevemos la Buena Noticia de la Luz; llevemos la alegría de habernos encontrado con Cristo; los que creemos en Cristo y queremos celebrar una verdadera navidad tenemos que ser como aquellos ángeles que llevaron su anuncio a los pastores, ángeles que llevemos ese anuncio de la Buena Noticia de Jesús a los demás, a nuestro mundo.

Celebrar la Navidad auténticamente nos compromete. Y cuando llevemos de verdad ese anuncio de Jesús a los otros, ya no serán buenos deseos o bonitas palabras lo que nos trasmitamos, sino un compromiso serio por hacer un mundo mejor, un mundo de amor, de paz, de armonía, de fraternidad, de solidaridad. Y así nuestra alegría será completa.

Que sea una feliz navidad para todos porque nos dejemos envolver por esa luz de Cristo que hoy vemos brillar en Belén.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Hoy sabréis que viene el Señor….

2 Sam. 7, 1-5.8-11.16

Sal. 88

Lc. 1, 67-79

‘Ya se cumple el tiempo en el que Dios envió a su Hijo a la tierra’, así comienza la liturgia de la Eucaristía en este 24 de diciembre. También en la liturgia de las Horas distintas antífonas vienen a expresarnos el mismo sentido. ‘Hoy sabréis que viene el Señor y mañana contemplaréis su gloria… será el día de vuestra salvación… quedará borrada la iniquidad de la tierra’. La esperanza la palpamos ya con las manos en la cercanía de la Navidad del Señor.

En el Evangelio viene a concluir la lectura continuada del primer capítulo de san Lucas, que nos ha ido preparando para la celebración del Misterio de la Navidad. Hoy es Zacarías el que prorrumpe en cántico de bendición y a alabanza a Dios tras el nacimiento de su hijo tan deseado.

Y, aunque pudiera parecer que fuera una acción de gracias por el nacimiento de su hijo, su cántico de alabanza y bendición va más allá del mero hecho de que le haya nacido un hijo para entrever el misterio de salvación que se acerca y del que Juan Bautista va a su precursor. ‘A ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor, a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de los pecados’. Juan sólo será la voz del profeta que prepara, que predispone al pueblo para recibir al Salvador. Es el anuncio de lo que ya llega, de la salvación que pronto va a producir sus frutos de justicia y santidad.

Por eso el cántico de Zacarías en bendición a Dios porque nos llega la salvación. ‘Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo…’ da por supuesto que ya el Señor ha visitado a su pueblo, ya está ahí la salvación y la redención. ‘Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto…’ Es la visita de Dios con su luz, con su salvación, con el perdón de los pecados. Bendecir a Dios porque así viene a nosotros, porque así se derrama su misericordia entrañable en nuestra vida y en nuestro mundo.

Zacarías, sacerdote del templo de Jerusalén, hombre avezado en el conocimiento de las escrituras, sabe que todo no es sino cumplimiento de lo anunciado por los profetas. ‘Según lo había predicho desde antiguo por boca de los santos profetas’. Es el cumplimiento de la promesa de Dios, que se hizo más solemne en la promesa a Abrahán el padre de nuestra fe. ‘Realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán’.

Llega la salvación que nos libera de las sombras de la muerte y del pecado. Con Cristo nos sentiremos liberados y lejos de nosotros todo temor, porque con nosotros está el Señor. Con El tenemos la luz que disipa toda tiniebla. Con El tendremos la gracia y la fuerza para caminar siempre por los caminos de la salvación y de la paz. ‘Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian… para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos en santidad y justicia en su presencia todos nuestros días… para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte; para guiar nuestros pasos por el camino de la paz’.

Que nos impregnemos del espíritu de este cántico de Zacarías. Que podamos de esa manera bendecir al Señor en todo momento. Que así dispongamos nuestro corazón para recibir al Señor con su salvación.

martes, 23 de diciembre de 2008

¿Qué va a ser de este niño?

Malaquias, 3, 1-4.4, 5-6

Sal. 24

Lc. 1, 57-66

Cuando el ángel se apareció a Zacarías en el templo para anunciarle el nacimiento de un hijo, le dijo que ‘te llenarás de alegría y muchos se alegrarán de su nacimiento’.

Hoy lo vemos cumplido a la hora del nacimiento del Bautista. ‘A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaron’. Después de los acontecimientos de la circuncisión y la imposición del nombre de Juan, al comenzar de nuevo Zacarías a hablar bendiciendo a Dios, ‘los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: ¿Qué va a ser de este niño? Porque la mano de Dios estaba con él’.

Los verdaderos creyentes saben hacer siempre una lectura de fe de los acontecimientos que se van sucediendo. En aquellas cosas maravillosas que estaban sucediendo, como que Zacarías e Isabel fueran padres a edad tan avanzada, el que Zacarías se hubiera quedado mudo y ahora pudiera de nuevo hablar, el mismo hecho de la imposición de un nombre, que no era el que tradicionalmente le hubiera correspondido porque al ser el primogénito había de llevar el nombre del Padre, hacían reflexionar a las gentes de que algo grande estaba queriendo manifestar Dios.

‘¿Qué va a ser de este niño?’, se preguntaban. Nosotros ya podemos responder. Y podemos responder con el profeta ‘el mensajero de la alianza… que será fuego de fundidor, una lejía de lavandero; se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido’. Conocemos la misión de Juan. El que venía a preparar un pueblo bien dispuesto. El que allá en la orilla del Jordán invitaba a la penitencia y a la conversión, sumergiéndolos en aquel bautismo purificador y penitencial.

‘¿Qué va a ser de este niño?’ Un día también vendrán sacerdotes y levitas de Jerusalén a preguntarle, ‘Tú, ¿quién eres?’ El dirá que no es el Mesías, ni el profeta ni Elías. No es la luz, sino testigo de la luz, el que viene a dar testimonio de donde está luz para que vamos a dejarnos iluminar por ella. No es la Palabra, pero es la voz que viene a anunciar donde está la Palabra. ‘En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis…’

Un día será Jesús el que ha de preguntar a las gentes. ‘¿A quien fuisteis a ver en el desierto?’ No fueron a ver una caña o un junto que se mueve mecido por el viento, tampoco fueron a ver a grandes personajes con ricos ropajes o en espléndidos palacios. Fueron a ver a uno ‘que es el más grande de los nacidos de mujer’. Aunque Jesús apostillará que si nos hacemos pequeños y humildes podemos ser tanto o más grandes que el mismo Juan Bautista.

‘Tú ¿quién eres?...¿por qué bautizas?’, Dirá que el bautiza sólo con agua, porque su misión es la de preparar los caminos. Es la voz que grita en el desierto para preparar el camino de Señor. Pero sí anuncia que vendrá quién bautice con Espíritu Santo y fuego.

Contemplamos cuando ya estamos casi concluyendo el camino del Aviento una vez más a Juan el Bautista, el precursor del Mesías, el que venía a prepara un pueblo bien dispuesto para el Señor, ‘el que irá delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’. Lo había también anunciado el profeta como hoy hemos escuchado.

‘Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante el Señor, a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación y el perdón de los pecados’. Sólo es el profeta del Altísimo, porque el hijo del Altísimo está por venir. Será el hijo de María, que así se lo anuncia a ella el ángel.

‘Mirad, levantad vuestras cabezas que se acerca vuestra redención’, repetimos en el salmo como un grito que nos despierte de nuestro letargo. Desde el principio del Adviento la Palabra ha estado queriendo despertarnos, porque llega el Señor. Ahora cuando ya es inminente la venida del Señor, tenemos que estar bien despiertos, con las lámparas encendidas en nuestras manos, como las doncellas de la parábola, o despiertos y vigilantes como ‘los criados que esperan la vuelta de su amo para abrirle apenas llegue y llame’.

Que nos encuentre así vigilantes el Señor. Que podamos abrirle las puertas de nuestro corazón en la cercana navidad.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Como Maria contemplativos para cantar las grandezas del Señor

1Samuel, 1, 24-28

Sal: 1Samuel, 2, 4-8

Lc. 1, 46-50

El hombre, la persona reflexiva y en cierto modo contemplativa, es una persona capaz de tener metas o trazarse objetivos, sabe darle profundidad a su vida alejándose de todo lo que sea superficialidad, y será persona que sabrá darle hondura a su fe para abrirse al misterio de Dios.

Tenemos el peligro o la tentación de simplemente dejarnos llevar por las cosas que nos van sucediendo cada día, o de solo preocuparnos de ir resolviendo los problemas inmediatos que se nos presentan. Pero la persona que reflexiona, que saber leer su vida, que analiza lo que le sucede será persona de gran hondura y es quien puede estar abierto al misterio más profundo, que es el misterio de Dios.

Un ejemplo lo tenemos en María. Cuando reflexionábamos sobre el pasaje de la Anunciación decíamos de su capacidad de asombro ante el misterio de Dios que se le manifestaba en la visita del ángel. Hablábamos también de su capacidad reflexiva y contemplativa de quien guardaba todas las cosas en el corazón para rumiarlas y saborearlas allá en su interior.

Hoy la contemplamos en su vista a Isabel prorrumpiendo en un cántico de alabanza al Señor, que es grande y ha hecho cosas grandes en ella. Yo me atrevo a decir que no fue un cántico improvisado sino algo que salía de la hondura de sí misma y de cuánto había saboreado ella el misterio de Dios que en ella se estaba realizando. Me la imagino en el camino de Nazaret hasta las montañas de Judea en esa actitud reflexiva y contemplativa y cantando allá en su corazón cuántas maravillas había hecho el Señor en ella.

Ahora se desborda su corazón. Canta entusiasmada al Señor que es grande. Se inspira quizá en el cántico de Ana, la madre de Samuel de la que nos habla el libro del Antiguo Testamento, pero es algo que ella ha experimentado en lo más profundo de su corazón. ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador’. Ella ha descubierto lo grande que es Dios y las maravillas que realiza. Maravillas que realiza en ella y a través de ella a favor de todos los hombres. ‘El poderoso ha hecho obras grandes por mí’. Y bendice al Señor, bendice el santo Nombre de Dios. ‘Su nombre es santo’.

Se manifiesta el amor y la misericordia de Dios – ‘como lo había prometido a nuestros padres’ -, porque quien lleva en sus entrañas es el rostro de amor de Dios, es el rostro misericordioso de Dios. El que viene, el Hijo de Dios que se hace hombre y allá en sus entrañas se está encarnando, viene a mostrarnos lo que es el amor y la misericordia de Dios con su salvación.

Ella ha experimentado ese amor de Dios, que se ha fijado en ella. Ella que se siente la última, la pequeña, la esclava. Así se había proclamado cuando aceptaba el plan de Dios para su vida. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, y ahora da gloria al Señor, se alegra en el Señor ‘porque ha mirado la humillación de su esclava’.

Y ella ha experimentado en sí misma lo que un día Jesús nos enseñará. Que ‘el que se ensalza será humillado y el que se humilla será enaltecido’. Por eso canta ahora al Señor que ‘hace proezas con su brazo, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos’. Bien que se había llenado ella de las bendiciones de Dios, cuando se había hecho humilde, se había vaciado de sí misma, cuando se considera simplemente la humilde esclava del Señor.

Cantemos nosotros también a Dios en nuestro corazón. Que desborde la alegría y el jubilo de nuestro espíritu que el Señor también en nosotros quiere hacer cosas grandes. También nosotros hemos recibido la bendición del Señor. ‘Nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales’, como nos dice san Pablo, cuando nos ha llamado, nos ha elegido, ha derrochado su amor sobre nosotros, nos ha salvado y nos ha hecho hijos al regalarnos su vida divina. Que nos metamos dentro de nosotros mismos para saborear cuanto Dios realiza en nuestra vida. Que seamos igualmente contemplativos para que surja nuestro mejor cántico de alabanza al Señor.

Con esa actitud humilde y agradecida preparemos nuestro corazón para la celebración del nacimiento de Jesús.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Preparemos un pesebre para Jesus a imitación de María

Samuel, 7, 1-5.8-12.14-16; Sal. 88; Rom. 16, 25-27; Lc. 1, 26-38

En nuestros hogares, en nuestras iglesias, e incluso en las plazas públicas o en las instituciones tenemos la costumbre en estos días precios a la navidad de preparar nuestros belenes o portales, como se les llama en algunos sitios, los pesebres para la representación del nacimiento de Jesús. Una hermosa y piadosa costumbre que sin embargo también en algunos lugares se va sustituyendo por los árboles de navidad y otros adornos. No están reñidos uno y otro pero sí creo que tenemos que abogar porque se presente el misterio de Belén con la Imagen del Niño Jesús y no se quede diluido el misterio de la navidades un simple árbol adornado e iluminado.

Pero comienzo hablando de esto para que en realidad nos planteemos cuál es el verdadero pesebre que deberíamos preparar para el nacimiento de Jesús. Reflexión que nos daría pié para muchas cosas que sería necesario también pensar.

Pero ciñéndonos a la Palabra hoy proclamada en este cuarto domingo de Adviento vemos en David el deseo de construir un templo para Dios. ‘Yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda’. Así se lo manifiesta al profeta que en principio le da su asentimiento.

Pero ¿quería Dios que le construyera un templo material? Más bien será Dios el que regale a David una consolidación de su reino en la paz y en la perpetuidad. ‘Daré un puesto a Israel, mi pueblo,; lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos… te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre’. Anuncio que será de la venida de Jesús, el Mesías, del linaje de David y que ‘reinará en la casa de Jacob para siempre’.

Seguimos preguntándonos, entonces, ¿cuál es el templo que hemos de construir para Dios?

En el evangelio tenemos la respuesta y en María la mejor imagen de ese templo en el que Dios quiere habitar. María es ese verdadero templo de Dios en el que no cabía en todo el cielo y la tierra, va a encerrarse en el seno de María para así encarnarse, hacerse hombre, y habitar en medio de nosotros.

Contemplemos y copiemos la actitud de María ante el misterio que se le revela y que en ella va a realizarse y que tiene que ser pauta de nuestra mejor actitud para acoger a Dios en nuestra vida, para prepararnos para la celebración del Nacimiento de Jesús.

Es un texto del evangelio que muchas veces hemos reflexionado y en este mismo camino de Adviento que estamos haciendo una y otra vez se nos ha repetido. La saluda el ángel como la agraciada del Señor. Aunque nosotros cuando repetimos las palabras del ángel en nuestra oración mencionamos el nombre de María, sin embargo en el texto evangélico como realmente la llama el ángel la ‘agraciada del Señor’. ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…’

María, pues, la agraciada de Dios, la llena de la gracia ante Dios, la inundada de la presencia de Dios, la que hizo realidad el proyecto de Dios. Y ¿qué es lo primero que siente María? Asombro, tendríamos que decir. Se siente anonadada, turbada, porque es grande el sentirse así en la presencia de Dios. Asombro necesitamos nosotros y no acostumbrarnos al misterio de Dios. Asombro para admirar tan grande maravilla, tan extraordinaria gracia.

Asombro y meditación, rumiar allá en su interior para tratar de comprender qué era lo que se le manifestaba que la sobrepasaba. ‘Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel’. Pero es lo que seguirá haciendo María cada vez que se le va manifestando el misterio de Dios. ‘Todo lo guardaba en su corazón’, que no era meterlo en un cofre cerrado, sino era rumiarlo y pensarlo, considerarlo y reflexionarlo.

Cuando estamos ante el misterio de Dios – y lo estamos cuando entramos en la oración, cuando escuchamos su palabra, cuando celebramos sus misterios en los sacramentos, cuando nos va manifestando su gloria y su voluntad de mil maneras – tenemos que saber quedarnos en silencio ante tanta maravilla, para contemplar y para meterlo allá en lo más hondo de nuestro corazón. Por eso muchas veces en nuestra oración sobrarán las palabras y tendremos que hacer ese silencio contemplativo y meditativo.

De ahí surgirá la acogida y la disponibilidad, como lo hizo María. No soy digno de que entres en mi casa, podría decir ella como diría el centurión; no soy digno de desatar la correa de su sandalia, como día Juan, pero aquí estoy en tus manos. Toma mi vida, toma mi ser, toma mi corazón, tuyo es. Soy barro en tus manos, soy esclavo que obedece, soy hijo que me pongo en camino hacia tu viña. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’.

María se deja conducir, se deja inundar por el Espíritu de Dios. María dice Sí al plan de Dios. María colabora poniendo su vida a disposición para que el plan de Dios se realice y pueda llegar la salvación. María presta su vida y se convierte en templo, el más hermoso, de la presencia de Dios en medio de los hombres.

¿No tendríamos que tener unas actitudes así para disponernos a celebrar el misterio de la Navidad? Nos alegramos y hacemos fiesta, pero tenemos el peligro de que el bullicio de la fiesta nos impida hacer ese necesario silencio para el asombro y para la contemplación. Cuando contemplamos el misterio de Belén, ¿nos quedamos extasiados sin saber que palabras decir ante tanta maravilla del amor de Dios que se hace hombre para ser el Emmanuel?

Tendríamos que prestar también una colaboración como la de María para que se siga haciendo realidad en nuestra vida y en nuestro mundo todo ese misterio de Salvación. Una disponibilidad como la de María para que Jesús sea acogido no solo en nuestro corazón sino también en el corazón de todos.

Un último pensamiento al hilo de lo que decíamos al principio, Preparamos el pesebre en el que coloquemos a Jesús, pero me pregunto si acaso no dejaremos a ‘muchos Jesús’ abandonados en los establos de la pobreza y de la marginación. Que el pesebre de nuestro corazón que preparamos sea capaz de dar calor, de acoger a tantos como a nuestro lado puedan necesitar del calor de nuestro amor y de nuestra solidaridad. Por ahí tendría que ir el sentido del pesebre, del Belén, que prepararemos para Jesús.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Ya llega el Señor... nos enseña a acogerlo María

Is. 7, 10-14

Sal. 23

Lc. 1, 26-38

‘Ya llega el Señor, El es el Rey de la gloria’. Ha sido la aclamación que hemos repetido en el salmo. Ya llega, ya está ahí. Se acerca la navidad. Viene el Señor. El es el Rey de la gloria.

Si hubiéramos seguido con el salmo en los versículos siguientes se pregunta: ‘¿Quién es ese Rey de la gloria?... ¡Portones, alzad los dinteles, que se abran las antiguas compuertas! Va a entrar el Rey de la gloria’. Lo recordamos porque más de una vez hemos rezado ese salmo.

Es el Señor, respondemos. Es el hijo de María, pero es el Señor, decimos hoy. Es Jesús, porque ese es el nombre que le puso el ángel desde la concepción. ‘Se llamará Hijo del Altísimo’, le dice el ángel a María. Es el que ‘reinará en la casa de Jacob para siempre, cuyo reino no tiene fin’. Es el Hijo de Dios que es nuestro Salvador. ‘El santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’.

Tenemos que abrir las compuertas de nuestro corazón. Tenemos que hacer que se agranden los dinteles de nuestras puertas. Es el Señor que viene y que quiere habitar en medio de nosotros. Es aquel que fue anunciado como el Emmanuel, el Dios con nosotros.

Hoy miramos una vez más a María, porque de ella tenemos que aprender a abrir nuestras puertas para Cristo que llega a nuestra vida. Hoy contemplamos aquel humilde hogar de Nazaret donde vivía María y recibió la visita del ángel. No era un grandioso templo de bóvedas altísimas ni grandes puertas. No era un rico palacio adornado con encarecidos cortinajes ni con espléndidas alfombras para recibir a Dios. Era un lugar sencillo y humilde. Era el hogar de los pobres y de los humildes, como lugar pobre y humilde iba a ser el lugar de su nacimiento.

Pero allí estaba María, con su apertura a Dios, con su fe, con la generosidad de su corazón y con la disponibilidad de su vida. Allí estaba María que siempre se sentiría pequeña como los esclavos y dispuesta a hacer en todo momento lo que su Señor le pidiera. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, le vamos a escuchar decir. Allí estaba María con sus ojos atentos, pero con los oídos de su alma abiertos para escuchar y para acoger. Sería llamada dichosa, y se nos propone como modelo, por su fe y por su acogida, su escucha de la Palabra de Dios y por saber plantarla en su corazón.

Cuántas cosas tendríamos que aprender y copiar de María en este nuestro camino de Adviento. La liturgia de la Iglesia no se cansa de presentárnosla una y otra vez teniendo que reconocer que este es el mes más mariano, el tiempo litúrgico con más sabor a María, porque ella es la mejor que puede enseñarnos a preparar para el Señor que viene el mejor dispuesto corazón. Este texto del Evangelio que hoy se nos ha proclamado hasta tres veces lo escuchamos en este tiempo de Adviento, porque lo escuchamos el día de la Inmaculada, lo hemos escuchado hoy y lo volveremos a escuchar mañana en el cuarto domingo de Adviento.

Es el Señor que viene. María nos lo trae y nos lo presenta, porque así lo quiso el Señor cuando la escogió por Madre. Ella lo acogió con inefable amor de Madre, como decimos en el prefacio, pero con ese mismo amor de Madre nos lo presenta y nos lo ofrece.

viernes, 19 de diciembre de 2008

La salvación es cosa de Dios

Josué, 13, 2-7.24-25

Sal. 70

Lc. 1, 5-25

‘Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria, todo el día’. Es lo que hemos orado una y otra vez en el salmo. ¡Cómo no alabar al Señor! ¡Cómo no cantar la gloria del Señor! En la esperanza vislumbramos lo que es la gloria del Señor y así nuestro corazón se llena de alegría. Experimentamos una y otra vez en nuestra vida lo grande que es la salvación que el Señor nos ofrece.

No es cosa de los hombres, no es cosa que podamos conseguir por nosotros mismos. La salvación es cosa de Dios. Es quien puede salvarnos. Y los caminos de salvación que El nos ofrece no son lo que nosotros podamos imaginar con nuestros razonamientos humanos. El nos la ofrece gratuitamente cuándo quiere y cómo quiere.

Hoy se nos ofrecen dos testimonios en este sentido en la palabra proclamada. La madre de Sansón ‘era estéril y no había tenido hijos’. Lo mismo sucede con Zacarías e Isabel en el evangelio. ‘No tenían hijos porque Isabel era estéril y los dos de edad avanzada’. Pero Dios quiere suscitarles un hijo en ambos casos. ‘Te llenarás de alegría y muchos se alegrarán en su nacimiento’, le dice el ángel a Zacarías. Donde parecía imposible la maternidad Dios hizo surgir la nueva vida, para que veamos y comprendamos que todo es obra del Señor y no obra nuestra.

Del viejo tronco surge un renuevo, un retoño. Es la vara de Jesé que brota del viejo tronco, al que hace mención la antífona del Aleluya. ‘Raiz de Jesé que te alzas como signo para los pueblos…. Ven a librarnos, no tardes más’.

Sansón será nazir, un consagrado del Señor. ‘El comenzará a salvar a Israel de mano de los filisteos’. Juan estará ‘lleno del Espíritu desde el seno de su madre y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios’. A través de ellos se manifestará la gloria del Señor. ‘Irá delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’. La elección de Dios no es en beneficio propio sino para que se manifieste la gloria del Señor. Prepara los caminos del Señor, será la misión del Bautista. Pero el que viene será el nos bautice con Espíritu Santo. El que viene es el Salvador.

¿Qué nos queda a nosotros en este camino de Adviento que estamos haciendo? Que no nos falte la fe para que no se apague la esperanza. Creemos y esperamos. Esperamos porque creemos. Una virtud y otra se funden en el amor que queremos poner en nuestra vida para que así preparemos mejor el camino del Señor. Zacarías dudó porque no terminaba de entender lo que el ángel del Señor le revelaba. Pero a pesar de su duda colaboró con el plan de Dios. Y esperó hasta que llegase la luz, al que venía dar testimonio que señalase el camino que llevaba a la luz.

Pongamos fe. Deseemos la luz. Abramos bien los ojos del corazón para descubrir cómo se nos manifiestan los misterios de Dios. Estemos atentos y prontos para acoger la salvación de Dios. Escuchemos la llamada que nos hace el profeta. Preparemos para el Señor un pueblo bien dispuesto.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Las dudas y la fe de José nos descubren la salvación de Dios

Jer. 23, 5-8

Sal. 71

Mt. 1, 18.24

Las dudas y la fe de José nos descubren la salvación de Dios. Así me atrevo a resumir el mensaje que nos ofrece hoy la Palabra de Dios proclamada.

No era para menos que José se sintiese turbado y lleno de dudas. ‘La madre de Jesús estaba desposada con José y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo’. Esto último nos lo expresa el evangelista pero no era algo que fuera conocido por José. De ahí sus dudas, su reflexión, el meditar en su corazón, sus buenos deseos de no hacer daño – ‘era bueno y no quería denunciarla’ -, su ponerse en las manos de Dios.

Porque esto último hay que destacar fuertemente en la actitud de José. Supo escuchar a Dios que le hablaba en su corazón. ¡Cómo tendríamos que aprender nosotros! Nos sentimos contrariados por acontecimientos inesperados, por problemas que nos surgen, por la enfermedad o el sufrimiento que aparece en nuestra vida, y ¿qué hacemos? Suplicamos a Dios, quizá para que nos ayude a salir del problema, pero ¿seremos capaces de dejarnos iluminar por Dios? ¿pedimos a Dios que nos haga ver y comprender el camino y la decisión más correcta? ¿seremos capaces de mirar con mirada de Dios, con mirada de fe aquello que nos acontece?

José escuchó a Dios y realizó lo que Dios le pedía. Termina diciéndonos hoy el evangelio que ‘cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer’.

Pero detengámonos un poquito en el desarrollo de la revelación del Señor. El ángel le hizo ver que lo que allí estaba sucediendo era obra de Dios. ‘No tengas reparo en llevarte a María tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de los pecados’.

Y el evangelista a continuación nos recuerda que ‘todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros’. Era lo anunciado por el profeta Isaías a Acaz, rey de Israel.

Hay un detalle en que quiero fijarme. Por tres veces en la palabra proclamada hoy, y al parecer con nombres distintos, aparece el que se le pondrá por nombre al que va a nacer. Jesús, le dice el ángel a José. El profeta había anunciado Emmanuel. Pero en la primera lectura de Jeremías hemos escuchado ‘y lo llamarán con este nombre: El Señor nuestra justicia’.

¿Son nombres distintos o el mismo nombre? Jesús, que significa Salvador – ‘porque el salvará a su pueblo de los pecados’ -, Emmanuel, que significa Dios con nosotros. ¿Y para qué está Dios con nosotros? ¿Para qué ha querido hacerse presente en nuestra historia y nuestra vida sino para ser nuestra salvación? Y Jeremías lo llamaba, ‘Dios nuestra justicia’, que tenemos que decir también Dios nuestra salvación. Justicia en el sentido bíblico no tiene solamente el sentido de justicia como rectitud y hacer lo justo, sino que en el fondo su sentido es salvación. Dios nos hace justicia, porque nos ofrece y regala su salvación, con lo que los tres nombres vienen a tener el mismo significado.

Que sintamos que Jesús es nuestra justicia, nuestra salvación, porque nos da la gracia y el perdón, nos libera de nuestros pecados y nos llena de la vida de Dios. Que con el ejemplo de san José a quien hoy nos presenta la Palabra de Dios, desde nuestras dudas pero con toda nuestra fe lleguemos a vislumbrar y alcanzar esa salvación que Dios nos ofrece.